Aunque estemos de acuerdo, bueno es insistir en ello: el avance en la mejora de la productividad y la competitividad no puede quedarse en la ubicuidad de las TIC (tecnologías de la información y la comunicación), como si éstas constituyeran, en sí mismas, la única e indiscutible puerta al futuro, la llave de la prosperidad, la solución de nuestros problemas. En el reto de futuro que se nos plantea, las herramientas o soluciones TIC resultan, en su mayoría, bienvenidas, pero la clave apunta más al capital humano, y debemos tomar plena conciencia de ello para evitar esa especie de atontamiento reverencial que genera el avance tecnológico.
El lector tendrá otras percepciones, pero creo que el despliegue tecnológico se nos ha venido mostrando en ocasiones arrogante y aun agresivo, complacido protagonista de la Sociedad de la Información, muy seguro de constituir el artífice cardinal de la inexcusable innovación, la solución incontestable para las sinergias organizacionales y la inteligencia colectiva, la garantía del aprovechamiento y el flujo del conocimiento en las empresas, el vehículo incuestionable del aprendizaje permanente mediante el denominado e-learning… Habría que revisar punto a punto todo esto, por si cupieran matices y hubiera que poner las cosas en su sitio. De momento, no se sabe ya si quien posee la información posee el poder, o si parece más cierto que quien posee la tecnología posee (o cree poseer) el poder… Ya verán por qué lo digo.
Reflexiones iniciales
Cualquiera de nosotros ―iré bajando a la arena― puede ser declarado hereje, e irse dando por eludido, no ya por falta de cultura cibernética, sino al poner peros al uso de determinadas herramientas, en la que se siente servidor de la tecnología y no al revés. Como usuario, me da igual si el pecado es de la tecnología o de quien imponga un particular uso de ella, pero he conocido casos en que las herramientas venían a institucionalizar la falsedad en la información, a implantar un lenguaje ininteligible, a convertir en pesadilla el simple informe mensual de contribución a proyectos…
Cierto que las tecnologías de la información y la comunicación representan una ayuda valiosísima ―lo digo convencido―, a pesar de habernos hecho a todos dependientes del ordenador, y a la vez ―porque la complejidad del aparato nos supera― de los colegas tecnólogos; naturalmente que hemos asignado un lugar de honor para el PC, tanto en la oficina como en casa; pero no nos engañemos: con la debida perspectiva, nuestra herramienta de trabajo no sería tanto el ordenador como la información a que nos permite acceder para su consulta, para su uso como materia prima en la generación de nueva información, etc.
El conocimiento de que habla la emergente economía del saber y el innovar no viene de la tecnología, sino de la información a que da soporte. La tecnología nos permite almacenar y procesar información, pero el conocimiento reside en las personas y forma parte del capital humano. La tecnología está ―ha de estar― al servicio del usuario, de su productividad, de su rendimiento, y si no fuera así, no serviría: estaría mal inventada. En definitiva, la tecnología es lo que es, y bájese del pedestal que corresponde al capital humano, genuina bandera de nuestra economía. Cultivemos el idóneo uso de la tecnología, pero cultivemos y nutramos, sobre todo, el capital humano.
Casi una digresión
Hace meses, el portavoz de la asociación (percibida como lobby) Redtel, Miguel Canalejo, expresaba su intención de situar a España a la cabeza de la Sociedad de la Información, a la vez que se entrevistaba con políticos responsables (obviamente, desde la capacidad de actuación de los cuatro, Telefónica, Orange, Vodafone y Ono, operadores de telecomunicación asociados). Bienvenida la intención ―pensará quizá el gobierno―, pero si, al hablar de la “cabeza” de la Sociedad de la Información, se persiguiera la productividad y competitividad de nuestras empresas, esto tal vez sería ya bastante más complejo.
