Sobre el qué dirán y otras barrabasadas… 7 conversaciones para tu vida personal

La alegría y la pena son inseparables…, vienen juntas…. Y cuando una se sienta a vuestra mesa…, recordad que la otra está durmiendo en vuestro lecho. Khalil Gibran

¿..Me creerían si les digo que no sé cómo iniciar..?

Pero… ni modo… de alguna manera tengo que hacerlo, así que voy a iniciar estas conversas rogando a Dios no sea pura diazepán, que de tan aburridas me los manden a dormir.

También me gustaría palabrearles un poco de dónde salieron todas estas locuraciones que intento… digo yo… compartir con ustedes.

Pues resulta que desde niño he sido un gran fan de nuestro gran poeta Rubén Darío, principalmente de su poema “Lo Fatal”, pues siempre he considerado que en él se refleja la esencia de la incertidumbre y dureza de la vida; pero… si no me creen…, compruébenlo ustedes mismos:

¡Verdad que está tuani!

Pues bien, tanto me ha impresionado este poema (y pensando que las cosas siempre hay que actualizarlas, más porque en la época de nuestro poeta el mercantilismo y consumismo no eran tan recalcitrantes como en nuestros días), que, años más tarde, cuando me contagié del síndrome de poeta, me tomé el atrevimiento de parafrasearlo, escribiendo mi versión personal de Lo Fatal para nuestros dorados días, la que con gusto comparto con ustedes:

Pero no se estén imaginando que trato de transmitirles una versión bien negra de la vida… no… y prueba de ello es que a este escenario existencial siempre le he antepuesto un poema que aprendí en mi adolescencia y que me ha servido como brújula para mi travesía terrenal:

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Me imagino que ya se estarán preguntando, ¿y qué tiene que ver todo esto con las conversas y el qué dirán?

Ni yo lo sé, pero bueno, sigamos.

Todo el tiempo he considerado que la vida es sencilla y bella, pero que somos nosotros quienes la volvemos complicada y tormentosa, y todo por no lograr (ni querer) asimilar que los acontecimientos que nos suceden en la vida son parte de nuestro entrenamiento de sobrevivencia y convivencia social, y en vez de tomarlos como lecciones de vida, los sobredimensionamos y convertimos en nuestras propias barreras existenciales, sí, barreras que frenan y retardan nuestro desarrollo y crecimiento personal y social.

¡Ojo!, Con esto no trato de negar la existencia de la alegría y la tristeza, del triunfo y el fracaso, de la felicidad y el sufrimiento, del llanto y la risa, del bien y el mal.

No.

Recordemos que…

“Siempre encontraremos una luz en la oscuridad o una sombra en la luz, por eso, lo importante es estar consciente dónde estamos y hacia dónde vamos, y que, sin importar lo que hayamos avanzado, siempre nos quedará mucho por aprender y mucho por avanzar”.

¡Ni quiera la araña peluda!

Eso sería como pretender negar el día y la noche.

A propósito de esto, recuerdo un dicho que dice: «si tu mal tiene remedio, de qué te afliges, y si no lo tiene, para qué te preocupas«. Es decir, si se está consciente de lo que realmente sucede en una situación, no tiene sentido asumir posturas derroteras, achumicadas o de cabanga, porque si esta situación se puede resolver, pues busquemos la solución, pero si no se puede, no nos queda de otra que superarla y seguir adelante.

Volviendo al tema, a lo largo de mi historia, he conocido muchas personas que, a causa de algún acontecimiento trágico para ellas o por simples prejuicios, se han vuelto amargadas y viven una vida toda aburrida e insípida, pues han perdido todo aliciente para vivir sus vidas a plenitud, se han encerrado en una caparazón existencial (peor que la de la tortuga y la del cusuco), han convertido sus vidas en círculos viciosos, en una espiral de negatividades de nunca acabar.

Y, precisamente, señoras y señores, señoritas y señoritos, es ese desperdicio existencial lo que me ha llevado a escribir estas conversas, pues me resulta difícil digerir que alguien tire por la borda (como si fuera basura) su corta existencia por esta Tierra.

Mi intención no es que digan qué bruto cuánto sabe este bróder… ni que crean que mi vida es perfecta y estoy en un paraíso…, NO…, mi intención es despertar y motivar conciencias para que asimilemos que, si hay algo que nunca podremos evitar, es que la vida sea impredecible, cambiante e indolente, no le tiene pesar a nadie, igual que la muerte, por algo son hermanas. Y, querámoslo o no, tenemos que aprender a convivir con esa realidad y aceptar lo bueno y lo malo, el éxito y el fracaso, la risa y el llanto, como elementos ineludibles e irrenunciables de nuestra existencia.

Además, tenemos que meternos en la cabeza que si la vida es tan corta, ¿por qué jodido no disfrutarla?, ¿por qué jodido no tratamos de pasarla bien en lugar de estar lamentando y deplorando lo que nos pasa o nos ha pasado?… Al diablo con el pasado, lo que pasó, pasó, y no lo vamos a deshacer, pues no tiene marcha atrás, es irreversible.

Que duele vivir, claro que sí, y mucho, pero también tiene sus momentos gratificantes.

Y, aquí está el detalle, la cantidad de momentos gratificantes o de desdichas que tengamos en nuestra existencia va a depender de cómo valoremos nuestras situaciones. A mayor valoración positiva, más momentos gratificantes, a mayor valoración negativa, más momentos de desdichas.

Ya me salió la venada careta, porque ya estoy de cerebrito y no he ni comenzado las conversas.

Pero, bueno, echémosle ganas y terminemos con esto.

Es gratificante la partida o muerte de un ser querido, ¡claro que no!…Pero no podemos (ni debemos) pasar llorando ni deplorando su partida “forever” (para siempre). Si nosotros, en lugar de asumir reacciones negativas (que lo único que hacen es desgastar nuestra existencia), aprendiéramos a valorar las cosas buenas, los momentos agradables que compartimos con este ser querido, nos daríamos cuenta cómo el dolor de su ausencia disminuye, y si a ello le agregamos el tomar coraje para seguir sus buenos ejemplos y consejos, en lograr las cosas buenas que esa persona hubiese deseado para nosotros, obviamente, aún ausente, nos servirá de inspiración, de fortaleza y de motivación para seguir adelante, por muy mala bichucha que haya sido, pues no hay ser humano que no haya tenido (o que no tenga) su lado bueno, todo depende que nos tomemos la molestia de encontrárselo.

Ya sé, alguien por allí dirá que se me resbalan las tejas, pero no, aunque ese ser querido haya partido, siempre habrá momentos agradables vividos o cosas buenas aprendidas. Nadie es 100% malo o mala (así como no hay personas 100% buenas). Y, lo más importante, es que hasta de las experiencias malas y dolorosas se aprenden cosas buenas.

En pocas palabras, no importa el tipo de acontecimiento que nos toque vivir, siempre debemos tratar de verle el lado amable, el lado positivo para nosotros, la lección enriquecedora que conlleva. Y esto no quiere decir que somos de palo, que no nos afecten las cosas, pues, sea lo que sea, somos seres vivientes de carne y hueso que sentimos, pensamos, deseamos, reímos y lloramos.

Nunca hay que olvidar que el curso de nuestra existencia, de nuestra historia, de nuestro destino, es responsabilidad nuestra y sólo nuestra, de nadie más, que, lo que hagamos de nuestra vida o lo que suceda en ella, siempre seremos nosotros y nosotras mismas los responsables (sea por hechores o por consentidores), las demás personas solo son factores que intervienen, que influyen, pero que no determinan, porque es nuestra elección y es nuestra decisión.

Esa condición dura, impredecible y temporal de la vida es la que debe motivarnos para vivirla a plenitud, en presente (no en pasado), y a perpetuarnos a través de nuestras obras, porque ellas serán las garantes que las demás personas nos recuerden y nos tomen de ejemplo y de motivación para sus vidas.

Bueno, basta de bla, bla, bla, y arranquemos de una vez por todas con nuestras conversas, para eso están leyendo este libro, no.

Primera Conversa

A propósito del

QUÉ DIRÁN

Cada cual se tasa [valora] libremente en alto o bajo precio, y nadie vale sino lo que se hace valer; tásate [valórate], pues, como libre o como esclavo: esto depende de ti. Epícteto

Aunque algunas veces de manera descabellada, desde que nacemos hasta que morimos, se nos trata de inculcar patrones de conducta establecidos, aceptados y santoleados socialmente, para moldear nuestro comportamiento a ese supuesto modelo ideal común, patrones que, a la larga, lo único que hacen es condicionar, mediatizar y limitar, día tras día, nuestro desarrollo, nuestras vivencias, nuestras emociones, nuestros aprendizajes de vida.

Lo peor del caso es que nos restriegan y restriegan, una y otra vez, esos patrones que terminamos aceptándolos como verdades absolutas y los asumimos como etiqueta ideal de presentación ante los y las demás, patrones que nos hacen caer en un estado hipnótico social, en un estado de sometimiento social al entorno que nos rodea, en un estado de ansiedad que nos angustia y nos arrastra a pretender quedar bien con los y las demás, o al menos con las personas más cercanas a nosotros, en cada una de nuestras acciones, aún a costo de nuestra propia salud y bienestar emocional y mental.

Por eso, al comenzar esta conversa escrita, me viene a la mente un dicho popular que mucho repetía mi madre: “hagás bien o hagás mal, perro negro te has de llamar”.

Y es que la señora tenía claro que con la gente nunca se queda bien, si uno se porta recatado, es mojigatería, si se porta bacanal, es putería.

O sea, si te corrés, te mato, y si te quedás, también te mato.

Entonces, Dios mío, ¿qué hacer para quedar bien con Raymundo y medio mundo, para que la gente piense bien de uno?

En mis ti tantos años primaverales, he aprendido que la respuesta a esta pregunta es: NADA…sí, un rotundo NADA.

No se puede hacer nada, nada de nada. Siempre habrá personas que te pondrán en un altar con tantos elogios, así como otras que te despellejarán vivo, sin asco y sin anestesia, te harán ver como un aborto del infierno, como un engendro del mal.

Y, ni modo, no hay nada que hacer, así es la sociedad en la que nos toca aprender a vivir y convivir, en la que tenemos que acomodarnos mientras dure nuestra travesía terrenal. Es más, ni siquiera podemos pretender cambiar el mundo, a lo más que podemos aspirar es a contribuir en cambiar un poco nuestro entorno. Pero no crean que todo es así de negativo, porque sí hay algo que podemos hacer: mejorar nuestra interacción con la vida y las personas, mejorar nuestra forma de ser con nosotros y nosotras mismas, y con los y las demás.

Pero la cosa no es tan simple, porque nosotros mismos, hombres y mujeres, nos esclavizamos a esa sociedad disfuncional y nos negamos a vivir nuestra propia historia, nuestras propias experiencias, nuestra propia vida.

Barajémosla más despacio.

Comencemos por poner los puntos sobre las íes para desenredar esta telaraña y ver en qué momento es que nos convertimos en “esclavos y esclavas sociales”, en qué momento dejamos de ser nosotros y nosotras mismas.

Desde chatelitos (chigüines, cipotes, chavalos, escuincles, gardeles,…), cuando alguien de la familia, que a criterio de nuestros padres y/o madres u otra persona mayor, tiene un comportamiento que pone en riesgo “el prestigio familiar“, la frase de cajón que escuchamos es: “¿Qué va a decir la gente de nosotros?”.

Y ese “¿qué va a decir la gente de nosotros?” nos lo repiten y repiten y repiten y repiten y repiten tanto, hasta que se nos clava en la cabeza y lo asumimos como criterio de conducta social y, por qué no, también como criterio de conducta personal y familiar, tanto así que también comenzamos a decir: “¿qué va a decir la gente de mí?”, “¿qué va a decir mi familia de mí?”.

Y es ahí donde se nos arma el zaperoco existencial. Es ahí donde comenzamos a perder nuestro libre albedrío y a convertirnos en esclavos de la opinión ajena, pues todos o casi todos nuestros actos, nuestras ideas, nuestros comportamientos, los dejamos subordinados al “qué dirán”.

Y no es que nos deba importar un comino partido en su millonésima parte la opinión de nuestra familia o amigos, NO, lo malo, lo espantoso del caso es que nos deje de importar nuestra propia opinión, nuestras propias ideas, y nos sometamos a las ideas, a las opiniones de los y las demás, que cuanto hagamos sólo sea para dar gusto a los y las demás.

Pero, antes que lo sepa el diablo, aclaremos eso de libre albedrío.

Dice una cita bíblica que “todas las cosas me son lícitas [permitidas], mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna” (1 Corintios, 6:12).

¿Qué quiere decir esto?

Muy simple, cada uno de nosotros tiene la potestad de elegir lo que quiere hacer de y con su vida, pero debe y tiene que reflexionar bien sobre lo que le conviene o no, es decir, decidir por sí mismo su qué hacer o no hacer, pero no dejarse dominar por nada y, por ende, por nadie,

Y eso, señoras y señores, es libre albedrío, o sea, actuar con propia reflexión y por propia elección.

Ahora, si bien es cierto que una buena opinión sobre nuestra persona nos llena de satisfacción y nos levanta la autoestima, también es cierto que no podemos ser fieles réplicas de lo que los y las demás quieren y/o piensan que debe ser nuestra vida, no podemos dejar de ser nosotros o nosotras mismas, no podemos perder nuestra propia identidad. En pocas palabras, no podemos ser fotocopia ni hechura de nadie.

Por eso, repito, una de las principales cualidades que caracterizan al ser humano es su libre albedrío, es decir, su derecho a elegir, decidir y construir su propia historia, su propia vida, su propio destino, y, lo que es más importante, ser protagonista de ella.

Antes de continuar y para que no nos hagamos un colocho después, es necesario que tomemos en cuenta dos aspectos importantes de la vida.

El primero y el más importante es que somos seres imperfectos y, por tanto, sujetos a equivocarnos, a meter las patas, a regarla toda, a embarrarla. Caso contrario, seríamos perfectos, nunca nos equivocaríamos y todo nos saldría de rechupete, a pedir de boca. Y perfecto, dicen nuestros viejos, sólo Dios.

AUNQUE NO TENGAMOS EL PODER DE ELEGIR DE DÓNDE VENIMOS, SI PODEMOS ELEGIR HACIA DÓNDE VAMOS.

O sea, que el equivocarse no debe considerarse como una  anormalidad humana, como un sinónimo de que noservimos para nada o de que llegamos tarde a la repartición de cerebros.

No, y mil veces NO.

El equivocarse es una cualidad propia, inherente, inseparable e irrenunciable del ser humano. Es la cualidad que nos permite

crecer, madurar y aprender a hacer las cosas cada vez mejor hasta llegar a un nivel de aceptabilidad, no de perfección, pues en la vida  nunca se acaba de aprender ni de mejorar cada cosa, cada componente de nuestra existencia.

Además, nos viven diciendo que de los errores se aprende.

Y dale que sí, pues en esta vida nadie nace aprendido, todo tenemos que aprenderlo: a caminar, a hablar, a comer, a realizar quehaceres, incluso hasta a amar, etcétera, etcétera, etcétera.

Si eso es así, entonces, y con mucha más razón, tenemos que aprender a vivir y convivir con los y las demás, llámese familiar, amigo, amiga, vecino, vecina o pareja.

Ningún ser humano puede alardear de ser perfecto, de no equivocarse, pues nadie, nadie, nadie, nadie puede capearse de cometer errores. Todos y todas la embarramos en algún momento de nuestra vida, qué digo algún, en muchos momentos y durante toda nuestra existencia terrenal.

Es más, equivocarse es un derecho humano inseparable de la vida, del cual nadie puede librarse de errar, y debe vivir con eso hasta que le llegue el turno de entregar el equipo, de estirar la pata.

Pero eso no significa que vamos hacer de los errores un pasatiempo, un hobby, un deporte, NO, podemos, debemos y tenemos que luchar por mejorar día tras día, por cometer la menor cantidad posible de errores en la medida que nuestras experiencias y estudios nos vayan dando los conocimientos y destrezas necesarios para hacer mejor las cosas.

Para eso se vive, para eso se estudia, para aprender a hacer mejor las cosas, para aprender a vivir y convivir, pero, por favor, también para aprender a dejar vivir a los y las demás, para aprender a respetar, tolerar y perdonar los errores de los y las demás.

Pero cuidado, damas y caballeros, no hay que confundir los animales del Señor.

Una cosa es que nos equivoquemos por falta de conocimientos o experiencia, y otra es que repitamos seguido los mismos errores, que nos resbalemos siempre con la misma cáscara, aún sabiendo que está allí y que si la pisamos nos vamos a dar un tremendo chimbazo.

A como nos decía Confucio: “Si ya sabés lo que tenés que hacer y no lo hacés, estás peor que antes”.

Y ya esto, por favor, ya esto es…, por favor.

Dicen que el que comete un error, lo reconoce y trata de enmendarlo, comete medio error. Pero el que comete un error, lo reconoce y no trata de enmendarlo, comete dos errores.

Pero, ojo, fijémonos bien que se dice “tratar de enmendarlo”, pues es lo único que podemos hacer con los errores, ya que los errores son irreversibles y en la vida lo hecho, hecho está y nadie puede retroceder el tiempo para deshacer su error o, tan siquiera, borrar el efecto, la herida o huella que ese error haya dejado.

Entonces, ¿qué nos queda?, simplemente aprender a disculparnos con sinceridad si fuimos nosotros quienes la embarramos, y a tolerar y perdonar si fueron los otros u otras los o las que se embarraron en nosotros o nosotras.

Pero también hay que aprender a cortar por lo sano.

Claro que sí, pues si otra persona nos está haciendo demasiado daño, si nos está haciendo ver la vida de cuadritos y nuestra existencia en pedazos, por favor, no pequemos de masoquistas, está bien que perdonemos, pero también hay que saber decir adiós, goodbye, arriverdeci, à bientôt, sayonara, hasta la vista, cuando, inevitablemente, es necesario hacerlo para poner un alto a cualquier situación insana y nociva que nos lastime o nos degrade.

Y ¿qué significa esto?, pues muy simple, que hay personas dañinas, personas nefastas para nuestra vida, personas que tenemos que verlas de larguito, y mientras más largo mejor, y es que no con todas las personas podemos ser yunta, uña y mugre. Recordemos que no somos moneditas de oro para que todo mundo nos quiera, congeniamos con unos y chocamos con otros, esa es la selección natural de la vida y de la sociedad.

No siempre nos va a ser posible cambiar la actitud negativa de algunas personas hacia nosotros o nosotras, por mucho que lo intentemos. Lo que es peor, ni siquiera vamos a saber siempre el porqué de esas actitudes negativas, algunas hasta son a título gratuito y sólo nos damos cuenta que les caemos en las meras patas.

Por otra parte, si bien es cierto que hay que aprender a aceptar a los y las demás tal cual son, con sus cualidades y defectos, y ayudarles a levantarse de sus errores, de sus caídas (si nos lo permiten, pues no se puede ayudar a quien no quiere que se le ayude), también es cierto que tenemos que aprender a exigir que se nos acepte tal cual somos, con nuestras cualidades y defectos, es un derecho que tenemos.

Por tanto, la vida se trata de ayudar y compartir, de no pretender imponer nuestro criterio o nuestras ideas como verdades absolutas, mucho menos de restregar a los y las demás sus fallas, peor si este restriegue se hace de forma vitalicia.

Por eso…

Antes de hacer algo, antes de tomar una decisión, pensémosla bien y hagámonos la pregunta del millón de pesos: “¿estoy dispuesto o dispuesta a pagar su precio?”. Si la respuesta es un “SI” rotundo, hagámoslo, atrevámonos a correr el riesgo. Pero si la respuesta es “NO” o dudamos, “ALTO”, mejor no lo hagamos y sentémonos a meditar, a pensar bien el asunto, no olvidemos que la prudencia es la madre de la sabiduría, y es mejor esperar un minuto que lamentarnos un siglo.

Recuerden que en la vida siempre es una de cal y otra de arena para lograr la mezcla correcta.

Además, tenemos que considerar, en primer lugar, que la vida es una aventura, y, en segundo, que es totalmente impredecible, llena de constantes riesgos y obstáculos, llena de éxitos y fracasos, de alegrías y sufrimientos.

Sí, en todo lo que hagamos siempre estará en primera fila el riesgo a equivocarnos, porque no tenemos una bolita de cristal para predecir el futuro ni recetas mágicas para que todo nos salga al cien.

Por donde la busquemos, casi siempre (o la mayoría de veces) en nuestro camino encontraremos obstáculos y limitaciones que nos dificultarán o impedirán el logro de nuestras metas, de nuestros propósitos, de nuestros sueños. Y de esos obstáculos, unos serán simples, otros complejos, unos chiches de resolver, otros nos harán ver la venada careta, nos harán sudar la gota gorda.

Si a eso le agregamos que todo… todo cuanto hagamos en esta vida tiene su precio, y que nada es a título gratuito, que siempre habrá un costo que tendremos que pagar, sea material, sentimental o emocional, un costo que podrá ser agradable o desagradable, pero un costo al fin.

Nadie está obligado u obligada a hacer lo que no quiere, pero tampoco está impedido o impedida para hacer lo que desea, pero lo que se vaya hacer que se haga siempre y cuando no violente la integridad física, psíquica o social de los y las demás, dicho en español, que no jodamos la existencia de los y las demás.

En resumen, se quiera o no, nos guste o no, tenemos que enfrentar y aprender a enfrentar los riesgos y obstáculos que nos depara nuestro, sí, nuestro destino.

Pongámosle un poquito más de candela a esta conversa.

La llamada “sociedad moderna” nos enseña, o nos induce, a vivir en una permanente y constante competencia con los y las demás, y en todos los niveles (niños, jóvenes, adultos y viejos). Siempre se está compitiendo con alguien por ser el mejor, por ganar un espacio, un lugar, ya sea dentro de la familia, o en el vecindario, o en la escuela, o en el trabajo, o en nuestra vida amorosa, etcétera, etcétera, etcétera.

Y no es que competir sea malo, no, siempre y cuando, al final, aprendamos a reconocer, aceptar y respetar las capacidades de los y las demás. Competir puede ayudar a superarnos, a aprender a hacer mejor las cosas, a ser mejores personas, a no quedarnos atrás y, por qué no decirlo, a que los y las demás no se nos vayan arriba.

Pero el competir no puede ser nuestra razón de vida, no puede convertirse en una obsesión, no puede acaparar nuestra total atención. O sea, no podemos vivir en una eterna competencia con los y las demás, tenemos que aprender y reconocer que siempre habrá personas con mejor y mayor capacidad que nosotros o nosotras, y personas con menor capacidad que nosotros y nosotras.

Para resumir, a lo largo de toda nuestra existencia, siempre nos vamos a ver enredados en alguna competencia con alguien, sea por calificaciones escolares, por puestos de trabajo, por el amor de alguien, por… etcétera, etcétera, etcétera, y esa competencia la podremos propiciar nosotros o nosotras mismas, a como nos pueden involucrar en ella otra u otras personas.

Pero… ¡Cuidado!… no pequemos de ingenuos (por no decir otra cosa), pensando y creyendo que toda competencia es honesta y limpia. Creer que en toda competencia siempre “ganará el mejor”, sería como pretender creer en santos que orinan.

Tampoco hay que ser ilusos pensando que la o las personas con quienes competimos no nos van a dar batalla, que no van a poner su mejor esfuerzo para evitar que les ganemos. O que no va haber alguien que nos meta zancadillas, que nos haga trampas, que nos difame, que nos haga ver la vida por un hoyito, etcétera, etcétera, etcétera.

No, mis muchachitos y muchachitas, las cosas no son así.

Por eso, cuidado, mucho cuidado. Si no nos preocupamos por aprender, por mejorar, por desarrollar nuestras propias habilidades de vida sana, vamos a ser presas fáciles de los y las demás y nos convertirán en sus títeres o monigotes humanos, nos degradarán a tal punto que nos harán asumir posturas sumisas y dependientes.

Y es que, desgraciadamente, en nuestras vidas siempre habrá alguien que se nos acerque, brindándonos, supuestamente, amistad, afecto, compañerismo, amor,…; dándonos la con dulce, pero con una única intención: hacernos daño, aprovecharse de nuestra nobleza.

Es decir, tenemos que estar claros que de todo da la viña del Señor, gente buena como gente mala, gente noble como gente envidiosa, gente amable como gente invivible, gente honesta como gente dañina.

Y ¿qué tiene que ver todo esto con lo del qué dirán?

Ahí está el detalle, volvemos a caer en lo que decíamos al principio: tenemos que aprender a reflexionar por nosotros mismos para saber con qué tipo de personas nos estamos relacionando y poder elegir en quienes vamos a confiar y a quienes les vamos a dar nuestra amistad o nuestros sentimientos.

Y, para eso, tenemos que desarrollar y tener nuestro propio criterio de valoración y selección de las personas y las cosas.

Esto me trae a la memoria algo que Pero ¿cómo lograrlo si aprendí en mis años de chatel:vivimos esclavos del qué “debemos aprender a vivir la vida dirán? ¿Si nos sometemos a plenamente como si hoy fuera el la forma de pensar y vivir delos y las demás? último día de nuestra existencia,

pero debemos construir como si Dicho de otra manera, soy, y fuéramos a vivir para siempre, no tengo que aprender a ser, el importa cuántas veces caigamos en actor principal de mi propia nuestro intento, debemos estar vida, el principal responsable listos para levantarnos una y otra deconstructor de mi historiamis actos y decisiones. , el vez, y continuar nuestro camino

hasta alcanzar nuestra meta, pero haciendo las cosas de manera que otros u otras puedan continuarlas, y eso, eso, precisamente, será nuestra inmortalidad”. Indiscutiblemente, la principal responsabilidad de lo que hemos sido, lo que somos y lo que seremos, la responsabilidad de lo que ha

pasado, nos pasa y nos pasará, recaerá siempre en

nosotros y nosotras mismas, aunque vivamos esclavizados al qué dirán, aunque vivamos haciendo lo que los y las demás nos digan que hagamos.

¿Por qué?

Muy simple, porque las personas nos hacen y nos harán lo que les permitamos que nos hagan, nos dicen y nos dirán lo que estemos dispuestos o dispuestas a escucharles, nos obligan y nos obligarán a lo que estemos dispuestos o dispuestas a someternos. Aunque gritemos a los cuatro vientos que no estamos de acuerdo, si al final terminamos sometiéndonos, lo que digamos no serán más que tapazos matinales.

Algo que no debemos olvidar nunca es que cada persona es un ser único, dueño o dueña de su propia vida, de su propia historia, y él o ella, y nadie más que él o ella, es responsable de lo que le suceda.

Por eso, nuestra primera responsabilidad es aprender a valorarnos y respetarnos como persona que piensa, siente, desea y actúa. Como persona que tiene derecho a vivir y construir su propia vida, su propio destino, aunque en el ejercicio de ese derecho se equivoque, una y otra vez.

Bueno, después de este interludio filosófico, volvamos a nuestro asunto.

Algo que la vida me ha enseñado es que ningún camino es fácil ni llano, que no hay garantía de triunfo en ninguna de las cosas que hagamos, pero tampoco de fracaso, que se debe luchar por nuestros sueños, por nuestras metas, que no nos inquiete y detenga el pensar cuál será el resultado final que podemos lograr, pues será nuestro triunfo o fracaso, porque, al menos, aprenderemos a qué no hacer para lograr lo que estamos intentando.

Esta debería ser nuestra lección de vida: aprender y atrevernos a vivir nuestros triunfos y fracasos, a vivir nuestros propios aciertos y errores, pero no vivir los aciertos o errores ajenos, y, ¿cuál será nuestra ganancia?, pues que no tendremos que reprocharnos en el futuro con el ¿qué hubiera pasado si…? pues el “hubiera” siempre llega tarde, y, lo peor del caso, es que no existe.

La verdadera emoción, pasión y razón de la vida es vivir nuestra propia vida sin temor al fracaso, aunque llegue; es correr nuestros propios riesgos aún en la incertidumbre del después.

Y esto no quiere decir que no necesitemos de apoyo o de alguna orientación o consejo.

NO.

Tampoco quiere decir que en algún momento las demás personas no tengan razón sobre algo que nos adviertan o aconsejen.

NO.

Lo que quiere decir es que debemos aprender a escuchar y reflexionar sobre lo que nos dicen, y si consideramos que es adecuado y conveniente aplicarlo en nuestra vida, hagámoslo, pero por decisión propia, no por imposición, ni porque nos lo haya dicho fulanito o fulanita tal.

Recordemos que es bueno y saludable intercambiar puntos de vista sobre las cosas de la vida y de nuestras vidas, pero no encadenarnos a lo que los demás nos dicen.

