Tenemos el tamaño de los problemas que enfrentamos

La grandeza del ser humano se mide también por la entereza y el coraje que demuestra el momento de enfrentar y tratar los problemas que se le presentan en la vida. Muchas personas se rinden ante los problemas por temor, por miedo a sus consecuencias o a la delicada tarea necesaria para resolverlos. Se convierten entonces en víctimas del miedo y no del problema en sí mismo.

Los problemas miden el tamaño que tenemos, la “madera” de la que estamos hechos, el carácter que poseemos para encarar la vida. Las tribulaciones, las contrariedades, los conflictos tamizan el género humano y lo dividen entre aquellos que salen airosos y fortalecidos del proceso y aquellos que no pueden hacerlo y emergen debilitados y vulnerables de la batalla. En muchas ocasiones los problemas no alcanzan la solución que hubiéramos querido, en muchas otras los resultados son claramente adversos a nuestras expectativas, pero aún de estos casos el hombre de carácter emerge victorioso porque aprende, porque no desmaya, porque crece.

La vida no es benigna, no tiene porque serlo, los hombre somos criaturas pequeñas ante la magnitud de los fenómenos naturales y sociales que existen a nuestro alrededor. La historia de la humanidad es una crónica de sacrificios y de batallas durísimas contra la adversidad. Lo fue desde un inicio y lo será hasta el fin. El hombre ha tenido que arrancarle a la vida cada cosa que tiene hoy, cada beneficio, cada privilegio; lo ha hecho sufriendo y pagando generosamente el costo. El hombre es un sobreviviente, éste es su mérito principal.

Ante el problema, ante la adversidad, el objetivo primario debe ser precisamente ése: sobrevivir, salir íntegro del proceso. Esto ya permite participar en la próxima batalla, esto ya otorga crédito para vencer un una próxima oportunidad. Sobrevivir, salir en pié de la prueba es el imperativo fundamental para la persona que enfrenta un conflicto. No rendirse es la primera y más importante victoria.

Lastimosamente son mayores los casos en que el imperativo no se cumple, son más las personas que bajan los brazos ante el problema y resultan derrotados. Cada caída quita un puñado de plumas preciosas a nuestras alas, las lastima, hasta que llega el punto en que ellas ya no sirven y no podemos volar. De allí para adelante nos arrastramos por la vida cada vez con mayor dificultad, todo lo vemos con la visión de la criatura pequeña rodeada de gigantes.

Por el contrario es hermosa la visión de un ave imponente que surca el cielo y lo ve todo desde arriba: libre, rodeada de claridad y de paz. Desde las alturas todo problema se ve pequeño. Desde las alturas no solo se ve el problema, también se aprecia todo lo que está más allá de él. Lo que el ave observa no deja de ser hermoso porque en medio de ello exista esta mancha pequeña: este problema, esta contrariedad.

A nosotros, a los seres humanos, nos ha sido otorgada la bendición de poder volar: de apreciar la vida desde arriba, de medir las cosas desde las alturas. Para poder hacerlo debemos cuidar nuestras alas, no rendirnos ante la adversidad para no salir dañados por ella.

Ningún problema nos otorga el derecho de bajar los brazos. Ni aún la diminuta hormiga lo hace cuando en su caminar por una pequeña habitación choca contra un zapato; ella rodea esta “montaña” o pasa por encima de ella sin dudar.

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Seguramente no le está reservado el privilegio de apreciar su entorno más allá de las estrechas paredes del recinto, pero un obstáculo por inmenso que le resulte, no la detiene en su deseo fervoroso de dominar sus circunstancias. Imaginemos cuánto más debe hacer el hombre, quién potencialmente tiene la capacidad de dominar incluso otros mundos.

Veamos además la enseñanza que nos dejan otras personas: conmovedoras historias de victoria ante la adversidad, una dramática oportunidad para celebrar la vida. Personas a quienes la fortuna privó de nacer con todos sus miembros o todas sus facultades, personas que nacen y crecen en condiciones pavorosas de pobreza, personas que son víctimas de enfermedades insuperables. Imaginemos de qué tamaño son las adversidades que enfrentan, pensemos por un momento que muchos de ellos conocen así la vida desde la cuna: sin culpa y sin opción. Estos seres hermosos tienen exactamente el tamaño de los problemas que enfrentan y que superan día por día: son grandes entre los grandes. Son también un regalo de Dios para nosotros porque ante ello solo podemos dar gracias y ser humildes, ante ello sólo podemos avergonzarnos de nuestra debilidad, de nuestra queja.

