En la actualidad no resulta difícil comprender que del bienestar que experimente el Capital Humano, tanto dentro como fuera de la organización, depende el éxito de la misma. Y es que se trata de un pensamiento lógico e intuitivo, nadie puede trabajar con calidad si las condiciones en las que lo hace le son adversas e incluso hostiles.
Sin embargo, al echar una mirada al pasado es posible observar, en retrospectiva, lo difícil que ha sido alcanzar tal nivel de conocimiento, independientemente de lo sencillo y elemental que parece ser, y a la vez es posible encontrar, tal vez con algo de asombro, el génesis de uno de los paradigmas que actualmente domina el mundo laboral y que en el presente pareciera no tener bases para su existencia: Los sindicatos.
La necesidad del hombre por agruparse ha sido demostrada desde el principio de su historia, sin importar las razones que la motivaran, el hombre comprendió que era más poderoso si actuaba en grupos y no de manera individual, así lo hizo para cazar, construir y conquistar, en las diferentes etapas de su evolución cultural y en la medida en que las civilizaciones se fueron haciendo cada vez más complejas.
Posteriormente, y tras la importante influencia que tuvo la religión en el desarrollo de comunidades, la presencia de representantes se hizo presente como una manera de lograr acuerdos entre las diferentes agrupaciones que habían surgido, iniciándose así un sistema de negociaciones que aún hoy sigue dando buenos resultados.
Siglos más tarde, con la llegada de la revolución industrial y los cambios que sufrió el concepto del trabajo, la necesidad de agruparse se desvirtuó debido a las condiciones económicas y de dependencia existentes y, en el ambiente laboral, resultaba normal que los empleados fueran explotados e incluso maltratados por sus patronos, pues de ellos dependía la subsistencia de estos, garantizaba el ingreso, por poco que fuera y, en algunos casos, proveía la esperanza de lograr un crecimiento dentro de aquello que llamaban «la empresa».
Ahora resulta obvio observar que el trato que recibían los asalariados era injusto y desproporcionado, pero para ese entonces las reglas del juego estaban hechas de tal manera que cuestionarlas estaba sólo permitido en el abrigo del hogar o en cualquier otro lugar donde los patronos no la escucharan.
Fueron tantos los abusos que se cometían que, finalmente, surgieron movimientos y agrupaciones dedicados a cuestionar, regular e incluso ordenar a las empresas a abandonar tales prácticas y orientar sus esfuerzos a garantizar el bienestar del trabajador; había aparecido el sindicalismo como un medio para equilibrar la relación patrono-trabajador y garantizar la convivencia de dos entes cuyas naturalezas eran observadas como distintas.
Los sindicatos se convirtieron en verdaderos defensores de la condición laboral, aportaron ideas y soluciones a aquellos problemas en donde la empresa no poseía sensibilidad y garantizaron un tratamiento bajo la visión de igualdad de condiciones para todo el personal, y tenía sentido, para el momento de su aparición los empleados no eran más que un «recurso» obligado para el desarrollo de las tareas propias de la empresa o un número más en la plantilla de la nómina, pues solamente se había traslado el antiguo concepto de la esclavitud al ambiente laboral siendo la única diferencia notable el pago de sueldos por el trabajo realizado.
Pero sería irresponsable asegurar que todas las empresas menospreciaban a sus trabajadores al momento en que aparecieron los sindicatos, así como afirmar que todos los sindicatos se orientaron a mejorar la relación entre la empresa y sus empleados, algunos de ellos resultaron verdaderos obstáculos que se interponían entre la salud laboral y la salud financiera de las organizaciones.
Ahora bien, a la luz del conocimiento actual relacionado con la gerencia del Capital Humano ¿se justifica la existencia de los sindicatos? ¿Qué papel juegan hoy? ¿Pueden ser considerados como una manera de saber que la empresa no posee buenas políticas en materia de personal?
El nuevo paradigma es determinante, la gente es la empresa, sin la participación de las personas las compañías no serían más que un documento mercantil inerte e inútil.