No debemos tomar las cosas por quien las dice, sino por el efecto que puedan tener en nuestras vidas.

Es decir, cada vez que alguien nos dé su opinión o nos aconseje sobre algo, debemos analizar y valorar el efecto que pueda tener en nuestra vida, si lo consideramos positivo, aceptemos la opinión o consejo; caso contrario, se rechaza, así de simple. Pero el aceptar o rechazar debe ser nuestra decisión, nuestra elección.

El error más grande y grave que podemos cometer es que aceptemos algo sólo para que no se moleste quien nos lo dice o porque hay que evitar las habladurías de la gente.

Debemos ser auténticos y auténticas, y, a la vez, autocríticos. No podemos pretender ser y comportarnos de la misma manera que otra persona, pues entonces perdemos nuestra propia identidad, nuestra autenticidad.

Muchas veces vamos a escuchar: “deberías ser como fulano”, pero es que fulano es fulano y yo soy yo, dos personas distintas con modos de vida y destinos distintos.

Por tanto, no pretendamos ser fotocopia de nadie, por mucho éxito o por muy buena persona que sea. Lo que funciona para uno, no necesariamente funciona para otro.

Bueno, paremos ya con esta verborrea y saquemos alguna conclusión de todo esto.

¿Qué he tratado de decir con toda esta retahíla?

Pues que debemos actuar por reflexión y elección propia, sin estar bajo el dominio de otro ni del qué dirán, sin comprometer ni subordinar nuestra libertad y nuestro derecho a ser nosotros mismos: dueños y constructores de nuestro propio destino.

Que la vida es linda, aunque relativamente corta, y que tenemos que aprender a vivirla, pero como algo propio, para eso nos la han dado.

Que tenemos que aprender a avanzar un paso a la vez, pero con firmeza y propia convicción, no importa cuántos baches encontremos en el camino, no importa cuántas críticas nos hagan los demás.

VIVE Y DEJA VIVIR, ese debería ser nuestro lema.

Que no permitamos que otros nos quiten nuestro propio protagonismo existencial, que invadan nuestro espacio, que roben nuestra autenticidad.

Es decir, y ya para rematar, que tengamos voluntad y criterio propios, que aprendamos y nos atrevamos a decidir por nosotros mismos y a exigir de los demás el debido respeto a nuestras decisiones, aunque nos equivoquemos.

Es bonito saber que contamos con alguien para orientarnos cuando vamos por camino equivocado, a prestarnos su hombro para llorar nuestras cuitas, pero mucho mejor es saber que contamos con una mano sincera e incondicional para ayudarnos a levantar en nuestras caídas, pues serán muchas las veces que caeremos, es inevitable y son gajes del oficio de vivir.

Por eso, la próxima vez que tengás que tomar una decisión, de elegir una alternativa en tu vida, no te preguntés: ¿qué va a decir la gente de mí? o ¿qué va decir mi familia de mí?, preguntate ¿qué querés vos realmente?, ¿qué vas a pensar vos de vos mismo o de vos misma?

Si te salen bien las cosas, ¡Eureka!, pero si te sale el tiro por la culata, al menos te quedará, además de la experiencia y enseñanza de vida adquirida, la satisfacción de poder decir y enrostrar: “LO HICE”.

Para remachar mejor lo anterior, recordemos siempre lo que decía Theodore Roosevelt:

Es duro fracasar, pero es todavía peor no haber intentado nunca triunfar.”

Ya que, cuando las cosas nos salen mal, cuando caemos en la vida, ¿qué nos queda?, pues simplemente levantarnos, sacudirnos el polvo, curarnos los chimones y seguir adelante. Mañana será otro día, otro día para comenzar una nueva oportunidad.

Por eso, jóvenes ilustres beneméritos de la patria, si quieren ser dueños y dueñas de su vida, comiencen por sentir que la están creando ustedes por ustedes mismos y mismas y no otros ni otras por ustedes, y no olviden nunca que no hay creación sin imaginación ni sueños.

Segunda Conversa

Embutidosenun mismo MOLDE SOCIAL

Lo que es razonable en una cultura puede no serlo en otra.

Si quieres conocerte a ti mismo debes ir más allá de la razón, de los prejuicios y limitaciones de tu sociedad.

Descúbrete más allá de tus pensamientos…

Carlos González Pérez

¿Han escuchado decir que “ni los dedos de las manos son iguales”?

¿Sí?

Seguramente ya se habrán dado cuenta que así como no hay dos dedos totalmente iguales, de igual manera, no existen dos personas totalmente iguales, aunque sean de la misma madre y del mismo padre, aunque sean, incluso, gemelos, trillizos o quíntuples.

Así es.

Una persona puede parecerse a alguien, tener algunos rasgos o características similares, pero jamás, jamás será totalmente igual a ese alguien. Por mucho que se quiera, nunca se va a lograr ser idéntica o idéntico a esa o ese alguien, nunca se va a lograr ser una copia fiel de esa o ese alguien.

¿Por qué?

Simple, porque son dos personas distintas, únicas e independientes, con destinos, condiciones y aspiraciones de vida diferentes.

Traduzcámoslo al español, todo hombre y toda mujer, sin distingo alguno, tiene y desarrolla capacidades, cualidades y habilidades propias que le permite diferenciarse de los y las demás, y son estas diferencias las que le dan su propia identidad, su propia originalidad, su propia autenticidad.

Ese cuento que “son como dos gotas de agua”, no es más que una simple expresión y nada más que eso: “una simple expresión” que utilizamos para decir que alguien se parece mucho a otra persona, pero de eso a ser idénticos hay mucha distancia y mucha diferencia.

Además, lo de “iguales”, no sólo debe enmarcarse en lo físico, también tiene que ver con el carácter, el comportamiento social, las preferencias, las ideas, etcétera, etcétera, etcétera.

No porque mamá o papá cante, yo soy o tengo que ser cantante. O porque a ellos, o a uno de ellos, les gusta el ballet, a mi me tenga que gustar.

Dicen por ahí que “hijo de tigre nace rayado”, pero, si nos fijamos bien, vamos a notar que entre las mismas rayas hay muchas diferencias.

Sos lo que sos independientemente de lo que creás que sos.

En conclusión, las personas somos diferentes unas de otras, tal vez con similitudes, parecidos, pero diferentes al fin.

Imagínense un mundo de personas iguales, ¡ni quiera la araña!

Sería de lo más aburrido e insípido.

Lo que intento es dejar claro que entre las personas siempre habrán diferencias: físicas, económicas, culturales, artísticas, de preferencias, de aptitudes, de estatura, de peso, de fuerza, de habilidades, y de un enorme… etcétera, aunque pertenezcan a una misma familia.

Y, precisamente, son esas diferencias entre las personas lo que le da sabor y gusto a la vida, lo que hace que las personas interactúen y se agrupen, no con todos y con todas, sino con algunas y algunos en su lucha existencial. Es lo que genera una determinada interdependencia social entre los diferentes miembros de un grupo de personas determinado, es la razón que da origen a las parejas, a los círculos de amigos y amigas, a las organizaciones, a los clubes, etcétera.

¡Ojo!, dije in-ter-de-pen-den-cia, no dependencia, no nos enredemos ni   nos confundamos.

Por eso, no en vano se dice que en la variedad está el gusto.

Pero, como siempre, nunca falta un pelo en la sopa, porque esto de las diferencias entre personas trasciende más allá de una simple caracterización particularizada para distinguir a hombres y mujeres entre sí.

Y aquí es donde esto se hace un solo chacuatol, una sola mescolanza, porque, a esas diferencias propias de cada persona, se le agregan otras distinciones sociales, como la capacidad económica de vida, el poder político y/o social conquistado, el nivel académico o laboral alcanzado, el sexo, la edad, la etnia, la procedencia, etcétera…, lo que genera, desgraciadamente, niveles de desigualdad social en nuestra ubicación dentro de la sociedad, comunidad, familia, o cualquier grupo al que pertenezcamos. O sea, se establecen categorías y jerarquías entre hombres y mujeres.

Veamos algunos brochazos de historia para que entendamos mejor este asunto.

Una buena parte del desarrollo histórico social de la humanidad (por lo menos el que nosotros conocemos) se ha basado en la propiedad privada y la acumulación de riquezas (léase: money, plata, billis, reales, dinero…bueno, como quieran) en manos de unos pocos, pero no es suficiente con que acumulen estos pocos la riqueza social, sino que se les coloca como ejemplos, como modelos de esfuerzo y éxito social, a quienes hay que imitar o seguir sus pasos.

Esto, por desgracia, hace que algunas personas se desubiquen socialmente y crean (o les han hecho creer) que esa desigualdad es un sello de superioridad y de privilegios, y, por tanto, que todo se lo merecen, y que los demás deben subordinarse a sus caprichos y deseos.

Pues se olvidan que esa desigualdad es sólo en la apariencia y modo de vida, porque como seres vivos funcionamos de igual manera, nos enfermamos de igual manera, sufrimos ante nuestras frustraciones de igual manera y morimos de igual manera, sin llevarnos nada.

Y así como nadie lo sabe todo, así también nadie ignora todo (dicho en cristiano, no existe ni sabelotodo ni cabeza hueca repleta de aserrín).

Estemos claros y claras que nadie educa a nadie, pero también nadie se educa solo, entendamos que nos educamos en la interacción de los unos y unas con los otros y otras, que nos educamos de manera colectiva, de manera social, bajo la mediación    de la vida, de la humanidad, de la sociedad y, por supuesto, del contexto histórico social en que nos toca vivir.

En buen español, todos aprendemos de todos, el grande aprende del pequeño y el pequeño del grande, el «estudiado» del «ignorante» y el «ignorante» del «estudiado», el padre y la madre de sus hijos e hijas y los hijos e hijas de su padre y madres, el joven del viejo y el viejo del joven, el hombre de la mujer y la mujer del hombre, y así sucesivamente.

Lo peor del caso, es que hay sus cuatro tarados que creen, permiten, apoyan y hasta le dan la razón a ese tipo de acomplejados sociales, que se creen la mamacita de tarzán porque tienen billetes, o un puesto político, o grandes títulos académicos.

Principios y convicciones inflexibles pueden ser un gran peso para nuestras vidas, pues muchas veces evitan nuestro crecimiento y nuestra búsqueda de la felicidad y armonía convivencial.

Y esto, amigas y amigos, da inicio a las élites sociales, políticas, económicas, religiosas, y su respectivo etcétera; y de estas élites, obviamente, se derivan las desigualdades de derechos y de oportunidades, las discriminaciones y exclusiones sociales entre grupos y personas, la explotación entre las clases sociales….más en concreto, la explotación de hombres y mujeres (aquí se incluyen también a niños, niñas, adolescentes, jóvenes, adultos, adultas, viejos y viejas) por otros hombres y otras mujeres.

¡Madre santa!, parece que la fumé verde y me elevé demasiado.

Y eso que en este grupito de nariz respingada, que les encanta ver a los y las demás por encima del hombro, no incluyo a otros y otras que también creen que todo se lo merecen, aunque pertenezcan al nivel de los acomodados, o de los palmados, de los comen-cuando-hay, de los que viven arráncame la vida, o sea, que no tienen posición social copetona, de los crema y nata de la sociedad. Y no los incluyo porque estos prójimos y prójimas son producto de una mala educación, de una educación distorsionada y deformante, por parte de sus progenitores, que los han mimado y sobreprotegido, que les han complacido todos sus caprichos aunque deban hasta el alma, que les han fomentado su boluditis aguda (léase pereza, haraganería), en fin, que los han convertido en personas malcriadas, caprichosas, engreídas, vanidosas, egoístas, tufosas, creídas, tiranos y tiranas contra sus propios padres y madres, en fin, son personas que casi nadie las soportan (lo peor que, a veces, ni ellos mismos se soportan….porque se gastan un carácter…»líbrame Dios«…)

Pero… como les decía… voy a bajar el gas y tratar de aterrizar de la estratósfera.

A ver cómo le hacemos… queda claro, verdad, que es un hecho natural que hombres y mujeres se agrupen socialmente, es decir, formen grupos, ya sea para constituir una sociedad o intercambiar ideas o hacer negocios o ayudarse mutuamente o simplemente para despellejar al vecino o a la vecina…, el asunto es que siempre forman parte de un grupo social.

Pero esto no es tan simple como parece, porque… todo grupo social (llámese familia, bróderes, tribu, comunidad, pandilla, colectivo de trabajo o como quiera llamársele), para que pueda funcionar, establece, de manera formal o informal, de manera silenciosa o manifiesta, ciertos principios, normas o ideas básicas que sirven de guía para su accionar y proyección social. Principios, normas o ideas que moldean y mediatizan la conducta y comportamiento de sus integrantes, y no sólo eso, sino que, muchas veces, hasta su forma de pensar.

Barajémosla más despacio.

Si nos fijamos bien cómo funcionan los grupos sociales, nos vamos a dar cuenta que estos principios, normas o ideas, en la práctica no se aplican de igual manera en y para cada uno de los integrantes del grupo, lo que hace, obviamente, que el grupo se polarice entre los privilegiados (quienes los interpretan, se apropian de ellos y aplican a su manera y conveniencia personal) y los subordinados (a quienes sí se les aplica estos principios en toda su extensión y rigor), lo que provoca el desarrollo de comportamientos individualistas y elitistas, según sea el rol que se asuma dentro del grupo, es decir: de liderazgo, de lacayo (lameplatos, servil, sapo, etcétera) o de conformista.

Aunque las cosas son así (pues así han funcionado y seguirán funcionando por mucho tiempo), es preciso aclarar, sí, que la decisión de cómo actuar dentro del grupo, de cómo enfrentar cada una de las situaciones que se presenten, es una determinación particular de cada integrante del mismo, independiente de su contexto de vida, del tiempo y del lugar. O sea, cada quien, haciendo uso de su libre albedrío como mejor le parece, define (por elección o sumisión) su propio rol, su lugar e identidad grupal.

Es que… hasta el depender de otros u otras para definir y enrumbar nuestra existencia es una decisión propia, ya que, aunque nos parezca mentira, nadie nos impone ni obliga a ser dependientes, son nuestras inseguridades, nuestras negaciones, nuestras incompetencias, y, muchas veces, hasta nuestras propias conveniencias lo que nos induce a la dependencia.

Esperen un momento que ya me perdí, ya me hice una melcocha con todo esto.

Mejor la paro hasta aquí, pues esto del comportamiento humano es amplio y complejo, es algo de no acabar, y no me quiero enredar ni enredarlos (además que este libro no es un tratado de psicología ni sociología).

Así que sólo me voy a limitar a decir que, sin importar cuál sea nuestro comportamiento social, la realidad es que éste, al final de cuentas, es asumido por voluntad propia, independiente de la influencia que las demás personas ejerzan sobre nosotros, porque es nuestra responsabilidad y nuestra elección el aceptar o rechazar cualquier rol que se nos asigne o se nos quiera imponer.

Lo bueno es que la opción de transformación y de cambio siempre es factible y posible, todo es que tengamos voluntad y decisión para ello.

Éramos todos humanos hasta que…

Creamos las clases sociales…

Y las religiones nos separaron…

Y la política nos dividiera…

Y el dinero nos clasificara…

Además, tenemos que tomar en cuenta que las épocas cambian, las condiciones de vida cambian y, con ello, las personas también tienen que cambiar, es lo más lógico y lo más prudente. Ni más ni menos así es la cosa, es una necesidad social e individual adaptarse a los cambios que los avances sociales traen consigo.

Pero… ¡cuidado!… no sólo se trata de cambios, también cabe suponer que, en cada época, en cada contexto social, aparecen nuevas normas de comportamiento, nuevos principios, nuevos valores.

Y, ¿qué pasa con los viejos valores?

Obvio, algunos se conservan, otros sólo cambian de nombre y otros simplemente desaparecen, lo que, sin lugar a dudas, da lugar al surgimiento de un nuevo orden de valores sociales, con categorías e importancias diferentes.

¡Uf!, espero que hasta aquí no se me hayan perdido y que esté más claro que el agua de un charco. Pero, por si acaso, recapitulemos un poco.

  • Cada grupo social establece principios, normas o ideas que moldean y mediatizan la conducta de las personas que lo integran.
  • Cada persona define y asume sus propios valores de comportamiento social por conciencia propia (consciente o inconscientemente, pero lo hace).

Obviamente, nuestro comportamiento social también es moldeado y mediatizado según el contexto cultural en que vivimos y la educación que recibimos, pero esto es otro rollo y ahorita no me quiero meter en él, así que mejor dejémoslo para más adelante.

Por lo pronto, lo importante de todo esto, y que me interesa recalcar, es que, a pesar que en los discursos sociales mucho se habla de libertad e igualdad social en los grupos humanos, la armonía y equidad social siguen siendo simples tapazos matinales, mera ficción, pues aún, en pleno siglo XXI, continúan prácticas de desigualdad, discriminación y exclusión social, unas en forma abierta y otras de manera solapada.

Por eso, la pregunta del millón de pesos es: ¿por qué, a pesar de todos los avances del conocimiento humano, todavía existe desigualdad en y entre los grupos sociales?

A ver cómo desmenuzamos todo esto.

Un hecho innegable e histórico es que la existencia de la humanidad siempre se ha caracterizado por la presencia de niveles sociales, unos que mandan y otros que son mandados, unos que tienen y otros que son “palmados” («comen-cuando-hay» que a veces no tienen ni en qué caerse muertos).

Esto me recuerda aquellos dichos que decían los amantes del pragmatismo: “unos nacieron para mandar y otros para ser mandados”, “unos nacen con estrellas y otros estrellados” (parece mentira…, pero todavía hay quienes los asumen como verdades absolutas y los defienden a capa y espada).

Pero, bueno, sigamos.

Esta situación, desde una perspectiva social indolente, se pudiera considerar normal si se parte del principio que, en todo sistema social, no todos pueden mandar ni todos pueden tener por igual, a menos que reiniciáramos la historia de la humanidad (¡si se pudiera!.., pero todavía no se inventa un botoncito de «reset» para retroceder el ciclo de la vida).

O sea, a estas alturas del campeonato, de la historia humana, está como medio difícil cambiar algunas realidades sociales, tales como el de la propiedad privada, la acumulación de poder, las diferencias socioeconómicas, etcétera.

Muy al contrario, la dinámica social reafirma e impone la existencia de dos tipos de grupos: los dominantes y los no dominantes (o dominados), y, como es de esperar, los primeros extralimitan, se aprovechan de sus ventajas sobre los segundos.

Era ese tipo de persona que se pasa su vida haciendo cosas que detesta para conseguir dinero que no necesita y comprar cosas que no quiere para impresionar a gente que odia.

Emile Henry Gauvreay

Nos aplican aquello de que «todo mundo sabe… tanto tienes, tanto vales«, o si no «el que tiene plata platica, el que no… se calla«. Y yo me pregunto por qué no aquello de «el que tiene y el que no tiene, el mismo valor humano mantiene«.

Por otro lado, un hecho innegable es que los grupos dominantes, para lograr imponerse dentro del régimen imperante en cualquier sociedad humana, necesitan deteriorar y antagonizar la armonía, la subsistencia, la autoestima y la importancia social de los integrantes de los diferentes grupos no dominantes (en español, las grandes mayorías).

Dicho en cristiano, tienen que institucionalizar y fortalecer la desigualdad y las diferencias sociales.

Pero, ¿cómo logran esto?

Pues de la manera más simple, aplicando aquel principio que dice: “divide y vencerás”, es decir, dividiendo a los grupos sociales entre sí y dentro de sí a través de status, privilegios, modelos de vida y torciendo la conciencia social.

Y muchos dirán: ¿cómo van a torcer la conciencia social si no es un trapo?

Ay, amigos y amigas, es más flexible que eso.

Y, para que les quede más claro, aquí les va un cuentecito (aunque no es de princesas, ni príncipes encantados, ni hadas madrinas mágicas):

“Hubo tres señores, uno llamado Iván Pávlov que descubrió el principio del comportamiento reflejo utilizado para condicionar la conducta animal, el otro John Watson quien aplicó los principios del condicionamiento animal a los seres humanos, y un último llamado Joseph Wolpe quien aplicó la técnica del entrenamiento asertivo para eliminar la ansiedad y moldear la conducta humana, y las conclusiones de estos tres señores dieron origen a un conjunto de métodos y técnicas psicológicas (muy utilizados en los medios de comunicación social para estimular el consumismo) que inducen y mediatizan la conducta de las personas, de manera éstas se adapten, acepten y contribuyan al sistema social imperante y eliminen aquellas «malas costumbres» que puedan desestabilizarlo (y les cuento que esas técnicas son rechazadas por muchos psicólogos)”.

Pues bien, con la ayuda de esas técnicas se han creado estereotipos sociales (ideas, imágenes o creencias aceptadas comúnmente, casi de manera inmutable, por unos cuantos por allí) hacia los cuales las personas deben aspirar como modelo de vida, según sus condiciones, posibilidades y posición social.

Si a lo anterior le sumamos que para adquirir o acceder a cualquier bien o servicio necesitamos religiosamente del “vénganos en tu reino” (“poderoso caballero es don dinero”) y le agregamos la crisis económica y social en que vivimos y nos obstaculizan el alcanzar libremente condiciones de vida digna y estable… ¿Qué tenemos?

Ni más ni menos un “sálvese quien pueda”.

Por eso, para las clases dominantes es imprescindible inculcar valores de competencia, individualidad, indolencia, mercantilismo, consumismo, fachadismo, etcétera, etcétera, etcétera, que promuevan en muchos y muchas la desconfianza hacia las demás personas, y, a la vez, les induzca a luchar por sus propios intereses “a cualquier precio”. ¡Et voila!

La mesa está servida para la división, desigualdad, menosprecio, exclusión y discriminación social.

Alto, alto, alto. Rebobinemos, por favor.

Déjenme encarrilarme de nuevo y volver a nuestra conversa, porque ya me salí por la tangente.

Se suponía que esta conversa iba a tratar sobre por qué estamos apachurrados en un mismo molde social y mírenme aquí locureando sobre lucha de clases sociales (¡clase de gas éste!).

Bueno, tampoco es tan loco, lo que pasa es que cuando se trata de conductas humanas todo se relaciona con todo, no podemos particularizar sus causas ni encasillarlas a un solo fenómeno aislado.

Aclaremos esto con tan sólo un pequeño caso, no es cierto que una pandilla (o mara) surja porque hay personas que nacieron malas por sí mismas y se agruparon para dañar a los demás. Nada más distorsionante ni más fácil para librar de toda culpa al sistema social.

¿Por qué asumir que estos grupos surgen como una forma de sobrevivencia de estas personas para suplir y satisfacer sus ansias de consumo y status de vida que tanto pregonan e inculcan los sistemas sociales?

Penosamente así es… por eso, ante tanta disfunción social existente en nuestro países, la primer pregunta que cabe es ¿y el sistema social qué papel juega en todo este rollo?, obvio que la respuesta inmediata para las clases dominantes es que ninguno, porque ése está muy bien, gracias.

Ya… basta de patinar y sigamos.

En la sociedad se establecen estereotipos ideales para todo y para todos y todas, hay estereotipos para la belleza, para la salud, para ser persona de éxito (o “de bien” como dicen por ahí), para ser persona “cool”, para cada tipo de profesión (hasta para ser “buena” ama de casa), para ser mamá, para ser papá, etcétera.

Pero, para alcanzar esos estereotipos ideales hay que consumir, para consumir hay que tener dinero y para tener dinero hay que tener una buena chamba (léase: trabajo en el que se gane bien), o ser miembro o heredero de una familia adinerada. Y volvemos con “poderoso caballero es don dinero”.

Y…como podrán imaginarse, no todos ni todas pueden alcanzar esos estereotipos, lo que, consecuentemente, acentúa más las diferencias sociales y, lógicamente, la disconformidad entre los grupos. Y, ¿a qué nos lleva esa disconformidad?, la respuesta es obvia, a la rivalidad, a la división, al “quítate tú pa’ ponerme yo”.

Uff… al fin voy a poder encarrilarme al tema de esta conversa…

Como la vida no entiende de nuestras locuraciones humanas, por ley tenemos que comunicarnos, de una u otra manera, con los y las demás personas, aunque pertenezcan a un estrato o grupo social diferente al nuestro.

Pero, en medio de esa comunicación, nunca falta: “la radio quijada”, “la sin hueso”, “la viperina”, bueno, hablemos más decente, los chismes que hacen el deleite (de manera nefasta y letal) de nuestras tertulias, de nuestras «reuniones sociales».

Es un hecho sine qua non (que no necesita demostrarse) que, en esas “reuniones sociales”, hay muchas personas (por no decir “casi todas”) que son dadas a propagar opiniones, cuentos, chismes, puntos de vista, etc. sobre grupos sociales, personas específicas o cosas.

Y, en ese intercambio mortífero, muchas de esas opiniones, principalmente las negativas, se establecen como si fueran verdades absolutas e irrefutables y se propagan peor que pólvora, embarrando con ellas, sin remordimientos y sin reflexionar si es bueno o malo, a Raymundo y medio mundo.

¡Hasta dicen por ahí que el chisme es malo, pero divierte!

Cosa más absurda, pero, lamentablemente, una pésima costumbre social muy difundida.

Una cosa muy cierta y que hay que tener mucho cuidado siempre para que no nos agarren movidos o movidas, es que la intención de una persona que te lleva o cuenta un chisme, no es el de hacerte un bien (aunque, supuestamente, se argumenta que es para que uno se dé cuenta de lo que realmente pasa a nuestro alrededor y no hagamos el papel de pendejo o pendeja), sino la de dañar, deteriorar o destruir tu armonía y estabilidad emocional, en mejor castellano, para joderte la vida, porque, obvio, ya con la sangre enchichada, viene el pleito, el bochinche (la discusión) y hasta la separación de los y/o las involucradas en el chisme.

No en vano la mismísima Biblia señala en Proverbios que hay 6 cosas que Dios aborrece: los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos derramadoras de sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos (perversos, malignos), los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos (Proverbios 6:16-19).

¡Qué tal…eh!…

Ni el mismo Colochón está de acuerdo ni acepta el chisme.

Es más…y para dejar bien asentado este rechazo… en el salmo 15 se establece que quien morará con Dios será aquel y aquella ”…que no calumnia con su lengua, ni hace mal a su prójimo, ni admite reproche alguno contra su vecino…”… más claro no puede cantar un gallo… ¿verdad?

Pero… a pesar que en nuestras culturas predomina como fe religiosa la cristiana, hay quienes todavía siguen sacándole filo a su lengua a costilla de los y las demás, y ay de aquel o aquella que caiga en las redes (léase: lenguas) de los chismosos: te fuiste tiste y ni adiós dijiste. Y esto vale tanto para el o la que esté embarrada con el chisme como para el o la destinataria del mismo.

Y lo más trágico no es sólo eso, sino que, basta con que uno se relacione con alguien que haya caído en esas redes para que se lo lleven en la balastra también.

No está demás insistir en que esta práctica venenosa, aparte de ser negativa y excluyente, es discriminante, desvalorizante y desarmonizante en las personas y, con mucha más razón, en los grupos sociales.

Y no vayamos muy largo, allí mismo en nuestro vecindario, si, por suerte o por desgracia, alguien encaja dentro de las patrañas de un chisme o en las extravagancias de una opinión generalizada, ¡zas!, más rápido que veloz, lo acusan, lo juzgan, lo condenan y lo ejecutan automáticamente, sin reflexionar, ni siquiera un poquito, si con ello están haciendo daño o no, lo marcan con esa “verdad omnipotente” peor que si fuera ganado.

Lo que de una persona se dice, verdadero o falso, ocupa tanto lugar en su destino, y sobre todo en su vida, como lo que hace. Victor Hugo

Y para rematar, legitiman esta mala costumbre, aplicando aquel hermoso refrán que dice: “al que le caiga el guante, que se lo plante”, o “el que se sienta chimado, que se pandee”.

Y para que más arda, cuando alguien reclama, lo primero que le encaran es “se las quiere dar de delicado” y, simplemente, se libran de todo clavo diciendo: “dime con quién andas y te diré quién eres”, o “el que con lobos anda, a aullar aprende”.

Y, como si no fuera suficiente, terminan de apachurrar añadiendo aquello de “si son zorros del mismo piñal”.

¿Qué tal?

Y para muestra un botón.

Si un barrio se caracteriza porque en él viven muchos drogos (drogadictos), pobre del bien portado que viva allí, porque, por sólo el hecho de vivir en ese barrio, no hay vuelta de hoja… seguro que también es drogo.

Y es que estas generalizaciones se vuelven como un sello, como una marca, independiente que la persona lo sea o no, independiente de si la opinión es objetiva o subjetiva, si es cierta o falsa.

