De la sociedad de la información a la economía del conocimiento

La consecución de objetivos de productividad y competitividad nos obliga a reflexionar sobre nuestra visión de la Sociedad de la Información y el Conocimiento. En cada jornada de trabajo, muchos de nosotros pasamos varias horas ante el ordenador, pero no es seguro que, cuando la buscamos, accedamos a la información idónea que permita generar nuevo saber valioso y aplicable en nuestro desempeño profesional; sin embargo, el acierto en las decisiones y actuaciones demanda cada día mayor dosis de conocimiento.

Sin poner en cuestión que vivamos en la Sociedad de la Tecnología o de la Informática, hay todavía quien frunce el ceño al oír hablar de la Sociedad de la Información, y aún más si se habla de la Sociedad del Conocimiento: ni encontramos siempre todo lo que buscamos, ni al encontrarlo lo traducimos bien a conocimiento sólido. Sí parece a veces más cierto que vivamos en la Sociedad de las Relaciones Virtuales, y es verdad que las denominadas redes sociales están adquiriendo una dimensión muy significativa: se apunta al Software Social como algo revolucionario. Pero, a pesar de posibles reservas, sí que debemos tomar conciencia de la emergente economía del conocimiento y la innovación.

Reflexiones iniciales

Hemos leído que Redtel, una Asociación (percibida como lobby) de Operadores de Telecomunicaciones (Telefónica, Orange, Vodafone y Ono), nace, según su presidente, el ingeniero, financiero y bodeguero Miguel Ángel Canalejo, con la intención de situar España a la cabeza de la Sociedad de la Información; pero temo que quizá se refiere, sobre todo, a la Sociedad de la Comunicación o de la Telecomunicación. En realidad y apuntando a la economía emergente, lo que caracteriza a ésta es el conocimiento y la innovación, y, en suma, surgen aquí varias etiquetas (información, conocimiento, comunicación, innovación…) que no deberíamos fundir ni confundir.

Habrá quien piense que éste —situar España a la cabeza de la Sociedad de la Información— puede ser un objetivo muy ambicioso (incluso para el Gobierno y a pesar de los planes desplegados), y que los empresarios se suelen asociar para defender sus negocios e intereses; lo cierto es que algo se ha de hacer para avanzar en productividad y competitividad, y sin duda se precisa una sinergia de esfuerzos. En verdad, España debe estar entre los países más avanzados en tecnologías de la información y la comunicación, pero también depende todo de cómo interpretemos la idea de Sociedad de la Información, porque quizá la interpretamos a menudo como “Sociedad de la Informática y la Telecomunicación”.

Creo que fue el 13 de abril de 1999 —hace casi nueve años— cuando fui invitado a un Simposio bajo el lema de “La Sociedad de la Información para todos”, y, aunque hubo algún ponente que, sin entrar demasiado en la evolución de la economía, dijo que habíamos pasado de la “sociedad de consumo” a la “sociedad de consumo de información”, en general el protagonismo de la jornada recayó sobre el acceso a Internet y las redes de telecomunicación. El propio Miguel Ángel Canalejo, presidente entonces de Alcatel España, intervino en una de las mesas redondas. De aquel día, lo que más recuerdo, sin embargo, fue la intervención final del filósofo José Antonio Marina, que vino a recordarnos que la información reside en soportes y el conocimiento en las personas, una vez que éstas otorgan —otorgamos— el debido significado a los significantes.

Más recientemente, en mayo de 2005, asistí a otro evento convocado desde el ámbito político, bajo el buzzword “Sociedad de la Información”. La jornada se denominaba “El desarrollo de la Sociedad de la Información y del Conocimiento: una apuesta de progreso para la Unión Europea”. Me pareció, en efecto, que la información no era ya principalmente vista como algo a consumir, sino como materia prima fundamental en la economía del conocimiento; como materia prima de la que extraemos el ansiado saber, para convenientemente aplicarlo en beneficio de la prosperidad.