Las empresas dejaron de ser vistas como esos grandes monstruos de edificaciones que se erguían en las más importantes ciudades, o en sus afueras; fue difícil darse cuenta que ostentar grandes construcciones y casi un ilimitado número de bienes no era lo que hacía prosperar al negocio, pero la aparición de conceptos como el capital intelectual como elemento de valor en las organizaciones así como la comprensión del manejo del conocimiento y su impacto en el entorno echaron por tierra cualquier cosa que atentara contra la dignidad del ser humano.
En teoría, las empresas deberían estar orientándose a mantener un ambiente laboral que propicie la creatividad, el equilibrio y el bienestar de los empleados, los conceptos de compensación y beneficios han de buscar la incorporación del carácter «hechos a la medida» a fin de satisfacer las necesidades de los trabajadores y a la vez mantenerlos motivados; la detección, cuantificación y desarrollo de competencias es otro medio que deberían estar utilizando aquellos cuya responsabilidad es gerenciar al recurso humano para así incrementar el desarrollo personal del individuo y llevarlo a alcanzar un mayor grado de profesionalismo; se deberían estudiar los colores de las instalaciones, iluminación y tipos de mobiliario, de acuerdo al caso, para adaptarlos al trabajo que se realiza y, por si fuera poco, flexibilizar los horarios para adaptarlos al momento ideal donde el empleado se muestra más productivo y que facilite su desenvolvimiento social y personal, más allá de sus responsabilidades laborales.
Ante un escenario como el anterior ¿se requeriría la presencia de un sindicato? La respuesta es obvia.
En un ambiente como el descrito un sindicato no tendría cabida pues las funciones inherentes a su existencia han sido asumidas por aquellos que gerencian al capital humano y lo tratan como un verdadero recurso, entonces ¿para qué se necesitaría de un sindicato?
Adicionalmente los sindicatos son los representantes de los empleados ante la empresa, son quienes llevan sus requerimientos a quienes tienen la capacidad de darles respuesta, o por lo menos, eso era lo que ocurría en las estructuras organizacionales de principios del siglo XX, pero en la actualidad las organizaciones ya no son comprendidas como una gran pirámide y conceptos como la Open Networked Organization (ONO) y el Zeitgeist Gerencial hacen posible una comunicación fluida y constante entre aquellos que conforman la empresa.
Los trabajadores pasaron de un tercer plano (ellos) a un plano principal (nosotros) por lo que la visión de separar a las empresas en dos mitades, por un lado al débil jurídico: el empleado; y por el otro lado el poseedor de los recursos financieros: el empleador, ha tendido a desaparecer, la organización se entiende como un todo, estando sus esfuerzos orientados a un bien común, de hecho ya se habla de la responsabilidad social de la empresa lo cual impacta de manera directa la calidad de vida de sus trabajadores.
Si las organizaciones han comprendido el valor que tiene la gente que las conforma no tiene sentido la presencia de un órgano distinto a Recursos Humanos que además de monitorear sus funciones le recuerde sus responsabilidades así como el buen trato que deben ofrecer a su personal, pues de existir sería la prueba más contundente de la deficiente labor que esa unidad y quienes dirigen la firma están realizando en cuanto a la gerencia del capital humano.
Ahora bien, es prudente señalar que la presencia de un sindicato no necesariamente significa que la organización obvia la puesta en práctica de las nuevas tendencias gerenciales, asumir tal cosa también resultaría irresponsable, pues es evidente que en algunos sectores ese paradigma está tan arraigado que pareciera imposible imaginarlos sin la presencia de estos.
Mas sería una tarea interesante realizar los siguientes cuestionamientos: ¿los motivos que originaron la presencia del sindicato en la empresa se mantienen intactos en el presente? ¿Disminuiría la calidad de atención al capital humano sin la presencia del sindicato? ¿Los problemas que plantea el representante sindical son individuales o colectivos? E independientemente de cómo sean ¿cómo es que la empresa no le ha dado respuestas? ¿Necesita de algo o alguien que les recuerde sus deberes?