Si es que dan ganas de…, dan ganas de…, pero mejor sigámonos aclarando con otros ejemplitos.

Si un hombre pertenece a un grupo de danza, ¡ay, mamita linda!, seguro que es gay.

Y si una mujer es alegre, fiestera y le gusta salir mucho con varones, no hay dudas, es calzón flojo.

Y así sucesivamente.

¡Cosas veredes, Sancho Panza!

¿Ya agarraron la onda?

Entonces, sigamos, y preguntémonos… ¿qué tenemos aquí?

Chapiollamente, la expresión más simple y sencilla de los prejuicios sociales, en la que se trata de medir a grupos enteros con la misma vara, dicho en cristiano, meterlos a todos en el mismo saco.

Desmenucémoslo más al suave.

Por definición sabemos que un prejuicio es una actitud social desfavorable, intolerante, injusta e irracional hacia un grupo social o hacia determinadas personas.

Basta con revisar las noticias de los medios de comunicación o simplemente escuchar las conversaciones informales para encontrar expresiones claras, en vivo y a todo color, de los prejuicios sociales.

A propósito de esto, la vez pasada vi un afiche que decía “Dios odia a los maricas”. Y me pregunté, ¿será o no será prejuicio?

Bueno, no me voy a martirizar la cabeza con eso, ahí se los dejo de tarea.

Y es que los prejuicios juegan un papel relevante para justificar la desigualdad entre los grupos sociales y, por ende, entre las personas.

Cuando los grupos dominantes perciben amenazas a su propio status social, a sus propios intereses, nada mejor que recurrir a la creación y propagación de un prejuicio.

Pero… ¿por qué caer tan bajo?…, quizás porque esa es la forma que encuentran para sentirse mejor consigo mismos, y porque no disponen de otros medios para autoafirmarse, para justificar sus atropellos contra los grupos no dominantes.

Y, obviamente, siempre van a encontrar lacayos (léase serviles) prestos a hacerles el juego de propagar, asentar y

reafirmar esos prejuicios dentro de los grupos e institucionalizarlos a nivel de toda la sociedad.

Hagamos un reprís.

El prejuicio social no es más que una actitud desfavorable de un grupo de personas en contra de otras. Es una actitud injusta, falseada e infundada.

Pero no surge así por así, ni porque sí, tiene su proceso, su génesis social.

Veamos cómo se desenrolla esta película social…

Primero, se establece y difunde una creencia sobre determinado grupo social o persona (dicho en lenguaje culto, se establece un estereotipo).

Luego, se manifiesta, se decreta, se promueve un estado de opinión social hacia ese grupo o persona (esto es, el prejuicio propiamente dicho), que, generalmente, suele ser negativo, nefasto, venenoso, dañino… y, por supuesto, de rechazo, discriminante y marginante.

Finalmente, se dispersa y generaliza algún tipo de actitud o comportamiento contra el grupo o contra cualquiera de sus integrantes o contra la persona específica (generalmente se trata de una actitud discriminatoria y excluyente).

Y así, tan sencillo como eso, en un dos por tres, se crean prejuicios racistas, sexistas, clasistas, religiosos, políticos, étnicos, etcétera, etcétera, etcétera.

Ahorita se me viene a la mente un famoso dicho que se utiliza mucho en los trabajos y entre las “clases sociales”: “es lo peor poner a un indio a repartir chicha”. Y yo les pregunto, ¿será o no será un prejuicio?

A mí que me registren.

Pero, sigamos.

Decíamos que los prejuicios (al igual que los mitos) surgen por conveniencia, para discriminar, anular o dominar a otras personas o (poco, poquísimo frecuente) para aceptarlas con favoritismos.

O sea, el prejuicio es una idea u opinión preconcebida acerca del grupo o persona que se basa en información de algo que sucedió en el pasado o en alguna experiencia que se tuvo con alguien en particular, o, simplemente, en un cuento inventado para difamar o degradar a una o más personas.

Dicen que para muestra un botón.

Un hombre o una mujer que haya tenido mala racha en sus relaciones sexamentales, puede desarrollar un prejuicio contra ese sexo, y asumir que todos los del mismo sexo son iguales y que cualquier relación sexamental que tenga la va ir mal o le va a causar daño.

O, si alguien crece o vive con la idea de que las personas que integran un grupo son dañinos y nefastos, sea por una experiencia amarga o por una mala impresión de o con alguien de ese grupo, puede llegar a catalogar que todas las personas de ese grupo son iguales y tratarlos en función de esa idea.

Pero no todos los prejuicios son por experiencias traumáticas o ideas generalizadas, no, también los hay de tipo cultural, si no me creen, chequen los siguientes:

Pensar que las mujeres son para la casa y los hombres para la calle.

O no brindar asistencia médica a alguien sólo por el hecho de que es afro-descendiente (término que muchos consideran políticamente apropiado para evitar utilizar el término negro).

O considerar que los obreros son vagos, vulgares, pirucas (borrachos) y pendencieros (pleitistas), a fin de justificar el carácter exclusivo (VIP dicen ahora) del círculo social de los empresarios y ejecutivos de una empresa, y explotar y marginar a los obreros sin remordimiento alguno.

Y podríamos llenar páginas tras páginas con ejemplos, pues, como decía anteriormente, en materia de prejuicios hay de todo tipo y de todos los colores: religiosos, sexuales, políticos, étnicos, sociales, etcétera.

Desgraciadamente, los prejuicios son útiles para mantener el poder en manos de unos pocos y el dominio de una clase social sobre otra, pues les permite garantizar y justificar la acumulación de recursos y propiedades en ellos y hacerle frente a su supervivencia social.

Bueno, creo que ya estuvo suave con esta verborrea, así que mejor tratemos de exprimir algunas conclusiones de toda esta conversa.

En primera instancia, y antes que el diablo lo sepa, estemos claros que los prejuicios son la base social de la desigualdad y discriminación en contra de la dignidad humana.

Que los prejuicios son causas de que algunas personas sean excluidas injustamente de trabajos, barrios, préstamos bancarios, oportunidades educativas, eventos sociales y organizaciones (sociales, políticas, gremiales, religiosas o de cualquier índole).

Que por prejuicios hay personas que reciben insultos muy hirientes o son excluidas de participar en eventos.

Que por prejuicios a algunas personas se les paga arbitrariamente menos aunque hagan el mismo trabajo. Las mujeres son las principales testigas de este atropello.

Que los prejuicios enfrentan a grupos contra grupos, personas contra personas.

Que los prejuicios etiquetan a las personas basándose en supuestos y no en un conocimiento honesto o una experiencia evidente de su realidad social o personal.

Que los prejuicios se agudizan por el ambiente o medio social en que se vive y convive.

Que muchos comportamientos prejuiciosos se forman en la infancia al imitar la forma de pensar y hablar de los mayores, sin intención maliciosa por parte del niño.

¿Y qué quiere decir todo esto?

Pues que es urgente y de vital importancia que desarrollemos e impulsemos en nosotros mismos (sin poner de excusa ni esperar que los demás lo hagan) valores éticos que nos perfeccionen como personas, como seres humanos, en nuestra voluntad, en nuestra libertad, en nuestra razón, y, por ende, en nuestras relaciones con las demás personas o grupos sociales. Indiscutiblemente, tenemos que comenzar en nuestro hogar, con nuestra familia.

Sí, valores que nos enseñen a no sentirnos superiores a los demás sólo por el hecho de vivir en condiciones materiales mejores que las de otros, pues estas condiciones son meramente circunstanciales y momentáneas, sí, circunstanciales y momentáneas, pues lo material a como se obtiene también se puede perder.

Es necesario detenernos a reflexionar en cuanto a los efectos, al impacto que tiene en las otras personas, en la sociedad o en nuestro medio social en general, lo que hacemos o decimos.

Por eso, antes de emitir un juicio u opinión, debemos estar conscientes que no se trata de una creencia o de una idea preconcebida, producto de algo que escuchamos o vimos o vivimos en el pasado, que no se trata de un sentimiento que ha sido generalizado a todo un grupo por una experiencia o vivencia con alguien en particular.

Debemos aprender a respetar y aceptar las diferencias sociales que existen en cada uno de los que integramos la sociedad, llámese barrio, comunidad, municipio, país. Por eso, en lugar de decir que “Juan Pérez” es diferente a mí, por qué no invertir la oración y decir “yo soy diferente a Juan Pérez”, o, mejor aún, que ambos somos diferentes, uno del otro.

Muchas veces, por no decir casi siempre, quien mal opina de uno es por envidia encubierta o por un complejo de inferioridad no superado, pues no tolera el que tengamos mejores cualidades o mejores condiciones afectivas de vida.

Tenemos que asumir que la verdadera igualdad social no radica en que todos seamos idénticos unos con otros, como si fuéramos fotocopia humana, como si fuéramos una sociedad robótica, además de imposible, sería una anormalidad, pues con ello no sólo nos negaríamos el derecho a ser uno mismo, sino también nuestro derecho a la libertad, nuestro derecho al libre albedrío y, lo que sería peor, a nuestra esencia humana.

La igualdad social está en que todos gocemos y tengamos acceso a los mismos derechos en equidad e igualdad de oportunidades, independiente que seamos blancos, mestizos o negros; independiente de nuestra preferencia e inclinación sexual, o de nuestra práctica religiosa o política; independiente de nuestra condición económica o de nuestras influencias sociales o políticas; independiente de nuestras capacidades físicas, independiente de cualquier condición social que nos diferencie de otras personas.

Quitémonos esa mala costumbre, esa actitud negativa de querer medir a todos los integrantes de un grupo social con la misma vara, de meterlos en el mismo saco.

Dejemos de disfrazar los prejuicios tras valores que a simple vista parecen inofensivos y lógicos, como “hay que trabajar duro para alcanzar el éxito”, o sea, dejarse explotar dócilmente, o “con disciplina se logra todo”, en cristiano, ser sumiso, no rebelarse contra el orden establecido, o “una persona sin ambiciones no triunfa en la vida”, es decir, debe competir, ser el mejor y lo mejor, cueste lo que cueste, y un largo etcétera.

Recordemos que todo estereotipo es simplemente un molde para nuestra afirmación, nuestra aceptación sociocultural y que todo prejuicio no es más que una actitud de rechazo, solapada o no, en la mente de las personas, aunque no haya sido creado por ellas.

Los prejuicios no son más que una forma de ocultar nuestra cobardía para aceptar y reconocer nuestros propios errores y limitaciones, una forma cómoda de trasladar   nuestras        culpas, irresponsabilidades o frustraciones a otras personas más vulnerables social o familiarmente.

No olvidemos que no somos ni objetos ni máquinas producidos con un mismo molde, somos personas con diferentes características y diferentes historias, y

esa es la belleza de la vida, pues, a como comentamos antes, es gracia a nuestras diferencias que surge la necesidad de interacción, de interdependencia, y, con ello, la necesidad de amar.

Somos y siempre seremos diferentes unos de otros, pero con el derecho a un trato social justo, digno y equitativo, y esto debe ser así por siempre, por los siglos de los siglos, amén.

Tercera Conversa

Y llegó el

LLANERO SOLITARIO

Aprovecha los malos momentos para descubrir qué te hace temblar.

Aprovecha los buenos momentos para encontrar el camino que ha de llevarte a la paz interior. Paulo Coelho

Incluyo esta conversa pues hay quienes aseguran por ahí que “el buey solo bien se lame

Y otros que dicen que es probable.

Pero yo… negras… a mí permítanme el margen de la duda.

Pues, sí de algo estoy seguro es que… no somos como los bueyes… somos seres humanos… y el ser humano necesita de otras y otros seres humanos para vivir y sobrevivir, para definirse e identificarse como persona.

¿Por qué?

Porque, por muy competentes que seamos, por muy hábiles que seamos, no podemos hacerlo todo, no tenemos la capacidad de saberlo todo, no podemos alcanzar nuestras metas solos… siempre necesitamos el apoyo de alguien; es más, no podemos valorar con imparcialidad nuestras acciones si no conocemos otros puntos de vista y valoraciones.

Esto equivale a decir que el agruparnos socialmente es una necesidad humana y un interés social, y, como ya he repetido varias veces, es en la agrupación social que surge la interdependencia e interacción colectiva, la colaboración y solidaridad entre unos y unas con otros y otras, también aparece el trabajo y el desarrollo social, tan necesario e ineludible para nuestra sobrevivencia y existencia individual y social.

Bien decía don Aristóteles: “somos animales sociales”.

No nacimos para la individualidad ni para el aislamiento ni para la soledad, nacimos para la interacción, la colectividad y la colaboración, pues siempre vamos a necesitar de alguien que nos eche una manita, de alguien que nos haga un cariñito, de alguien a quien contarle nuestras cuitas.

Pero como nunca faltan sus estrellas por ahí, hay sus cuatro ilustres que les encanta aislarse, y, por tanto, se auto excluyen de la vida social, pues, según ellos y ellas, tratan de no meterse con los y las demás, de no participar en actividades colectivas, de no compartir saberes ni experiencias, mucho menos sentimientos con otros y otras, poniendo de pretexto que así están bien, que así se sienten mejor y se evitan problemas.

Lo peor del caso es que, con mucha arrogancia, pregonan a los cuatro vientos: «así soy yo, y, quien me quiera, así me tiene que aceptar..«, porque, según ellos y ellas, no pueden ni quieren cambiar, y…nada más egoísta que eso, pues es una actitud egocéntrica en la que pretenden que los y las demás giren a su alrededor y se inclinen ante ellos y ellas, tienen un complejo peor que el de Julio César, que obligaba a los gladiadores a decir: «Ave Caesar, murituri te salutant» (en cristiano: «Salve Emperador, los que van a morir te saludan«).

Triste historia, amigas y amigos, pero es real. Y no sólo real, sino también un desperdicio de vida.

Bueno, vamos a ver cómo hacemos bailar este trompo, porque, si se fijan un poco, ese tipo de historias siempre están inmersas en círculos y círculos y círculos viciosos de nunca acabar (y cómo cuesta sacar a esas personas de esos círculos).

Y aquí comenzamos con este rollo.

Una cosa es “me corrí” y otra “me corrieron”.

O sea, no es lo mismo que “yo me aísle de las personas” a que “las personas me aíslen de ellas”.

Aunque ambas situaciones son negativas y dañinas.

Pero…cuando una persona trata o se aísla de los y las demás, o sea se autoexcluye, no sólo estanca su crecimiento humano y social, sino que entorpece (de volverse torpe) su vida, sus ideas, su entendimiento y sus sentimientos, porque es un ser que sólo transpira tristeza, aburrimiento, soledad, rencor, resentimiento, y, lo peor de todo, monotonía en su vida.

No se me confundan ni enreden, ni estén pensando que ya se me pelaron los cables, si es cierto que hay personas que están «solas» pero como sinónimo «de no tener pareja», no de «no tener amigos y amigas», y son alegres, jodedoras, bacanal en vivo, pero, generalmente, esa es su imagen pública, la que proyectan a los y las demás, por no decir su máscara social, porque cuando regresan a su «soledad», o andan con su Dios (léase: crisis existencial o emocional), su mirada y su rostro se vuelven apachurrados, tristes, opacos y hasta amargados, aunque hay quienes se defienden como gatos panza arriba diciendo «pero si estoy SOLO o SOLA con quien me voy a reír, ni que estuviera loco o loca».

Me imagino que ahorita muchos estarán pensando: pero «más vale solo que mal acompañado”.

Sin embargo, no es tan simple como parece…

Cuando una persona no se identifica con un grupo social o con las personas con las que interactúa, o no se siente satisfecha con lo que le rodea, o se siente hostigada, lastimada o invadida en su privacidad o integridad personal, o ha sufrido una fuerte decepción afectiva o sentimental, ¿qué es lo que hace?

Pues, de primas a primera, y lo más probable, es que su reacción, su mecanismo de autodefensa, sea un rechazo a socializar, a interrelacionarse, con personas que, a su parecer, puedan repetir la misma (o similar) experiencia  que acaba de vivir, es decir, por lo general, desarrolla un comportamiento de aislamiento, de autoexclusión.

Dicho     de     otra     manera,    asume    una

conciencia de fracaso y de frustración, una actitud traumada contra la vida, deja de luchar por sus derechos, por su vida, por sus sueños, por su armonía existencial.

Y… ¿qué logra…digo yo…con todo esto?

Nada… nada más que fragmentar su futuro y ponerse a buscar tablas de salvación que supuestamente la protejan y la alejen de la realidad vivida, pero que, en sí, de lo único

que la alejan es de su vida presente, de su ahora, de su realidad personal y social.

No voy a negar que la falta de modelos o apoyos familiares positivos, los traumas de su existencia o la adversidad de su entorno social son fuertes cómplices de esta decisión de aislamiento, de autoexclusión, pero tampoco hay que pasar desapercibido que con esa actitud se niega a la plenitud de la vida, a la construcción de un futuro mejor, a una vida en armonía con los y las demás. Lastimosamente, lo único que logra es empeorar su situación, su interacción social, familiar e individual.

Por favor, no me vayan a decir que cuando las cosas se ponen “peludas”, feas y críticas, la mejor solución es “patitas pa’ que te quiero”, y que “más vale aquí corrió que aquí quedó”.

¡Jamás de los jamases!

Se podría justificar una retirada, pero… ¡ojo!… una retirada es válida únicamente cuando se trata de una estrategia de lucha, sea para reflexionar o para recuperar fuerzas y volver a la pelea por superar o mejorar la situación.

Huir por huir, no es más que un acto de cobardía y de derrota, no es más que dejarse vencer por el miedo y la desesperación, no es más que aceptar nuestra impotencia e incompetencia para afrontar y resolver una situación por muy caótica que sea, peor si para ello nos volvemos «carnales» y clientes consuetudinarios del licor o las drogas, o sea, nos volvemos pirucas o drogos, pues ningún licor ni ninguna droga han sido nunca, nunca, nunca solucionadores de problemas o crisis existenciales, pueden adormecer la razón y provocar un pseudo-relax, pero, pasado el efecto, vuelven de nuevo todos los problema o recuerdos.

¡Híjole! Ya esto me huele a sermón.

Ommmmmm, Ommmmmm, Ommmmmm, a ver si así la tomo con más calma, Ommmmmm, Ommmmmm, Ommmmmm.

Bueno, sigamos.

Así como existen muchas causas para la autoexclusión, también existen muchos tipos de autoexclusión: familiar, social, sentimental, sexual, profesional, escolar, política, cultural, etcétera, etcétera, etcétera.

Es decir, la autoexclusión es una realidad social difícil de delimitar en cuanto a su definición y manifestaciones, pues en ella influyen la época en que se vive, el contexto en que se interactúa y el espacio geográfico en que uno se desplaza, así como la percepción y creencias que sobre la vida se tenga, o que tan fácil uno se deja influenciar por los y las demás.

Lo que sí se puede afirmar es que una persona que se autoexcluye es una persona marginada, y marginada dos veces: primero por ella misma, pues se aleja y se niega a la vida por sí misma, se niega a interactuar con ciertos tipos de personas o de actividades sociales. Segundo, por las demás personas, pues al ver éstas su apatía o alejamiento social, también optan por alejarse de ella, por excluirla poco a poco del grupo o actividad social.

Pero… ¡cuidado!… la autoexclusión no significa que la persona haga operación cusuco todo el tiempo ni que se vuelva ermitaña (aunque siempre hay sus cuatro inteligentes por ahí), no, la autoexclusión puede manifestarse en uno o varios espacios sociales de una persona, no necesariamente en todas las esferas de su vida.

Aclaro un poco con algunos ejemplitos.

Algunas personas se acomplejan por no saber bailar o no bailar muy bien, ¿solución?, dejan de ir a las fiestas, en lugar de esforzarse por aprender a mover el esqueleto. Dicho de otra forma, se autoexcluyen de las fiestas.

Otras, por  al qué dirán, se privan de vivir su propia vida, de construir su propia historia, de expresar sus propias ideas, o sea, se autoexcluyen como sujetos sociales activos y se tornan pasivos, conformistas, dependientes, sumisos y subordinados.

Otras, puede ser que no le atinen a ninguna pareja, que siempre les salga el tiro por la culata, ¿solución?, no volverse a enredar sentimental ni sexualmente con nadie, en vez de reflexionar sobre sus necesidades afectivas y el tipo de pareja que necesitan para satisfacerlas. A veces olvidamos que una mujer no se complementa con todo hombre, así como un hombre no se complementa con toda mujer, aunque en apariencia lo que se haga sea lo mismo. O sea, hay que estar claro que una mujer no es para todo tipo de hombre, así como un hombre no es para todo tipo de mujer, ley de la vida, ¿qué le vamos hacer?

El problema con la autoexclusión (y con la soledad) es que comenzamos a decir y repetir que así nos sentimos bien, que “nunca” habíamos estado “mejor”, y lo decimos y repetimos tanto que al final terminamos creyéndolo y justificándolo como una verdad absoluta y lo reafirmamos como un modelo “pijudo” de vida personal.

Hay personas, incluso, que, por miedo a volver a caer en la situación que la empujó a su autoexclusión, toman la religión

como tabla de salvación, volviéndose creyentes fanáticos y radicales, y, lo peor del caso, hasta se olvidan de sus compromisos y vínculos afectivos y sociales con quienes las rodean.

Otras, las peores del paquete, asumen el chisme, la crítica destructiva, la injerencia social (se vuelven metiches de la vida ajena) como práctica social cotidiana, unas “en nombre del Señor y su santo evangelio”, otras “en nombre de las buenas costumbres” y otras “porque son «carnales», «broderazos» y no quieren que a su uña y mugre lo o la vean como idiota”.

Es decir, la autoexclusión no sólo es dañina para quien la asume como forma de vida, sino también para las personas que la rodean o se interrelacionan con ella, pues no sólo es soportar su forma de vida fragmentada, sino, muchas veces, su carácter amargo, sus cuechos y sus depresiones.

¡Huy!, de sólo pensarlo ya me dio cosa.

Para concluir, recordemos que tanto el aislamiento como la soledad son prácticas sociales nefastas en la vida de toda persona, porque al final, si nos descuidamos, nos llega a contagiar con el cáncer de la envidia, nos puede llevar a la intolerancia de la felicidad ajena, nos puede inducir a clavar el colmillo ponzoñoso del chisme y la calumnia. Dicho en cristiano, nos puede convertir en personas indeseables, invivibles, en engendros del mal.

Pero, lo más triste, es que, aún conscientes que nuestra estadía terrenal es corta, dejamos de vivir a plenitud, dejamos de disfrutar las cosas bellas y placenteras que la vida tiene, nos enterramos en vida. Nos volvemos zombis, «muertos vivientes», de nuestra propia historia social.

Y cuando digo cosas placenteras, no estoy hablando de orgías desenfrenadas, ni de derroches bacanaleros, no, me refiero a esos detalles simples que nos brindan las demás personas, principalmente las que nos tienen o a las que les tenemos afecto, y que nos llenan de gozo, de autorrealización, de sentir que para algo vinimos a este mundo y que nuestro paso por él vale la pena.

Habíamos dicho que “no hay mal que por bien no venga” y que “cuando un diablo nos bota, un ángel nos recoge”, pero si le cerramos las puertas (y hasta las ventanas), ¿cómo jodido va poder entrar ese pobre ángel?, ¿cómo diablos va poder llegar hasta nosotros?

Traduciendo, si le cerramos nuestras puertas a la vida, ¿cómo vamos a vivirla?, ¿cómo vamos a poder disfrutarla?, y vivir por vivir, esperando sólo a que nos llegue a recoger la pelona, es mala onda.

Bueno, hasta aquí creo que es suficiente hablar de la autoexclusión, conste que se puede decir chorrocientos de cosas sobre ella, pero con esto suficiente, porque, para muestra un botón, además que a la par de la autoexclusión, también está la exclusión, que es otra forma de marginación tan fea como una araña peluda y tan dañina como la autoexclusión.

A ver, ¿cómo les explico?

Lo ideal, en las relaciones sociales interpersonales, sería que, cuando una persona se acerca a otra o a un grupo, lo primero que hiciera, antes de acercarse (a como lo explica la psicología), sería dedicar un tiempito a observar y comprender qué sucede en la vida o en ese instante de la persona o del grupo, para luego hacer su ingreso triunfal de manera coherente a la situación, y así lograr una aceptación y un status ante ella o el grupo.

Si traducimos lo anterior, nos vamos a percatar que el nivel de aceptación de una persona por otra o por un grupo está determinado por su capacidad para comprender qué cosas son aceptables o no para esa persona o grupo, y qué actitudes o comportamientos se hallan fuera de lugar, fuera de contexto, o sea, que no encajan con la persona o con el grupo.

Por ejemplo, si en una conversa o reunión social pretendemos llamar la atención de una persona o de un grupo cambiando bruscamente o demasiado pronto el tema que le o les interesa en ese momento, o expresamos, de manera precipitada, una opinión de desacuerdo a lo que se esté tratando, lo que podemos ganar es que seamos, implícita o explícitamente, ignorados o rechazados, que nos hagan sentir que estamos de más, que estamos sobrando, en pocas palabras, que no seamos aceptados.

A simple vista esto nos podría parecer un comportamiento normal con reacciones normales.

Pero, no es así…

Porque, aunque se reconozca y acepte que entre las personas existen “diferencias” muy marcadas en sus habilidades sociales y personales, tanto en su tacto para hacer amigos y amigas como para ligar con alguien o interactuar en una reunión, esto no justifica que sean etiquetadas en tres status sociales: personas populares, personas impopulares y personas “corrientes”.

Repito, nada justifica que una persona sea rechazada, ignorada o aislada en ningún ámbito social.

Menos si esta persona tiene alguna discapacidad o padece alguna enfermedad, o porque es gay o lesbiana, o porque es “come-cuando-hay”, o por su tendencia política o religiosa, o por el color de su piel, o por su raza, o por su vínculo familiar, o por su nivel académico o cultural, o por su pertenencia a algún grupo social, o por su falta de tacto social, o por… … … … …,

A este tipo de actitud social nefasta se le llama discriminación, marginación social, exclusión social.

Además, porque un prójimo o prójima meta las patricias, meta las de andar en sus relaciones sociales, o porque no sepa cómo abordar a otras personas o grupos, no vamos a etiquetarlo o etiquetarla de impopular. y dejarlo o dejarla fuera de un círculo social.

NO.

Pues esa práctica excluyente ya es por prejuicios, por intolerancia social, por arrogancia social, por una absurda concepción binomial de dividir a las personas o grupos en superiores e inferiores.

Dicho a lo crudo, es una vulneración y negación a los derechos de equidad e igualdad social, al respeto a la dignidad humana. Peor aún, es una fuerte y seria limitación a las posibilidades de involucramiento y desarrollo integral en igualdad de condiciones.

Resumiendo, es un trato diferencial (por favor no lo confundan con preferencial) en cuanto a las consideraciones sociales que toda persona merece y tiene derecho, es un trato cuya única pretensión es hacer sentir inferior a la persona o grupo que cae en esta etiqueta social.

Y… esto no son locuraciones, ni una realidad ajena a nosotros, ni algo que lo practican otras personas (pero no nosotros), ni que constituya una excepción social poco frecuente…

NO.

Es una práctica que está instalada en el continuo quehacer de nuestra existencia, en nuestra cultura cotidiana, está Incorporada a nuestro lenguaje, en nuestras relaciones y, desafortunadamente, se ejerce a diario de manera consciente e inconsciente.

Lógico, en una sociedad donde la competencia es un valor central para el éxito de las personas, los mecanismos de exclusión constituyen una regla de juego necesaria, elemental y fundamental. Dicho en cristiano, la competencia social a la que nos induce el consumismo, el servilismo, el mercantilismo, la veamos por donde la veamos, es por naturaleza excluyente.

Nos guste o no, desgraciadamente, así es.

Por eso es muy pertinente tener siempre presente las palabras de Gabriel García Marqués: «el hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo cuando va ayudarle a levantarse«.

La discriminación es un fenómeno amplio que se presenta de muchísimas maneras, pero lo más descomunal es que es un comportamiento social dirigido contra las personas en las que recae uno o más prejuicios y reproducido por aquellos que presumen ser superiores a las y los demás.

Ahora, si la autoexclusión es dañina porque automargina a una persona, la exclusión es peor porque se ensaña contra la dignidad de las personas, sin mayor delito que no encajar en el estereotipo reconocido, establecido y bendecido por el sistema social imperante.

Esta situación de exclusión nos lleva a la indiferencia moral y, en su grado extremo, al odio hacia la otra persona, a la que es diferente, a la desconocida, a la marginal, a la que viene de otra parte, a la que padece de algo, a la que no piensa o actúa como el sistema lo demanda.