No sé si Canalejo, financiero, job cutter y consejero de grandes empresas, sirve al interés nacional o, legítimamente, al de las cuatro empresas de Redtel que le ficharon; pero cabe imaginar que también Aetic, representante de todo el sector de las TIC, deseará muy sinceramente una rápida consolidación de la economía del conocimiento, especie de álter ego de la Sociedad de la Información. En todo caso, habríamos de separar bien continentes y contenidos, medios y fines, intereses públicos y privados, como también los conceptos de información y conocimiento, de renovación e innovación, de calidad y burocracia… Para llegar a las cotas deseadas de productividad y competitividad, precisamos tecnología, pero, sobre todo y si el lector asiente, capital humano.
Bueno es que dispongamos de estructuras de telecomunicación y, en general, de avanzadas tecnologías de la información y la comunicación, de cara a la prosperidad de las empresas; pero la esencia de la información es, sí, su contenido, su significado, y no el soporte ―potentísimo, pero soporte― en que se nos ofrece. El significado, como es sabido, lo aporta el individuo, ya se trate de información impresa o electrónica. Si me dejan decirlo así, la tecnología es a los significantes, como el individuo a los significados; y por el mismo precio añadiría, casi en digresión, que el concepto de “recursos humanos” es a la era industrial, como el de “capital humano” a la era del saber; que la mera renovación tecnológica es al concepto de innovación, como el conocimiento explícito al intuitivo…
Los cuatro hiatos
A estas alturas de la reflexión, hemos hablado aquí de dos hiatos. Primero, el acceso, a través de las TIC, a la información a que alude la “Sociedad de la Información”: no por tener la tecnología, tenemos suficiente e idónea información; y segundo, la generación de conocimiento valioso y aplicable a partir de la información disponible: una traducción, la de la información a conocimiento, nada inmediata en muchos casos. Quizá, para desplegar perspectiva, debamos ya identificar los cuatro hiatos:
- Del uso de las TIC, al acceso a la información que se nos ofrece.
- Del examen de la información, al conocimiento valioso, sólido y aplicable.
- Del conocimiento práctico, al mejor desempeño profesional.
- Del conocimiento/dominio de nuestra área técnica, a la innovación bien entendida.
El lector advertirá, en lo referido al primer hiato, que, una vez generalizado el uso de las TIC, no se trata ya de superarlo mediante la mera alfabetización digital o informática, sino, por una parte, de asegurar que los continentes contienen, y por otra, de saber buscar con la debida estrategia y tenacidad. Por ejemplo y aunque todo esto es sin duda más complejo, complejísimo, no basta con manejarse en Internet, sino que precisamos encontrar información relevante relacionada con el tema que nos ocupa, y hacerlo en un tiempo reducido. Para superar este primer hiato precisamos destreza informática, pero también perspicacia, intuición, agudeza.
Una vez que accedemos a la información buscada (o quizá se nos ha hecho llegar por algún medio, sin tener que buscarla), topamos con el segundo hiato. En el paso de la información a conocimiento no debemos precipitarnos, aunque muchos pasen de largo por aquí. Superar el segundo hiato exige un dominio de las denominadas competencias informacionales (mi editor prefirió poner “informativas” en un libro mío: se trata de una editorial muy importante, y no se sintió obligada a consultarme). Sobre este tema y sólo para mostrar mis inquietudes y reflexiones, y alentar el debate, he publicado numerosos artículos en revistas impresas y electrónicas, en España y América Latina; pero el information literacy movement arrancó hace unos 20 años, si no antes. Dentro de las competencias informacionales, yo destaco siempre el pensamiento crítico, que parece tener el paso obstruido en las empresas, quizá porque se funde o confunde con la criticidad o el escepticismo.