Cuestionar la presencia de los sindicatos en las empresas no pretende la emisión de juicios de valor, no puede decirse que son buenos o malos, que funcionan o no, pues de hacerlo inmediatamente surgirían argumentos suficientes para rebatir una u otra cosa; pero si es importante destacar que las razones que motivaron nacimiento de los sindicatos en el pasado aparentemente han desaparecido y su presencia viene a señalar el descuido que en materia de manejo de personal han incurrido o están incurriendo algunas empresas.
Si bien es cierto que en la actualidad existen organizaciones en las cuales funciona esta figura, como parte de la herencia que ha dejado el siglo XX, no es menos cierto que hoy en día es completamente inimaginable la presencia de prácticas que desmejoren, humillen o menoscaben al personal y por lo tanto si éste requiere agruparse no habrá de hacerlo como un bloque o coalición para enfrentar a un ente que los explota de forma irracional e irresponsable, sino para coadyuvar al éxito de la empresa… pero de ser así ¿para qué agruparse?.
Las empresas están llamadas a velar por el bienestar de su gente, sin que medie para ello la presencia de agrupaciones que subdividan su realidad, Recursos Humanos debería ser la primera unidad en defender, propiciar y mantener una conducta orientada a generar ese equilibrio, equidad y valoración que merece la gente en cualquier lugar que ocupe dentro de la organización, de no hacerlo es completamente justificable la presencia de un ente que le recuerde tan importante responsabilidad, pero a la vez se estaría aceptando que las políticas y procesos anteriores a la aparición de la agrupación sindical estaban completamente alejados de la realidad, que existía una insensibilidad laboral y que quienes gerencian a la gente desoían sus planteamientos e ignoraban sus necesidades.
Pero Recursos Humanos no puede ser considerado el único responsable de la creación de un sindicato, si este surgiera a causa de la desatención y poca sensibilidad organizacional; los dueños del negocio son la fuente de la que emanan las directrices del mismo, si estos mantienen la concepción de separar la empresa en dos mitades y generar políticas y procedimientos que menoscaben al trabajador, omitiendo las sugerencias y opiniones que emita la Gerencia de Personal, son los responsables directos de la aparición de este tipo de agrupaciones. Pero ¿es que acaso es malo que aparezcan? ¿Se deben apoyar o combatir? ¿Deben ser vistos como enemigos o aliados?
La legislación apoya y propicia la creación de los sindicatos, en Venezuela tienen carácter constitucional y la Organización Internacional del Trabajo posee una postura bien clara con respecto a la libertad sindical, esto hace imperativo suponer que no pueden ser vistos como un mal para la empresa, y de hecho no lo son, como ya se comentó los sindicatos permiten a las organizaciones ser más sensibles ante las necesidades de su personal, o en teoría debería ser así, pero ¿no es esta la tarea de la Gerencia del Capital Humano? He ahí justamente la disyuntiva.
Si la empresa posee una unidad que la sensibilice, oriente y asesore con respecto a su gente no necesita un sindicato, pues las razones que generalmente motivan su aparición no estarían presentes.
Ahora bien, si los sindicatos fungen como enlaces entre los «trabajadores» y los «empresarios», al mejor estilo de principios del siglo XX, evidentemente deben ser vistos como aliados ya que es evidente que la conciencia que une al binomio empleado-empleador no ha sido asimilada aún por la empresa y la presencia de este intermediario se justifica completamente.
Puede decirse entonces, una vez analizado todo lo anterior, que la Gerencia de Recursos Humanos debe ser por excelencia el mejor sindicato de toda empresa, pero no como una unidad de enlace, sino como garante del equilibrio, la equidad y la identificación que debe existir siempre en la organización, de lo contrario, y como es natural, el descontento y la desmotivación culminarán gestando en los individuos una forma de defenderse y, a la vez, protegerse de aquel que lo desestima.
Los sindicatos no son un problema, sino la consecuencia de la acumulación de varios de ellos y es justamente su base de origen lo que podría estar cuestionando su existencia en las empresas del siglo XXI.
La desaparición de la Unión Soviética, tal y como se le conocía hace cincuenta años, así como la caída del muro de Berlín y la unificación de la Comunidad Económica Europea representan tan sólo unos pocos ejemplos de cómo ha cambiado el mundo en tan poco tiempo.