La Informática y la Telecomunicación resultan inexcusables, pero al conocimiento valioso y aplicable se llega desde una información rigurosa e idónea a la que podamos acceder con facilidad. Es cierto que manejamos mucha información en las empresas; es mucha, pero quizá no es siempre suficiente e idónea, ni es suficientemente rigurosa y sencilla de traducir a conocimiento valioso y aplicable. Podemos estar haciendo erróneos aprehendizajes y falsos aprendizajes, y quizá equivocándonos en las decisiones, porque la información no esté alcanzando la debida calidad, ni la evaluemos debidamente. Podemos disponer de buenas redes y buenos soportes, pero, en algún caso, de información deficiente.

Manejando información

Les comentaré una experiencia propia anecdótica. Compré en unos grandes almacenes un humidificador de agua fría y comenté a la señorita que me atendió que no había tenido nunca uno (había utilizado los de agua caliente). “No se preocupe: viene una hoja de instrucciones”, me dijo. Pues créanme que, aun siendo ingeniero, fui incapaz de seguir las instrucciones de la hoja y, cuando ya había decidido volver a los almacenes, acabé haciéndolo funcionar aplicando mi intuición o conjetura… Algo parecido me solía pasar al intentar sintonizar televisores…, claro que también puede tener razón mi mujer, y que yo sea algo tarugo a veces.

Pero tampoco la información que manejamos en las empresas tiene siempre el significado que aparenta, ni podemos creernos todo lo que leemos en los medios impresos o electrónicos. Es verdad que cada uno de nosotros percibe las realidades a su manera, en función de sus creencias, sentimientos, valores, inquietudes y deseos; pero es que también podemos vernos ante información incompleta, confusa, manipulada o inexacta. Así, si sumamos la posible falta de calidad en la información con la tendencia del cerebro (por sus muchos “filtros”) a engañarnos, el resultado podría ser poco fiable.

Obsérvese que, admitida la necesidad del aprendizaje permanente en la vida profesional, las universidades han venido desarrollando la idea de la alfabetización informacional (“alfin”), de modo que los alumnos aprendan a manejarse bien con la información: acceso, consulta, aprendizaje, integración y aplicación. Ya en el mundo empresarial, habría de hablarse de destreza —y aun excelencia— informacional; sin duda, una buena gestión de la información y del conocimiento resulta inexcusable en las empresas del saber.

Hace tres meses oí decir a Roberto Cencioni (Comisión Europea / DG Information Society and Media) que quienes trabajamos con la información como materia prima dedicamos unas 27 horas a la semana buscando y analizando información, y perdemos tres y media porque no la encontramos; yo me siento parte de ese colectivo, pero temo perder más tiempo… Claro que a veces hago descubrimientos “serendipitosos” (casuales): encuentro cosas muy interesantes, aunque no respondan a mis patrones de búsqueda.

Se ha puesto mucho énfasis en la alfabetización digital y no tanto en la informacional, pero la empresa del saber ha de ser excelente no sólo en la información que atesora y en su acceso a la existente en el exterior, sino en su explotación, es decir, en su traducción rigurosa a conocimiento sólido y aplicable. En esta traducción, el individuo ha de desplegar su pensamiento crítico ante la información disponible, que puede ser rigurosa y asertiva, pero debemos asegurarnos.

En un libro reciente, Eduardo Punset nos dice: “Probablemente, el gran salto evolutivo entre los homínidos se produjo el día en que uno de aquellos seres fue capaz de intuir lo que estaba cavilando otro miembro de su grupo. Saber lo que estaba pensando su interlocutor le permitió ayudarlo… o manipularlo. Esta tendencia a convencer a los demás de nuestras propias opiniones o a intentar manipularlos parece no haberse interrumpido desde entonces”. Punset destaca por ello la necesidad del pensamiento crítico en todos nosotros, es decir, del pensamiento reflexivo y penetrante, esmerado e indagador, riguroso e independiente, que busca la verdad: algo que resulta imprescindible para asegurar la conversión de la información disponible a conocimiento valioso.

