La creación de los Centros Universitarios Municipales, para garantizar la continuidad de estudios universitarios a los egresados de los programas de la Revolución en los lugares donde residen y trabajan, ha constituido el inicio de una nueva etapa en el desarrollo de la educación superior, en estrecho vínculo con la sociedad su desarrollo y demanda en sus diferentes ámbitos.
La formación profesional desde las Sedes Universitaria, ha exigido una confección y práctica pedagógica renovadora basada en la autoeducación, en la que se potencia la flexibilidad del currículo de formación, el sistema de relaciones e intercambio permanente, la respuesta educativa individualizada, en función de las necesidades y potencialidades de cada estudiante y la responsabilidad de la educación directamente compartida con la familia, el profesorado, la institución y la comunidad en general.
En estas condiciones se eleva a planos superiores la participación, la colaboración y el protagonismo de los estudiantes que potencian el papel del profesor como principal facilitador del conocimiento, la educación, y la labor educativa, personalizada, bajo la dirección del tutor, considerado eje integrador del sistema de influencias educativas. Los resultados alcanzados durante los años de aplicación en las Sedes Universitarias, están repercutiendo de manera positiva en la labor formativa de los estudiantes.
Con el legado de nuestros grandes pedagogos, aspiramos a un educador que realice su labor con gran amor y dedicación y que sea el evangelio vivo que señalara Luz y Caballero. Pero además, que tenga la cultura y preparación necesaria para “desenvolver todo el hombre y no solo una parte de él” , como expresara nuestro Apóstol.
No podemos estar satisfechos en transmitir solamente los conocimientos técnicos de nuestra especialidad con un alto nivel, no podemos limitarnos a ser menos instructores debemos enseñar justicia, libertad, derechos, además de ciencias y letras, pero también gracias y arte en fin, formar a un ciudadano ejemplar que sepa vivir de pie en esta época que nos ha tocado vivir.
José de la Luz y Caballero fue uno de los grandes sabios de la primera mitad del siglo XIX, junto con Félix Varela y José Antonio Saco. Era admirable como una vez a la semana, se reunían alrededor del maestro los profesores y alumnos del colegio para escuchar su plática pletórica de ciencia, más de doscientos discípulos, de Luz y Caballero se incorporaron a las gestas liberadoras del sesenta y ocho y el noventa y cinco.
En el sistema de la Educación Superior Cubana, la figura del tutor ha sido tradicionalmente asociada a la asistencia científico metodológica que brinda un especialista de reconocido prestigio y tradición en determinado campo del conocimiento, bien al estudiante que en la fase terminal de su carrera elabora su trabajo de diploma, o al graduado universitario que realiza estudios académicos de postgrados y realiza su tesis para la adquisición de un título o grado científico.
La creación de las Sedes Universitarias Municipales ha conllevado a la creación de la figura del tutor, extendida esta a la atención personalizada e integral que los profesores deben garantizar a los estudiantes que les son asignados en tutorías.
Desarrollo
Al abordar esta problemática partimos de la consideración de que la educación, como fenómeno social históricamente desarrollado, como núcleo del proceso socializador, ejerce una influencia decisiva en la formación del hombre a lo largo de toda su vida, y debe prepararlo tanto para el logro de una incorporación personal y social activa, como para el disfrute y plenitud que deriven de la misma.
José Martí, Héroe de la República de Cuba expresó «Educar es depositar en cada hombre toda la obra humana que le ha antecedido: es hacer cada hombre resumen del mundo viviente, hasta el día en que vive; es ponerlo a nivel de su tiempo, para que flote sobre él y no dejarlo debajo de su tiempo, con lo que no podrá salir a flote; es preparar al hombre para la vida».
Señaló además que: «la educación, es la habilitación de los hombres para obtener con desahogo y honradez los medios de vida indispensables en el tiempo en que existen, sin rebajar por eso las aspiraciones delicadas, superiores y espirituales de la mejor parte del ser humano».
Para Martí, era necesario la educación para la vida y con sentido práctico, lo que se pone de manifiesto cuando al referirse a esto escribió: «Puesto que a vivir viene el hombre, la educación ha de prepararlo para la vida. En la escuela se ha de aprender el manejo de las fuerzas con que en la vida se ha de luchar”.