Y, asústense, la exclusión afecta, aunque de diferentes formas, a la inmensa mayoría de la población mundial.

Y es de esperarse, imagínense ustedes que hubo un señor de apellido Touraine que en 1998 se atrevió a decir que “la integración social no se realiza más a través de la participación de todos en valores y reglas institucionales comunes, sino más bien de manera opuesta, a través de la individualización de cada actor social y de su capacidad de combinar sus fines culturales y personales con los medios instrumentales de la sociedad de masas”. ¡Qué tal, eh!

¡Híjole!, sin querer queriendo me estoy metiendo en política.

A ver cómo me zafo de esto, pero es que a mí, sinceramente, se me hace muy difícil evitarlo en este tipo de tema, ya que he aprendido que hay tres elementos determinantes para que se dé la exclusión social: los prejuicios, la alienación y la pobreza, entonces…, que alguien me explique cómo separar la política de esta conversa, porque yo… yo no puedo.

Así que ni modo, ahí se va.

Siguiendo con la conversa, creo que sobre los prejuicios ya he hablado hasta por los codos.

Y, en cuanto a la alienación, voy a dar por entendido que todos y todas saben que ésta es el resultado de la praxis de dominación que predomina en cualquier sistema social cuyo eje central es la propiedad privada y la acumulación de las riquezas en manos de unos pocos, como nuestros actuales sistemas capitalistas.

A ver cómo lo explico…

En este tipo de sistemas, las relaciones persona-persona coloca a unos al servicio de los dueños de las riquezas y el poder, a favor de sus mecanismos de opresión, pero, como nada es gratis en esta vida, están expuestos al desprecio y la exclusión permanente de esta élite, si no coaccionan a otros para que acepten, se amolden, participen y se subordinen al sistema social dominante.

Triste realidad, pero es la realidad, realidad que implica someter a las grandes mayorías a condiciones de pobreza perpetua, que deben reproducirse y renovarse de manera mantengan el dominio y control social en manos de unos pocos.

Y esta pobreza, obviamente, es el elemento social por excelencia para marginar a algunas personas (por no decir a las grandes mayorías) de los beneficios del progreso social, la cual no sólo contribuye, sino que favorece la exclusión social de amplios sectores de la población, y, por ende, quebranta su dignidad y derechos.

Y… como es de esperarse, mientras no eliminemos y erradiquemos esas prácticas discriminatorias arraigadas en el quehacer de nuestras vidas cotidianas, no será nada simple (ni fácil) avanzar en la lucha para hacer de los derechos humanos una realidad verdadera en nuestras sociedades.

Por tanto, lo primero por hacer es no permitir ni aceptar ni asumir prácticas que promuevan la exclusión de las personas, tenemos que desprendernos de toda postura indiferente y conformista al orden social impuesto y comenzar a fomentar el respeto y reconocimiento hacia la diversidad humana que, por ley natural, existe y tiene que existir aquí y en la Conchinchina.

“Sea cual fuere el motivo, […] todo atentado contra la persona es un crimen contra la humanidad”, nos decía Gandhi, y tenía razón el señor.

Porque cualquier negación en hombres y mujeres de su realidad personal y social, mediante mecanismos de exclusión, lo que hace es reducirlos a simples recursos mercantiles capaces de ser administrados y manipulados en base a una ridícula distinción entre una persona y otra, bajo el engaño permanente de la ilusión de un falso progreso que está atado a un destino incierto de esclavitud social solapada.

Lo más triste de esta historia es que es unos y unas contra otros y otras, a través de una violencia fría, que, al final de cuentas, es la forma más radical con la que la humanidad ha forjado su historia.

Porque, señores y señoras, bróderes y sísteres, la discriminación, en un sentido directo y sin tapujos, no es otra cosa más que una actitud de violencia que se comete contra otra persona por ser diferente, por poseer un status inferior.

Y, como dice el Libro Verde sobre política social europea: “el problema no reside tan sólo en las disparidades entre los más favorecidos y los más desfavorecidos de la escala social, sino también en las que existen entre quienes tienen un lugar en la sociedad y los que están excluidos de ella».

Por eso, el fundamento de toda lucha contra la discriminación debe ser volver la mirada de forma directa hacia el rostro de la otra persona, mirarla cara a cara para constatar y reafirmar nuestra igualdad y nuestro respeto mutuo, y, sobre todo, para hacerle frente al diálogo y la comunicación franca y honesta con los demás.

Mantengamos siempre presente que estamos ante una realidad histórica, ante una realidad humana que ha causado daños muy profundos entre las personas, entre los grupos sociales y, lo más triste de todo, entre las mismas familias.

Basta ya de seguir sustentando aquel dicho romano del “homo homini lupus” (el hombre es lobo del hombre), de disfrazar y justificar los mecanismos sociales de violencia, pues lo único que pretenden es el dominio social a costa de todo y por encima de todo, llegando incluso a vociferarse que es en beneficio del progreso y para “bien” de la humanidad.

Eso, véase a como se vea, es pura artimaña de los grupos dominantes para manipular y someter a los no dominantes, aunque, desgraciadamente, hay quienes se prestan a ese juego.

Por eso, jóvenes ilustres, no sigan siendo cómplices ni le hagan el juego a los que promueven la discriminación social y, por ende, la exclusión, quedemos claros y claras que la exclusión no sólo es un fenómeno social, sino también una cuestión política: «económicamente mala, socialmente corrosiva y políticamente explosiva».

Tomemos conciencia que para erradicar la exclusión de nuestras sociedades habrá que revertir la historia, recobrar el sentido de la vida, superar el vacío existencial y, sobre todo, a como dice doña Carmen Bel Adell: “…liberar los mil cuatrocientos centímetros cúbicos de nuestro propio cerebro, esas cien mil millones de neuronas sobre las que tenemos nosotros el control si queremos tenerlo».

Y mejor la paro aquí, no vaya a ser y me salga la venada careta por tapas alastes.

Cuarta Conversa

Hombres versus Mujeres… ¿UN HECHO NATURAL?

Si sigues haciendo lo que estás haciendo, seguirás consiguiendo lo que estás consiguiendo. Stephen Covey

Nuestros abuelos y abuelas decían que hombres y mujeres viven como perros y gatos, peleándose toda una vida, pero durmiendo en la misma cama y comiendo en el mismo plato, y lo miraban natural.

Por eso nos aconsejaban que en pleitos de pareja nunca había que meterse, porque siempre es uno el que sale mal parado.

Y siempre me he preguntado si es natural que hombres y mujeres vivan en eterna rivalidad, en constante confrontación.       Si        es un hecho irreversible     que     la         armonía         y          el     buen entendimiento no pueda ser siempre el pan nuestro de cada día entre ellos y ellas.

Y… ¡zas!… me acordé de aquel señor francés

que de todo dudaba, hasta de él mismo, René… René Descarte se llamaba… y, tratando de imitarle, he quemado algunas neuronas queriendo entender esto, y vaya lío en el que me he metido.

Sin embargo, de tanto cranear, pude llegar a las siguientes locuraciones:

  • Que es un hecho natural e indiscutible que hombres y mujeres son, ante todo, personas, seres humanos, seres pensantes y vivientes, aunque, muchas veces, lo olvidamos e insistimos en colocar barreras que establezcan dos polos contrarios (antagónicos, decía Carlos Marx) en su protagonismo como sujetos de la realidad social y del contexto histórico en que viven.
  • Que, de acuerdo a lo anterior, también es 100% natural que hombres y mujeres tengan las mismas          capacidades,            intelecto         y sentimientos, y que, como nos decía el Profesor Santamaría, en lo único que difieren es en lo fisiológico… que uno tiene un “palito” (tradúzcase: pene) y la otra tiene un “hoyito” (tradúzcase: vagina), ella puede parir y amamantar y él no, y punto.
  • Y, aunque nos cueste aceptarlo, también es natural que hombres y mujeres se necesiten el uno a la otra y la otra al uno, para poder realizarse como hombres y como mujeres, tanto desde el punto de vista individual como social, familiar, sexual, y un enorme etcétera, pues cada quien es complemento y excitación del otro.

Y… fíjense bien cómo son las cosas cuando son del alma, que hasta en las relaciones homosexuales alguien asume el rol de hombre y alguien el de mujer, lo que demuestra claramente que este binomio hombre-mujer no desparece ni con la homosexualidad.

Pero… como nunca falta un pero en la historia de la humanidad… durante siglos, ¡qué siglos!… milenios, se ha pretendido imponer la absurda idea del sexo fuerte (los machos) y el sexo débil (las hembras), el sexo dominante (el hombre autoritario) y el sexo sometido (la mujer domesticada).

Suena feo, verdad, pero así es…

Y es que, durante mucho tiempo, se ha impuesto a hombres y mujeres roles sociales diferentes y diferenciados (…y ya vieron cómo lo escribo: hombres y mujeres, y ¿por qué no: mujeres y hombres?, ¡ah, verdad…!, secuelas, amigas y amigos, nada más que secuelas de esos viejos patrones sociales).

¿Y qué con esto?

Pues, que por un lado tenemos a las mujeres (aunque no todas) que, con esa forma polarizada de educarlas, crecen y se desenvuelven con sus típicas inseguridades y falta de confianza en sí mismas, dependiendo para todo del marido o de su familia, dudando de sí misma y de sus capacidades, buscando la atención y aprobación en todo del marido, del padre, del hermano, del jefe, etcétera, teniendo siempre miedo al qué dirán y aceptando sin chistar (dicen que para “no buscarse problemas”) las reglas de juego que le impone la sociedad, su grupo social y hasta su familia.

Por el otro lado, están los hombres (aunque no todos), a quienes se les inculca una consagrada pretensión de dominio sobre las mujeres (y sobre otros hombres que considera inferiores), fomentándose una rivalidad competitiva con los otros hombres, justificándose la búsqueda de múltiples conquistas sexuales para probar su virilidad, exteriorizando una necesidad constante de exhibir rasgos supuestamente

masculinos, como la fuerza, la valentía, la violencia, la indiferencia al dolor, y un abierto desprecio a todo aquello que se considere femenino (el llanto, la sensibilidad, el sentimentalismo, etcétera).

Pero, cuidado, eh, hay que tener claro que ambas posturas, ambos comportamientos, tanto el de los hombres como el de las mujeres, no son innatos, o sea, no nacen con ellos y ellas, sino que son aprendidos, son inculcados por la familia e impuestos por la sociedad a través de todas sus estructuras y mecanismos de control y mediatización.

O sea, son posturas culturales transmitidas de una generación a otra como verdades absolutas e irrefutables (aunque esto no quita que cada generación le vaya agregando su puchito, a veces para mejorar y otras veces para embarrarla, pues de guatemala se pasa a guatepeor).

Dicho más cristianamente, tanto mujeres como hombres son víctimas de toda una constelación de prejuicios (sociales, religiosos, etcétera) impuestos, cuyo propósito es impedir que tengan una visión clara de lo que debe ser su verdadero comportamiento y rol, tanto con ellos y ellas mismas como con el sexo opuesto, sobre lo que debe ser una verdadera relación e interacción entre los sexos, o, a como dicen ahora los sociólogos y sociólogas: una relación e interacción intergénero.

Y, lo irónico de esto, es que Papá Dios (según el Libro de Génesis) lo que pretendió, al crear a la mujer, fue aliviar la soledad del hombre con un ser que fuera totalmente igual al hombre y que estuviera totalmente a la altura del hombre, o sea, su «’ezer kenegdo» («su otro igual«), y no como se ha mal pretendido concebir a la mujer: como una sierva sometida al hombre y que vive a costillas del hombre.

No obstante, y hay que mencionarlo, en las últimas décadas, después de tantos siglos, se ha comenzado a reconocer y valorar el incalculable aporte que la mujer da a la familia, a la sociedad, a la humanidad por entero, en todos los terrenos: social, intelectual, político, económico, histórico, y un rosario de etcéteras más.

Y era de esperarse, porque a ambos… lean bien… a ambos se les confirió y ambos tienen igual responsabilidad social con la Gaia, con la Madre Tierra. Desgraciadamente, la marginación, el enajenamiento, la exclusión, incluyendo también el distorsionamiento de las cosas y de los aprendizajes, la invisibilización de nuestras realidades sociales, políticas, económicas e históricas, ha sido, precisamente, el empaque con que nos han envuelto y manipulado durante mucho tiempo, durante muchos siglos.

Y es que en este rollo de mujeres y hombres, de hombres y mujeres, lamentablemente, muchos nos trabamos para hablar con libertad y franqueza sobre temas que son parte inherentes y determinantes de y en nuestras experiencias, de y en nuestras convivencias, de y en nuestras relaciones personales y sociales, no sólo como individuos, sino también como parte integrante y determinante de una relación social o, por qué no, de una relación de pareja.

Pero, ¿por qué?…

Ah… porque nos da pena, porque no sabemos cómo lo va a tomar la otra persona, porque son cosas íntimas y/o personales, y un etcétera de justificaciones nada que ver, pues no tienen ni son ni ton.

Dicho de una manera más simpe, mutilamos nuestra comunicación, hacemos de nuestra vida personal y de nuestras relaciones un colocho, pues al no expresarnos, al no exteriorizar lo que realmente sentimos, pensamos y deseamos, ¿cómo diablos nos vamos hacer entender y nos van a entender?

Se acuerdan que les dije que todo tiene que ver

con todo, pues ya ven, volvimos a tocar el tema de los prejuicios, y si hablamos de prejuicios, también tendremos que hablar de estereotipos, y de discriminación, y de exclusión, y del qué dirán, etcétera, etcétera, etcétera.

Bueno, sigamos en lo que estábamos, pero antes hagamos un corte de chaleco y rebobinemos el cassette para que podamos seguirle el hilo a esta conversa.

Decíamos que un hecho natural es que la humanidad está conformada por mujeres y hombres, pero (y ahí va el “pero” ineludible) en las sociedades, principalmente en las latinas, se establecen políticas, formas de relación, comportamientos, actitudes y acciones para y entre las personas (así como de las instituciones hacia las personas), que obstaculizan un trato en equidad e igualdad de oportunidades y dignidades para y entre ambos géneros.

A esto,  las ciencias sociales lo ha bautizado como sexismo y se manifiesta en nuestras culturas (en algunas ocasiones de manera sutil e imperceptible, y, en otras, de manera explícita, contundente e innegable) en tres actitudes o comportamientos nefastos y dañinos: el machismo, la misoginia y la homofobia.

Y, obviamente, el guante le cae al dominio masculino patriarcal que viene prevaleciendo desde hace miles y miles de años en la historia de la humanidad.

Hagamos un poquito de historia para desenredarnos más despacio.

Desde los años 60 se ha venido promoviendo, con más fuerza y beligerancia, la teoría de género, una teoría cuyo principal enfoque es la lucha por la equidad e igualdad de derechos y oportunidades entre mujeres y hombres.

No obstante, por esas vicisitudes de la vida, algo se entrometió y desbarajustó toda esta insurrección femenina que provocó que hombres y mujeres se vieran enfrentados y expuestos a una “disputa de poder”. Bueno, era algo de esperarse, pues, por un lado, las mujeres luchaban por conquistar espacios y cuotas de poder social sobre los hombres y, por otro, los hombres luchando por no perder su hegemonía y dominio sobre las mujeres.

Es decir, cada quien creyó y pretendió ser el centro del universo, lo que originó un zangoloteo social entre el “mujerismo” o “hembrismo” (que, desafortunadamente, muchos y muchas lo confunden con el feminismo) contra el machismo, y el machismo contra el mujerismo.

¿Qué pasó con la película?

Simple, algunos movimientos o grupos

feministas, promotores del enfoque de género, consideraron que su línea principal eran las mujeres, y, por tanto, orientaron el quehacer de su gestión exclusivamente a y con mujeres, ¿y los varones?, ¡nada que ver!, brillaron por su ausencia, fueron excluidos, aún más, las acciones desarrolladas estaban vinculadas a las necesidades de las mujeres, ¿y las necesidades de los hombres?, ¡vay’usted a saber!

Esto, obviamente, ocasionó un resultado no deseado: una mayor polarización del sexismo, pues las actitudes entre ambos sexos se endurecieron más y se tornaron más radicales.

Entonces… ¿en qué paró el impacto de las acciones de estos movimientos?…, obvio, no tuvieron la necesaria transversalización de género en las políticas, planes y acciones sociales e institucionales, por tanto, una insuficiente incidencia en la reivindicación de verdaderos derechos igualitarios entre mujeres y hombres.

El asunto es que esta postura egocéntrica, se convirtió en un obstáculo para el avance a la equidad e igualdad de género y una incitación para desarrollar implícitamente actitudes y comportamientos machistas aún dentro de los mismos movimientos feministas, pues, sin querer queriendo, repetían y consolidaban los mismos esquemas machistas contra los cuales luchaban.

¡Epa, epa, epa!… no quiero decir con esto que los movimientos, grupos u organizaciones feministas no sirvan o no hayan hecho nada, NO, al contrario, han contribuido enormemente a sacudir toda esta escoria actitudinal de nuestras sociedades, pues han puesto sobre el tapete de lucha social la exclusión, desigualdad, marginación y explotación contra las mujeres y, además, puesto en remojo el abuso y monopolio de los espacios sociales por parte de los hombres.

Pero sí tenemos que estar claros y claras que aún falta mucho camino por recorrer, que es necesario enderezar este barco para que su enfoque no continúe cayendo en el parcialismo ni en el sexismo, pues que debe conjugarse y empoderarse en ambos sexos, pues, si bien es cierto es necesario conquistar la inclusión social de las mujeres en equidad e igualdad de oportunidades, trato y dignidad, también es cierto que es imperioso lograr un cambio de actitudes en los hombres (como usuarios empedernidos) y las mujeres (como cómplices reproductoras del machismo, la misoginia y la homofobia).

¿Qué cosas trae la vida, verdad?

¡Híjole!, estoy comenzando a hablar de machismo, misoginia y homofobia, y ni siquiera he tratado de explicarles lo que es. Hay me disculpan la falta de ortografía y retrocedamos un poco para aclarar estas tres formas con que se expresa el sexismo: machismo, misoginia y homofobia.

Bueno, cuando consideramos, valoramos y apoyamos socialmente la idea que los hombres y lo masculino son superiores, mejores, más adecuados, más capaces y más útiles que las mujeres, estamos ante el llamado sexismo patriarcal.

Y este tipo de actitud, para empeorar las cosas, tiene una visión del mundo y de las relaciones sociales centrada en el punto de vista masculino, que justifica que los hombres tengan el monopolio del poder, del dominio y de la violencia social. O sea, para que hablemos con más elegancia académica, este punto de vista nos conduce a promover y sustentar una actitud androcéntrica.

¿Y cómo se expresa este androcentrismo?, a ver si le son familiares estas frasecitas:

El hombre para la calle y la mujer para la casa

“La mujer es el pilar de la familia y, por tanto, debe estar dispuesta a hacer cualquier tipo de sacrificio para defender la unidad y felicidad de su grupo familiar”

El honor de las mujeres es como el cristal, una vez que se quiebra no se repone

Las mujeres son débiles y los hombres fuertes

Los hombres nacieron para mandar y las mujeres para obedecer

Sólo los cristales se rompen, los hombres mueren de pie

El hombre es el jefe del hogar

A las mujeres les gusta que las maltraten

Las mujeres no están bien hasta que están mal

La mujer siempre lleva las de perder, porque es la que provoca al hombre

Ay, hija, hacete la desentendida y no le contestés, que así son los hombres

Y como éstas hay chorrocientas de frasecitas más, pero… ¿a qué me quiero referir con todo esto? ¿a dónde quiero llegar?

Pues… ¿a qué más?… al machismo, a esa absurda manía de pretender imponer como superior la condición de ser hombre, a engrandecer y justificar ciertas características de los hombres, principalmente la virilidad y su actitud dominante, controladora y avasallante sobre la mujer, y hacer de estas creencias una mezcla de agresión, de fuerza dañina y depredadora, y de dominación sexual.

Y… como ya saben, las principales víctimas del machismo son las mujeres: nuestras madres, nuestras compañeras (llámense esposas, amantes, “amigas con derecho, etc.), nuestras hijas, nuestras amigas…

Así mismo es, son las que lo sufren en vivo y a todo color de una u otra manera.

Aunque muchas prefieren creer que se trata de un problema personal de sus parejas, padres, hermanos, colegas o jefes y hasta tratan de justificarlo: “es un poco brusco”, “es muy exigente”, “tiene un carácter muy fuerte”.

Otras se ponen el sombrero de psicólogas: “es que su papá lo abandonó”, “es que su mamá fue muy dura con él”, “ha tenido malas experiencias y por eso desconfía de las mujeres”, “es que tiene problemas de comunicación”.

Y otras le dan un toque de humor y resignación: “es que así son los hombres”.

Y es que, en esta actitud androcéntrica, no basta con sobrevalorar a los hombres y a lo masculino, sino que también hay que subvalorar a las mujeres y a lo femenino.

¿Cómo?

Simple, poniendo condiciones sociales de subordinación a las mujeres, haciéndolas invisibles: no ver ni identificar ni reconocer sus características y aportes, negar y anular sus verdaderos atributos como mujeres (el atributo que más se les asigna es el de objeto sexual, como elemento de placer para el hombre y como estrategia de mercadeo para el capital), tan así, que    incluso          es común el  tomar sus bienes y aprovecharse de sus acciones y logros sin ningún asco y sin que quede huellas de ello.

Y esto… tiene nombre y apellido… se llama misoginia… y se expresa cuando se cree que las mujeres son inferiores por sí misma, porque esa es su naturaleza innata; cuando se afirma de antemano que las mujeres son incompetentes porque su incapacidad ya es un atributo natural en ellas, y, sobre todo, cuando se les hostiga, agrede y somete haciendo uso de un derecho patriarcal absurdo, sin siquiera detenerse a pensar un poquito que esa dominación genérica contra las mujeres es injusta, dañina y éticamente reprobable.

En pocas palabras, la misoginia es un recurso de poder aceptado y permitido que hace que las mujeres sean oprimidas y reprimidas antes de actuar o manifestarse sólo por su condición de ser mujer.

Y las peores expresiones de esta opresión y represión son la violencia intrafamiliar, el acoso, el abuso sexual y la violación, pues no sólo es la forma oprobiosa con que se realizan, sino las secuelas traumáticas que quedan en la mujer, secuelas que, en la mayoría de los casos, la marcan negativa y vergonzosamente para toda la vida; lo peor de estos casos es que muchas de esta mujeres pasan, gran parte de su vida, autoculpándose por lo sucedido, pues se meten en la cabeza que ellas fueron las que provocaron que el hombre les hiciera lo que les hizo.

¿Acaso esto no es una muestra y prueba de lo efectiva que ha sido esta cultura de alienación, marginación y desvaloración en contra de la mujer?

La respuesta se las dejo de tarea.

Mejor cerremos este rosario actitudinal, dedicando, en esta conversa, unas cuantas palabritas sobre la homofobia, o sea, esa sarta de actitudes y acciones hostiles contra las personas homosexuales, pues, de manera absurda, se considera que la heterosexualidad es la tendencia sexual única, natural, superior, positiva y aceptable por mandato divino y social.

La homofobia la podemos contemplar de manera clarísima cuando a alguien le aterra relacionarse con homosexuales, o que alguien en su familia pueda ser homosexual; incluso, hay quienes creen que la homosexualidad es una enfermedad o algún tipo de perversión.

También se es homofóbico cuando se desvaloriza, ridiculiza y avergüenza socialmente a las personas homosexuales, o cuando se les discrimina y agrede, o cuando se les nombra con calificativos despectivos como marica, mariposa, cochón, mano caída, marimacha, cochona, etcétera, etcétera.

Y, aunque usted no lo crea, hasta cuando hacemos chistes (por muy inocentes que parezcan) y nos burlamos de manera estereotipada de las personas homosexuales, somos homofóbicos. Peor, si a eso le agregamos posturas de inquisidores sexuales y castigamos, hostigamos y dañamos a las personas por su homosexualidad.

Y, para no perder la costumbre, la violencia contra la homosexualidad, igual como sucede con las otras formas de sexismo, se considera también legítima, incuestionable y justificada.

Y para cerrar con un rayito de luz en la oscuridad con esto de la homofobia, no olvidemos que a nadie se le puede obligar a ser lo que no quiere ser, ni a que le guste lo que no le gusta, por tanto, no podemos obligar a nadie que tenga determinada preferencia sexual si no es ese su “feeling”, si no es esa su manera de sentir y pensar.

No se trata de si el o la homosexual nace o se hace (eso es para los científicos), lo cierto, la realidad, es que los y las homosexuales existen y son personas reales, seres humanos de carne y huesos, por tanto, tenemos que aprender a respetarles y a convivir con ellos y ellas, por muy extravagantes que nos parezcan, son parte de la vida, de la sociedad y de la diversidad humana.

Pero… ¿qué creen?… la cosa no para allí.

Así como lo leen.

Lamentablemente, hemos sido educados y educadas de manera sexista.

Si nos fijamos bien, nos vamos a percatar que, en muchas situaciones, pensamos, sentimos y nos comportamos de manera sexista, sin que nos haga corroncha, o sea, no nos incomoda, más bien, sentimos que es preciso hacerlo porque así ha sido siempre por los siglos de los siglos, amén.

Aclaremos:

  • Una mujer es sexista cuando se subordina de antemano al hombre, cuando en lugar de apreciarlo, amarlo y colaborar con él, le sirve, se somete a y justifica su dominio y, peor aún, le teme. Y es machista cuando se desvaloriza a sí misma y se da por vencida, y se subordina a él.
  • Un hombre es machista cuando se posiciona como ser superior y magnífico, cuando, sin conmoverse, usa a las mujeres, se apoya en ellas y se apropia de su trabajo, su capacidad creadora y su imaginación. Cuando margina, aparta, discrimina y desvaloriza, cuando sobreprotege a las mujeres, y, desde luego, cuando las hostiga, maltrata, atemoriza, acosa y violenta, aunque lo haga con buenos modales y galantería.

¡Ojo!, el machismo también se da hasta entre los hombres, ¿cuándo?, cuando un hombre actúa contra otros hombres para ejercer un dominio sobre ellos y ponerlos bajo su poder.

De igual manera, la misoginia también existe entre las mujeres, cuando entre ellas se descalifican y enjuician con la misma vara sexista, cuando se someten a dominio unas a otras, cuando aprovechan su poder de opresión para usar, abusar, explotar, someter o excluir a otra mujer a fin de lograr el beneplácito de los hombres o de quienes ejercen el poder. Dicho chapiollamente, cuando se hacen trizas entre ellas mismas.

Y, como ipegüe, el sexismo alcanza su perfección cuando cada persona, de remate, es sexista consigo misma.

¿Qué tal?

¡Como que nos dio en el matado, ah!

Pero el clavo está… jóvenes ilustres beneméritos y beneméritas de la patria… en que, además de ser víctimas y/o victimarios del sexismo, también somos reproductores de él.

Recuerden que habíamos dicho que todo esto era una concepción social y cultural, que comienzan con la asignación de tareas y roles específicos a hombres y mujeres. A las mujeres el cuidado de los niños y las niñas (sean hijos, hijas, hermanos, hermanas, etc.) y la realización de las tareas domésticas. Los hombres son los que tienen que proveer y representar el hogar, así que les toca trabajar, salir a la calle, meterse en política, etc.

Pero… y… ¿aquellas mujeres que trabajan para contribuir a la manutención del hogar?…, están bien, gracias…, pero… ¡atentas!… éstas no pueden ni deben descuidar a los niños y niñas ni dejar de hacer los quehaceres domésticos, en pocas palabras, no deben descuidar ni a su hogar ni a su marido… ¿qué cómo le van hacer?… eso no importa, porque su naturaleza es de sacrificio, de entrega a su familia, y no importa que no le quede tiempo para su crecimiento personal…¿verdad?…nadie las mandó a meterse a camisa de once varas…¿les resulta familiar esta postura?… de seguro que sí, injusta… pero se da.

Y… si una pareja se divorcia…, está bien, no hay problema, están en su derecho, nadie está obligado a mantener una relación donde ya no hay armonía, donde ya no hay química, donde ya no hay entendimiento ni tolerancia, y, peor aún, donde ya no hay amor. ¡¡Ahhhh!!, pero… ¡¡ojo…mucho ojo!!… a la mujer le toca cargar con los hijos e hijas, porque ella sabe cuidarlos mejor, porque es su atributo social, atributo que queda súper justificado cuando nos dicen como sabia enseñanza “una madre para cien, un padre para ninguno”.

Y estos valores, y chorrocientos de valores más, los inculcamos a nuestros hijos e hijas, a las nuevas generaciones, perpetuando así la desigualdad social entre hombres y mujeres, rivalizando la relación entre ambos.