El trabajador del conocimiento

El nuevo trabajador del conocimiento precisa, desde luego, buena dosis de “destreza informacional”…; pero recordemos de forma rápida cómo dibujaba Peter Drucker su perfil:

  • Visible grado de desarrollo personal y profesional.
  • Destreza digital e informacional.
  • Autonomía en el desempeño y en el aprendizaje permanente.
  • Capacidad creativa y actitud innovadora.
  • Lealtad a la profesión y calidad en el trabajo.

Este trabajador constituye, por todo ello, un valioso activo para la recta economía del saber; pero déjenme recordar asimismo que el trabajador manual no queda necesariamente fuera de este perfil, porque hay trabajos manuales que demandan gran dosis de conocimiento, sin necesidad de recurrir al ejemplo del dentista o el cirujano. Todos los trabajos son necesarios en la sociedad, y la mayoría de ellos precisan una especialización que debe actualizarse periódicamente, sin contar con la probable asunción de nuevos cometidos y responsabilidades por los trabajadores. Tampoco identifiquemos al trabajador del saber con su origen universitario: casi todos hemos de aprender continuamente y manejar por consiguiente idónea información.

Vale la pena extenderse en el segundo rasgo señalado: la destreza manejando información. Hace algo más de quince años, se empezó a hablar de manera separada de dos conceptos relacionados con la Sociedad de la Información: en las empresas, de la gestión del conocimiento; y en las universidades, de la suficiencia o destreza informacional. El primero (knowledge management) parecía suponer una especie de reingeniería conceptual de los tradicionales sistemas de gestión de la información en las empresas, atendiendo con mayor cuidado a la información técnica, funcional y relacional de la actividad empresarial: el know what, el know how, el know why, el know who… El segundo (information literacy) surgía entre documentalistas y en algunas universidades, en sintonía con la creciente preocupación por el aprendizaje permanente (self directed lifelong learning). La idea de suficiencia informacional —hoy, en la empresa y como decíamos, hay que hablar de excelencia— apuntaba ya entonces al acceso, uso y aprovechamiento de la creciente información disponible, aunque todavía no utilizábamos Internet.

Desde aquellos años 90, por una parte el avance de la gestión del conocimiento en las empresas no ha sido siempre satisfactorio (a pesar de las potentes herramientas disponibles), y por otra, la información ha seguido multiplicándose sensiblemente y poniéndose a nuestra disposición a través de las TIC. Hoy, aquellos conceptos —gestión del conocimiento y destreza informacional (information fluency)— se han aproximado muy visiblemente entre sí en el mundo empresarial, para entrar en sinergia con las emergentes figuras del nuevo directivo y el nuevo trabajador, también muy especialmente con la idea del aprendizaje permanente, y desde luego con la necesidad de innovar; en definitiva, con la evolución de la economía.

En las organizaciones, la destreza en el uso y aprovechamiento de la información interna y externa accesible parece más que necesaria, aunque no siempre la poseemos en el grado preciso. Quizá las nuevas generaciones salgan de las universidades con sólida preparación para el aprendizaje permanente, pero las empresas ya necesitan hoy mayor dosis de conocimiento, para mejor encarar sus retos de productividad y competitividad en la nueva economía. El concepto de excelencia empresarial ha evolucionado con las nuevas realidades, y no parece cuestionarse que debamos ser asimismo excelentes en la traducción de información a conocimiento, y en el flujo de éste en las empresas. Todo apunta ciertamente a la necesidad de que mejoremos nuestra competencia informacional.

