La tranquilidad, el amor, la alegría, el regocijo son los agentes que deben circundar nuestra atmósfera. En cambio, la ira, el odio, la venganza, entre otros, debieran desaparecer hasta de nuestro léxico. Sin embargo, no es así. El diario acontecer nos puede hacer saltar de una emoción a otra, no solo con facilidad, sino con efectos nocivos sobre nuestra salud corporal, equilibrio mental y paz espiritual.
El ser humano sufre de cambios emocionales a diario en el hogar, autobús, colegio, oficina, estadio, restaurante, en todo lugar y en todo momento, las 24 horas del día. Se ha comprobado que aún mientras dormimos, nuestros estados afectivos son impactados por agentes de todo tipo.
Las emociones no se pueden controlar. Tú no puedes someter lo que sientes o dejas de sentir, pero sí las puedes gestionar, es decir, puedes hacerte cargo de ellas, de las consecuencias que para ti o para otros traigan las conductas producto de esas emociones.
Cuando gestionas inteligentemente tus emociones, utilizas con efectividad el poder y la voluntad. Sin ese poder, estamos a merced del desenfreno emocional y, en consecuencia, de cometer grandes errores en la vida.
La voluntad es el interruptor que te permite activar la respuesta y apagar la reacción: es tu decisión accionarla o no. Cuando está encendida la voluntad, tú eres dueño de tus actos, o sea, respondes. Cuando está apagada la voluntad, tus actos son dueños de ti, es decir, reaccionas.
Cuando opera, la voluntad pone en funcionamiento la razón y la conciencia para guiar tus pensamientos, y a través de ellos, tus actos.
Tú decides cuál es la respuesta que darás al evento que te alteró. Y esto no quiere decir que tus sentimientos desaparezcan, es solo que las estás gestionando inteligentemente.
Cuando no opera la voluntad, no respondes, sólo estás reaccionando. Sencillamente te dejas llevar por el impulso, por el arrebato, por la pura emoción, sin medir las consecuencias. No existe gestión, no existe inteligencia emocional.
La inteligencia emocional se fundamenta en la voluntad para darnos el permiso de comprender a los demás y gestionar nuestros procesos emocionales de forma asertiva y en sano impulso al crecimiento continuo.
“La suprema felicidad de la vida es saber que eres amado por ti mismo o, más exactamente, a pesar de ti mismo”. Víctor Hugo.