Es de reconocer que en los últimos diez años ha aumentado la atención sobre temas tan importantes como el calentamiento global, el cambio climático, matanzas de elefantes o el Acuerdo de París, pero también hay que decir que falta mucho por hacer. Por ejemplo, un videíto de una pobre señora cayendo por una escalera puede tener diez o veinte millones de vistas, al tanto que otro videíto, de similar longitud, pero sobre cambio climático o deforestación de bosques, si obtiene cien es mucho. Para quienes trabajamos estos temas la cosa es bastante fuerte, pero a su vez es el motor que nos hace seguir.
Y es que estamos en la «Civilización del espectáculo», como bien lo acuñara Mario Vargas Llosa, título de su ensayo sobre el tema. En esa magnífica descripción de la época que nos ha tocado vivir, el autor de «La ciudad y los perros» cuenta de un joven escultor que trataba de surgir en París, sin ningún éxito. A sus pequeñas exposiciones no acudía ni el gato. Eran pura pérdida. Un día se trasladó hasta una estación de radio y les contó lo que se proponía. A ellos les pareció noticioso lo que el muchacho les describió y enseguida comenzaron a radiarlo. Por primera vez en París se presentaba una muestra de esculturas hechas a base de auténtico excremento humano. Sobra decir que la cola de gente le daba la vuelta a la manzana y el chico convirtió en oro la mierda.
Esta anécdota es síntoma de una era de sensaciones, sensacionalismos, búsqueda de placer en lo raro, en lo nunca visto o hecho, en la novedad como entretenimiento, el espectáculo, la noticia ligera, la imagen fácil, el videíto rápido o el videíto intrascendente tomado y lanzado desde el teléfono de bolsillo. Todo esto unido al poco tiempo dispensado a cada contenido visitado, puesto que hay que pasar al siguiente, al otro, al enlace encontrado, y así todo el día, con el agravante de que llegada la noche es muy poco lo que queda del centenar y medio de tópicos de toda índole vistos en el día. Estamos en una época vertiginosa, de inmediatez, pragmatismo, del individuo que todo lo quiere rápido. El tiempo medio de permanencia en algún sitio de la red es medido en segundos.
Pero no solo la tecnología ha sido la que nos ha traído hasta esta época del «Carpe diem», que prescribe gozar el día como si fuera el último. Existen otros factores distintos a los «gadgets» y «apps» y, que han relegado el interés por el conocimiento a un tercer plano. Las sociedades han comenzado a retirar de los pensum la literatura, filosofía e historia. Ahora los editores prefieren los cuentos sin moraleja, los “best sellers» y los cómics interactivos a la literatura. Algunas agencias literarias colocan letreros en sus sitios web de «no se acepta poesía». Solo falta el «¡Cuidado, perro bravo, poetas no acercarse!» Es la “cultura del siglo XXI”, dicen quienes defienden este sistema.
Viktor Frankl en su ensayo, «Ante el vacío existencial», ya en los años cincuenta hablaba sobre la frustración que significa la falta de sentido de la vida, pista importante para ir entendiendo lo que está pasando. También hallamos un hilo conductor en Espidio Freire en su «Mileuristas, retrato de la generación de los mil euros», referido a la juventud europea, pero aplicable más o menos a todas las latitudes. Freire nos habla en 2006 de la cantidad de jóvenes profesionales, brillantes, graduados cum laude, hablantes de tres y cuatro idiomas, pero que deben vivir en precariedad, con sueldo promedio de mil euros por mes, el cual desde entonces ha disminuido y ahora muchos quisieran devengar esos mil euros, obligados a vivir arrimados a sus padres hasta los 30 y 40 años, en una sociedad opulenta que no les ha retribuido sus esfuerzos y mucho menos sus conocimientos. A ellos, casi desde la cuna, sus padres venían diciendo que, si estudiaban con empeño y se graduaban con buenas calificaciones, tendrían garantizada una excelente calidad de vida, promesa incumplida en la mayoría de los casos.
Ante esta realidad, ¿cómo se les puede exigir que adquieran más conocimientos? Estos jóvenes, que se han quemado las pestañas estudiando durante gran parte de su adolescencia y juventud, una vez insertados en los mercados de trabajo se han estrellado contra la dura realidad de que el sueldo apenas alcanza para sobrevivir. Otros corren peor suerte porque no logran abandonar los ejércitos de parados y muchos solo obtienen puestos de pasantes, casi sin sueldo. Peor aún, por el retrovisor ven una y otra vez los consejos paternos, pero cuando miran por el parabrisas lo que ven es un montón de gente mal preparada, por decir lo menos, nadando en piscinas llenas de billetes, muchas veces provenientes de dineros mal habidos.
A grueso modo, lo aquí descrito es la amalgama de nuestros días, una hechura de frustración, rabia, resentimiento y rebeldía, y explica, en parte, por qué la viejita que se cae por la escalera tiene veinte millones de revisiones y los temas del planeta cien. El videito es más rápido y divertido que los diez minutos que toma la lectura de lo sucedido a la selva de en Borneo, solo por citar un ejemplo. No es de extrañar que la reparación del planeta, prometida a la juventud por la misma generación que le ofreció calidad de vida a cambio de sacrificios escolares, no sea creíble, ¿por qué habría de serlo? ¿están dando buen ejemplo los políticos? Todo ello subyace dentro de sus cabezas como una nebulosa intangible, mientras que el «carpe diem» si es una apuesta segura y más asible para ellos. Ante esta realidad no es fácil lograr para quienes tenemos el activismo de la Tierra como pasión, que los jóvenes y no tan jóvenes fijen su atención en gases de efecto invernadero, desarrollo sustentable o la destrucción que se está llevando a cabo en este momento en la selva lluviosa del Amazonas, el pulmón del mundo.
Se aproxima la COP23, patrocinada por la ONU, a celebrarse en la ciudad alemana de Bonn, entre el 6 y 17 de noviembre próximo. Será presidida por Fiji, esa pequeña y encantadora isla del Pacífico, muy vulnerable a los cambios climáticos. De modo que la vigésima tercera entrega de las Conferencias sobre el Cambio Climático será la primera en tener dos cabezas. Que sea buena la oportunidad para comenzar a fijar la atención en estos eventos e involucrar en especial a los niños, adolescentes y jóvenes, como ya lo están haciendo la ONU y otras organizaciones. Es muy gratificante oír a niños de diversas latitudes hablar con tanta emoción y sinceridad sobre el planeta y el futuro que desean para la Madre Tierra. En verdad es una labor encomiable de la ONU. Para concluir, es obligatorio otorgar un especial reconocimiento a la señora Patricia Espinosa, Secretaria Ejecutiva de la CMNUCC*, que le ha puesto un mundo para llevar a buen puerto la COP23. Vale la pena echar un ojo a este evento.
*Convención Marco de las Naciones Unidas para el Cambio Climático
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