Comencé a redactar guiones para Enseñanza Asistida por Ordenador (EAO) mediados los años 80, y lo hice luego, cuando se empezó a hablar ya de e-learning. Lo he seguido haciendo ocasionalmente, y mis últimas experiencias han sido relativamente recientes, dentro de un proyecto subvencionado. En total, puede que mis guiones interactivos diseñados se aproximen al millón de palabras, incluidos los diálogos y aparte de esquemas y gráficos. En estos 25 años he acumulado algunas experiencias que quizá vale la pena contrastar con otras, en beneficio de la calidad y efectividad de la formación on line.
Tras una etapa de docente de los de bata y tiza en el área de telecomunicaciones, fui seleccionado en mi empresa entonces, Fycsa (ya desaparecida), para los diseños de EAO en 1986, y también fui ya por entonces guionista de sistemas de vídeo interactivo en discos ópticos de 30 cm; pero enfocaré aquí la etapa on line del e-learning. Entre los usuarios de los cursos cuyos guiones he escrito en los últimos diez años, ha habido trabajadores y directivos de Aena, Alcatel, Telefónica, Indra y otras empresas. No siempre he sido tutor directo para el aprendizaje de los usuarios, sino que a veces se orquestaban tutores intermedios que me trasladaban las cuestiones que ellos no podían atender.
Antes de empezar, dejen que me remonte a los años 70 y 80 —trabajaba yo como formador en una gran empresa— en que enviaba mis manuscritos (manuales didácticos) al pool de mecanografía; padecí entonces algunas desagradables sorpresas en la fase de correcciones. Los textos eran tratados allí de modo bastante automático, y cualquier petición o aclaración que yo escribiera al margen podía resultar fielmente transcrita como si formara parte de la redacción, sin mediar consulta alguna. Pronto decidí pasarme yo mismo a máquina los textos de menor volumen, y dejar así los espacios adecuados para fórmulas, dibujos, esquemas, etc. Luego, poco después, llegarían felizmente los ordenadores personales, y pronto la Enseñanza Asistida por Ordenador.
La verdad es que padecí algunos berrinches por aquel asunto de la mecanografía, y lo recuerdo ahora porque he tenido experiencias similares después, como guionista de cursos para aprendizaje por ordenador.
Recientemente y por ejemplo, envié una unidad didáctica interactiva en Word a un empresario asociado a APeL, y me la mostró enseguida, una vez “colgada” en su plataforma. Las anotaciones que yo había escrito al margen sobre enlaces hipertexto de algunas palabras, fueron tratadas como si formaran parte de la lección, aparte de saltarse alguna de mis pantallas y presentarlo todo como un texto lineal. Me explicaron que lo habían colgado sólo para que yo viera cómo quedaba, y me retiraron inmediatamente el acceso a la plataforma.
Sé que los proveedores de sistemas de e-learning (muchos de ellos asociados en APeL) trabajan con animaciones y formatos de interactividad, y asimismo con textos lineales en pdf; pero siempre me han encargado típicamente guiones interactivos, y entonces yo preguntaba por los formatos de interactividad con que trabajaban, para incorporarlos en mi storyboard. No siempre me los identificaban a priori, pero lo peor es cuando de un guion interactivo el proveedor extrae un pdf, porque entonces puede limitarse a recortar algunas pantallas y figuras, y dejar un contenido lineal con algunas incoherencias. Cuando se trabaja con pdf, prefiero diseñar yo mismo el documento, porque el autor trabaja con significados y los técnicos de producción (en últimos casos que he conocido) parecen hacerlo meramente con significantes.
Obviamente, mis recuerdos enfocan las empresas proveedoras con que he trabajado, que quizá no han sido siempre las mejores. En efecto, mis experiencias no han sido siempre buenas y empezaré por las mejores y las peores, para que se comprendan mis prevenciones. Luego formularé también mis conclusiones generales, por si resultaran de algún interés. Ya sé que no cabe generalizar, pero sí me han parecido en alguna medida reveladoras mis vivencias como guionista y por eso trato de sintetizarlas.
Las mejores experiencias
Aquí tengo que decir que lo más grato profesionalmente lo he vivido cuando he sido tutor de los cursos de mi autoría, y he intercambiado mensajes con los usuarios de otras empresas. En los mails recibidos, algunos usuarios me mostraban argumentada satisfacción por el contenido del curso, y, aunque el objetivo no es que resulte ameno sino efectivo, yo podía observar cómo se apreciaban esfuerzos de diseño de cada curso, esfuerzos que no se habían detectado en mi propia empresa.