(Curiosamente, en un libro reciente el editor cambió mi expresión “competencias informacionales” por la de “competencias informativas” y me encontré con esa sorpresa. Lo cierto es que los expertos hablan de alfabetización informacional —“alfin”— y yo me he adherido al adjetivo aunque haya elegido otros sustantivos. En vez de hablar de alfabetización o suficiencia, en la empresa prefiero hablar de excelencia, competencia o destreza).

El aprendizaje permanente

Al hablar de información y de destreza en su manejo, hemos de aludir al concepto de aprendizaje permanente (lifelong learning), otra característica clave en el perfil del trabajador de que hablamos. En efecto, todos hemos de atender al continuo desarrollo de nuestro perfil profesional. Aquí hemos de recordar que el avance tecnológico en la Informática y la Telecomunicación trajo, en la década anterior, el concepto de e-learning, es decir, de aprendizaje on line. Parecía que los cursos on line venían a sustituir en las empresas a los más costosos cursos en aula, y hace casi unos diez años las grandes corporaciones desplegaban sus plataformas —campus virtuales— de e-learning.

Por entonces, parecía ponerse más énfasis en la tecnología que en la propia información didáctica que el usuario debía traducir a conocimiento y conducta, y de hecho, en 2004, un estudio de Santillana Formación destapaba la insatisfacción de los usuarios con los contenidos ofrecidos en la formación on line. Un año después, los aprendizajes producidos eran considerados poco significativos por representantes de la Fundación Tripartita para la Formación en el Empleo. Todavía en 2007, observé que algún importante proveedor de e-learning seguía poniendo el énfasis en la tecnología como medio para mejorar los resultados del aprendizaje, y lo hacía sin mencionar la información contenida en los cursos, cuyo potencial didáctico ha de asegurarse debidamente.

No cabe subestimar la importancia del soporte tecnológico en la carga multimedia de los cursos y en su interactividad, pero yo insistiría aquí en que el conocimiento viene de la información ofrecida, y se consolida en el cerebro del alumno. La Informática y la Telecomunicación hacen su trabajo de forma ventajosa, pero inexcusable resulta tanto la labor del experto docente generando información didáctica, como la del alumno traduciéndola debidamente a conocimiento aplicable, y aun elaborando conexiones, inferencias y abstracciones útiles (el mejor aprendedor también es creativo).

El lector puede haber tenido alguna experiencia de e-learning, incluso con material interactivo y multimedia. Yo me he encontrado con oportunos e inteligentes diálogos usuario-ordenador, pero también con información irrelevante y preguntas confusas que me hacían perder la confianza en el contenido del curso. Hay proveedores de e-learning que parecen seguir relativizando la importancia de los contenidos en favor de la tecnología, pero hay igualmente otros muchos dispuestos, con sus productos y servicios, a catalizar el aprendizaje de los usuarios, a satisfacer sus expectativas.

Ciertamente hay que hablar más de aprendizaje que de formación, e incluso de habilidades de aprendizaje, que tan necesarias nos resultan. Entre estas habilidades y fortalezas para el aprendizaje, e insistiendo en que el trabajador del saber protagoniza el proceso, figura el pensamiento crítico y otras habilidades cognitivas, pero también elementos intrapersonales como la tenacidad, la intuición o la serendipidad (sagacidad al hacer descubrimientos casuales). El profesional experto y aprendedor permanente sabe obtener el máximo provecho de la información a que accede, y no se deja confundir.

La innovación

Más allá de la mera renovación tecnológica, la innovación caracteriza de modo especial a la economía emergente, y hay que señalar que supone la ampliación o modificación de los campos del saber: algo que resulta difícil de conseguir sin dominar dichos campos. En efecto, la penicilina y las vacunas vinieron a ampliar el campo de la medicina, el ferrocarril y la aviación constituyeron en su momento un medio adicional y ventajoso de transporte, la telefonía supuso hace más de un siglo un medio más de comunicación, como asimismo lo supuso Internet en la década pasada.