¿No me digan que todavía quieren más ejemplitos?

Pues, a petición dedocrática, ahí les va:

Los hombres no lloran, sólo las mujeres lloran por todo

Los niños varones no deben jugar con muñecas

Aguante como los machos, el muy pendejo

Como vos sos la mujercita de la casa, a vos te toca atender a tus hermanos

Sos peor que una mujer para andar metiendo cuentos

Las niñas deben ser delicadas y bien portadas

Sos una marimacha jugando con varones, ¿qué va a pensar la gente de vos?” Bueno, creo que para muestra un botón, ¿verdad?… Mejor sigamos.

Pero, antes que nada, es necesario aclarar, y que quedemos claros y claras, que el machismo no implica únicamente que el hombre golpee a la mujer, o que la encierre en la casa bajo cuatro candados, o que la ande como llavero, o que la tenga a mecate corto, ¡¡NO!!, y mil veces no, el machismo puede manifestarse a través de la mirada, los gestos o la falta de atención, basta con que la persona que está del otro lado lo perciba con toda claridad, en vivo y a todo color, y que se sienta disminuida, humillada o ignorada, así de simple, sin violencia, sin regaño, sin discusión, para qué, con que sea una relación de desigualdad en la que alguien queda arriba y alguien abajo, en la que alguien someta y alguien sea sometido, es más que suficiente.

También hay que dejar claro que no es necesario ser hombre para ser machista: muchas mujeres también lo son, como madres, hermanas, hijas, amigas, jefas y colegas, pues, sin darse cuenta, promueven y alimentan el machismo con sus acciones, creencias y transmisión de valores.

Más aún, el machismo y la misoginia se da también entre los y las homosexuales, así como lo leen, se da tanto en el que asume el rol masculino como en el que asume el rol femenino, en ambos se manifiestan actitudes y comportamientos machistas y misóginos, lo que demuestra que estas distorsiones sociales son producto de la cultura social, que no son inherentes a la persona humana.

Por tanto, se trata, entonces, de un mal social cuya responsabilidad de existencia, reproducción y perpetuación es compartida, pues, en una sociedad donde prevalece una cultura machista y misógina, es obvio pensar que la mayoría de sus integrantes, de cierta manera, es machista y misógino, ya que es la forma, es la cultura que todos y todas aprendemos, desde la infancia, para relacionarnos, es la moneda social que nos dan para todo intercambio interpersonal.

¿Adónde quiero llegar?

Pues que no se trata de transformar solamente las actitudes de los hombres, sino también las de las mujeres. Es decir, ambos deben dejar de ser sexistas, ambos deben dejar de ser machistas, ambos deben dejar de ser misóginos, ambos deben dejar de ser homofóbicos.

Dicho en otras palabras, el sexismo es un problema social, no individual ni de grupos.

Me imagino que ahorita mismo hay quienes estarán pensando y sosteniendo que, con tantos movimientos feministas y de la nueva masculinidad, el sexismo se está superando, que las mujeres están logrando autonomía e igualdad en sus relaciones, que los hombres están dejando de ser machistas, mas, sin embargo, todavía hay mujeres que les temen a sus esposos, mujeres que se topan con actitudes intransigentes y discriminatorias en la interacción con sus padres, hermanos, parejas, colegas o patrones, aún prevalece desconocimiento y desconfianza entre los sexos.

No se trata de confrontar a los sexos, sino de reeducarlos, que desaprendan todo ese montón de barrabasadas que se les ha inculcado con respecto al significado y roles que debe jugar cada uno de ellos en la sociedad y que obstaculizan sus relaciones sexuales, amorosas, familiares, laborales y sociales.

Sí, hay que desaprender para poder transformar nuestras actitudes, nuestros valores, nuestras maneras de relacionarnos. Ni pro-mujer ni anti-hombre, la lucha debe ser por la equidad y el respeto, por la aceptación y la tolerancia, por la convivencia en la diversidad.

Comprendamos que no se trata de que las mujeres sean iguales, en toda la extensión de la palabra, a los hombres, es algo que nunca será ni tendrá razón de ser, se trata que ambos tengan igual tratamiento ante la ley, que ambos tengan acceso a las mismas oportunidades y derechos, que ambos sean valorados con dignidad y respeto, que ambos sean visibles y escuchados en cualquier escenario social, político, laboral e intelectual.

Resumiendo, tanto hombres como mujeres, tanto mujeres como hombres somos responsables de esta situación de desigualdad en la relación y tratamiento entre los sexos, y es a “ambos dos” que nos corresponde hacer cambios sociales profundos si deseamos realmente ser verdaderos aliados en la vida y, sobre todo, frenar la reproducción y perpetuación de estos flagelos sociales, principalmente en las nuevas generaciones, en los niños y niñas.

Bueno… ya… suficiente…, tratemos de poner punto a esta conversa.

Y vamos a concluir diciendo que… con que la mujer trabaje o tenga mayor participación social y política o se tecnifique el hogar para que haga menos tareas domésticas o cueste menos hacerlas, no basta, no es suficiente para cambiar esta situación.

Es necesario cuestionar, y cuestionarnos, las bases culturales y sociales con que se ha edificado nuestra identidad como hombres y mujeres, como mujeres y hombres, pues sólo cambiando nuestro propio yo interior, nuestras relaciones íntimas (no me refiero sólo a lo sexual), podremos cambiar y transformar las relaciones sociales para un desarrollo más armónico, justo y equitativo en el que ambos sexos puedan vivir, convivir, crecer y desarrollarse de tú a tú.

No olvidemos que la inclusión social, el respeto a la diversidad, el debate abierto y el análisis crítico dependen de relaciones sociales basadas en la equidad no en la subordinación.

Tampoco olvidemos que lo que está en juego va mucho más allá de una simple concesión de derechos y oportunidades para y entre ambos sexos, pues, mientras no se acabe esto del sexismo, las sociedades y los sexos seguirán siendo y estando polarizados.

Luchemos por terminar de una vez por todas con esta cultura social del “UNO TODOPODEROSO” y sustituyámosla por la de “NOSOTROS SOLIDARIOS”, una cultura que promueva la relación intersubjetiva como base del diálogo franco, respetuoso, crítico, solidario, colaborativo, y, sobre todo, de madurez ética.

En nuestras manos está esa gran posibilidad de ser sujetos activos para la transformación de nuestra realidad social, y no es nada complejo ni difícil que requiera de la física cuántica o de cálculos infinitesimales, basta con que partamos e iniciemos con lo más simple y cotidiano, con nuestra propia naturaleza, con nuestra propia persona, con ese contacto básico que establecemos día a día con las demás personas.

Sí, sólo necesitamos, aparte de nuestra voluntad, mirar a los demás con respeto y valoración, independiente de su sexo y de su preferencia sexual, de sus condiciones físicas, mentales y socioculturales, de su posición económica, laboral o académica, para subsanar este antagonismo social que por siglos hemos venido arrastrando hombres y mujeres.

Aprendamos de una vez por todas que tanto el hombre necesita de la mujer, como la mujer del hombre, porque ambos formamos una unidad social necesaria para la perpetuación y estabilidad de nuestra naturaleza y conciencia humana.

¡Uff!… bueno… hasta aquí me dieron las neuronas… pasemos mejor a la siguiente conversa.

Quinta Conversa

A propósito del

AMOR

El amor es como la sal: el exceso o la falta puede echar a perder el sabor de un plato. Sor Juana Inés de la Cruz

¡Aaaaah, el amor… dulce amor!

¿Cuántas cosas bellas… (y feas)… suceden en nombre de este gran señor?

Sí…

¿Cuántas personas viven una felicidad indescriptible al amar y sentirse amadas?

¿Cuántas personas hacen cosas increíbles y maravillosas por amor?

Pero, también…

¿Cuántas personas se echan a perder en nombre de este sentimiento?

¿Cuántas personas se vuelven dependientes y se someten al maltrato por no perderlo?

¿Cuánta violencia y crímenes han sido cometidos en su nombre? Y… ¿cuántas, cuántas, cuántas y cuántas cosas más…?

Mejor busquemos cómo ahorrar saliva y destapemos de una vez esta caja de Pandora.

¿Ok?

Antes que nada y para evitar enredos, comencemos por tratar de entender qué es el amor y, obviamente, qué no es el amor.

No crean, me da cosa abordar este tema, porque hay tantas formas de amar y de sentir el amor, que me resulta peliagudo querer definir, en un solo párrafo, este sentimiento bipolar (porque tiene dos caras), pues así como nos hace sentir mariposas de felicidad, así nos puede hacer ver el diablo por un hoyito.

Pero…, no importa, le vamos hacer ganas a esta conversa, y si no los enredo, los confundo, pero algo va a resultar.

Según mi lengua larga, el amor es un proceso sentimental y emotivo, sí…, para mí… “el amor es un proceso de identificación, aceptación, intercambio y acoplamiento afectivo, por elección y decisión propia, entre dos personas, que buscan, en este sentimiento, una gratificación emocional, sentimental, pasional y/o material para ambas partes, o, al menos, para una de ellas”.

¿Sorprendidos? ¿Sorprendidas?

Yo también.

Porque esto implica cachetearme fuerte y despertar de ese romanticismo amoroso novelesco en el que he creído y el que me han inculcado durante años y años, para darme cuenta que…

  • Si es un proceso, quiere decir, obviamente, que necesita tiempo para manifestarse y consolidarse, por tanto, el famoso “amor a primera vista” de las películas y los cuentos de hadas no existe, puede haber atracción a primera vista, pero no amor (esto se los explico más adelante, okis), porque para que sea amor debe sustentarse en cuatro pilares básicos: paciencia, tolerancia, respeto y bondad.
  • Si se manifiesta en el tiempo, significa que es temporal, que tiene inicio y tiene fin, que aquello del “amor eterno”, el “vivieron felices para siempre”, no es una ley que se cumpla 100% en la vida. O sea, igual que nosotros, nace y muere. Pero, ¿de qué va a depender su tiempo de existencia?, igual que nosotros, de las circunstancias y condiciones que le rodeen, tan simple como eso, por eso hay que cuidarlo… para consolidarlo y fortalecerlo (¡qué mala costumbre la mía de hablar hasta por los codos!, ahí disculpen).
  • Si bien es cierto se da entre dos personas, no necesariamente tiene que ser entre un hombre y una mujer, ni tampoco significa que es exclusivo para parejas, lo que sí hay que tener siempre presente es que, sin importar quien sea, se ama a una persona imperfecta.
  • Si lo que se busca es una gratificación, entonces no es cierto que el amor sea desinteresado, pero si su interés es material o económico, automáticamente, deja de ser amor para convertirse en una inversión sexual, porque la gratificación que busca el amor, por naturaleza propia, siempre es emotiva y/o sentimental.
  • En tanto que la gratificación puede ser para ambas persona o sólo para una de ellas, implica que el amor no necesariamente es recíproco, simplemente se entrega… y punto… no importa si es aceptado o rechazado, porque, en este sentido, el amor se entrega de manera incondicional.

Lo anterior conlleva entender y digerir bien en la cabeza que el amor no siempre es compartido ni puede ser impuesto, yo puedo elegir y decidir a quién amar, pero esa persona elige y decide si quiere ser amada por mí y si quiere amarme a mí (que son dos cosas distintas y que no necesariamente se tengan que dar ambas a la vez, a veces no se da ninguna), por otro lado, tenemos que percatarnos que no hay ni habrá dos personas que nos amen, o que amen, de la misma manera y con la misma intensidad.

Asimismo, que hay tantos tipos de amor como personas en la Tierra, y que cada quien lo expresa a su manera y de forma distinta (de acuerdo al valor y significado con que empaqueten cada una de sus relaciones amorosas)-

Pero, a pesar de todo esto, algo inobjetable es que el amor es siempre amor, lo que cambia es el vínculo, la manera que lo expresamos en cada relación sentimental que tenemos.

Hay que tener siempre presente lo que palabreamos en la segunda conversa, que ni los dedos de las manos son iguales, por tanto, tampoco las personas somos iguales, mucho menos los sentimientos, porque éstos, damas y caballeros, dependen de los intereses que nos muevan el tapete.

Antes de seguir con esta conversa, recordemos que habíamos mencionado que hay varios tipos de amor, entonces, para que no nos enredemos, aclaremos primero este punto.

Para algunos el amor se puede clasificar en amor divino (agápe), o sea el amor a Dios; amor filial (filia), el que sentimos por los amigos y amigas; amor conyugal (eros), el que sentimos por nuestra pareja; amor fraternal, o amor entre hermanos y hermanas; amor maternal y paternal, el amor de una madre o de un padre hacia sus hijos e hijas; amor pasional (pazos), o sea la atracción ardiente e impetuosa hacia una persona (el que nos lleva hasta el infinito y más allá sexamentalmente), y amor material, o sea, esa codicia desmedida por la posesión sea de riquezas materiales (efitimia) (que nos puede llevar incluso a la avaricia) o de las personas mismas (störgue), y un etcétera, etcétera, etcétera.

Para otros el amor se clasifica en amor compartido, aquel que se manifiesta en una relación de pareja, pero en igualdad de derechos y oportunidades para ambas partes; amor altruista, el que se brinda de manera solidaria al o a los prójimos y prójimas; amor posesivo, aquel que se exterioriza de manera dominante y absorbente hacia otra u otras personas (no necesariamente una relación de pareja); amor narcisista, o sea, el que se refleja como un excesivo endiosamiento de nuestras propias cualidades, facultades u obras, dicho de otra manera, como un inmoderado y excesivo amor por uno mismo; y amor egoísta, aquel que nos hace atender desmedidamente nuestro propio interés, sin importarnos ni cuidar el de los y las demás, dicho de buena manera, nos vale un comino lo que puedan sentir los y las demás.

Y podríamos llenar listas y listas de tipos de amor, y no se asusten, que esto de establecer tipos de amor es más complejo y enredado que una telaraña, porque, muchas veces, estos tipos de amor se entremezclan, se confunden o se centran en una misma persona, más aún, todo cuanto se pueda decir sobre el amor es relativo y circunstancial, o sea, lo que para unos y unas es válido, para otros y otras no, ya que esto depende de sus experiencias y vivencias.

¿Qué tal, eh?

Bueno, ya que calentamos motores, ahora sí creo que podemos comenzar esta conversa acerca del amor.

Hasta donde yo entiendo y la sapiencia me dice, este proceso afectivo, que llamamos amor, nos lleva a mostrar inclinación o preferencia por una determinada persona, a como decía, de acuerdo al nivel de significación que esa persona tenga para mí mismo o misma, y no por lo que representemos para dicha persona.

Pero… ¿cuáles son esas razones, emotivas o existenciales, tan fuertes que te hacen preferir a una persona en lugar de otra?

Ni me lo pregunten, que en eso todavía sigo más perdido que perro en procesión, pues el amor no es algo material que pueda ser observable y medible de manera directa, más bien es algo íntimo y personal, es una realidad que sólo puede ser percibida, deducida y/o compartida.

Por eso, muchos y muchas prefieren llamar a esas razones “química”, tal como lo leen, cuando alguien no nos cuadra amorosamente, o sea, no es jocote que nos dé dentera, simplemente se le dice, así sin asco, “es que no hay química entre nosotros”.

Y es que cuando no le cuadramos a alguien, ni que le ofrezcamos el sol, la luna, las estrellas,…el universo entero a sus pies…no hay de piña… ni la hora nos dan, por mucho que amemos a esa persona, por mucho que nos babiemos por ella.

Hay quienes se limitan a decir que el amor es una ironía inexplicable y contradictoria, pues, en muchos casos, nos desvivimos por quienes nos quieren para mal y rechazamos a quienes nos quieren para bien.

Aún más, muchas veces una persona puede amar a otra y no demostrarlo, quedarse pitón pitillo, por miedo al rechazo, porque presiente que le van a dejar ir un no sin anestesia.

¿Por qué?

Existen mil razones para explicar esa postura, pero explicarla implicaría meternos en unas honduras que no nos bastaría toda esta conversa, por eso, lo importante es que comprendamos que el amor es una realidad que no puede ser medida ni, por tanto, comparada.

Lamentablemente todavía no han inventado algún aparatito por allí que nos sirva para medir la temperatura amorosa de las demás personas.

Y, para echarle más leña a este asunto, habría que decir que el amor no puede ser planificado, no es “me voy a enamorar mañana, o dentro de quince días o el próximo año” (¡ya quisiéramos!), NO, y un rotundo NO. Podemos planificar la compra de algo, nuestros estudios, hasta un embarazo, pero el amor… ¡nelfis!…, y aquí cae como anillo al dedo aquel dicho que dice: “donde menos se piensa, salta la liebre”, y es que el amor es así: impredecible.

Pero, a pesar de todo eso, el amor nos sacude hasta lo más recóndito de nuestro ser, hasta lo más profundo de nuestra médula.

El amor es el sentimiento que nos hace delimitar nuestro propio vínculo y círculo social, que aceptemos a unas personas y rechacemos a otras, que establezcamos valores diferenciadores entre las personas que nos rodean y las califiquemos como familia, amigo o amiga, pipito o pipita del alma, “me caés bien”, conocido o conocida, simple ligue o afinque, novio o novia, pareja, querinovio o querinovia, etcétera.

Incluso, entre cada tipo de relación, hasta llegamos a establecer niveles de confiabilidad y favoritismo diferenciados, no es cierto que amemos a dos personas de la misma manera y con la misma intensidad, aunque tengan la misma etiqueta amorosa para nosotros, ello depende, repito, del significado, valor e importancia que demos a esa persona en nuestra vida. Dicho más sencillo, de la fuerza con que nos muevan el piso, con que nos sacudan las fibras más profundas de nuestro ser.

¡Ah!, pero cuidado, no hay que confundir el amor con la atracción o admiración o con el “me cae bien” o con la gratitud. Esto es como combinar gasolina con fuego. Y esto no sólo es válido para las relaciones de pareja, no, es para cualquier tipo de amor.

Y ya aquí la cosa se pone más peluda.

¡A ver cómo salgo de esto!

Lo primero que se me ocurre es comenzar diciendo que el amor no es sinónimo ni de felicidad ni de sufrimiento.

Nadie nos hace feliz ni nadie nos hace sufrir. Somos nosotros quienes nos sentimos felices o nos sentimos desdichados, pues esto depende del valor que demos a las actuaciones de las personas con las que nos relacionamos.

No crean, esto de las relaciones humanas ya de por sí son difíciles de entender y explicar, peor si

nos encajonamos en ideas rígidas o prejuiciadas, aunque estén solapadas de romanticismo, que nos arrastren a obsesionarnos o apegarnos demasiado a alguien, pues cualquier desengaño, fracaso o frustración puede ser catastrófico.

Recordemos que el sufrimiento y la frustración son productos de nuestra propia sensibilidad y resultan cuando la armonía, la estabilidad emocional y todas las otras cosas que esperábamos de la persona con la que nos relacionamos no se dan.

Esto me recuerda un consejo que me dio un «loco» cuando yo era chavalo, me dijo así: “mirá, no existe ni la buena ni la mala suerte, tu vida depende de lo que genere tu mente, si tu mente genera cosas positivas, tu vida será positiva, si tu mente genera cosas negativas, tu vida será negativa”.

Nunca supe ni entendí por qué decían que estaba loco…

Y para cerrar con broche de oro, nunca olvidemos que la felicidad, al igual que cualquier emoción o sentimiento, es transitoria y temporal; no es un estado final y duradero al que llegamos y no va a cambiar nunca, no, amigas y amigos, forzosa y necesariamente cambia, es parte ineludible e inevitable del ciclo de la vida, pero mientras dura, disfrutémosla a plenitud y en cada momento de su existencia, no la desperdiciemos con tantas patrañas de dudas, celos, resentimientos, chismes, caprichos, etcétera.

Dicen que el señor Benjamín Franklin escribió una vez que la “felicidad humana no es producida tanto por grandes momentos de gran éxito, que rara vez ocurren, sino por pequeños avances que

ocurren cada día”, y su paisano Abraham Lincoln le echó segunda afirmando que “la mayoría de los individuos son tan felices como sus mentes se lo permiten”.

Interesante, verdad, pero…, mejor volvamos a nuestra conversa.

Muchas personas cometen la enorme equivocación de pensar que su felicidad está en manos de los o las demás personas, y crean una fuerte dependencia hacia el amor de esas personas para poder sentirse bien (o, irónicamente, para vivir el calvario más cruel y despiadado de sus vidas).

Otras y otros, creen ilusamente que, por el hecho de amar, encontraron y conquistaron la felicidad eterna, mas no se da cuentan que la felicidad no tiene historia ni el amor es eterno, desgraciadamente, amigas y amigos, todo lo humano es temporal, ni siquiera tenemos la certeza que nos vamos a unir o encontrar con la persona o las personas amadas en el más allá.

¿Por qué?

A ver, pónganse a hacer memoria y díganse… ¿cuándo han leído un cuento sobre la vida feliz de una persona?… podría apostar que nunca, pues lo que abunda son historias de intriga, traición, maldad, violencia, codicia.

Y es que, parafraseando aquel dicho de “no pueden ver a un indio bien acomodado”, en nuestra realidad social, hay muchos y muchas que no pueden ver a dos personas felices porque ya comienzan a sembrarles cizañas para echarles a perder esa armonía, ley de la vida mis carnales, desgraciadamente, la felicidad ajena siempre provoca envidia.

Ni más ni menos, señores y señoras, señoritas y señoritos, la envidia prevalece casi siempre, y la persona envidiosa busca como empañar la felicidad de otros y otras para que se sientan iguales o peores que ella.

Y no se necesita andar con un letrero en la frente que diga “Yo te envidio”, muchas veces esa envidia se solapa con la amistad, con el afecto o cariño supuesto que nos tienen.

Pero, aún con estos baches existenciales, no significa que vamos a renegar del y renunciar al amor… vociferando a los cuatro vientos que el amor no existe.

NO, y mil veces NO.

Si bien es cierto que la vida no se acaba cuando se termina el amor que nos profesa una persona, también es cierto que el amor es parte esencial de la vida misma, pues de él depende la armonía convivencial, la solidaridad, la tolerancia, el respeto, el perdón, la fe, la confianza y un largo etcétera.

Por algo el Colochón nos dejó como enseñanza de vida: «Amaos los unos [y las unas] a los otros [y a las otras]».

Y… a como nos dice María Jesús Álava Reyes: “…el amor es la mejor oportunidad para aprender a vivir nuestra vida; para integrar nuestras experiencias, para mejorar nuestros sentimientos, para crecer como personas”.

Por eso, el apóstol Pablo nos enfatiza que: “Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres, pero el mayor de ellos es el amor” (1 Corintios 13:13).

Entonces, ¿en qué quedamos o hacia dónde vamos con toda esta letanía?

Je, je, je, me agarraron movido.

Pero bueno, ahí se va, lo que intento decir con todo este zaperoco, es que, con toda la importancia y belleza del amor en y para nuestras vidas, el amor no lo justifica todo, el amor no puede implicar la autodestrucción de nuestra propia esencia ni excluir de raíz nuestros proyectos de vida.

Una madre o un padre, aún con todo el amor que sienta por sus hijos e hijas, no debe esclavizarse a ellos y ellas y dejar de vivir su vida, esto es suicidio social. Debe amarlos, cuidarlos, protegerlos y apoyarlos, esto es indiscutible y una responsabilidad social, pero no auto-engañarse que ellos y ellas deben ser su todo, no, los hijos e hijos jamás podrán satisfacer todas sus necesidades y expectativas de vida como personas, es imposible, le busquen por donde le busquen, aunque esto no desdice el que representen su principal aliciente de vida.

Una persona, por mucho amor que sienta por su pareja, no puede someterse a sus caprichos ni chantajes, no puede, como dicen los románticos, “ver, oír, oler y sentir” a través de sus sentidos ni “pensar” con su mente, porque esto es perder su propia identidad, es negarse a sí misma, es renunciar a su propia vida, es destruir su propio destino.

Y, sin querer queriendo, nos complicamos la vida y se nos hace todo un rollo existencial, cuando nos obstinamos en maximizar una relación de amor, sea del tipo que sea, cuando nos obsesionamos en creer que es lo máximo que nos ha podido ocurrir, que es el gran logro de nuestra vida, y hacemos cualquier cosa para mantenerlo y retenerlo haciendo caso omiso a cualquier trauma, dolor, desengaño o frustración que nos pueda ocasionar, y esto nos coloca en una situación vulnerable e irracional, hasta el punto de no poder vivir sin él o sin ella, de depender de y someternos a esa persona amada.

Podría ser que muchos y muchas ven en una relación de amor la medicina mágicareligiosa para hacer frente a este mundo lleno de desigualdad, cargado de guerras, injusticias, hambre y abusos de poder, quizás ven en su pareja el refugio para olvidarse de esta sociedad cruel e imperfecta, ya que encuentran en ella la fuente de sensaciones agradables y placenteras constantes para sobrellevar mejor su carga existencial.

¿Y nadie quita que así sea?

¡A la gran churi!, sin querer queriendo ya me metí en el rollo del amor de pareja.

Bueno, de aquí en adelante me voy a referir específicamente a ese tipo de amor: al amor de pareja, aunque…, ¡ojo!…, algunas de las cosas que diga también van a ser válidas para los otros tipos de amor.

Continuemos.

El ideal, que a todos y a todas nos gustaría alcanzar, es “amar y ser amados o amadas”, encontrar ese amor idealizado que llene nuestras ansias de afecto y compañía, que nos salve del horror al vacío y a la soledad.

Pero, muchas veces, nos olvidamos que la realidad humana está llena de imperfección y persona es un ser único y que cada diferente, por tanto, es muy difícil que encontremos a alguien 100% a nuestra medida, 100% a nuestrosdeseos, 100% a nuestras necesidades. Y aquí comienzan los bemoles…

NO EXCLUYAS DE TU VIDA AL AMOR DICIENDO QUE NO PUEDES ENCONTRARLO. BÚSCALO Y, CUANDO LLEGUE A  TU VIDA, SÍGUELO… AUNQUE SUS CAMINOS SEAN  ARDUOS Y PENOSOS.

Una relación de pareja requiere adaptaciones y readaptaciones (esto es muy diferente al “esfuerzo” y a las “buenas intenciones”) para poder sobrevivir como pareja por mucho tiempo. Lógico, las personas cambian, las situaciones cambian, las expectativas cambian, las necesidades cambian, por tanto, las parejas también tienen que cambiar, tienen que adecuarse a sus realidades, y, créanme, que esto es muy difícil, es más fácil y cómodo mantener una postura individualista que ceder al cambio.

Si a esto le agregamos que el mayor miedo que experimenta una persona, lo que más le asusta en la vida, es el cambio, comprenderemos, entonces, por qué muchos y muchas prefieren auto-consolarse diciéndose “más vale lo viejo conocido que lo nuevo por conocer”.

Pero, lo que no se percatan, es que el miedo es el camino directo hacia el lado oscuro de nuestras vidas, porque nos hace ver las cosas distorsionadas de la realidad y nos deja una sensación de lamento por no haber hecho algo, por no haber cambiado a tiempo.

Nos guste o no, una excelente relación de pareja es aquella en la que hay alrededor de un 75% de actividades compartidas, pero también la suficiente separación, el suficiente espacio, para permitir el crecimiento individual y la indispensable privacidad.

Una relación de pareja no puede existir si ambas partes no colaboran, de manera fehaciente y honesta, con algunas cualidades claves para la relación recíproca, tales como compañerismo, bondad, amabilidad, consideración, comunicación, ajuste armónico mutuo a los hábitos de cada uno, participación conjunta en varias actividades, consenso en valores y temas importantes, reciprocidad (en lugar de coerción), y clara evidencia de respeto mutuo.

Es como nos dice Walter Rizo: “Una relación sin ternura, sin mimos ni contemplación, sin caricias ni sonrisas, sin abrazos ni halagos, sin los “te quiero” y sin besos… es letra muerta”.

Y, por favor, no nos enredemos.

Aquí no se trata de andar creyendo en santos que orinan, ni en príncipes azules y princesas rosas.

Si bien es cierto que las razones por las que elegimos o nos enamoramos de una persona y no de otra, es todavía algo que por el momento no tiene una respuesta clara (y quizás ni la tendrá por mucho tiempo), también es cierto que eso no significa que llenemos nuestras relaciones de pareja con cuentos de camino de que el amor todo lo puede, que si tengo pareja voy a ser completamente feliz y no necesitaré a nadie más, que no hacen falta las palabras, porque cuando alguien te ama de verdad se da cuenta de inmediato si algo te preocupa o te irrita sin tener que preguntarlo, que el amor se presenta cuando se presenta y dura toda la vida, que existe una persona que es tu complemento perfecto, que es justo todo lo que a vos te hace falta, cuando se ama no puede gustarte nadie más ni podés sentirte atraído o atraída por otra u otras personas, que el sexo con la persona amada siempre será maravilloso, etcétera, etcétera y más etcéteras.

