La intuición constituye un plus para nuestro conocimiento y nuestra inteligencia; un refuerzo al que no podemos renunciar en la economía del conocimiento. Si ya abrimos espacio en la década anterior a las emociones en la empresa, parece llegado el momento de que la intuición salga de la semiclandestinidad en beneficio de nuestro aprendizaje, de nuestras decisiones y de nuestro empeño y desempeño tras los resultados.
Nuestro perfil competencial se ve ciertamente enriquecido por la intuición: ésta nutre nuestra empatía, creatividad, perspicacia, prudencia, sagacidad, objetividad, perspectiva…
Nos amparamos en la razón y lo seguiremos haciendo, pero lo cierto es que la intuición nos acompaña cada día en el trabajo; nos ayuda a advertir riesgos, a identificar oportunidades, a confiar o desconfiar, a percibir realidades ocultas, a comunicarnos, a reaccionar en ocasiones especiales, a fluir en la tarea, a encontrar soluciones innovadoras, etc. Cuando la inteligencia consciente no resuelve, incubamos la contribución intuitiva, que también aparece de modo súbito o automático, si tiene algo importante que decirnos. Parece, en efecto, haber otra inteligencia, subyacente y más potente, que nos acompaña en las relaciones interpersonales, en la toma de decisiones, en la solución de problemas o en la orientación de esfuerzos. La intuición no viene a constituir una alternativa a la razón, pero sí un complemento valioso que ésta —la razón, a veces poco receptiva— no debe desestimar: un complemento a cultivar.
El lector habrá tenido experiencias similares: una solución repentina a lo que llevaba tiempo intentando solucionar; una buena idea, quizá matutina, aplicable en su cometido; un sólido sentido de dirección, de camino por el que hacer avanzar su esfuerzo; un sentimiento de confianza (o desconfianza) hacia una persona, un asunto, un proyecto, una información…; una sensación visceral de advertencia sobre riesgos o peligros; una interesante abstracción o conexión, surgida súbitamente del estudio de una documentación; una epifanía anuente o reprobadora, o quizá reveladora sobre una inquietud que le desazonaba; una igualmente reveladora y oportuna interpretación o inferencia durante una conversación… Todo esto, y alguna más, son manifestaciones cotidianas de la intuición a las que no podemos ni debemos renunciar.
Aunque nuestra razón asienta o consienta ante una manifestación intuitiva, es verdad que no siempre podemos explicar a otros, de modo racional, las actuaciones derivadas de nuestras intuiciones; pero eso no justifica la semiclandestinidad a que venimos condenando a esta singular facultad. Tal como las emociones se abrieron espacio en las organizaciones al final del siglo XX, ha llegado ya, en este panorama neosecular, el momento de la intuición genuina.
Su contribución puede resultar decisiva en la emergente economía del conocimiento y la innovación.
No sin dificultades y resistencias, las emociones fueron en efecto —déjenme decirlo así— “legalizadas” en las empresas en los años 90. Recuerdo que (quizá fue en 1999) participé en Madrid en una jornada sobre inteligencia emocional (IE) en la Asociación para el Progreso de la Dirección, APD, con presencia de varios de nuestros expertos: Mulder, Medina, Marina… Allí se llegó a la conclusión de que, en muy buena medida, el liderazgo era pura inteligencia emocional: conceptos casi sinónimos. Me pareció que nuestro Establishment atrapaba la IE como atributo de los directivos en su condición de líderes, pero ya pensé entonces que esta inteligencia intra e interpersonal era deseable en todos, directivos y profesionales técnicos. La economía del conocimiento parece sugerir tanta (o mayor) dosis de partnership como de leadership en las relaciones entre directivos y trabajadores expertos, y el denominado empowerment parece irreversible.
También pienso que la intuición es una facultad que a casi todos —empresarios, directivos, trabajadores expertos y hasta júniores— beneficia de manera muy sensible: no resulta exclusiva de líderes visionarios, ni de aficionados a la parapsicología. Ha de manejarse desde luego con cautela, y distinguirse de otros impulsos y sensaciones, pero vale la pena. La intuición genuina, en sintonía con la razón, nutre de valor nuestro perfil en la comunicación, la solución de problemas, la toma de decisiones, la innovación, la detección de oportunidades… Cuántos avances técnicos y científicos han surgido de la intuición, premio al afán creativo de individuos que perseguían nuevas soluciones para viejos o nuevos problemas: Loewi, Kekulé, Howe, Einstein, Bohr… Probablemente nosotros no vayamos a ser recordados como ellos, pero sí hemos de nutrir continuamente nuestra competitividad profesional, individual y colectiva.