Supongamos que, tras desplegar numerosas competencias informacionales de carácter cognitivo, emocional y operacional, hemos llegado al conocimiento valioso, sólido y aplicable que íbamos buscando; de ahí a la aplicación hay un tercer hiato, porque el conocimiento capacita para la acción, pero una acción efectiva, acertada, fructífera, realmente productiva, necesita de algo más, tanto de corte endógeno (actitudes, facultades, habilidades, modelos mentales, conductas…) como exógeno (una buena organización en la empresa). La formación continua que se orquesta suele enfocar este tercer hiato e incorporar la doctrina del competency movement; o sea que, en el primer y tercer hiatos sí venimos reparando… Los que quizá se nos escapan más son el segundo y el cuarto. Vamos por el cuarto.
Atención al cuarto hiato
El cuarto hiato es el que nos lleva a la innovación a partir del conocimiento. Poseer el conocimiento sirve para no reinventar la rueda, ni cualquier otra cosa ya inventada; pero no asegura que podamos ampliar nuestro campo del saber; no asegura que podamos ofrecer a la sociedad novedades valiosas que nos hagan más competitivos y prósperos. Superar este hiato requiere algo más que el brainstorming (que además se practica mal); sin embargo, no siempre demanda grandes esfuerzos de investigación y desarrollo: puede bastar una mente preparada, como decía Pasteur.
En 1997, leíamos en la revista Fortune: “La innovación es la característica singular que engrandece a las mejores compañías. Las compañías que saben cómo innovar no necesariamente invierten grandes sumas en investigación y desarrollo; en vez de ello, cultivan un nuevo estilo corporativo de conducta que admite nuevas ideas, cambios, riesgos e incluso errores”. Más de diez años después, el mensaje parece seguir vigente: los resultados pueden mostrarse espectaculares cuando nos dedicamos a pensar con penetración y esmero, y desplegamos conexiones y abstracciones valiosas.
El profesional experto e innovador de nuestros días —por observador, curioso, intuitivo, sagaz y militante del aprendizaje permanente— encuentra en verdad conexiones y analogías aun cuando no resulten muy visibles; podemos incluso decir que las cataliza y que despliega diferentes ejes de conexión. Recordemos algunas de las características que Mitchell Ditkoff, presidente de Idea Champions, destacaba en los individuos más creativos en sus empresas: cuestionan el statu quo, buscan nuevas posibilidades, asumen riesgos, advierten conexiones ocultas, se concentran en los desafíos, aprenden continuamente, se muestran perspicaces, concilian la intuición con la razón, despliegan el pensamiento conceptual, el crítico, el sistémico…
Efectivamente, al denominado “trabajador del conocimiento” (knowledge worker) de que nos hablaba Peter Drucker, le han atribuido otras etiquetas otros expertos: learning worker, innovation worker, thinking worker…, y podríamos en definitiva hablar del trabajador del saber, el pensar y el innovar: un aprendedor permanente que en ocasiones es capaz de añadir nuevo conocimiento (innovar) a su área profesional. Curiosamente y aunque no quepa generalizar, en algunas grandes empresas este perfil podría resultar parcialmente neutralizado por la insistente predicación de curiosos modelos de liderazgo, que más parecen de seguidismo. A veces parece haber, en efecto, mayor espacio para pensar con libertad y profesionalidad en las pymes, aunque en general haya seguramente remitido el despliegue de singulares doctrinas y liturgias evangelizadoras, con el primer ejecutivo como sumo pontífice.
De la era industrial arrastramos tal vez la imagen del trabajador creativo como individuo que constituye una pesadilla para su jefe; pero el hecho es que la nueva economía demanda profesionales que piensen y sean capaces de generar novedades valiosas: las empresas más inteligentes, grandes o pequeñas, catalizan la materialización de esta capacidad. Se hace por tanto preciso que, dentro del concepto de aprendizaje permanente, incluyamos el desarrollo de facultades cognitivas y de fortalezas personales específicas: aquellas que más contribuyan a la innovación. De hecho, se hace preciso que aprendamos (conocimientos y habilidades) lo que ya saben los demás, y también lo que todavía no sepa nadie (que exploremos, descubramos, innovemos). El lector puede y debe asentir y disentir, que de eso se trata cuando compartimos reflexiones: gracias por su atención.