A veces la ampliación de un campo se origina fuera de éste, y así podemos decir que la cirugía se benefició de la tecnología láser, que el envasado se reconcibió con la llegada del plástico y otros avances, que la mecánica se benefició de la electricidad y la electrónica…, y que, en general, los campos del saber se tocan, se solapan, o al menos se relacionan en su contenido, en sus herramientas, etcétera. Es, si aceptamos verlo así, la esencia sistémica del mundo, como sistémico es el ser humano en su anatomía y sus recursos.

En ocasiones, algunas novedades vienen a modificar los campos del conocimiento y desplazan soluciones anteriores. La aspirina vino a desplazar al salicilato, la luz eléctrica a la de petróleo o gas, los colchones de muelles a los de lana, y luego los de látex a aquéllos… También podemos recordar cómo, casi 20 siglos después de Aristarco, la visión heliocéntrica del mundo se impuso sobre la equivocada cosmovisión geocéntrica; y es que a veces las novedades tienen dificultades para imponerse. Hemos de agradecer el avance de la astronomía a personajes que, como Copérnico, Brahe, Kepler o Galileo, se caracterizaron por el pensamiento crítico a que aludíamos y por su afán de saber más.

Tal como he señalado ya en artículos que aparecen en Internet, algunas otras innovaciones fueron fruto de la casualidad, aunque para ello se precisaran mentes receptivas y sagaces, dispuestas a ofrecer a la sociedad nuevas soluciones. Es el caso del estetoscopio, el pegamento de cianoacrilato, el velcro, la sucralosa, el Walkman de Sony, el horno de microondas, etc. De modo que, como sabe bien el lector y yo quería destacar en estos párrafos, el concepto de innovación sobrepasa ampliamente el mero avance de las tecnologías de la información y la comunicación (renovación tecnológica). Me gustó comprobar, por cierto y hace poco, en el Exporta 2008 celebrado en Madrid, que los expertos insisten en ello.

Conclusión

A pesar del protagonismo que adquiere la tecnología (TIC) en nuestros días, hemos de verla, en efecto y si el lector asiente, como un medio; como un medio para comunicarnos y para acceder a la información que precisamos. A partir de ahí, se trata de generar conocimiento que nos permita desarrollar nuestra profesión en la economía del siglo XXI.

Ante posibles deficiencias en la información a que accedemos, y para asegurar la solidez del aprendizaje, hemos de activar nuestro pensamiento crítico. Además, para obtener máximo aprovechamiento del conocimiento sólido adquirido, hemos de desplegar también las conexiones, analogías, inferencias y abstracciones que, bien orientadas, catalizan la deseable innovación en procesos, productos y servicios.

Como álter ego de la Sociedad de la Información, la denominada “Economía del Conocimiento y la Innovación” demanda profesionales que sean aprendedores permanentes y que, con su competitividad individual, contribuyan a la colectiva. Tenemos que desarrollar todas nuestras facultades y fortalezas de seres humanos, y aquí hemos subrayado la necesidad de convertir en conocimiento valioso y aplicable la información disponible. Pero, si un hiato hay entre el conocimiento y la información, como lo hay entre ésta y la tecnología, también encontramos hiatos entre el conocimiento y el alto rendimiento, y entre el conocimiento y la innovación. Mejorar nuestra productividad y competitividad pasaría, sin descartar otros retos, por resolver bien estos cuatro hiatos en cada empresa.

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Enebral Fernández José. (2008, julio 9). De la sociedad de la información a la economía del conocimiento. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/sociedad-informacion-economia-conocimiento/
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Enebral Fernández José. "De la sociedad de la información a la economía del conocimiento". gestiopolis. julio 9, 2008. Consultado el . https://www.gestiopolis.com/sociedad-informacion-economia-conocimiento/.
Enebral Fernández José. De la sociedad de la información a la economía del conocimiento [en línea]. <https://www.gestiopolis.com/sociedad-informacion-economia-conocimiento/> [Citado el ].
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