En efecto, con o sin acierto, he procurado trabajar más para los usuarios que para mi jefe, lo que en mi caso resultaba ciertamente distinto, a mi modo de ver. Los responsables de los proyectos parecían pedirme más rapidez que esmero, y temo que les preocupaban más sus clientes (áreas de formación de grandes y medianas empresas) que los usuarios. De modo que el contacto con los usuarios y su asentimiento me han resultado siempre muy gratos.
Debo decir que, hace años, mi impresión era que los usuarios se veían en sensible medida obligados en sus empresas a seguir los cursos on line, típicamente de breve duración (“píldoras”), y muchos los hacían rápidamente, como para quitárselos de encima; esto me hacía valorar más la satisfacción mostrada en sus mails, al margen de los habituales cuestionarios. Pero también he trabajado con usuarios que habían elegido los cursos que hacían, incluso de larga duración y hasta 600 páginas (pantallas) de storyboard, y he recibido mensajes de satisfacción por el contenido.
En definitiva, lo más grato del diseño me ha resultado siempre su aplicación a cada programa formativo y el contacto con los usuarios, lo cual parece muy propio de los docentes, que es lo que he sido durante toda mi trayectoria laboral; primero en temas de telecomunicación y luego en temas relacionados con el lado humano de la gestión empresarial.
La peor experiencia
En general siempre me ha resultado algo difícil la relación con los técnicos de producción de los sistemas de e-learning, quizá porque yo veía la información y la comunicación más importantes que la tecnología, y ellos parecían ver la tecnología más importante que la información y la comunicación. Empeñados en multiplicar el número de clics a hacer por los usuarios, parecían capaces de dividir la torre Eiffel en secciones, a clic por sección, y evitar mostrarla completa al observador. No pretendo llevar razón, pero sí formular mi visión de la cosa, después de tantos años.
Pero deseo hablar de una experiencia francamente mala, relacionada con la propiedad intelectual. En el proyecto subvencionado de que les hablaba, y aunque yo fui autor único del guion-storyboard —con más de 150.000 palabras, aparte de esquemas y figuras—, la empresa decidió ocultar mi autoría a los usuarios (en su documentación del proyecto para el organismo que subvencionaba, figuraba un extenso equipo de diseñadores), e incluso en la plataforma virtual figuraban como tutores personas ajenas al contenido del curso. Además, supe (por descuido de la compañera implicada) que se iba a llevar mi guion-storyboard al Registro de la Propiedad Intelectual a mis espaldas. Nunca me había preocupado yo antes por la propiedad intelectual, pero aquello me pareció algo francamente feo: ocultar mi autoría y llevar luego el guion al Registro “sin que se entere Pepe”.
No me extiendo en detalles del caso, pero les traigo esta experiencia para subrayar la conveniencia de que, como ocurre con los libros y manuales de formación, haya en los sistemas de e-learning una identificación de los autores de los cursos, lo que podría contribuir a su esmero y su compromiso con los resultados. Creo que resulta obligado hacerlo, tanto pensando en autores como en usuarios. A mí me gusta saber quién lo ha escrito, antes de leer un libro.
Otras reflexiones y recuerdos
Los primeros diseños, en los años 80, eran materializados por nosotros, los propios docentes, con ayuda de sencillas herramientas de autor; pero posteriormente, ya en la etapa on line, se montó todo un sector de negocios en torno al e-learning, y los docentes pasamos a ocupar un papel secundario, como especie de “subcontratados” en los proyectos. Uno se llevaba desagradables sorpresas, al ver en ocasiones en la pantalla didácticamente desvirtuados los guiones (textos, esquemas, dibujos…), por personas ajenas a los temas.
Más que el disgusto por los cambios introducidos respecto del diseño, lo que me inquietaba era el derecho que se atribuían los técnicos de producción: manipular los textos sin conocer el tema ni acreditar experiencia docente. En la mayoría de los casos que he conocido, los técnicos han manejado significantes y no significados, y eso explica que me haya estado encontrando errores diversos tras la producción.