Con sólo mencionarlo ya me dio cosa.

Pongamos más el dedo sobe la llaga, la mayoría de los conflictos en una relación de pareja resultan de aferrarnos a esas expectativas aceptadas comúnmente por las personas y grupos sociales como realidades inquebrantables, a esos mitos irracionales que nos han metido en la cabeza como verdades absolutas e invariables, a esa absurda pretensión de exigir a nuestra pareja más allá de los límites de lo que nos puede dar.

La búsqueda de la pareja adecuada no debe darse desde la desesperación por olvidar la soledad que nos acompaña o desde la imposición de una heterosexualidad y monogamia obligatorias, sino a partir del descubrimiento de cualidades dignas de ser amadas y de una armonía compartida que provea satisfacción y mutuo enriquecimiento, a partir de una triangulación recíproca de afecto, pasión y compromiso por ambas partes.

Porque amar es aceptar a una persona tal y como es, con sus cualidades pero también con sus defectos, y aceptar no significa que conozcamos sus cualidades y defectos, ni pensar que podemos hacerla cambiar, que podemos moldearla a nuestros gustos e intereses, pues no se trata de hacer una escultura o una artesanía, que no se nos olvide que es una persona de carne y huesos, única y auténtica, que piensa y siente. Si podemos apoyarla, si podemos ayudarla para que crezca, para que sea mejor cada día, para que alcance sus sueños, para que brille socialmente con luz propia.

Pero… ¡CUIDADO!

Y vuelvo a repetir, NO existe el amor a primera vista, podrá existir atracción, agrado o deseo a primera vista, pero no amor.

Metámonos de una vez por todas en la cabeza que esta compleja emoción, conocida como amor, requiere de tiempo para su desarrollo y madurez, pues implica respetar la libertad y espacios sociales de cada uno, implica aflorar la espontaneidad en la expresión de nuestro afecto, implica el compartir la franqueza y la informalidad como elementos fundamentales para lograr una relación satisfactoria, implica la práctica del diálogo como medio para el conocimiento recíproco de la pareja, implica desarrollar actividades homólogas y superar de manera conjunta los conflictos. Es decir, implica considerar la vida de pareja como una realidad convivencial del día a día durante los 365 días del año.

No se trata sólo de besos, abrazos, apretoncitos de manos y apapachos, se trata de aprender a respetar, confiar y admirar a la persona amada, repito, por lo que es; se trata de aprender a conocer su pasado, sus secretos, sus errores pero sin juzgarla; se trata de aprender a estar juntos solidariamente en las buenas y las malas, y, lo más importante, aprender a no rendirnos cuando la vida nos lance con dureza sus retos, se trata de tener certeza que la relación vale la pena porque sentimos que nuestra vida es mejor cuando se está y se lucha junto a nuestra pareja.

Pero… también hay que tomar muy en cuenta los pequeños detalles que endulzan y enaltecen la convivencia de la pareja, pequeños detalles que deben ser bidireccionales, es decir, del hombre hacia la mujer como de la mujer hacia el hombre, pues ambos deben tener iniciativas y creatividad en la relación. No olvidemos que con detalles simples se gana y con detalles simples se pierde.

Pero… y aquí vienen los peros… tenemos que estar consciente y tener mucho cuidado, en nuestra relación de amor, de no atacar el sentido de autoestima y dignidad de nuestra pareja con bombas incendiarias emocionales (traducción: con chantajes emocionales), el amor no funciona a base de chantajes, no niego que muchas veces logramos con ellos manipular a nuestra pareja, conseguir lo que queremos, pero eso no es amor.

Pues el amor se basa en la confianza plena, en saber que, suceda lo que suceda, vamos a estar siempre para la persona amada, pero vamos a estar allí no por obligación ni costumbre, ni por el qué dirán, ni por demostrar que esa persona nos pertenece (eso es egoísmo), ni por compasión, vamos a estar allí por compañía, por solidaridad, porque nos preocupa su bienestar… en pocas palabras, por amor.

Tengamos claro que las rupturas amorosas casi siempre radican en los errores cometidos tanto en la reciprocidad de la relación como en la elección de nuestra pareja, elección que muchas veces responde a un mero azar, a un tanteo y error (“voy a probar que tal me va”).

Peor cuando confundimos el deseo sexual, la atracción, el me siento bien, con el amor. Tengamos siempre presente que “puede haber sexo sin amor, pero no amor sin sexo” (¡ojo!, la sexualidad no sólo implica el ñaca-ñaca, también entra en juego las caricias, los susurritos al oído, los apapachos,… y mejor no sigo que me voy a erotizar).

Dicen por allí las malas lenguas (junto con la mía) que cuando se sabe por qué se ama, no se ama.

Y esto implica no confundir ni enredar las cosas, porque cuando sabemos… cuando estamos claros que lo que nos une a otra persona es su trasero, su pechonalidad, su carita de porcelana, sus curvas sin freno (léase: su físico o algo físico), eso…damitas y caballeritos… no es amor… es simple atracción, simple deseo, es simple euforia de un juguete para lucir y jugar por un tiempo.

También estemos claros y claras que si lo que nos gusta de la persona es su inteligencia, el que sea cerebrito, eso tampoco es amor, es admiración, admiración que se irá desvaneciendo con el tiempo cuando nos aburramos de tanta conversaciones y actuaciones llenas de lógica y cientificidad, y sobre la cotidianeidad de la vida… ah… ese es un tema para los «descerebrados» y…. zas… se termina el encanto… porque nos sentimos «descerebrados»…

Por más está decir que si es por los money, por los vénganos en tu reino, es interés, y si es por favores recibidos, porque nos han sacado de clavos y de apuros, eso es gratitud.

Y entonces, ¿qué hacer?

Bueno, lo primero será entender que el amor no puede ser ciego, quizás tuerto, pero no ciego, pues tenemos que estar claros y claras qué es lo que nos une a una persona para poder determinar si lo que realmente sentimos es amor o un auto-engaño amoroso.

Ahorita se me acaba de ocurrir que repitamos lo anterior para que pongamos bien los puntos sobre las íes y se nos quede bien grabado en la cabeza:

Si lo que nos une a una persona, si lo que nos llama la atención es su atractivo físico, nos vamos a meter a clavo, porque este atractivo nos llevará a percibir características en la persona que, en principio, nada tendrán que ver con ella, y, lo peor del caso, les daremos a esas características un valor positivo exagerado, tanto… que nos hará sentirnos enamorados o enamoradas de esa persona, que hemos encontrado nuestra media naranja, nuestro terroncito de azúcar, y que la amamos con locura azul.

Si, empujados o empujadas por nuestras necesidades afectivas o sociales, creemos sentir amor por alguien sólo por el hecho de experimentar que nos aprecia, que nos comprende, nos vamos a embarcar, porque esa sensación de amor magnánimo será mayor cuanto mayor sea nuestra necesidad afectiva o social.

También hay casos de personas que ya se ha establecido un modelo de persona ideal o tiene un fuerte apego sentimental a aquellas personas con quienes ha pasado sus mejores momentos o con quienes se ha sentido amada, segura y protegida (generalmente mamá o papá), y cuando llaga a conocer o relacionarse con alguien que se adecúa a las características personales o de vida de su modelo ideal o apego sentimental, romplón, ahí no más se va y de cabeza.

Desgraciadamente, en esto del amor y los modelos amorosos, muchas veces se nos olvida aquel dicho que dice “en la guerra y el amor todo es válido” y con ello también se nos olvida que muchos y muchas, con tal de poder conquistar a una persona, son capaces de mostrar y demostrar cualidades que no tienen.

Por otra parte, hay quienes se dejan ir por una simple similitud o afinidad de comportamientos o gustos, o sea, pensar que su relación será más gratificante si su pareja comparte sus mismas creencias, actitudes e intereses: “es que somos el uno para el otro, a los dos nos encanta el bacanal”.

Y no menos frecuente son esas relaciones que sólo buscan solucionar o solventar necesidades a través de la complementación de intereses, es decir, remediar una necesidad de la otra persona con la satisfacción de una necesidad en mi persona, diciéndolo de una forma más clara es «yo te doy lo que necesitás a cambio que vos me des lo que yo necesito«. Es como esos casos de telenovela de “él o ella quiere alguien que le atienda como yo lo hago y a mí me gusta vivir bien pero no tengo el dinero”.

Y ya para rematar, algo que nos debe quedar bien claro es que el amor no puede ni debe basarse en el romanticismo (eso es para el sexo), sino en el intercambio mutuo y la equidad, en la adaptación y readaptación de nuestras actitudes y comportamientos de acuerdo a la dinámica de vida amorosa, en el compartir alternado de roles durante la convivencia.

Pero para amar no se debe renunciar a lo que se es. Un amor maduro es un amor sin conflicto de intereses, porque su límite está definido por la integridad, la dignidad y la felicidad de cada una de las partes, de manera no traspase la vocación y anhelos de cada cual ni los lleve a un segundo plano, impidiendo así que sean ellos mismos. O sea, lo que de verdad interesa en una relación de pareja es la conveniencia y la congruencia interpersonal, es decir, que cada quien sea para bien de la vida del otro y otra, y concuerde con sus metas, intereses y necesidades.

‟Hacer el amor”…

¿Quién habrá dado ese sobrenombre al acto sexual?

Pues el amor se hace día a día, con detalles, atenciones, preocupaciones y, a veces, hasta con coraje.

A ver… ¿cómo se las barajo?…

Para el amor es imprescindible, en primer instancia, que ambos dos juntos a la vez, se formen la conciencia que son pareja, que se identifiquen como pareja, y que tengan esa voluntad de compartir y aprender juntos, que asuman la responsabilidad compartida de deliberar y tomar decisiones de forma conjunta, de buscar un sano equilibrio entre sus requerimientos individuales y los de pareja.

Pero esto no es de la noche a la mañana, ni por un tiempo determinado, es una tarea permanente, de todos los días, sin olvidar que así como el amor hace que el tiempo pase, así también el tiempo hace que el amor pase, ¿en cuánto tiempo?, dependerá de la pareja, de nadie más.

Por eso, señoras y señores, señores y señoras, no hay que confundir los animales del señor, no hay que confundir el amor “amor” y el amor “pasional”, este último prójimo cuando mucho dura de 3 a 4 años, en cambio el otro, el de a de veras va a durar el tiempo que ambos le echen ganas para cuidarlo y hacerlo crecer.

Esto me recuerda aquello de que en el noviazgo se da “el amor a la luz de la luna”, mientras que en el matrimonio es “el amor a plena luz del día”.

¿Qué significa esto?

Obvio, durante el noviazgo son los besitos por tonelada, las saliditas a escondidas, el donde te pongo pa’ que no te quebrés, los apapachos por aquí apapachos por allá, sin mayor preocupación que el cuándo te veo de nuevo.

En cambio en el matrimonio se adicionan el alquiler de la casa, el pago de los servicios de electricidad, agua, teléfono, los gastos de alimentación, ropa, calzado, medicamentos, transporte, y si a esto agregamos después la llegada de los hijos e hijas, y los salarios que no aumentan, y el desempleo, y el incremento del costo de la vida, ¡mama mía!

Verdad que dan ganas de quedarse solo o sola, pero gracias a Dios y por el bien de todos y todas, no es ni debe ser así.

Por tanto, si no queremos engrosar las estadísticas de parejas separadas o frustradas, es tiempo de reflexionar, de meditar, qué estamos haciendo de nuestra vida de pareja, de nuestra vida amorosa, de poner los puntos sobre las íes sobre el por qué de nuestras relaciones.

No hagamos de nuestra vida de pareja una hipocresía social, fingiendo que todo está bien cuando no es así, justificando que lo que buscamos en la calle es porque no lo encontramos en la casa, culpando a la otra persona de todas las desavenencias, asumiendo el papel de víctimas incomprendidas.

Ni caigamos en lo que Norvin Norwood advertía a las mujeres (aunque sin querer queriendo también se aplica a los hombres): “Si usted alguna vez se vio obsesionada por un hombre, quizás haya sospechado que la raíz de esta obsesión no era el amor sino el miedo. Quienes amamos en forma obsesiva estamos llenas de miedo: miedo a estar solas, miedo a no ser dignas o a no inspirar cariño, miedo a ser ignoradas, abandonadas o destruidas. Damos nuestro amor con la desesperada ilusión de que el hombre por quien estamos obsesionadas se ocupe de nuestros miedos”.

Desgraciadamente… así ocurre la mayoría de veces, pues aún a sabiendas de lo que ocurre, no hacemos nada, y no hacemos nada porque nos invade el miedo a lo desconocido, a equivocarnos, a embarrarla, a sentir culpa, a arrepentirnos y, sobre todo, a la soledad afectiva. El sólo pensar en un porvenir incierto hace que prefiramos lo malo a lo sensato, a lo correcto para nuestra salud mental y emocional.

Y como ya se me está alterando la adrenalina, quiero concluir esta conversa con esta reflexión: “no se puede recompensar a la pareja como lo haría un extraño, pero sí se le puede dañar más que un extraño con la pérdida de afecto”.

No son las relaciones extra-pareja las que separan a dos personas, pues esas ganitas al aire quizás sólo representen una aventura o un desliz, lo que separa a las personas es percibir que ya no nos aman, que ya no sienten afecto por nosotros o nosotras, sentir que otra persona nos ha sustituido afectivamente en nuestra pareja.

El amor pierde su sentido vital en tres situaciones: primero, cuando no te quieren; segundo, cuando tu realización personal se ve obstaculizada; y, tercero, cuando se vulneran tus principios.

Pero, cuando esto sucede, la solución no es tirarse por la calle de la amargura, ni suicidarse, ni perderse en el licor o la droga, ni entregarse a la promiscuidad. Esto es denigrarse, humillarse, perder su autoestima, el respeto a sí mismo o misma. Tampoco significa dejar de vivir, ni someterse a la más radical soledad, mucho menos olvidarse del amor.

NO y mil veces NO.

Nunca olvidemos que en esta vida nadie, pero nadie, vale tanto, tanto, tanto, que amerite el que nos autodestruyamos.

Aquellas frases de que “nadie te va amar como yo te amo” o de que “amores como el mío no se encuentran a la vuelta de la esquina”, sólo son frases y no dejan de ser frases, nadie puede predecir lo que depara la vida, pues la vida no está escrita en piedra, sino en construcción, y el amor, al igual que la vida, es un constante riesgo, porque no podemos verlo, ni tocarlo, ni medirlo, no es como comprar una camisa o un par de zapatos, el amor es intangible, es íntimo, es propio de cada quien.

Es decir, lo único que queda es esperar que la otra persona quiera o no compartir su amor de manera sincera e incondicional y que este amor se adecúe a nuestras expectativas y necesidades, y que nosotros o nosotras queramos hacer lo mismo con esa otra persona.

Obviamente, sin olvidar las lecciones aprendidas de nuestras experiencias pasadas, sin cometer los mismos errores de elección y, sobre todo, sin comparar ni pretender igualar a esta nueva pareja con las parejas pasadas.

Tengamos siempre presente que si aceptamos a alguien como pareja debe ser por sus propias y verdaderas características, cualidades y defectos, ni más ni menos. No nos obsesionemos con la idea de que vamos a hacerla cambiar con el tiempo, esto es atentar contra su propia dignidad e integridad, además que no existe el cambio en una persona mientras ésta no tenga conciencia de la necesidad de ese cambio.

Por tanto, no se trata de un “yo para vos y vos para mí”, sino de un “nosotros en recíproca disponibilidad”, la relación satisfactoria no se logra al comienzo de la vida de pareja, sino a través del tiempo y requiere tres ingredientes básicos: pasión, afecto y compromiso.

Aún más, la receta es muy simple: un puñado de sinceridad, confianza, comprensión, tolerancia y ayuda mutua, sazonados con respeto, libertad y reciprocidad, nos va a dar un suculento platillo de amor de verdad. Y, como postre, mucha, mucha pasión renovable.

Tratemos que no nos agarre fuera de base aquello de «aprendé amar lo que tenés mientras lo tenés… antes que la vida te enseñe a amar lo que perdiste«.

Porque… cuando el amor se termina… cuando la persona con quien hemos establecido una relación sexamental nos hace corte de chaleco, nos manda a la cachiporra…

Ya no queda NADA por hacer…

Así como está escrito y con sus cuatro letras: NADA.

Los fracasos en las relaciones amorosas, generalmente, son como cuando apretamos un papel…podemos tratar de estirarlo de nuevo, pero no desarrugarlo totalmente.

Que existe algo que se llama reconciliación… si existe… pero deberá existir mucha madurez y determinación en la pareja para que lo pasado no sea una mancha que empañe su presente y su futuro, o sea, debe haber mucha disposición y voluntad para perdonar y cambiar, pues de nada sirve la reconciliación si, horas o días más tarde, se van a estar restregando lo sucedido.

Pero, es necesario entender y asimilar que no se puede ni se debe mendigar el amor de otra persona… y vuelvo hacer reprís… el amor es un sentimiento… no es un objeto…se siente o no se siente…

Y no se puede ni se debe ser mendigo o mendiga de sentimientos por dignidad y por respeto, no sólo por sí mismo o misma, sino también por nuestros hijos e hijas, por las personas que nos rodean y, por qué no, por la persona que nos deja. Mendigar amor es la peor de las indigencias, porque lo que está en juego es tu persona, y si el otro u otra, el que está por «encima», acepta dar limosnas, no te merece.

¿Y entonces?

Si no te aman, no ruegues ni te arrodilles, el amor no se suplica ni se exige, sólo acontece, y, si no ocurre, te retiras dignamente.

Entonces… nada… a seguir y rehacer nuestra vida, pero sin cometer los mismos errores de elección.

Sigamos el consejo de Epicúreo que nos decía: “la felicidad tiene que ver con los balances, no se trata de mezquindad, sino de sabiduría”, y a eso agreguémosle lo que nos decía Séneca: «mientras se espera vivir, la vida pasa«.

Tengamos siempre presente lo que un día nos dijera Albert Einstein: “Si quieres entender a una persona, no escuches sus palabras, observa su comportamiento”… y nos vamos a ahorrar muchos dolores de cabeza y sinsabores en la vida.

Porque, para vivir y disfrutar del verdadero amor, no se trata de quien nos mueva el piso, sino de quien lo detenga y nos brinde estabilidad, confianza y seguridad como pareja para compartir una vida conjunta y compartida.

Sexta Conversa

El Sexo:

¿PLACER O PECADO?

La experiencia sexológica enseña que

la represión sexual enferma, pervierte o atiza el deseo.

Wilhelm Reich

El mundo esté lleno de esos seres incompletos

que andan en dos pies y degradan el único misterio que les queda: el sexo. D. H. Lawrence

Como que está peliaguda esta conversa… ¿verdad?

Y es que al hablar de sexo, también tenemos que hablar de censuras, tabúes, creencias religiosas, preceptos morales, mitos sociales y ansias de poder, como los principales ingredientes que, históricamente, han condicionado las relaciones eróticas y sentimentales (en lo sucesivo… sexamentales)  entre hombres y mujeres.

Sólo para salpimentar un poco esta conversa, ahí les dejo unos cuantos tips de don Enrique M. Coperías sobre las antiguas costumbres sexuales en la humanidad, para que vean que las cosas no han cambiado mucho a través de los siglos:

  • En la época de los faraones egipcios, el hombre casado podía tener relaciones sexuales con otras mujeres, además de su esposa, siempre que las amantes no estuvieran casadas. Las mujeres no disfrutaban de este privilegio. Así como los griegos casados no estaban obligados, ni por ley ni tradición, a serles fiel a sus esposas, cosa que no sucedía a la inversa.
  • La homosexualidad, tanto la masculina como la femenina, no estaba bien vista en la antigua civilización egipcia. En cambio en la antigua Grecia, la moral sexual sólo despreciaba a los homosexuales masculinos pasivos (el que se dejaba penetrar) y ensalzaba la virilidad de los homosexuales masculinos activos (el que penetraba), sin embargo las mujeres mantenían en secreto sus relaciones lésbicas, ya que se consideraba una desviación sexual.
  • En la antigua sociedad egipcia, los enlaces entre hombres y mujeres con edades muy diferentes no eran raros. Un escriba de Deir el-Medina se casó a los 45 años con una niña de 12 años, y una reina de 50 años contrajo matrimonio de conveniencia con un general menor de 30. En los matrimonios griegos era recomendable que el marido fuera al menos 10 años mayor que la esposa.
  • En la antigua sociedad griega, el peso de la ley caía implacable sobre aquellos hombres que intentaban seducir a una dama casada o a cualquier mujer que estuviera bajo la potestad de otro hombre.
  • En la antigua Roma, las mujeres nunca se desnudaban por completo delante de sus maridos y sólo hacían el acto sexual por la noche o en sitios completamente oscuros.

Bueno, con eso basta…

Y, después de este paréntesis, sigamos con este tema ‟taaaaaan pecaminoso”… espero que no hayan perdido el hilo de la conversa…

A pesar de todo el despelote histórico social que ha habido en torno a querer reprimir y desvirtuar la práctica sexual de hombres y mujeres, las relaciones sexuales se han manifestado, se siguen manifestando y se seguirán manifestando mientras dure la historia de la humanidad, ya sea con cierto grado de rebeldía libertaria, ya sea de manera solapada y mojigata, o de manera normal y natural como se corresponde, porque, quiérase o no, la historia de la sexualidad ya va, pegada como mozote, en la historia de los seres humanos, porque la sexualidad, amigas y amigos, es parte inherente de la naturaleza humana, que ni con serrucho ni con bisturí ni con láser… podemos desprendernos de ella.

No podemos negar que el sentido de las relaciones sexamentales han ido variando de una cultura a otra, de una época a otra, así como tampoco podemos negar que han sido las mujeres las principales víctimas de toda una montaña de prejuicios, censuras, distorsiones y castigos que se han impuesto contra la sexualidad a lo largo de toda la historia humana.

Así mismito es, han sido las mujeres las que se han llevado la peor parte del pastel, pues han sido señaladas con el dedo acusador de los sectores de la hipocresía social moralista y religiosa como las culpables y responsables de incitar a los pobres hombres a la corrupción de la carne y al apetito desordenado de los placeres deshonestos, acusación que fue inaugurada e institucionalizada a partir de lo ocurrido con la creación de Eva.

Pero si algo aprendí a temprana edad, es que el diablo es diablo y la carne es carne, y cuando pican las ganitas cada quien busca como rascárselas. Así que ese cuento chino de la debilidad de la carne, del niño llorón y la china que lo pellizca, es puras patrañas para evadir de responsabilidad a los hombres de sus actos sexamentales con las mujeres.

Y se encendieron los motores, jodido, así que abramos el caramanchel, pongámonos en primera fila, que este Kama Sutra comienza.

Comencemos por desenredar de dónde proviene todo este rollo sexamental.

Lo que pasa es que desde nuestra niñez se nos enseña a contemplar la sexualidad como algo enfermizo y morboso, crecemos alimentados culturalmente con una fobia hacia todo lo que tenga que ver con el sexo, al grado de considerarlo fuente de pecado, corrupción y degeneración moral.

En pocas palabras, se nos enseña a ver el sexo como algo sucio, que no debe mostrarse en público, que debe darse entre cuatro paredes y limitarlo a que ocurra, en la mayoría de veces, en la oscuridad de la noche.

Pero, pero, pero, no podemos restringir lo sexual a algo meramente fisiológico, ni podemos encajonarlo como una parte de nuestra existencia, la realidad de las cosas es que lo sexual está presente en toda nuestra existencia humana, desde nuestra infancia hasta nuestra vejez, pues, quiérase o no, es una necesidad bio-psico-fisiológica de todo hombre y de toda mujer.

Decía un prójimo por allí (no le sé el nombre porque no me lo presentaron) que “si se pudiera dibujar una curva sexual de la vida, sería el fiel reflejo de la vida misma”.

Pero antes de seguir adelante y perdernos con esta conversa, quiero dejar claro por qué lo sexual es una necesidad bio-psico-fisiológica: “bio” porque es el acto a través del cual perpetuamos nuestra especie, “psico” porque el sexo contribuye enormemente a nuestra salud mental y estabilidad emocional (hasta dicen que es el mejor remedio contra el estrés), y “fisiológica” porque es una necesidad funcional de nuestro organismo, así como comer, dormir, orinar, etcétera, etcétera, etcétera.

Es decir, sin lo sexual, el ser humano no existe.

Tan normal y natural es tener ojos, brazos y piernas, como tener pene o vagina…

Y está más que claro que todas… sin excepción… todas nuestras partes del cuerpo son para usarlas con alegría, placer y pasión… no para tenerlas escondidas ni reprimidas.

Pues todo eso que llamamos ropa surgió para proteger nuestro cuerpo de las inclemencias del clima y de los insectos rastreros que deambulan por el suelo y pudieran introducirse por cualquier orificio de nuestro cuerpo, principalmente por el ano o la vagina. En ningún momento nuestros ancestros pensaron en ocultar nuestro cuerpo como algo vergonzoso y reprochable.

Es más, desde los albores de la humanidad, sin hacer tantos estudios ni experimentos ni andar con tantos tapujos,  se tenía claro que toda persona, fuera hombre o mujer, necesitaba calmar y expresar su instinto sexual, así como se calman las ganas de comer, dormir, orinar o cagar, así como se expresan las ansias de bailar, jugar, enamorar o reír.

Y es que, amigas y amigos, es más que evidente que el hombre no es camello para copular una vez al año, ni la mujer elefanta para hacerlo cada tres años, además, sería una aberración hacia nuestra propia naturaleza humana tomar esto como ejemplos de moral y modelos de continencia.

Hay un viejo dicho romano que dice: “humana non sunt turpia” (lo que es humano no avergüenza), pero, desgraciadamente, para algunas religiones esto no es ni ha sido así, para ellas el sexo sí es motivo de vergüenza y lo han reprimido, a toda costa, durante muchos, muchos, muchos siglos.

Así como se lee, con todititas sus letras, y, como se señalaba anteriormente, las mujeres han sido las paganas de esta fiesta, pues, durante todos estos siglos, sus instintos femeninos han sido postrados en un mundo que permite al hombre tener concubinas, amantes y prostitutas, mientras que su vida sexual se reprime, su sexualidad se deforma y debilita drásticamente, a tal punto de provocarles una especie de atrofia psicológica que las induce a perder facultades, iniciativas y potencialidades sexuales propias e innatas a su sexo, pues casi siempre terminan sometiéndose a los gustos, caprichos y antojos de los hombres.

Ya sé que ahorita mismo estarán pensando que actualmente la mujer tiene más libertad sexual, que, la mayoría, ya no tiene una única pareja sexual durante su vida sexamental activa, que ya no se le impone la virginidad como requisito para poder casarse de velo y corona.

Pero no hay de piña, pues no hay nada más insensato que creer que los tabúes han sucumbido, que la hostilidad hacia el placer ha desaparecido y que la mujer se ha emancipado totalmente.

No crean, la moral sexual tradicional, con todo y sus tabúes, continúa vigente y sigue siendo efectiva para mediatizar la educación y formación de niños, niñas, adolescentes y jóvenes, sus preceptos son inculcados muy profundamente en todos los estratos sociales, de manera que la permisividad y la tolerancia sexual siguen estando hostigadas como en el pasado.

Y es que todavía hablar de moral equivale a decir moral sexual.

Todavía se tilda de inmoralidad el que una mujer use falda o shorts cortos o ropa muy ajustada, que una mujer se desvista en público, que se siente con las piernas abiertas, que deje

entrever su calzón cuando se sienta, y un montón de etcéteras más.

Si un hombre anda en la calle y se está orinando, le es permisible socialmente arrinconarse a una pared, sacarse el pene, orinar, y listo… ¡ah!… que lo haga una mujer… que lo haga una mujer…

Si un hombre quiere tener relaciones sexuales con cuantas mujeres se le antoje, es normal, pues es hombre y necesita desahogarse. Pero una mujer, ni quiera la araña, la despellejan viva los y las amantes de la chismografía social.

Si bien es cierto que en la actualidad las mujeres ya tienen relaciones sexuales con varios hombres (cosa que históricamente ya venía sucediendo), el número de hombres con quienes se relaciona, en su gran mayoría, no llega a exceder el número de dedos de las manos, pues hay todo un engranaje moral que la señala, censura y critica de inmoral, que acaban por desarrollar en ella un complejo de culpabilidad y de desvalorización social de su persona. Y si sale embarazada y termina siendo madre soltera… peor la necesidad.