Es preparar al hombre, para afrontar exitosamente las exigencias sociales y personales de cada etapa de la vida, lo cual parece oponerse en buena medida a las acciones academicistas, formales, autoritarias o aisladas, que muchas veces, sin percatarse de tal condición, emprenden los diferentes agentes socializadores; sin tomar en cuenta, las concepciones o ideas que sostienen, o subyacen en este accionar, el contexto en que se desenvuelven y cómo se manifiestan en la práctica educacional.
Es importante destacar el nexo que se establece entre la educación y los objetivos sociales a que debe dar respuesta por una parte, y la contribución que debe brindar al desarrollo individual por la otra, como los dos polos de una cuerda en tensión que representan los puntos de llegada y de partida respectivamente en el trabajo educacional.
En este sentido, es necesario partir de la consideración de que la personalidad se forma y se desarrolla no sólo bajo la influencia de acciones dirigidas hacia una finalidad del sistema educacional, sino también y de manera esencial, en un amplio contexto social, puesto que el sujeto vive en una sociedad.
Cabría preguntarnos, ¿qué es la sociedad? Existen diversas definiciones al respecto; consideramos la siguiente puede ser objeto de reflexión: La sociedad puede ser concebida, como el sistema de relaciones creadas por el hombre y en el cual desarrolla su vida, que se conforma históricamente, basado en un modo de producción determinado, de donde depende toda la estructura y superestructura del mismo. Es el medio donde el hombre vive, trabaja y se desarrolla.
Emile Durkhein, sociólogo francés, fue el primero que desarrolló de una forma sistemática la idea de que la educación es una institución social, que aparece estrechamente vinculada con el resto de las actividades sociales y la define como la acción ejercida por las generaciones adultas sobre las que todavía no están maduras para la vida social.
En su libro «Las reglas del método sociológico» señala que el objetivo fundamental de la educación es precisamente el hacer social al individuo, que el medio social, tiende a moldear al niño a su imagen, y que padres y maestros son los representantes o intermediarios en la conformación de esa imagen.
Refiriéndose a esto, Juan Delval en su libro «Los fines de la educación» plantea que, la educación es un fenómeno amplio y complejo, que es realizado por diferentes factores: padres, adultos en general, maestros, medios de comunicación, instituciones sociales en definitiva que toda la sociedad educa.
Entendido en su sentido más amplio, Delval hace coincidir en cierta medida socialización con educación, pues para él, la educación no es más que la interiorización de las conductas, actitudes y valores necesarios para participar en la vida social.
Consideramos que el criterio que debe primar en todas las instituciones socializadoras para la formación de las nuevas generaciones, es el crear una actitud activa y transformadora, ante las dificultades que se presentan en la vida social. Es decir formar personalidades que puedan plantearse y lograr objetivos que respondan al perfeccionamiento y demandas de la sociedad en que se desenvuelvan. Es hacer el trabajo educativo de forma concreta, dirigido más directamente a la esfera motivacional individual de modo que posea significación inmediata para la personalidad.
Es necesario, que cada generación, sea puesta en una situación tal que pueda dar de sí el máximo posible de sus potencialidades en beneficio de la sociedad y de cada individuo en particular. La formación del hombre, es un proceso continuo y complejo, que requiere en primer lugar, la precisión de los objetivos de carácter educativo, que se quieren lograr; la determinación de las cualidades de la personalidad que se han de formar y desarrollar, sin olvidar las características de las edades y de los grupos con que se trabaja.
En su libro «Teoría de la Educación» el pedagogo uruguayo Jorge Bralich parte de la premisa, que desde que el hombre comenzó a plantearse su propia vida como problema, comenzó a preguntarse y responderse respecto a las actividades que con el tiempo serían reconocidas como educativas. En el capítulo «Necesidad y posibilidad, de una Teoría de la Educación» señala que la amplitud y complejidad del hacer educacional, ha originado el hecho de que, sean muchos los autores que se han dedicado a la búsqueda de una Teoría de la Educación. Considera que esta debe permitir aplicabilidad a variadas circunstancias y lugares; profundizar en el fenómeno educacional; delimitar los objetivos; elaborar los métodos a utilizar y su aplicación práctica y estudiar la vinculación educador-educando en el plano de sus relaciones.
Conclusiones
Esta investigación contribuye a elevar la cultura general integral y a mejorar el proceso enseñanza aprendizaje en la nueva universidad del siglo XXI.