El siglo XX fue escenario del inicio y comienzo de múltiples guerras, ya fuesen armadas, frías, por la conquista del espacio o tecnológicas; todas ellas diferenciadas con profundos matices culturales basados en los paradigmas reinantes del momento.
Así mismo cambió el pensamiento gerencial.
Primero fue importante producir y el mundo giraba en torno a la industria, luego alguien mostró que el camino era la calidad de lo que se producía y las empresas se inclinaron a mejorar procesos e involucrar a la gente, posteriormente empezaron a aparecer variables como el capital intelectual, el valor agregado, los valores, la coestima… todo ello para ir mejorando constantemente la manera de alcanzar el éxito como empresa.
Sin embargo hay algo que pareciera no haber evolucionado con los tiempos, o por lo menos no en la mayoría de los casos, y se trata de esa visión sindical que iguala a la empresa con el enemigo.
Como ya se comentó, en el pasado era totalmente justificable la existencia de los sindicatos porque las empresas poseían una conducta contraria a la naturaleza humana, explotaban y maltrataban a sus empleados hasta el punto de no mostrar la más mínima consideración a sus necesidades y expectativas, era un escenario de amos y esclavos donde el salario era el único diferenciador.
Pero una vez superado tal escenario no solo surge el cuestionamiento de la necesidad o no de la presencia de los sindicatos en las empresas del siglo XXI, sino que se hace necesario establecer si esa visión de combate y enfrentamiento que aún hoy está presente en ciertos gremios sindicales debe considerarse como un elemento natural o se ha convertido también en una característica anacrónica.
Es prudente destacar que en la actualidad resulta completamente inadmisible explotar a las personas en beneficio exclusivo del dueño financiero del negocio, no se justifica que, a la luz de los avances que en materia de la gerencia del capital humano se han alcanzado, todavía existan practicas tan poco profesionales como esas que se dieron en el pasado y que culminaron como bases irrefutables para el nacimiento de los sindicatos, por lo que el análisis que sigue a continuación se basa en la firme creencia de la inexistencia de tan abominables condiciones.
En primer lugar, se hace exigible recurrir a un ejemplo simple de correspondencia: así como se entiende que la gente es la empresa y que sin ella esta no existiría, debe entenderse también que sin empresa no hay sindicato, por lo que existe una interdependencia que no solo debe ser considerada como ineludible sino que debe estar presente en toda situación de conflicto.
Cuando el sindicato ejerce las presiones que por años han servido para el logro de sus objetivos está obviando tres elementos gerenciales que han venido funcionando con mucho éxito en el pensamiento gerencial:
- Los éxitos del pasado no garantizan los éxitos futuros
- No se puede aplicar la misma fórmula a diferentes problemas
- Los escenarios han cambiado y lo seguirán haciendo
Si bien es cierto que en el pasado funcionaba perfectamente la paralización de una línea de producción o la planta entera, no es menos cierto que acciones tan radicales podría hacer quebrar a una empresa en el presente y dejar sin empleo a las mismas personas que el sindicato representa y por las cuales está ejerciendo presiones.
La posibilidad de lograr mejoras o de llevar a la banca rota a una organización equiparan a las empresas y a los sindicatos con el yin y el yan oriental, esos dioses creadores y destructores a la vez y cuyo binomio ha existido desde el principio los tiempos.
Así como la empresa es responsable de la aparición de los sindicatos como consecuencia a la poca sensibilidad por el bienestar de su gente, surgiendo éste como el equilibro entre las fuerzas, ese mismo equilibro se ve amenazado cuando las exigencias del sindicato superan la realidad económica, productiva y operativa de una empresa y la somete a presiones desproporcionadas.
Lo anterior solo puede ocurrir bajo la premisa que reza «el fin de la lucha es vencer» y solo se lucha contra el enemigo.
Al trasladar este concepto bélico a la organización se ponen en riesgo elementos como la identificación de los empleados y la actuación de los valores morales de los mismos para con la empresa. ¿Cómo puede estar identificado un empleado con una empresa que para él es el enemigo a vencer? ¿Cómo puede confiar la empresa en la ética de sus empleados si sus acciones están orientadas a vencerla?