Como que se les sacudió el piso cuando leyeron que históricamente ya las mujeres venían teniendo relaciones sexuales con varios hombres durante su vida sexamental, pues, para que se convenzan, lean lo que escribió Gonzalo Fernández de Oviedo en su Descripción de Nicaragua:

“Acaecía que un padre o madre tenían una o dos o más hijas, y aquellas en tanto que no se casaban por voluntad de sus padres -o de las mismas- con quien les placía, por vía de acuerdo y contratación, no dejan de usar de sus personas; y se dan a quien se les antoja por precio o sin él, y aquella que es más deshonesta e impúdica y más gayones o enamorados tiene, y mejor los sabe pelar, ésa es la más hábil y más querida de sus padres. Y en aquel oficio sucio gana el dote o con que se case, y aún sostiene la casa del padre. Y para apartarse ya de aquel vicio o tomar marido, pide un sitio al padre allí cerca de donde él vive, y se lo señala tan grande como le quiere. Entonces ella ordena de hacer la casa a costa de majaderos, y dice a sus rufianes o enamorados -estando todos juntos- que ella se quiere casar y tomar a uno de ellos por marido, y que no tiene casa y quiere que se la hagan en aquel lugar señalado; y da la traza de cómo ha de ser, y que si bien la quieren, para tal día ha de estar hecha, que es de allí a treinta o cuarenta días. Y al uno da cargo de traer la madera para armarla, y a otro que traiga las cañas para las paredes, y a otro el bejuco y parte de la varazón, y a otro la paja para cubrirla, y a otro que traiga pescado, y a otros ciervos y puercos y otras cosas, y a otro el maíz para la comida en abundancia, según el ser de ella o de ellos. Y esto se pone luego por obra y se cumple, sin faltar una mínima cosa de todo ello; antes traen duplicado, porque los tales son ayudados de sus parientes y amigos, y tienen por mucha honra quedar con la mujer habida de esta manera, y que él sea escogido y los competidores desechados. Y venido el día de la boda o sentencia Iibidinosa, mas que no matrimonio, cenan juntos los gayones y ella y los padres y amigos de los unos y de los otros en aquella nueva casa, en que ella y el uno de los enamorados han de quedar casados. Y después que han cenado, que es la primera noche -porque la cena se comienza de día- ella se levanta y dice que es hora de ir a dormir con su marido, y dales en poca palabras las gracias de lo que en su servicio aquellos sus servidores han trabajado; y dice que ella se quisiera hacer tantas mujeres, que a cada uno de ellos pudiera dar la suya, y que en el tiempo pasado ya habían visto su buena voluntad y obra con que los había contentado, y que ya no había de ser sino de un hombre, y quiero que sea aqueste: y diciendo aquesto, tómale de la mano y éntrase con él donde han de dormir. Entonces los que quedan por desechados, se van con sus compañías y los parientes y amigos de los novios comienzan un areyto y a bailar y a beber hasta caer de espaldas, y así se acaba la fiesta. Y ella es buena mujer de ahí en adelante, y no se llega más a ninguno de los conocidos ni a otro hombre y entiende en su hacienda.”

Haciendo un paréntesis comercial, siempre me ha llamado la atención esta crónica y me ha hecho suponer que en nuestras culturas indígenas no existían tantos prejuicios y restricciones sobre la sexualidad, ni siquiera el concepto de prostitución, que todo el desbarajuste se dio con la conquista, pues, si nos fijamos bien en su contenido, no había tanto zaperoco en las relaciones sexamentales entre hombres y mujeres, como también podemos notar en el siguiente comentario de Oviedo:

Sus matrimonios son de muchas maneras y hay bien que decir de ellos, y comúnmente cada uno tiene una sola mujer, y pocos son los que tienen más, excepto los principales o el que puede dar de comer a más mujeres.”

EL HECHO DE TENER RELACIONES SEXUALES NO NOS HACE EXPERTOS NI EXPERTAS EN SEXUALIDAD… NI ES SINÓNIMO QUE LA DISFRUTEMOS A PLENITUD. NO OLVIDEMOS QUE EL ACTO ES SEXUAL EN SI SÓLO ES FISICO BASTA CON PENETRAR O DEJARSE PENETRAR Y YA, PERO LA VERDADERA RELACION SEXUAL ES EMOTIVA Y PASIONAL, ES ENTREGAESPONTÁNEA SIN PREJUICIOS NI ETIQUETAMIENTOS DE COMPROMISO SOCIAL

Pero, bueno, volvamos  a nuestro rollo que ya se está poniendo al rojo vivo.

justo y necesario que , entendamos que, en todo caso, lo perjudicial, lo malo, no es la actividad sexual en  sí, sino los sentimientos de  culpa, las depresiones, los miedos que provoca una moral restrictiva, injusta y desigual que se impone en nuestras sociedades a través, principal y lamentablemente, de las religiones.

Pues desde que somos niños o niñas no se nos permite preguntar sobre lo que nos interesa, sobre lo que encontramos extraño o inverosímil, y si preguntamos, nuestras preguntas son contestadas con evasivas, o con ambigüedades o con mentiras, y, obviamente, todo esto ejerce un efecto directa y efectivamente entontecedor, ya que nos convierten en personas pobres de espíritu, cobardes, adormecidas, obedientes y, lo peor del caso, hipócritas, pues vivimos nuestra sexualidad a escondidas y con una doble moral.

¿Por qué?

Hasta la pregunta es necia…

Porque se ha pretendido creer que aprender o hablar sobre sexualidad provoca que los y las adolescentes y jóvenes solo piensen en tener relaciones sexuales, que hablar con los hijos e hijas sobre sexualidad es como prestarles la cama para que lo hagan.

Es más, hay sus cuatro cabezas duras y retrógradas por allí que dicen que la educación sexual debe limitarse a hablar únicamente sobre los aparatos reproductivos, porque si se habla realmente sobre sexualidad, sobre la natural interacción sexual entre hombres y mujeres, se va a despertar en los y las jóvenes las ganas de tener relaciones sexuales entre sí.

¡Qué manía esa de creer que los niños, niñas, adolescentes y jóvenes son unos y unas cabezas huecas repletas de aserrín!

¡Qué tarupidez esa de pensar que los niños, niñas, adolescentes y jóvenes no entienden de sexualidad!

Claro que sí… los niños, niñas, adolescentes y jóvenes sienten y tienen impulsos y deseos sexuales… son seres vivos y sienten, piensan y desean como cualquier otro ser… pues son de carne y huesos.

Ya me imagino la cara que están poniendo, pero no crean que ya se me pelaron los cables, no, lo que pasa es que la sexualidad como cualquier otra función humana se va desarrollando con el tiempo, conforme se va creciendo, o sea, su funcionamiento y comportamiento se va volviendo más complejo en la medida que vamos adquiriendo más conocimientos y experiencias, pero eso no significa que no esté presente.

Pretender concebir a los niños, niñas, adolescentes y jóvenes como seres asexuados, o como analfabetos sexuales, no sólo es un error, sino una falta de respeto a ellos y ellas.

Por tanto, dejemos ya esa mala costumbre de ocultar, distorsionar o mentir a los niños, niñas, adolescentes y jóvenes con respecto a la sexualidad, pues, tarde o temprano, ellos y ellas descubren la realidad sobre lo sexual, y es peor…porque ese descubrimiento lo tienen que hacer al tanteo y error, sin ninguna información veraz o con una información distorsionada, y lo único que se logra es abonar y empujarlos al incremento de los embarazos, maternidades y paternidades precoces, sin estar preparados adecuadamente para hacer frente a esta gran responsabilidad social.

Es como nos decía el gran Víctor Hugo: ‟si un alma sumida en las tinieblas (léase: ignorancia) comete un pecado, el culpable no es en realidad el que peca, sino el que no disipa las tinieblas”.

Y… ¿a quiénes toca disipar esas tinieblas de nuestra cultura sexual?… ¿a quiénes más?… pues a todos los hombres adultos y mujeres adultas, independiente de su rol dentro del sistema social.

Y es que estas ridiculeces culturales sobre nuestra sexualidad humana, han permitido mantener ideas desnaturalizadas principalmente sobre los hombres, tales como que tienen que demostrar su hombría conquistando mujeres y llevándolas a la cama, que el decir no a una relación sexual con una mujer es ser homosexual, que el hombre tiene más necesidades o deseos sexuales que la mujer y que sus deseos sexuales son irrefrenables, y si se los reprimen van a enloquecer o enfermar.

Es más… tampoco faltan por allí sus descabellados que afirmen que si una mujer sabe mucho sobre prácticas sexuales, y conoce bien cómo se usan los métodos anticonceptivos y de protección, es porque de seguro se ha acostado con muchos hombres.

Y para rematar, también hay sus cuatro tarúpidos que engatusan a los hombres con que un “verdadero hombre” nunca pierde la erección y que su pene mientras más grande sea más placer le da a la mujer, pues sólo se obtiene placer sexual con la penetración. ¡Qué tal, ah!

Basta con ver unos cuantos videos pornos (o algunas escenas eróticas que se insertan en algunas películas o telenovelas) para darnos cuenta que hay tres elementos distorsionantes comunes en cuanto a las relaciones sexuales: el del hombre que penetra y penetra y penetra su pene (y en todas las posiciones que se le antoje) y nunca se deserecta, la de la mujer complacida que pasa gritando y contorsionándose de placer desde que inicia hasta que termina el video, y, lo más triste de este desatino, la mujer sumisa que cual objeto sexual se entrega y somete a los antojos, gustos y caprichos del hombre.

Y para darle un poquito más de sazón al caldo anterior, se nos enseña, ¡cómo si fuera poco!, que hay dos tipos de mujeres: una para casarse y otra para acostarse.

Y, para terminar de embarrarla, se inculca que, por respeto y decencia moral, una mujer no debe tomar, jamás de los jamases, la iniciativa en una relación sexual, y que todo hombre tiene que entender que cuando una mujer dice que no, en realidad quiere decir que “si” porque le gusta que le insistan.

En pocas palabras, se nos ha inducido a una moral antisexual, excluyente y denigrante, una moral que atenta sobre todo contra la dignidad, libertad y autorrealización de la mujer, no en balde Martín Lutero expresó una vez que “por eso la doncella tiene su rajita, que le proporciona [al hombre]

el remedio para evitar poluciones y adulterios”. ¿Que qué nos quiso dar a entender con esto, ah?… en buen español, que la mujer ha nacido para servir y dar placer al hombre, para satisfacer sus ansias y apetito sexual.

Y esta moral turbadora de nuestra razón es difundida, promovida y magnificada a través de los medios de comunicación masiva, sin excepción alguna, instituyéndola como un dispositivo de afirmación actitudinal. Vayan y hojeen cualquier periódico o revista, vean cualquier canal de televisión, escuchen las radios o naveguen por Internet, y se van a dar cuenta por ustedes mismos o mismas que no son tapazos matinales los míos.

Y…como todo en la vida tiene sus consecuencias…, el resultado de todo este despelote ha sido celos, asesinatos, suicidios, perversiones de todo tipo, hipocresía, infinitas frustraciones y agresiones sin sentido alguno.

Despelote que ha llevado, reducido y etiquetado a la mujer, de manera transversal, como una simple cosa u objeto sexual, provocando con esto una destrucción y desvirtualización irracional de la sexualidad humana y la vida en pareja.

Sin embargo, como nos dice Wilhelm Reich, “la experiencia sexológica enseña que la represión sexual enferma, pervierte o atiza el deseo”, porque, como agrega Erich Fromm, “el instinto de destrucción es la consecuencia de una vida que no ha sido vivida”.

¿Sabían ustedes que a través de distintas investigaciones etnológicas se han hecho observaciones parecidas a la anterior?… Pues sí, estas investigaciones han puesto en evidencia que “los pueblos sensuales y con una vida sexual libre no sólo padecen menos trastornos personales y sociales, sino que también tienen menos robos y asesinatos que los pueblos con una actitud negativa hacia la sexualidad”.

Y es algo que nosotros y nosotras podemos comprobar a diario, todo aquel, o toda aquella, que está sexualmente insatisfecho, o insatisfecha, no puede ser ni es dichoso, o dichosa, y, muchas veces, ni siquiera puede ser una persona pacífica.

Sólo detengámonos a pensar un poquito, ¿si el amor pretende hacer feliz a la persona amada, y si una vida sexual regular libera y el orgasmo relaja, no será obvio que su negación continuada provoque excitabilidad, irritabilidad y ataques nerviosos que alteren y deformen a la persona misma y, consecuentemente, a las personas de su entorno?

Por supuesto que sí…

La represión de nuestros propios deseos, la violencia contra uno mismo, es, muy a menudo, la responsable de nuestra intolerancia e inhumanidad hacia los demás, porque esa mortificación nos hace buscar vías de escape y desahogo, las cuales, desgraciadamente, casi siempre buscan la dirección equivocada, y se nos arma el zaperoco, pues se nos aparecen toda una serie de conflictos sociales que van desde la falta de solidaridad hasta catástrofes colectivas de intolerancia, pasando por bajezas de todo tipo y género.

Aunque no me lo crean, así es nuestra naturaleza humana, cualquier restricción sexual permanente se convierte, al final de cuentas, en inhumanidad, pues la moral del amor pasa a ser la moral del odio, que, con frecuencia, no es más que un equivalente desquiciador de las satisfacciones que nos faltan, del gozo del que nos hemos perdido o que se nos ha prohibido.

Y si no me creen, tal vez le crean a Wilheim Reich quien nos asevera que “la energía sexual inhibida se transforma en destructividad”, que “la disposición al odio y los sentimientos de culpabilidad del ser humano dependen, al menos en su intensidad, de la economía de la líbido, que la insatisfacción sexual aumenta la agresividad y la satisfacción la reduce”.

Realmente resulta difícil de entender toda esta actitud antisexual de algunas religiones, esa declaratoria, como decía Bertrand Russel, de que “la única forma de sexualidad que se puede tolerar es aquella que conlleve el menor placer y el mayor sufrimiento posibles”, pues la realidad histórica social ha demostrado, hasta la saciedad, que no ha sido posible arrebatar ni hacer desaparecer totalmente esa alegría de ser y sentir la sexualidad en hombres y mujeres, pues siempre se ha encontrado una forma de burlar todas y tantas restricciones sexuales impuestas a través de los siglos.

Sin embargo, ocurre cada barrabasada social, que no es jugando, imagínense ustedes que, en el siglo V, a un energúmeno se le ocurrió afirmar que la mujer no tenía espíritu moral y puso en el tapete de los debates la interrogante de si la mujer realmente era humana.

¡Sorprendidos!… ¡Sorprendidas!

Pues… aquí les va esto… en la época medieval se estableció que el sexo sin valores, como el que se practica con una prostituta o en orgías o en una violación, no constituía una ofensa seria a la moral. Tan así, que se consideró que el sexo practicado por las parejas de enamorados era un gran pecado que podía castigarse con penas muy severas. Imagínense que San Jerónimo decía que quien amaba a su esposa era un pecador adúltero… ¡Qué tal…ah!

Y sigo echándole más leña al fuego…

Sabían que las normas sexuales para el matrimonio cristiano en el medioevo determinaban que el sexo oral y anal era pecado mortal, que el sexo debía hacerse en una única posición (a la que llamaban la posición natural: hombre encima de la mujer), era      obligatorio reprimir el deseo desmesurado (o calenturas sexuales), las fantasías depravadas (o sea, no se podía pensar en hacer malabares sexuales, menos practicar el Kama Sutra o el Mayasutra), las caricias y los tocamientos (traducción: no tocarle el pene al hombre ni el pecho y la vagina a la mujer), no se podía tener relaciones durante la menstruación de la mujer, ni en los días de penitencia.

Es decir, en el nombre de Dios se acometió una desnaturalización absoluta de la sexualidad humana, desnaturalización que tenía sus cuatro fanáticos… perdón… sus cuatro defensores recalcitrantes, más bien sus cuatro miopes que no podían ver ni comprender que la sexualidad, además de su función procreadora, tiene una función mucho más importante: favorecer el acercamiento entre un hombre y una mujer, entre una mujer y un hombre, pues la sexualidad, como nos dice Jorge Bucay, es para hombres y mujeres, más que para ningún otro ser vivo, “una fuente de placer”.

Goza de la vida con la mujer que amas, todos los días de la vida de tu vanidad que te son dados debajo del sol, todos los días de tu vanidad;

porque esta es tu parte en la vida, y en tu trabajo con que te afanas debajo del sol.

Bonito, verdad, cualquiera diría que es un poema de amor, pero no, es el versículo 9 del capítulo 9 del libro de Eclesiastés de la Biblia.

Y ya que nos metimos a transcribir cosas bonitas sobre el amor sexual, lean esto:

Ponme como un sello sobre tu corazón, como una marca sobre tu brazo;

porque fuerte es como la muerte el amor; duros como el Seol los celos;

sus brasas, brasas de fuego, fuerte llama,

las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos,

si diese el hombre todos los bienes de su casa por este amor,

de cierto lo menospreciarían.

(Cantar de los Cantares 8:6-7)

Y ambos escritos son obvios, pues hasta la Biblia (en la que se basan muchos para sus posturas antisexuales) está expresa claramente y se reconoce la belleza y sensualidad humana… y para muestra…. algunos botones:

Aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, que viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas” (Génesis 6:1-2).

Como panal de miel destilan tus labios, oh esposa” (Cantar de los Cantares 4:11).

He aquí que tú eres hermoso, amado mío, y dulce; nuestro lecho es de flores” (Cantar de los Cantares 2:16).

Y aconteció que cuando estaba para entrar en Egipto, dijo [Abram] a Sarai su mujer: He aquí, ahora conozco que eres mujer de hermoso aspecto” (Génesis 12:11).

Sucedió que después que él estuvo allí muchos días, Abimelec, rey de los filisteos, mirando por una ventana, vio a Isaac que acariciaba a Rebeca su mujer” (Génesis 26:8).

Aconteció después de algún tiempo, que en los días de la siega del trigo Sansón visitó a su mujer con un cabrito, diciendo: Entraré a mi mujer en el aposento” (Jueces 15:1).

Y alégrate con la mujer de tu juventud, Como cierva amada y graciosa gacela. Sus caricias te satisfagan en todo tiempo, Y en su amor recréate siempre” (Proverbios 5:19).

Creo que con esos suficientes…

¿Adónde quiero llegar con todo esto?

A que todo este truncamiento de las emociones sexuales, toda esta mutilación de la sexualidad, toda esta declaratoria que los deseos sexuales son malos o perversos, no tiene su base en lo natural, ni en la propia naturaleza humana, sino, más bien, ha sido producto de un afán de poder y control social de las élites dominantes, principalmente las religiosas, bajo pretexto de ser preceptos divinos necesarios e ineludibles para alcanzar la salvación eterna, de un afán por manipular y someter a las grandes mayorías, y, por ende, acumular las riquezas en manos de unos pocos.

A que, en todo el transcurso de la historia humana, se han inventado, propagado e instituido toda una amalgama de prejuicios, mitos y dogmas, sociales y religiosos, para cercenar y restringir en hombres y mujeres su sexualidad, desde preceptos de virginidad, castidad, celibato hasta de pecado, penitencia y orden moral, pasando por señalamientos protervos de lujuria, fornicación, concupiscencia.

¡Ay, mamita!… se me salió lo cerebrito y estoy escribiendo todo espeso… Voy a tratar de tomarlo con más calma.

Es un hecho que lo positivo o negativo de una idea, doctrina o ideología va depender de la forma en que sus representantes la interpreten y la apliquen, sea para instruir o para mediatizar a las masas, de igual manera pasa con las religiones y sus textos doctrinarios (al final de cuentas, son formas ideológicas de ver el mundo y la vida), y hay toda una compilación de hechos históricos que evidencian, que por siglos, el contenido de los textos doctrinarios, como los religiosos (principalmente la Biblia), han sido interpretados y manipulados a gusto y antojo por muchos de sus representantes.

No es de extrañarse, entonces, que de pronto un jerarca religioso dijera que “los cónyuges pecan gravemente si «se entregan a actos obscenos o que atenten al sentido natural del pudor», «si la mujer toma el miembro de su marido en su boca o lo coloca entre sus pechos o lo introduce en su ano», «si el hombre, para aumentar su placer toma a su mujer por detrás, al modo de los animales, o si se coloca debajo de ella, alterando así los papeles. Este extravío a menudo es la expresión de una concupiscencia reprobable que no se quiere contentar con practicar el coito de la manera usual»” (Manual para Confesores por el obispo de Le Mans, monseñor I.B. Bouvier).

El por qué algunas religiones se han obstinado en considerar, para el acto sexual, la posición de la mujer de espaldas y el hombre sobre ella como normal y correcta, sigue siendo una interrogante, pues se ha comprobado que es, en la realidad, una de las posiciones menos eficaces que los hombres han podido concebir, en cuanto a placer sexual se refiere, y una forma de expresión tácita de dominio y sumisión hacia la mujer.

Es más, aún no se logra explicar, de manera convincente, el por qué es la mujer la que sufre las mayores restricciones y represiones en su sexualidad, si se ha comprobado que tiene un potencial sexual extraordinario y una capacidad para la sexualidad mucho mayor que la del hombre.

Bueno, a lo chapiollo podríamos decir que son herencias de nuestros absurdos culturales sobre la sexualidad humana.

Sí, porque muchas investigaciones serias nos reflejan que “si una mujer, capaz de alcanzar un orgasmo normal, es estimulada correctamente, en muchos casos puede tener hasta seis clímax después del primero antes de quedar realmente satisfecha. Al contrario que el hombre, que habitualmente sólo puede tener un orgasmo en un corto espacio de tiempo, muchas mujeres pueden tener cinco o seis orgasmos en un lapso de algunos minutos, sobre todo, si el clítoris continúa siendo estimulado”.

Sin embargo, a pesar de lo anterior, muchas mujeres continúan pensando que deben complacer al hombre para que no se busque otra mujer, que su placer y su sentir deben estar en un segundo plano, y que, obviamente, deben subordinar su satisfacción sexual a la capacidad, experiencia y voluntad del hombre.

Y si fuera poco, las mujeres continúan auto-culpándose y avergonzándose por atreverse a dar riendas sueltas a su sexualidad, es muy común escucharlas decir cuando ya han tenido relaciones sexuales: “cuando metí las patas”, o referirse a sus embarazos de soltera como “un error”, o señalarse cuando ya dejaron de ser ‟vírgenes”: “ya perdí lo que tenía que perder, qué más puedo perder”.

Pero… ¿Por qué?

Porque les horroriza que las tilden de “calenturientas”, “mujer fácil”, “mujer corrida”, “calzón flojo”, “pila de agua bendita”, etcétera, etcétera, etcétera,…

Lo más triste de esta historia de censura sexual, es que se instituyó y justificó una sociedad donde no se permite disfrutar de la vida (peor la sexualidad) con libertad, lo que dio lugar a una sociedad frustrada, a una sociedad donde se tiene necesidad de las putas (perdón… trabajadoras sexuales), donde el eslogan social es “lo que no podamos encontrar en casa, lo buscamos en la calle”, pues cuando negamos nuestra propia naturaleza, cuando negamos nuestra propia identidad, sustituir esa negación se convierte en algo necesario, aunque sea prohibido o indebido.

No en vano el teólogo Demosthenes Savramis escribió una vez: “a medida que la sociedad se «alineaba» con la moral de los teólogos y de la Iglesia, el número de las prostitutas iba en aumento”, lo que Tomás de Aquino termina de remachar diciendo: “la prostitución es a la sociedad lo que las cloacas al palacio más señorial; sin ellas, éste acabaría por ser un edificio sucio y maloliente”. En pocas palabras se legitimó la prostitución como un mal social necesario.

A propósito de prostitución, sabían ustedes que la palabra fornicar se deriva de fòrnix que significa burdel, o sea, que en su origen fornicar no era más que las relaciones sexuales que tenía un hombre con una prostituta. Por otra parte, también se deriva del vocablo latino fornice, que se traduce como “curvatura interior de un arco”, porque era bajo las bóvedas de los puentes y callejones donde se podía alquilar los servicios de una prostituta… Y voilá… ¡volvemos a caer en lo mismo!…tener relaciones sexuales con una prostituta… y miren cómo se ha distorsionado este concepto… ahora se dice que fornicar es tener relaciones sexuales un hombre con una mujer con la que no está unido en matrimonio.

¡Cosas veredes, Sancho Panza!

De toda esta conversa, estamos claros y claras que tantos tabúes, mitos, prejuicios y restricciones a la sexualidad terminaron contaminando, en hombres y mujeres, lo más humano y placentero de la vida terrenal: la experiencia del placer, la vivencia del amor.

Por otra parte, también queda claro que se han pervertido casi todos los valores de la vida sexual, se ha llamado al bien mal y al mal bien, se ha marcado lo honesto como deshonesto, lo positivo como negativo, se ha reprimido o vedado la satisfacción de los deseos naturales y a cambio se ha convertido en deber el cumplimiento de mandatos antinaturales, mediante la expectativa de la vida eterna o de penitencias o castigos extremadamente inhumanos.

Todo esto nos lleva e impone la necesidad de buscar como sanar nuestra sociedad, como transformarla y limpiarla de tantos prejuicios y convencionalismos antisexuales, pero, para ello, es condición impostergable el dejar de ver la sexualidad como algo pecaminoso, sucio y vergonzoso, es necesario prescindir de esa moral antinatural y truncante que nos devasta socialmente. Hay que hacer válida la frase de Lichtenberg cuando nos dice: “Desde luego yo no puedo decir si mejorará cambiando, pero al menos puedo decir que tiene que cambiar para mejorar”.

Eso implica que hay que batallar por hacer posible la transformación social del sentido de las funciones naturales de la vida humana, donde el ser humano recupere la libertad de poder expresar toda su alegría y placer sobre todas las cosas, donde pueda desterrar toda moral que pretenda hundir sus instintos en la deshonra y castidad penitencial, donde deje de atribuir la etiqueta de pecado a su sexualidad y deje de renunciar a lo que le hace feliz.

Es necesario hacer un alto a la prevalencia social de conceptos     como “pecado”,       “corrupción”, “concupiscencia”, “condenación” en la vida sexual de hombres y mujeres.

Hay que decir un “basta” a esta tendencia antisexual y antinatural que ha eclipsado milenios enteros en nuestras vidas, que ha estado dirigida contra la Naturaleza y contra nuestro mundo, tendencia que, por supuesto, es una típica imagen caduca de las élites dominantes en contra de los desposeídos, de las mayorías.

Sobrada razón tuvo Friedrich Nietzsche al decir que “todo menosprecio de la vida sexual, todo ensuciamiento de la misma por medio del concepto de lo «impuro» es el verdadero pecado contra el espíritu sagrado de la vida”.

Séptima Conversa

La vida es una ruleta,

Y VOS ESTÁS EN ELLA

La vida es una obra de teatro que no permite ensayos.

Por eso, canta, ríe, baila, llora y vive intensamente cada momento de tu vida antes que el telón baje y la obra termine sin aplausos.

Charles Chaplin

Examinar, competir y criticar a otros te debilita y te derrota.

Morihei Ueshiba

Vamos a comenzar esta conversa con una frase de Viktor Frankl; “Al hombre [y a la mujer, por supuesto] se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: la última de las libertades humanas: la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino para decidir su propio camino”

Fíjense bien, como Frankl, en pocas palabras, establece que la “elección” no sólo es una libertad humana, sino también una actitud personal, una actitud personal para decidir nuestro propio camino, dicho más cristianamente, para definir qué va a ser nuestra vida, nuestra historia.

Pero…, ¿qué pretendo con todo esto?

Simple, mi querida amiga y amigo, que ustedes acepten y comprendan, como dicen por allí, que “¡Hoy es el mañana que esperabas ayer!”.

Así es, hoy es el momento para cambiar, para depurar nuestra existencia de todas esas actitudes negativas, anómalas y amargantes que obstaculizan nuestra tranquilidad, estabilidad y felicidad con nosotros y nosotras mismas, y con las demás personas que nos rodean.

Sí, pues eso de estar dejando para mañana nuestras decisiones de vida, o estar esperando que los demás cambien para que podamos cambiar, como que está medio “falluco” (feo, fuera de onda), ¿verdad?

Y aquí vuelvo como la mula al trigo, repitiendo lo que ya he dicho anteriormente hasta el cansancio: “somos los únicos responsables y constructores de nuestro propio destino, de nuestra propia vida”.

No podemos negar (ni se me ocurre hacerlo) que las actuaciones de los y las demás de una u otra manera nos afectan, y es lo más obvio, no somos de piedra ni de palo, pero esa afectación va a ser positiva o negativa dependiendo del cristal con que las miremos, dependiendo de la forma con que las tomemos.

