Renovarse es una exigencia impuesta por el sentido dinámico que ha venido caracterizando al capitalismo desde la época burguesa hasta el presente. Tocante a sus empresas, la destrucción creativa de Schumpeter es ilustradora y se encuentra en plena vigencia. Sin embargo en lo que afecta a su política, el proceso de expansión del negocio capitalista, a fuerza ver las cosas desde un plano de globalización ha dejado aparcado al promotor. El problema es que, si bien en su momento las masas nacionales impulsaron el proceso de desarrollo capitalista de un Estado dominante, estas han perdido su protagonismo arrolladas por la presencia de foráneos que imponen condiciones a la marcha del dominante Ahora, en último extremo, se trata de volver a mirar con especial interés a las masas locales como parte de una estrategia política. Esta mirada a lo local no responde ni a atender reivindicaciones sociales ni es altruista, sino que se trata de retomar la marcha desde un elemento de identidad aglutinador que permita reconstruir un modelo de Estado hegemónico sin caer en los riesgos derivados de la excesiva mundialización que pueden destruir su identidad. Por otra parte, las modificaciones operadas en las estructuras de poder del Estado, afectado por el auge de la burocracia política o clase de los gobernantes que impone nuevas condiciones al capitalismo, ese retorno al Estado-nación parece tratarse de un golpe de timón para corregir la trayectoria y continuar adelante, desplegando unicamente la bandera del capitalismo, dejando guardada la de la burocracia -clase política-.
El punto de referencia de la expansión global del capitalismo ha venido siendo el Estadonación económicamente avanzado. Hablar en tales términos implica serlo, aunque no necesariamente en igual medida, en los demás aspectos del desarrollo, ya sea militar, cultural y también social. En él, las empresas que abandera cumplen el papel de avanzadilla, y hasta ahora lo han hecho desde la referencia del Estado políticamente hegemónico. Pero llegado este momento se aprecia que el vínculo nacional se va debilitando. Las multinacionales, de un lado, se sitúan al margen de los Estados, moviéndose entre ellos sorteando sus leyes, buscando lo más conveniente para sus intereses. Por otra parte, se han hecho tan económicamente poderosas, plurales en sus actividades e incluso llegando a asumir funciones sociales, que aspiran a definirse como pequeños Estados dentro de los Estados. La elite del capitalismo es consciente de que semejante grado de autonomía sin la cohesión de un núcleo político de atracción, como venía siendo el Estado hegemónico de naturaleza nacional, conduce al descontrol empresarial y la consiguiente debilidad del propio capitalismo en su dinámica internacional.
Son varios los argumentos que llevan al capitalismo a reflexionar sobre el proceso seguido con la globalización. Buena parte de ellos han sido generados por el propio capitalismo, atento más a un desarrollo imparable que a pensar sobre las consecuencias de una marcha vertiginosa, sin estabilizarla adecuadamente. Entre otros, cabe destacar esa debilidad en las determinaciones del Estado-hegemónico, crisis de identidad del propio Estado-nación en el que se soporta, el choque con lo foráneo y pérdida de influencia de la elite del poder
Pese a que la universalización de las empresas punteras, ya sea productoras o financieras, aparece dirigida desde el centro neurálgico de la economía mundial -es decir USA-, su fiscalización ya no corresponde en exclusiva al Estado-hegemónico por excelencia, sino que tanto los competidores como las instituciones internacionales, creadas en interés de la mundialización del capitalismo aspiran al control territorial de aquellas para reforzar sus esferas de poder. La autoridad del Estado-hegemónico, aunque evidentemente se percibe, pierde su vigor originario afectada por influencias universales que en parte tienen que ser asumidas, haciendo concesiones, para conservar la vigencia del modelo de negocio. Lo que redunda negativamente en su autoridad de dirección al acabar siendo compartida. Si el orgullo económico de una nación venía quedando depositado en las grandes empresas, ahora resulta que estas se deslocalizan, cambian sus sedes sociales y domicilios fiscales, tales empresas ya no representan ese empuje inicial nacional diluido en el panorama mundial. Ya no hay una norma hegemónica sino una pluralidad de normas que aspiran a extraer los beneficios que la política global reportaba al hegemónico a través de sus empresas de bandera.
Por otra parte, el coste de mantener el negocio universal ha recaído en el propio Estadohegemónico en su referencia nacional, con lo que la mirada de la política se fija prioritariamente en el exterior dejando lo que afecta a los intereses nacionales en segundo término. Para atender a los compromisos de la política global, la burocracia dirigente comisionada por el capitalismo ha venido descuidando el sentido nacional, como núcleo de control de la expansión empresarial, con el riesgo implícito de diluirse la acción y la posterior desintegración. Con el auge del neoliberalismo la burocracia política ha encontrado una fuente inagotable para su desarrollo internacional asistida por la referencia de sus respectivos Estados benefactores. Ha alcanzado un punto de desarrollo que está haciendo su política al margen de las determinaciones del capitalismo, lo que la consolida como poder autónomo. Asimismo, el capitalismo ha tomado referencia de que no puede prescindirse del pilar nacional, pese a las políticas globales, dada la necesidad de una élite política dirigente fuerte definida territorialmente como elemento de control, el sentimiento de conciencia nacional que caracteriza a todo Estado hegemónico y un soporte jurídico material de las empresas multinacionales en el marco territorial de la nación de bandera.