Lo de menos es que me escribieran (por ejemplo) “serenidad”, en vez de “serendipidad”, o me introdujeran faltas de ortografía, o me pusieran una foto de un señor que no era, porque son errores que todos podemos cometer, y yo también; veo peor que me cambiaran el usted por el tú, o que, por ejemplo, me dividieran en escalones la escalera de inferencias de Argyris, que es algo así como partir en trozos la torre Eiffel cuando el autor la desea mostrar completa.
Sí, lo que me preocupa es el derecho que se han venido atribuyendo por encima del autor. Al parecer —siempre dentro de los casos que he conocido—, se considera al docente mero experto en cada tema, pero incapaz de diseñar un guion interactivo. Una vez, en 2008, me lo dijo un empresario del sector (APeL): “Te veo como un experto, pero no creo que seas capaz de diseñar un guion”. Pedí un ejemplo para orientarme, pero no me dieron nada; de modo que, para mi primer trabajo allí, me atuve a mi know how anterior. Luego supe que una muestra de aquel primer trabajo para aquella empresa se proporcionaba a otros diseñadores como referencia.
Para un docente de nuestros días, redactar un guion acomodándose a los formatos de interactividad de los productores, no resultar más difícil que diseñar una presentación con PowerPoint o herramienta similar: ésta es mi opinión. Pero, en la era de las tecnologías de la información y la comunicación, en la denominada Sociedad de la Información, la tecnología parece reclamar mayor protagonismo que el de la propia información. Yo sería, desde luego, partidario de que los propios docentes siguieran desarrollando los productos, con idóneas herramientas de autor que no habrían de ser más complejas que el PowerPoint.
Recuerdo que, en una intervención mía sobre calidad del e-learning en la Universidad de Sevilla (abril, 2009), defendí que el conocimiento viene de la información y no de la tecnología que le da soporte. Contemplé empero sorprendido cómo el ponente que me siguió sostenía que no estaba de acuerdo; que el conocimiento no venía de la información. Guardé silencio y eso hago ahora: el lector tendrá su opinión al respecto.
Hoy parece creerse, por cierto, que un guion puede ser redactado por personas ajenas al tema del curso, a partir de un texto lineal de partida. Yo opino que nadie puede enseñar lo que no sabe, pero en efecto alguna vez me han preguntado (otro empresario asociado a APeL, en 2009) si podía yo preparar un guion interactivo de un curso sobre un tema que desconociera. Mi respuesta fue que primero lo aprendería y luego lo enseñaría, aunque obviamente prefiero hacer guiones de los temas que ya conozco, y en los que he profundizado más. En efecto, procuro profundizar en cada tema, antes de ponerme a diseñar guiones interactivos para la denominada formación virtual.
En realidad, temo que la aparición, en 2008, de la norma UNE 66181 de AENOR no viniera a mejorar las cosas, sino a proporcionar argumentos a quienes ven la calidad como algo proporcional al número de clics a que se obliga al usuario. Bien está la interactividad, en la medida en que recree diálogos docente-discente para alentar, por ejemplo, las mejores inferencias del usuario; pero no tanto, cuando recuerda meramente el paso de páginas de un libro.
Aquí recuerdo cómo algunos técnicos de producción me partían en cuatro trozos el texto de una pantalla, para que el usuario tuviera que hacer cuatro clics para leerlo. Si me hubieran pedido utilizar ese formato de interactividad (“1-2-3-4”), yo lo habría aplicado dentro del guion en los resúmenes de cada unidad, por ejemplo. Sí, me resulta curioso que me ocultaran algunos formatos que manejaban en la producción, para luego incorporarlos los técnicos con dudoso acierto.
Todo se puede mejorar, todo es perfectible, y sin duda en fase de producción pueden surgir mejoras valiosas en los contenidos de los cursos; pero yo se las confiaría a los autores, o a personas expertas en los temas tratados. En beneficio del e-learning, en modo alguno dejaría que personas ajenas a los temas manipularan los guiones en grado sensible: yo debo decir lo que pienso, así como el lector puede pensar de otro modo.