Tal vez en ese pasado cercano era necesaria una gestión sindical basada en la estrategia del enfrentamiento, ello le permitía medir fuerzas con el patrono y demostrarle que sin la gente poco o nada valía su empresa.
Pero ese pensamiento debió haber evolucionado con el paso del tiempo así como lo ha hecho la gerencia del capital humano, hoy es un hecho innegable la importancia que posee el personal y se le considera incluso como el capital más valioso de la organización, entonces ¿cómo podría ser el enemigo?
Los sindicatos debieron haber evolucionado lo suficiente como para conocer la realidad de las empresas desde todos los puntos de vista gerenciales que hoy se manejan, pues para saber qué exigir se debe estar conscientes de lo que se da, e incluso de lo que se recibe.
En ocasiones las organizaciones sindicales exigen más de lo que la empresa puede dar sin percatarse de una realidad ineludible: la presunción de la tenencia de dinero no es garantía de riqueza.
Si bien es cierto que la gente es la empresa, no es menos cierto que una empresa posee muchas más obligaciones que el pago de la nómina y los beneficios relacionados: la inversión, los costos, la producción, los impuestos y otras transacciones deben ser cuidadas y atendidas con el mismo rigor con que se atienden las necesidades de los empleados, por lo que resulta un pensamiento simplista recurrir a los ingresos brutos como la base de las mejoras que se esperan alcanzar.
Todo lo anterior conlleva a una realidad cotidiana: en sus esfuerzos por alcanzar los objetivos planteados, algunas empresas se enfrentan a sindicatos cuya visión ubica a la organización en un plano opuesto y por lo tanto la amenaza de huelgas, paros, interrupción de las operaciones ya sea parcial o totalmente, denuncias ante entes del estado y organizaciones de trabajo, entre otras cosas son anunciadas e incluso ejecutadas como mecanismos de presión a veces sin medir las consecuencias económicas que ello puede acarrear.
Si en realidad fuese un hecho innegable la premisa que reza: «la gente es la empresa», sería evidente que nadie pudiera observarla como el enemigo a vencer, pues en ella no se generarían los motivos que originan tal pensamiento y por ende los empleados no podrían experimentarlos, hasta el punto de no existir siquiera un sindicato.
Más, lamentablemente, aún no es así, todavía se observa en el mundo laboral la práctica anacrónica de separar a la empresa de sus trabajadores y, aún más, de restarle importancia a sus necesidades y expectativas, pero ¿eso justifica observar a la empresa como el enemigo?
La respuesta es no. Nada podría ubicar a la empresa como el enemigo, de hecho jamás lo ha sido ni lo será, ya que ésta no es más que un conjunto de personas que trabajan para alcanzar una visión común y cuyas expectativas se han nivelado para ello, o por lo menos es así en la teoría.
Todo lo anterior conlleva a una profunda reflexión: los sindicatos actuales presentan casi las mismas características de aquellos que le precedieron, se han mantenido casi inmutables a lo largo del tiempo, lo que los ha llevado a seguir enarbolando la bandera de la igualdad de condiciones, la equidad y la unión contra la lucha del patrono explotador que arremete día a día en contra de los trabajadores, obviando completamente las nuevas tendencias en materia de contratación, compensación y valoración que la gerencia contemporánea posee.
No puede decirse que para la empresa fue sencillo comprender que la gente era lo más importante y que de su bienestar dependía su éxito, pero resulta perturbador imaginar cuán difícil será para algunas agrupaciones sindicales asimilar que ahora no se justifica esa lucha incesante y cotidiana, donde obtener un beneficio era restar terreno al contrincante, donde era necesario contar con la unión de los empleados para vencer al enemigo.
Por lo tanto no sólo los avances en materia de gestión del talento humano están cuestionando su presencia en el siglo XX, también lo está propiciando esa visión errada de contienda y lucha, si lo que pretendían en el pasado era equilibrar poderes, en el presente los sindicatos deberían estar orientados a fortalecer los escenarios para dar cabida a un mundo laboral donde no exista un contrincante.