Dicen que la valentía no está representada por la ausencia de miedo sino por la capacidad de controlarlo y de superarlo. Ese valor se precisa para no desmayar ante la más dura de las adversidades, porque ¡tenemos derecho de sentir miedo!, claro que sí; esencialmente un sano temor reverente que es muestra indispensable de humildad e inteligencia; esto forma parte del trabajo de medirnos a nosotros mismos. Valioso tiempo pierde el hombre que se preocupa más por estar temeroso que por enfrentar cara a cara sus miedos.

Muchas personas se rinden ante los problemas por temor, por miedo a sus consecuencias o a la delicada tarea necesaria para resolverlos. Se convierten entonces en víctimas del miedo y no del problema en sí mismo.

Se precisan buenas dosis de valor para superar temores y no rendirse ante la adversidad, pero este coraje no emerge naturalmente de cualquier motivación, su fuente debe estar estrechamente vinculada a los motivos mayores que nos mueven, a los objetivos fundamentales que tenemos en la vida, a los sentimientos más profundos que nos guían. El coraje surge del amor que sentimos hacia las metas que nos hemos propuesto alcanzar, del amor que nos relaciona con nuestras familias y nuestros amigos y fundamentalmente del amor que sentimos por nosotros mismos. Cuando todas estas cosas se ponen en riesgo por efecto del Problema o de la adversidad, entonces emerge el coraje y la fuerza para no rendirse. También de esta manera los problemas nos miden, porque ponen a prueba nuestro Amor. Y cuando más grande es nuestro amor por nosotros mismos, por nuestros seres queridos y por los objetivos más caros que tenemos para nuestras vidas, entonces mayor es el coraje que nos ayuda a mantenernos firmes ante el conflicto y más preclara es la visión para alcanzar las soluciones.

Nuestro orgullo también es puesto a prueba por la adversidad, un sano y genuino orgullo por lo que hemos alcanzado en la vida, por aquello que apreciamos, por lo que los antiguos guerreros griegos llamaban “la parcela conquistada a sangre y fuego”. Está comprobado que la vida no regala nada, todo lo que se quiere se le debe arrebatar con esfuerzo y esto no debe resignarse sin una sana pelea: firme como el derecho que la sustenta.

Lamentablemente a veces ésta pelea debe sostenerse también para demostrar a todos aquellos que poco nos quieren el carácter de la madera con la que estamos hechos. En momentos de tribulación no todas las manos se tienden o son amigas, muchas más bien, parecen dispuestas a darnos el empujón final y precipitar nuestra caída; sabiamente decían nuestras abuelas que existe “un poco de todo” en esta viña del Señor, y nosotros pecaríamos de absurda inocencia al pensar que toda la gente a nuestro alrededor solo desea nuestro bien; ¡suele ser todo lo contrario! La envidia, el recelo, el rencor, el egoísmo habitan entre nosotros antes que lleguemos a este mundo y estos agentes de la desventura se fortalecen de nuestra debilidad ante los problemas y se nutren de nuestras capitulaciones.

Por último debemos estar preparados para encarar la adversidad en niveles importantes de soledad. Los problemas miden también la naturaleza del compromiso que otras personas tienen con nosotros, constituyen un factor precioso de calificación de quienes nos rodean. Pero aún a pesar que contemos con la bendición de estar entre personas que nos apoyen mucho, una importante cantidad de problemas suelen tener una interacción profundamente personal: somos nosotros y ellos. El escenario donde se lleva a cabo el conflicto es muchas veces como la cumbre fría de una alejada montaña; allí se siente la soledad aún cuando sean muchos brazos los que nos esperan abajo. Esta soledad solo se enfrenta con fortaleza de espíritu, con cada fibra de fe que tengamos en nosotros mismos y en algo superior a nosotros. Fea compañera es la soledad y socia grotesca de la adversidad, ¡pero mayores somos nosotros y el que está en nosotros!

Cuando la tribulación llegue y usted quiera enfrentarla firmemente con cada uno de los quilates que reflejan su valor, es posible que pueda servirle de mucho esta afirmación poderosa: “Las estrellas brillan cuando el sol se oculta”.

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Nava Condarco Carlos Eduardo. (2010, septiembre 17). Tenemos el tamaño de los problemas que enfrentamos. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/tenemos-tamano-problemas-enfrentamos/
Nava Condarco Carlos Eduardo. "Tenemos el tamaño de los problemas que enfrentamos". gestiopolis. 17 septiembre 2010. Web. <https://www.gestiopolis.com/tenemos-tamano-problemas-enfrentamos/>.
Nava Condarco Carlos Eduardo. "Tenemos el tamaño de los problemas que enfrentamos". gestiopolis. septiembre 17, 2010. Consultado el . https://www.gestiopolis.com/tenemos-tamano-problemas-enfrentamos/.
Nava Condarco Carlos Eduardo. Tenemos el tamaño de los problemas que enfrentamos [en línea]. <https://www.gestiopolis.com/tenemos-tamano-problemas-enfrentamos/> [Citado el ].
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