Acumulo también algunas experiencias como usuario y como mero observador, aunque he querido limitarme aquí a mi papel de guionista. No obstante, deseo aludir a esos muñecos parlantes que he visto alguna vez en pantalla, para añadir animación: no me gustan. Quizá haya casos en que este recurso procede, pero lo he visto ridículo cuando lo he visto. Por otra parte, también he visto figuras animadas que reclamaban la atención del usuario, pero la pantalla temporizaba sin que el usuario pudiera leer el resto del contenido mostrado. Y he visto un curso on line de Ortografía que, para mi estupor, no hacía sino reproducir parcialmente unas desactualizadas normas; mejor comprarse, por pocos euros, el librito de la RAE. No deseo mencionar a qué cliente decía el empresario haber vendido este curso.
Insistiendo en mi experiencia de guionista, debo añadir que lo más complicado suelen ser los diálogos sistema-usuario; por ejemplo, redactar frases verdaderas y frases falsas en las preguntas. No vale cualquier cosa; creo que esto ha de hacerse con cuidado y esmero, para que sirva de refuerzo didáctico. Temo que normalmente sólo lo valorará el usuario, pero es un esfuerzo especial a exigir al guionista, que ha de ser, desde luego y sobre todo, un buen redactor. Claridad, precisión, relevancia…
Mientras escribo este artículo, me acaba de llegar un mensaje de Barranquilla, Colombia, pidiéndome información sobre casos de éxito en la aplicación del e-learning y no sé qué voy a responder. Hago esta digresión porque temo que lo que pueda verse como éxito por los proveedores, o por las áreas de formación de las empresas clientes, quizá no se vea siempre como tal por los usuarios. No digo que no haya usuarios satisfechos, que los hay; digo que tal vez habrían de ser ellos quienes evaluaran la contribución de estos cursos a la mejora de su productividad y su competividad individuales.
Mensajes finales
Por si fueran de consideración y derivadas de mis propias vivencias, les traigo algunas conclusiones: ya valorará el lector su interés. Sintetizando, he querido decirles que:
– Se habría de dar mayor protagonismo a los docentes, en la elaboración de los cursos. En este sentido y como alumno, a mí podría bastarme un texto lineal en pdf, por ejemplo, si estuviera didácticamente preparado, con el debido esmero. Sería también más barato, ya que en no pocos programas interactivos se añade, en mi opinión, más coste que valor.
– Creo que es más importante el qué aprender que el cómo hacerlo, de modo que tal vez no debería hablarse tanto de e-learning frente a otros métodos, o de nuevas versiones o modalidades del e-learning, sino de contenidos mejor sintonizados con los perfiles de la economía emergente del saber y el innovar.
– No cabe cuestionar la aportación de las TIC en nuestra vida doméstica y social, en el trabajo y en el aprendizaje permanente; pero no se ha de llegar a trivializar o ningunear la información en beneficio de la tecnología. Ésta, en el caso que nos ocupa, ha de servir al aprendizaje y no tanto al lucimiento de los técnicos.
– Yo pediría que los docentes manejáramos herramientas ad hoc con suficiente soltura, para la producción de los cursos de que somos autores; pero no descarto que haya buenos técnicos de producción que se sepan profesionales de su rama y no de otras, para el desarrollo de los cursos.
– Un curso on line carece de valor si no contribuye a un aprendizaje efectivo, rápido y grato de los usuarios. Conocí a un empresario del sector que iba diciendo que había formado en gestión de proyectos a miles de personas de un gran banco, pero el banco decía que, en más de un año, no lo había utilizado todavía; que lo ofrecería seguramente al personal de nuevo ingreso.
Sin duda, cada empresa productora de cursos on line es soberana, y además mis conclusiones, si dignas de consideración, serán muy discutibles. Yo sólo pretendo lo que estoy legitimado a hacer: decir, equivocado o no, lo que pienso. De hecho, añadiría que quizá se entienden, me parece a mí, diferentes cosas por e-learning. Creo que también es e-learning cuando navego por Internet indagando sobre diferentes temas de mi interés; obviamente uno debe tratar con cautela la información que encuentra antes de traducirla a conocimiento valioso y aplicable, pero hay mucha información en la Red.
Aquí lo dejo. Por decir alguna frase trascendente y asumiendo los riesgos de las analogías, añadiría que no hay buena película sin un buen guion, aunque éste pueda ser objeto de mejoras durante el rodaje. Lo que trato de decir es que, quizá, la última palabra sobre el guion habría de corresponder a quien figure como guionista, en sintonía con el director de la película. No veo yo a ningún cámara o decorador modificando el guion libremente, como seguramente saben las mejores empresas proveedoras de e-learning, asociadas o no a APeL.