Desde una tesis nacionalista, un Estado en el que la conciencia de sus ciudadanos se diluye por el empuje cultural de grupos foráneos incapaces de integrarse en el sentimiento de nación pierde su energía como Estado dominante y se va diluyendo en un panorama de heterogeneidad propicia para la pérdida de su condición hegemónica derivada de su exclusividad como Estado. La vieja construcción de la sociedad de masas, pilar del mercado capitalista, respetaba la esencia nacional, mientras que la sociedad de la globalización habla de sociedad universal. Si el soporte del Estadonación hegemónico ha venido siendo el sentimiento como nación de una determinada sociedad y el aspecto publicitario de su hegemonía reside en la creencia de superioridad cultural, apoyada en argumentos sólidos de naturaleza económica y militar, si esta posición se deteriora hay que tratar de retomar el sentir originario. Reivindicar la superioridad del Estado-nación desde él mismo se presenta como la vía para la recuperación del terreno perdido.
Aunque el negocio capitalista generalmente encuentra en las masas la fuente del negocio, cuando su presencia llega a desestabilizar lo nacional saltan las alarmas. Lo hacen porque, pese a todo, el Estado-nación hegemónico se soporta en sus nacionales y aunque su voluntad está permanentemente manipulada por el empresariado en la carrera del bienestar, siempre queda la reflexión empujada por la realidad y el resultado de todo ello acaba por manifestarse en la vía electoral. La respuesta de los Estados débiles frente al avance generalizado de los fuertes ha sido lanzar oleadas de sus habitantes al reclamo de un bienestar superior, remitido por conducto de las influencias culturales de la globalización. El flujo humano no podía excluirse, dado que la globalización que conllevaba el desplazamiento empresarial desde los Estados fuertes a los débiles por razones económicas, y una vez en estos el proceso de deslocalización adquiría arraigo en sectores empresariales puntuales, el despertar económico se hacía evidente y con ello la corriente de personas en sentido inverso, al reclamo de ese mayor bienestar, era inevitable. Al final parece ser que ha tenido consecuencias indeseadas. Los Estados débiles han promovido la emigración de sus nacionales en la otra dirección, enviando a sus pobladores hacia el Estado fuerte para contribuir a su desarrollo económico desde las remesas de dinero que remiten sus nacionales. La consecuencia inmediata es que el Estado receptor ha visto desbordada su población autóctona, como pago de parte del precio de la expansión de sus multinacionales, y esto ha debilitado el papel del Estadonación. Al pasar a ser Estado refugio sus obligaciones aumentan, el bienestar general se rebaja y se convierte en un mosaico cultural con pretensiones de integración, sólo a efectos publicitarios, porque se demora durante generaciones. A lo anterior hay que añadir los desequilibrios laborales que se producen en el Estado fuerte con la deslocalización industrial, cuyas consecuencias son todavía mayores. En consecuencia, la globalización de dos direcciones acaba por generar desequilibrios económicos en el Estado dominante que afectan a la política del capitalismo.
La pérdida de autoridad de la elite dirigente responde al avance de la burocracia internacional que aspira a imponer sus determinaciones e influye sobre la burocracia de cada Estado. Ambas burocracias se muestran en disposición de asumir un nuevo papel. Al amparo de la democracia, la burocracia política se ha impuesto como clase. Lo que lleva implícito que el sistema de gobernabilidad sea de competencia exclusiva del grupo selecto surgido al amparo del llamado Estado de Derecho La consecuencia es que la propia burocracia política del Estado-hegemónico, influida por la globalización política, se postula como poder autónomo del capitalismo, y en ocasiones llega a colocarse frente al capitalismo, cuando siempre han caminado de la mano. Trata de atraer a las masas del lado de sus intereses construyendo su propio modelo de Estado-nación con características de universalidad, aprovechando argumentos tradicionalmente empleados por su patrón, como son los derechos y libertades generales, de los que aspira a convertirse en garante ante la ciudadanía como línea argumental para incrementar su poder. De otro lado, ya no se trata de que la burocracia política sea comparsa del capitalismo, sino de que las empresas capitalistas, al margen de la sumisión a la elite respectiva, pasen a depender de su control para reforzarse como poder al atribuirse nuevas competencias funcionales.
Estas pudieran ser algunas de las causas que han determinado que el capitalismo haya hecho un guiño a la sociedad hegemónica tratando de recuperar electoralmente el orgullo nacional como país, con la vista puesta en reforzar el Estado-nación para enderezar el timón de la globalización y seguir avanzando desde la dirección única de la hegemonía del Estado-nación capitalista.