Tampoco podemos ignorar lo que nos rodea ni bloquearnos nuestra visión social para no ver más allá de nuestras narices, pues esto supondría una miopía social (o política, o religiosa, o sexual, o etcétera) e implicaría una negación al compromiso que tenemos con nosotros y nosotras mismas, con nuestra familia, con nuestras amistades y con la comunidad o sociedad en que vivimos.

O sea, y para que nos quede más claro que el agua, tenemos que aprender a asumir con valor y responsabilidad nuestros actos y compromisos en cualquier ámbito social que interactuemos.

¿Por qué?

Porque somos actores sociales, sujetos sociales, no espectadores ni objetos.

Tuani sería que nos sentáramos a contemplar cómo suceden las cosas, como transcurre la historia, como si fuera una película en pantalla gigante y con un tazón de palomitas en las manos.

Tuani sería que no tengamos nada que ver con lo que sucede a nuestro alrededor, que no nos afectara en lo más mínimo y, lo más importante, que no nos embarraran.

Así la vida sería chiche, sin responsabilidades, sin estrés, sin problemas, sin compromisos, bla, bla, bla,… ¿Clase de alucín, verdad?

Pero… para bien o para mal… para nuestra suerte o nuestra desgracia… los acontecimientos de la vida, el drama de la realidad, no es así, pues somos parte de la vida, estamos en ella, y, aunque no lo queramos, tarde o temprano en algo nos tenemos o nos tienen que embarrar.

A veces escucho a hombres y mujeres hacer distinciones sociales: «la gente», «los mundanos», “el mundo”, como si no formaran parte de la sociedad en que viven, como si no fueran parte de este mundo.

Eso… es engañarse a sí mismo.

Quiérase o no, somos habitantes, miembros de una comunidad, de una sociedad, vivimos y convivimos en ella y nos relacionamos en ella, y, lo que sucede a nuestro alrededor, de alguna manera incide en nosotros y nosotras, y nos afecta, así como nosotros y nosotras incidimos en esos sucesos y afectamos a otros y otras.

Pues somos parte de las imprecisiones e impredecibilidad de la vida, y, por ende, también somos imprecisos e impredecibles. En este caos existencial en el que vivimos, sólo una cosa es segura… que, tarde o temprano, la pelona nos llevará a vivir al barrio de las crucitas, para demostrarnos que todos tenemos el mismo ciclo de vida, para mostrarnos que venimos sin nada y nos vamos sin nada.

Y volviendo al tema de lo impredecible, lo que intento es que se nos meta en la cabeza que nada es seguro en esta vida, que la vida es una ruleta en la que apostamos todos (ya se me salió parte de la canción de Cuco Sánchez), a veces ganamos… a veces perdemos…a veces avanzamos… a veces retrocedemos… a veces estamos en abundancia… a veces nos toca morder el leño… pero así nos tenemos que acomodar.

Y es que… nadie… nadie… nadie… puede decir que es ajeno o ajena al mundo, a la sociedad en que vive, que no le afecta ni se ve involucrado o involucrada con lo que sucede a su alrededor, por muy religioso, religiosa, antisocial, individualista o nariz respingada que sea.

La vida… damas y caballeros… es lo más hiperactivo que puede haber, no se está quieta, no es estática, cuando ya pensamos y nos sentimos seguro o segura de haberle agarrado el hilo… ¡cataplum!… nos da un vuelco y nos cambia todo el panorama, para bien o para mal, pero nos lo cambia.

Pero con todo lo impreciso, impredecible y cambiante que sea la vida, no podemos jamás perder de vista que estamos en ella, que somos parte de ella, que somos protagonistas en y co-constructores de ella, pues cada uno de nosotros y nosotras aportamos, aunque sea un granito de arena, en su construcción y devenir, porque, aunque ustedes no lo crean, la vida se hace, se construye, no existe de manera espontánea, y siempre es cambiante, y, con ella, también cambiamos nosotros y nosotras.

Y como la vida es una ruleta, no sabemos ni podemos predecir qué nos puede acontecer en el futuro, ni siquiera en los próximos cinco minutos, por eso nos aconsejaban nuestros abuelos y abuelas: «uno nunca debe escupir la mano que le puede servir”, y tenían razón, pues no se sabe qué baches nos esperan a la vuelta de la esquina, qué sorpresas nos pueda deparar la vida.

Ya me estoy imaginando la cara que están poniendo ahorita y que se deben estar preguntando ¿entonces… cómo es que este prójimo nos dice que somos constructores y responsables de nuestra propia vida y destino?

¿A poco creen que me agarraron movido, ah?

Pues fíjense que no, y ahora mismo aclaramos este asunto.

Que somos constructores y responsables de nuestras vidas… lo somos, pero hay dos niveles de responsabilidad:

  1. Totalmente en todo lo que refiere a actitudes personales, a superación personal, a estados emotivos propios, a elección de nuestra pareja, a nuestra forma de pensar y comportarnos, o sea, en todo aquello cuya decisión depende de nuestra voluntad.
  2. Parcialmente en lo que se refiere a nuestras condiciones de vida, de trabajo, de escalamiento profesional, de estabilidad familiar o conyugal, o sea, en todo aquello en que forzosamente se involucra la voluntad de otra u otras personas.

Por tanto, la lección que debemos aprender con todo esto, es que, como nos decía Manuel Smith, «nadie puede manipular nuestras emociones o nuestro comportamiento si nosotros no lo permitimos”.

O dicho al estilo de Eleonora Roosevelt: «Nadie puede hacer que te sientas inferior sin tu consentimiento”.

Y… ¿por qué entonces muchas veces nos sentimos con la moral y la autoestima arrastrada?

Ya en su momento Goethe nos dejó bien clara esta situación: «La peor desgracia que le puede suceder a un ser humano es pensar mal de sí mismo».

Y eso es lo que hacemos cuando no aprendemos a valorarnos, respetarnos y amarnos a nosotros o nosotras mismas,

cuando nuestras relaciones sociales no están caracterizadas por actitudes de confianza y comportamientos de cooperación y reciprocidad.

Obvio, el cómo nos veamos a nosotros y nosotras mismas será la herramienta con que vamos a construir nuestra vida. Si nos metemos en la cabeza que tenemos poca inteligencia o que llegamos tarde a la repartición de cerebros, el tener una vida plena nos aparecerá ante nuestros ojos como misión imposible.

En palabras de Jiddu Krishnamurti, tenemos que “aprender a amar la vida en plenitud”, tenemos que aprender a “amar todo el árbol, no la simétrica rama”, o sea, aprender a ver el todo, no las partes, porque las partes se extinguen, se acaban, pero el todo permanece, aunque sea desquebrajado, pero permanece. Al árbol le puede faltar una hoja, o una rama, o una flor, pero sigue siendo árbol.

Y la clave para tener un mejor concepto de uno o una misma es aprender a conocernos a nosotros y nosotras mismas, ya nos lo decía Sócrates: «conócete a ti mismo”, y así es, conocerse a uno o una misma, antes de pretender conocer a los y las demás.

Se fijan que sí somos constructores y responsables de nuestra propia vida.

Y lean bien: de nuestra propia vida, pues no podemos hacernos responsables de lo que otra persona hace o siente, no podemos cargar con sus desaciertos, podemos apoyarle o tratar de orientarle, hasta allí no más, porque, igual que sucede con nosotros o nosotras, esa persona es constructora y responsable de su vida.

Tal vez suena duro, pero así es, por muy pipito o pipita del alma que sea una persona, por mucho que nos recriminemos que no hicimos lo suficiente por ella, no se puede obligar a nadie a cambiar, aunque le ofrezcamos un ambiente mental positivo, aunque le brindemos todas las posibilidades viables para poder cambiar, si no quiere… no quiere… y no podemos hacerlo por ella o por él, tiene que descubrir sus propias lecciones de vida para que no vuelva hacer lo mismo, para que no vuelva a recaer, para que descubra realmente lo que debe hacer ante su situación.

Y es que para poder entrar a cualquier dimensión de la vida, por muy desconocida que nos sea, el secreto, para salir bien parados o paradas, está en conocer los potenciales de nuestra mente, de nuestras emociones, de nuestra intuición, en definitiva, de toda nuestra conciencia.

Pero…pero… pero…

No confundamos los animales del Señor… una cosa es ser responsable y otra es sentirnos culpables sólo porque las cosas van o nos salen mal en nuestras vidas.

Y volvemos para atrás como el cangrejo.

Quedamos claros y claras que formamos parte de una sociedad, de una comunidad, de un sistema social, de una familia, y que todo eso contribuye a moldear nuestras actitudes, nuestros comportamientos, nuestros pensamientos.

Y… que esos pensamientos determinan nuestras creencias, nuestros sentimientos, y que vivimos conforme a esas creencias y sentimientos, que puede ser positivo o negativo para nuestra existencia o convivencia social (no lo sabemos y nunca lo sabremos a priori… nunca olviden que las apariencias engañan).

Pero… pasar la vida culpándonos o buscando a quien echarle la culpa por lo que nos sucede o no, es un total desperdicio, es negarnos a crecer y mejorar, en cambio, si aprendemos a responsabilizarnos de nuestros actos como corresponde y es pertinente, estaremos dándonos el poder de efectuar cambios en nosotros y nosotras mismas.

Dicho sin tapujos, no podemos ni debemos creernos y hacernos las víctimas de la fatalidad, pues lo único que logramos es volvernos impotentes ante la vida, y, lo peor del caso, volvernos vulnerables y mendigos o mendigas de compasión ante los y las demás.

Dice Louise L. Hay que «la responsabilidad es nuestra capacidad de reaccionar ante una situación”, pero muchas personas prefieren culparse a sí misma porque se les ha metido en la cabeza que han fracasado o que son malas personas, en lugar de tomar los zarandeos de la vida como oportunidades para pensar y buscar la forma de salir adelante, de cambiar y mejorar su existencia.

Se olvidan de aquel dicho que «una guerra no termina hasta que termina”, o como dicen los artistas «la función no termina hasta que cae el telón”, y… ¿cuál es nuestro telón?… la muerte…hasta ahí llega nuestra función de vida.

Dicen por allí que después de los vaivenes de la vida… siempre hay un camino mejor que acompaña y protege a los que se atreven a seguir adelante.

Y permítanme, para reforzar un poco más esto, citar a Carlos González Pérez que en su libro «Veintitrés maestros de corazón” nos dice: «el temor a no conseguir lo que deseamos mina, poco a poco, la seguridad de nuestro ego, limitando cada vez en mayor grado nuestras acciones. Vamos situándonos más en lo que no podemos conseguir que en lo contrario. Crece en nosotros la víctima, con los miedos la vamos engordando; e inunda nuestra personalidad, haciéndonos creer que las circunstancias y los demás son los culpables de nuestra infelicidad, todo antes que aceptar nuestra propia responsabilidad”.

¡Demasiado profundo para mis pobres neuronas, que ya me perdí!

Déjenme tomar aire para tratar de agarrar de nuevo al toro por los cuernos.

Bien, en mis tantas primaveras de vida he notado que la mayoría pasamos la vida haciéndonos añicos la existencia, desperdiciando nuestra corta travesía por esta Tierra, pues nos empecinamos en buscarnos y señalarnos sólo defectos, en criticar a los demás, en vivir pendientes de la vida ajena y no de la nuestra.

Bueno… dirán… es parte de nuestra cultura y así nos han educado desde chiquitos y chiquitas.

Pero… ¿qué es lo que logramos realmente con todo esto?

Pues, déjenme decirle que lo único que logramos es perder la confianza en nosotros y nosotras misma, y, de ipegüe, perder la confianza en las demás personas. Y, damitas y caballeritos, sin confianza no hay armonía en nuestra convivencia con los otros y las otras.

Nunca se han preguntado ¿por qué, en lugar de estar buscando pelos en la sopa, no ocupamos ese tiempo para tratar de descubrir nuestros potenciales como persona, como ser humano?

Si lo hiciéramos, descubriríamos que, en cada uno de nosotros y cada una de nosotras, se encierra un universo de posibilidades, que tenemos chorrocientas de cualidades dormidas, que no las vemos, que se nos vuelven invisibles, por estar pendientes de la vida de los demás.

Hay una canción, de esas viejitas pero bonitas, que nos decía: «Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”, pero ese camino debe tener una meta, un norte que nos guíe hacia dónde ir, y esa meta, ese norte, debe ser la búsqueda de nuestra felicidad plena, no la de otros ni otras, eso les corresponde a ellos y ellas, es su derecho y responsabilidad, así como es nuestro derecho y responsabilidad buscar la nuestra, ¿para qué?, para lograr nuestra armonía y autorrealización en esta corta existencia, pero también, para poder contribuir a la felicidad de los y las demás, no se puede dar lo que no se tiene, y si no soy feliz… ¿cómo puedo contribuir a la felicidad de otra persona?

Tenemos que aprender a ser nosotros mismos y nosotras mismas, con nuestras altas y nuestras bajas, con nuestros aciertos y nuestros errores, con nuestros triunfos y nuestros fracasos, y, por supuesto, dejar que los y las demás lo hagan por sí mismos… ¿qué quiere decir esto?… pues ni más ni menos… lo que están pensando… que no intentemos manejar la vida de los y las demás… y esto incluye la de nuestros hijos e hijas… en pocas palabras, que se nos quite ese mal hábito, esa manía, de querer analizar, concluir y decidir por los y las demás, pues lo único que logramos es entorpecer y fastidiar sus vidas.

Nunca olvidemos las palabras de Morihei Ueshiba: “Tan pronto como te ocupas del bien y el mal de tus semejantes, creas una abertura en tu corazón por la que entra la malicia.”.

Por eso repito: «Vive y deja vivir”.

Pero… para que podamos decir con todo el ancho de nuestra boca, y con todas sus letras, «soy dueño de mi vida”, primero tenemos que sentir y tener la certeza que la estamos creando, que la estamos construyendo por nosotros y nosotras mismas, sin olvidar, en ningún momento, que somos parte de una comunidad, de una sociedad, en la que interactuamos, en la que participamos día a día de su cotidianeidad.

Así como no podemos separar el día de la noche, no podemos separar al individuo de la sociedad, no podemos aislarnos del mundo.

Pero… para construir nuestra propia vida, tenemos que sentir y tener conciencia que somos libres, para poder ser libres tenemos que saber hacer uso de nuestra inteligencia (porque, amigos y amigas, todos… lean bien… todos somos inteligentes), para saber hacer uso de nuestra inteligencia tenemos que librarnos de todos esos prejuicios y convencionalismos que nos influyen, nos atan y nos atemorizan.

En un lenguaje sencillo, ser libre implica ser uno mismo o una misma, ser único o única, ser auténtico o auténtica, desde el momento que nos imponemos el deseo o necesidad de imitar a alguien o a un estereotipo social, dejamos de ser libre y nos convertimos en esclavos sociales.

Recordemos que a eso que llamamos realidad, no es más que una gigantesca ruleta en cuyo alrededor hay toda una multitud apostando a ganar, pero cuando esas apuestas se tornan individualistas, la multitud se convierte en jauría, maltratándose con saña unos a otros y otras, y unas a otras y otros, o sea, nos dividimos y nos centramos en intereses mezquinos que en nada abona a la vida y convivencia social.

¡Échenme agua que me quemo!

¿Ya vieron cómo se me subió la temperatura?

Bueno, tratemos de puntualizar cuatro conclusiones relevantes de esta conversa.

En primer lugar, aprendamos a amarnos, respetarnos y valorarnos en libertad, en lugar de meternos en la cabeza que somos víctimas de la fatalidad, de estar mordiendo la carroña de la frustración. Recordemos siempre que no se puede ayudar incondicionalmente a otros u otras, si primero no nos hemos ayudado a nosotros y nosotras mismas, si primero no hemos conquistado eso que aconsejamos a otros y otras que conquisten.

En segundo lugar, aprender a amar la vida a plenitud, en su totalidad, no parcialmente, pero la vida en sociedad, en comunidad, en familia, no como islas humanas, no aislados como ermitaños y ermitañas, no como avaros jalando agua sólo para nuestro molino.

En tercer lugar, aprender a amar, a estimar a los y las demás con honestidad y sinceridad (no de manera bipolar), no se puede desarrollar confianza, tolerancia y perdón si no se es capaz de amar.

Y, por último, nunca olvidemos que la confianza recíproca es la base del verdadero amor y la verdadera amistad. No se puede amar ni ser amigo o amiga sin la reciprocidad de dar y recibir, de enseñar y aprender, de vivir y convivir. El amor y la amistad se pueden expresar de infinitas maneras, pero nunca menoscabando la vida, los sentimientos y la autoestima de la persona amada o del amigo y la amiga, al contrario, siempre debemos estar presto a reafirmar, consolidar, fortalecer y crecer ese amor, esa amistad.

Aunque muchas veces pensemos (y hemos creído) que la vida es una eterna dicotomía conceptual (que sólo hay dos opciones), una constante lucha de contrarios: lucha entre el bien y el mal, entre la alegría y la tristeza, entre lo hermoso y lo feo, entre el éxito y el fracaso, entre la luz y la oscuridad, entre la felicidad y el sufrimiento, entre la vida y la muerte, entre la guerra y la paz, etcétera, etcétera, etcétera, déjenme decirles que estos conceptos no son opuestos entre sí, ni se eliminan entre sí, sino que se sustituyen unos a otros.

¿Cóóóóóóóómo?

Ya los enredé, ¿verdad?

Déjenme aclararles.

Cada uno de estos estados existenciales ocurre cuando su contrario cesa por completo. Si nuestra alegría desaparece, lo único que nos queda es la tristeza, pero la tristeza en sí no quitó la alegría, la sustituyó porque nosotros la eliminamos de nuestras emociones.

El mal sustituye al bien, cuando éste se ausenta de nuestros corazones, la oscuridad sustituye a la luz cuando esta cesa de iluminar, dejamos de ser felices cuando damos lugar al sufrimiento, y así sucesivamente.

Ah, pero no crean que podemos evadir totalmente estos estados existenciales, son parte de nuestra existencia, de nuestra convivencia, son el pan nuestro de cada día.

Por eso, la durabilidad de estos estados es variable, ahorita podemos estar alegres y cinco minutos más tarde podemos estar que echamos humo hasta por los ojos, hoy estamos sanos y mañana puede que estemos postrados en una cama.

Hemos hecho de nuestras vidas una lucha diaria por la sobrevivencia social.

Y es obvio… no estamos solos y no todo depende exclusivamente de nosotros o nosotras mismas.

Vivimos en una constante lucha para protegernos de que otros y otras nos lastimen, es una exigencia natural de nuestra existencia humana, exigencia que nos lleva a desarrollar, consecuentemente, mecanismos de defensa, barreras de protección alrededor nuestro.

El problema está cuando nos volvemos paranoicos de esos mecanismos de defensa y vivimos con una permanente psicosis que todos y todas, o la mayoría, sólo quieren hacernos daño.

Peor todavía cuando nos inducimos a desquitarnos los malos momentos con quienes no son responsables de ellos. Más en cristiano, hacemos pagar platos rotos a quienes no los han quebrado.

Esto me recuerda lo que nos dice Sara Bustamante: “La persona que tiene un mal concepto de sí mismo carga sus relaciones de defensa y agresividad, con lo que le es más fácil: entrar en conflictos”.

Y es que posturas como la anterior nos lleva a encerrarnos en nosotros o nosotras mismas, a no ser receptivos ni receptivas con los y las demás, a ser incapaces de explorar opciones conciliatorias, a dejar de sentir generosidad por los otros y las otras. En pocas palabras, sobrecargamos nuestro espíritu de ira, de resentimiento, de rechazo, de amargura social, volviendo nuestros sentimientos áridos y vacíos.

Resultado… individualismo, aislamiento, desconfianza, rechazo, apatía, indiferencia e indolencia social.

Pero, amigas y amigos, la vida es una ruleta…y nosotros y nosotras apostamos en ella, y, en nuestra opción de ganar o perder, siempre vamos a necesitar de alguien sea para celebrar sea para que nos sirva de paño de lágrimas.

Y nuestra cruda realidad es que somos bombas de tiempo, somos constructores y destructores a la vez, y la codicia, el egocentrismo y la falta de sentimientos intensos, nos están llevando a nuestra propia aniquilación social y existencial, a nuestra propia destrucción como especie humana.

Revertir esta situación no es tarea de minorías, sino de mayorías, porque todos somos habitantes y cohabitantes de este planeta, todos somos responsables y artífices de su armonía y equilibrio.

Parece guion de película o telenovela romántica, pero así debería ser nuestra realidad, el día que lo intentemos, cada uno de nosotros y cada una de nosotras, nuestra vida será mejor, y si lo intentáramos todos y todas, nuestra convivencia social será mucho mejor, segura y placentera.

Bueno, creo que no es necesario sacar conclusiones, ya ustedes agarraron la sartén por el mango… ¿verdad?

Epílogo

El Ipegüe

El miedo es pérdida de tiempo. Es el pasado obstruyendo el presente.

Anónimo

El conflicto no es entre el bien y el mal, sino entre el conocimiento y la ignorancia.

Buda

Bueno, mis queridos lectores y lectoras, ¡congratulations!… Me han demostrado que si tienen aguante…haber leído hasta la última conversa… no es jugando… y todavía este ipegüe… hágale…

Y como comenzamos estas conversas con poemas… así las quiero terminar… con poemas.

Escurcando algunos libros por allí, me encontré un poema de Walt Whitman, de su obra la Sociedad de los Poetas Muertos, que cae como anillo al dedo para resumir y concluir con toda estas conversas, y por eso se los dejo aquí sin quitarle ni un punto ni una coma, estoy seguro que les va a encantar y ayudar a tener una visión y punto de vista más consciente de nuestra humanidad y responsabilidad social para con nosotros mismos o nosotras mismas, y con los y las demás…

Y sin más bla, bla, bla, ahí les va…

¿Verdad que está como anillo al dedo?

Pero… ¿saben lo que más me gusta?

Darme cuenta que no soy el único loco en este mundo tratando de aportar un granito de arena para ayudar a muchos y muchas a vivir, convivir y sobrevivir en este hermoso y bello caos existencial que llamamos vida.

Esa es la lucha… y se hace lo que se puede.

Dicen que los problemas son la sal y pimienta que le da sabor a la vida, que sin ellos las personas no aprenderíamos a vivir y convivir, a crecer y madurar, a encontrarle sentido a nuestra existencia terrenal, pues son los problemas nuestras principales lecciones de vida que nos ayudan y nos dan una razón para luchar y seguir adelante, pero siempre hacia arriba…¿verdad?…hacia el triunfo, aunque cueste, nada de ser conformista y buscar caminos llanos, sin obstáculos, mucho menos ser derrotistas y seguir los caminos hacia abajo, el camino de los fracasados.

Recordemos que en la vida podemos encontrarnos de todo: buenas y malas personas, obstáculos sociales, apoyos en nuestras crisis, marginaciones y menosprecios, etcétera, etcétera y toda una ristra de etcéteras, pero nada de eso nos debe hacer perder nuestro horizonte, nuestras metas, nuestros sueños.

Preciosas palabras, y las escuchamos muy a menudo, pero… o se nos olvidan o nos entra por un oído y nos sale por el otro… y, ahí nos vamos, a ponernos al dime que te diré y, si nos da tiempo, le entramos a los trompones. Bien nos decía don Modesto Valle (poeta nicaragüense):

Pero, amigas y amigos, tenemos que luchar por aprender a no perder la alegría por vivir, ni quitarle sentido a nuestras vidas, si algo se acaba… se acaba…no hay vuelta de hoja, es como nos dice Paulo Coelho:

”Puede pasarse mucho tiempo de su presente “revolcándose” en los porqués, en rebobinar el casete y tratar de entender por qué sucedió tal o cual hecho. El desgaste va a ser infinito porque en la vida, usted, yo, su amigo, sus hijos, sus hermanas, todos y todas estamos abocados a ir cerrando capítulos, a pasar la hoja, a terminar con etapas, o con momentos de la vida y seguir adelante. No podemos estar en el presente añorando el pasado.”

Tenemos que seguir siempre hacia adelante, no para atrás como el cangrejo, no estancarnos en el pasado, porque el pasado nos arrastra a ciegas en el presente y nos hace perder el camino hacia el futuro.

Piensen un poco sobre todo lo que les he conversado, no digo que sea la lumbrera mundial ni que me las sé de todas todas, es sólo un pequeño aporte (con errores e imprecisiones…pero aporte al fin) para que reflexionemos y no nos dejemos esclavizar por el qué dirán y otras barrabasadas sociales.

Y ya para poner punto a estas conversas (porque si me dan la mano me voy hasta el codo), les dejo esta última cita de don Paulo Coelho que encaja bien con lo anterior:

”En la vida nadie juega con las cartas marcadas, y hay que aprender a perder y a ganar. Hay que dejar ir, hay que pasar la hoja, hay que vivir sólo lo que tenemos en el presente. El pasado ya pasó.”

¡Hasta pronto!

Para Finalizar

Bibliografía

Se asume que aquí debo escribir la chorrera de libros que se supone leí para armar todo este chacuatol, pero, como este no es un libro normal ni convencional… no lo voy hacer, prefiero hacer un listado agradeciendo a todos aquellos hombres y todas aquellas mujeres que con sus sabias ideas contribuyeron para que estas conversas no parecieran tapazos matinales.

Señoras y señores…señoritas y señoritos, he aquí mis co-escritores y co-escritoras (en orden alfabético para que no digan que tengo favoritismos):

  • Abraham Lincoln
  • Albert Einstein
  • Ana Esmeralda Rizo López
  • Apóstol Pablo
  • Aristóteles
  • Arnold A. Lazarus
  • Benjamín Franklin
  • Buda
  • Carlos González Pérez
  • Carlos Marx
  • Carmen Bel Adell
  • Carmen Rivas (mi madre)
  • Charles Chaplin
  • Confucio
  • Cuco Sánchez
  • Dalai Lama
  • Demosthenes Savramis
  • Eleonora Roosevelt
  • Enrique M. Coperias
  • Epicteto
  • Epicúreo
  • Erich Fromm
  • Escritores de Jueces
  • Escritores del Génesis
  • Esperanza Bosch Fiol
  • Friedrich Nietzche
  • Gabriel García Marqués
  • Galileo Galilei
  • Gandhi
  • Gibrán Khalil
  • Goethe
  • Gonzalo Fernández de Oviedo
  1. B. Bouvier J. Silvio Botero G.
  • Jiddu Krishnamurti
  • Jorge Bucay
  • José Luis Ortiz Domínguez
  • José Luis Sangrador
  • Julio César González Pagés
  • Karlheinz Deschner
  • Lichtenberg
  • Louise L. Hay Manuel Smith
  • María de Lourdes Pérez Oseguera
  • María Jesús Álava Reyes
  • Maricela Aranda Torres
  • Mario Benedetti
  • Martín Lutero
  • Modesto Valle
  • Morihei Ueshiba
  • Norvin Norwood
  • Osho
  • Pancho Villa
  • Paulo Coelho
  • Profesor Santamaría
  • René Descarte
  • Rey Salomón
  • Rubén Darío
  • Sara Bustamante Garrido
  • Sara Sutton
  • Séneca
  • Sócrates
  • Sor Juana Inés de la Cruz
  • Stephen Covey
  • Theodore Roosevelt
  • Tomás de Aquino
  • Touraine
  • Victor Hugo
  • Victoria Ferrer Pérez
  • Walt Whitman
  • Walter Rizo
  • Wilheim Reich … y los… y las que se me olvidan, o cuyos nombres no conozco o no me acuerdo…

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Ramos Rivas Juan Bautista. (2017, enero 16). Sobre el qué dirán y otras barrabasadas… 7 conversaciones para tu vida personal. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/diran-otras-barrabasadas-7-conversaciones-vida-personal/
Ramos Rivas Juan Bautista. "Sobre el qué dirán y otras barrabasadas… 7 conversaciones para tu vida personal". gestiopolis. 16 enero 2017. Web. <https://www.gestiopolis.com/diran-otras-barrabasadas-7-conversaciones-vida-personal/>.
Ramos Rivas Juan Bautista. "Sobre el qué dirán y otras barrabasadas… 7 conversaciones para tu vida personal". gestiopolis. enero 16, 2017. Consultado el . https://www.gestiopolis.com/diran-otras-barrabasadas-7-conversaciones-vida-personal/.
Ramos Rivas Juan Bautista. Sobre el qué dirán y otras barrabasadas… 7 conversaciones para tu vida personal [en línea]. <https://www.gestiopolis.com/diran-otras-barrabasadas-7-conversaciones-vida-personal/> [Citado el ].
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