Pero, ¿a qué llamamos intuición?
Mediante algunas definiciones de diccionario, podemos hacer la primera aproximación al concepto: “Capacidad de conocer, o conocimiento obtenido, sin recurrir a la deducción o razonamiento”, “Percepción clara, íntima, instantánea de una idea o verdad, como si se tuviera a la vista y sin que medie razonamiento”, “Facultad de comprender las cosas instantáneamente, sin razonamiento”… Aprovechemos para recordar que nos podemos referir a la intuición como cualidad de los intuitivos (decimos que viene a ser un sexto sentido), como acción de intuir (hablamos de corazonadas, presentimientos, premoniciones…) y también como señal o mensaje así recibido.
En definitiva, la intuición nos permite saber, sin saber por qué sabemos. Parece ahora oportuno distinguir bien los tres grandes tipos de conocimientos de que nos servimos, como algo separado de las opiniones, deseos, creencias, suposiciones, inquietudes, inferencias o conjeturas:
- el conocimiento explícito (sencillo, en general, de adquirir y compartir);
- el conocimiento tácito o implícito (más costoso de adquirir y difícil de compartir), y
- el conocimiento oculto, del que no somos conscientes (y al que se llega mediante la intuición).
Cabe pensar, desde luego, que la intuición es un arma de doble filo, por el riesgo de fundirla o confundirla con impulsos y señales diversas. De todas nos servimos y a nada hemos de renunciar: informaciones, intuiciones, inferencias, intenciones, intereses, inquietudes, iniciativas, conjeturas… Lo importante es que identifiquemos lo que hay detrás de cada pensamiento y sentimiento, para evaluar la solidez del saber que se nos ofrece y conciliarlo con la razón analítica y el conocimiento explícito ya atesorado. Peter Senge sostiene que “los individuos dotados de elevado dominio personal —una de sus conocidas disciplinas— no se plantean elegir entre la razón y la intuición, como tampoco se les ocurriría caminar con una sola pierna o mirar con un solo ojo”.
En efecto, al intentar aproximarnos a los fenómenos intuitivos, algunos expertos nos lo facilitan: Carl Jung insistía en que la intuición no es contraria a la razón, sino que reside fuera de la misma; más recientemente, Lisa Burke y Monica Miller sostenían que “la intuición resulta de un proceso mental subconsciente, que se nutre de la historia anterior del individuo”; Jagdish Parikh, que estudió detenidamente el fenómeno entre los directivos, habla de “acceso a la reserva interna de pericia y experiencia acumulada durante años, y obtención de una respuesta, o de un impulso para hacer algo, o de una alternativa elegida entre varias, todo ello sin ser consciente de cómo se obtiene”.
Añadiendo cierta trascendencia, la consultora Arupa Tesolin nos dice que “más allá de la inteligencia emocional, yace la inteligencia intuitiva, estrechamente alineada con el sentido común; mientras la primera abarca un amplio campo de habilidades personales, la intuición implica a los más profundos niveles del autoconocimiento, que son alcanzados por los corazones y las almas”. La doctora Frances Vaughan contribuía a ampliar el horizonte: “La intuición nos permite recurrir a la enorme provisión de conocimientos de los que no somos conscientes, incluyendo no sólo todo lo que uno ha experimentado o aprendido intencionada o subliminalmente, sino también la reserva infinita del conocimiento universal, en la que se superan los límites del individuo”. Esta descripción nos recuerda que la intuición se nutre también del inconsciente colectivo de que hablaba Jung, e incluso parece sintonizar con la teoría de la mente extendida, de Rupert Sheldrake.
La intuición, entre otros movimientos
La toma de conciencia del potencial de los seres humanos había hecho emerger, en el panorama finisecular, diferentes movimientos a los que se ha venido prestando desigual atención en las empresas. Veamos algunos:
1. El aprendizaje y desarrollo permanente (lifelong learning movement).
2. La destreza informacional (information literacy movement).
3. La necesidad de innovar (innovation movement).
4. La asunción de autonomía (empowerment movement).
5. La gestión por competencias (competency movement).
6. La psicología positiva (positive psychology movement).
7. La calidad de vida en el trabajo (quality of worklife movement).
8. El pensamiento crítico (critical thinking movement).
9. La economía del conocimiento (knowledge management movement).
10. La inteligencia emocional (emotional intelligence movement).
11. El coaching (coaching movement).
12. La intuición (neuroscience movement).
En efecto, ha habido un sensible incremento del interés por la contribución intuitiva a nuestra efectividad profesional, y yo mismo he querido contribuir con un título más (“La intuición en la empresa: Manual para directivos y profesionales del conocimiento”) a la literatura existente, como también con un workshop más (para directivos y trabajadores del conocimiento), a la oferta de formación continua. Pero querría subrayar aquí la relación, el solape, entre todos estos movimientos y otros. La intuición está presente en el aprendizaje, en el manejo de la información, en la innovación, en los perfiles competenciales, en el pensamiento crítico (distinto de la criticidad o el escepticismo), en la inteligencia emocional, en el coaching…
No se trata en la empresa de adivinar el presente o el futuro, ni de cultivar la telepatía, porque no estamos, en general, dotados al respecto; pero nos situamos ante una facultad del ser humano que permite acceder a señales y respuestas muy valiosas, en tiempos en que surgen muchas preguntas. Se dice que la competitividad de las empresas se nutre de sus personas, y cabe añadir que la competitividad individual demanda el mejor uso de todas nuestras facultades, fortalezas y conocimientos.
¿Qué puede estar limitando nuestra confianza en la intuición, nuestro deseo de cultivarla y de catalizar su cultivo en nuestro entorno? Quizá el hecho de que no es intuición todo lo que como tal pueda relucir. En nuestra conciencia pueden aparecer, al margen de la intuición, otros elementos: sospechas, iniciativas, conjeturas, intereses, impresiones, temores, prejuicios, aprensiones, preferencias, obsesiones, deseos, etc. Nada de esto ha de ser confundido con la intuición, aunque sí pueda fundirse con ella; en definitiva, hemos de familiarizarnos con los fenómenos intuitivos para distinguirlos de otros.
Cultivar la intuición
La neurociencia nos irá dando más pistas, pero ya podemos decir que el cerebro está preparado para la supervivencia de la especie, y que a este fin tiene estructurado su funcionamiento; es capaz de engañarnos cuando le falta información, pero también está preparado para ayudarnos, en momentos de necesidad, mediante la intuición. Para entendernos, podemos convenir en que la intuición resulta proporcional a:
- La comunicación con uno mismo.
- El conocimiento atesorado.
- El afán de aprender y crear.
- La energía psíquica.
- La involucración en los asuntos.
- La penetración en los problemas.
- La madurez emocional.
- El compromiso colectivo y social.
De modo que cabe relacionar especialmente la contribución intuitiva con las metas e intenciones que nos mueven, y con la gestión que hacemos de la atención y la conciencia. El principio ganar-ganar, la personalidad autotélica y la propia familiarización con el fenómeno propician un mejor aprovechamiento de la facultad intuitiva, que parece existir para buen fin.
En nuestro libro, una psicóloga (Beatriz Valderrama) y un ingeniero (este articulista) hemos querido conectar con la vida cotidiana en la empresa, y desplegar el lenguaje de directivos y profesionales. Entre las recomendaciones que formulamos, figuran:
- Revise sus metas, intenciones, creencias y valores.
- Practique el pensamiento reflexivo regalándose momentos de silencio.
- Además de gestionar bien su tiempo, gestione su atención.
- Encargue trabajo al subconsciente y atienda a los resultados.
- Procure percibir mejor las realidades propias y ajenas.
- Profundice en los problemas hasta comprenderlos bien.
- Pídase más a sí mismo, y aproveche todas sus facultades.
- Observe los mecanismos de su intuición y familiarícese con ellos.
- Llénese de legítimo propósito, y de empeño para conseguirlo.
- Concilie su intuición con la razón, y cultive ambas.
Pero es preciso asignar el idóneo significado a estos significantes, y, desde luego, tomar conciencia de nuestro potencial de seres humanos y de nuestras obligaciones morales al respecto; tenemos que ser efectivos y felices y, sobre todo, contribuir a la efectividad y el bienestar de nuestro entorno. Súmense al intuition movement en la empresa del saber y el innovar, sin olvidar el papel determinante de la razón.
Un mensaje final
Recordemos que la innovación conduce a la prosperidad. Nuestras cabezas pueden aproximarse a la innovación, sello cardinal de esta economía emergente, por diversos senderos y medios: la curiosidad, la creatividad, la investigación, el ingenio, la casualidad, la imaginación, las conexiones oportunas, las inferencias, las hipótesis, las abstracciones, la perspicacia, la sagacidad… Observen que la intuición genuina, en estado puro o combinada con estos elementos, constituye el elixir o elíxir —mágica fórmula— que nos conduce a la innovación-prosperidad, y nos aleja de la rutina y la mediocridad.