En este breve artículo, reflexionando en torno a términos como «sistema social» y «sujeto», efectuaremos algunos comentarios sobre la sociología del poder en Chantal Mouffe, sobre el paradigma de la física cuántica y los conceptos acuñados por N. Luhmann, aplicados a las organizaciones.
Los textos donde se aborda el tema de las organizaciones con un enfoque que podríamos llamar «gerencial» se encuentran bastante desvinculados de los nuevos desarrollos de la teoría organizacional. Hay en ellos una suerte de ingeniería que, partiendo de ciertos «principios», suele asumir la forma de un recetario compuesto por varias fases.
En lo que respecta a la teoría, en una importante obra de crítica y sistematización, Pfeffer (1982) ha señalado que la misma es un jardín de flores moribundas plagado de ideologías y dogmatismos, por lo que él vuelve su atención hacia las propiedades físicas, los procesos demográficos y las estructuras relacionales, tratando de fortalecer los cuerpos teóricos para posibilitar una investigación más fecunda en lo que respecta a su utilidad empírica y científica.
Lo interesante es que Pfeffer, siguiendo a Braverman y Gergen, no vacila en señalar que la teoría es una prédica laica impregnada de valores, creencias e ideas que no han sido suficientemente explicitados y que «obran a la perfección para legitimar y reforzar el actual estado de cosas, vale decir la estructura económica y política del poder de la sociedad». No obstante Pfeffer admite que ella no puede dejar de estar estrechamente ensamblada con las ideologías, creencias y valores, por cuanto éstos son elementos importantes para articular las organizaciones y las sociedades.
Sin embargo, señala que, ante la ausencia de objetividad científica, es tarea de la investigación contraponer las distintas perspectiva teóricas (y por lo tanto los conjuntos de valores e ideas que ellas contienen); lo que nos ayudará a percibir en qué medida dichas teorías han sido afectadas por el contexto y por los problemas vigentes en el momento en que fueron construidas.
La sociología ha tratado a los actores sociales como si fueran actores homogéneos y unificados. Sin embargo, lo característico de la sociedad de nuestros días es la multiplicidad de posiciones del sujeto, quien pese a ello puede ser considerado un único actor.
Por ejemplo, la clase obrera como la concebía Marx pertenecía a una sociedad menos segmentada y compleja que la actual. En aquella, la posición del individuo en relación a la organización de la producción era determinante para la formación de un marco común de referencia, un sentido común que tendría como resultado a la clase en sí, en el caso de los obreros.
A pesar de eso, a partir de la pertenencia a una clase común han surgido grupos de operarios que trabajan en el marco de organizaciones con distinta forma, que mantienen relaciones sociales variadas con las demás clases y que actúan según diferentes racionalidades.
Un trabajador puede al mismo tiempo ser inmigrante, mujer y consumidor, y la defensa de los derechos de uno de estos colectivos no debería realizarse a costa de ninguno de los otros.
Esta misma descentración y destotalización se produce en los demás actores sociales, por lo que – al decir de Chantal Mouffe- es necesario construir una nueva teoría del sujeto:
«Un sujeto construido en el punto de intersección de una multitud de posiciones […] entre las que no existe una relación apriorística ni necesaria, y cuya articulación es el resultado de prácticas hegemónicas» (Mouffe, 1994; 85).
Son notables los esfuerzos realizados por Margaret H. Wheatley para estudiar las organizaciones partiendo de un enfoque que utiliza metafóricamente los conocimientos procedentes de la física cuántica y de la teoría del caos.
Sabido es que la materia elemental es ambivalente y puede ser considerada como puntos localizados en el espacio (partículas) o bien como energía dispersa en un volumen infinito (ondas); y «la identidad total de la materia (conocida como paquetes de ondas) incluye potencialidades para ambas formas: partículas y ondas» (Wheatley, 1994; 66).
El principio de incertidumbre de Heinsenberg nos dice que podemos medir las propiedades de las partículas (posición) o las propiedades de la onda (momentum), pero no ambas simultáneamente. De manera que la materia se comporta como onda o como partícula, según que el científico estructure su experimento para estudiar las propiedades de las ondas o de las partículas.
Trasladando estos conceptos a las organizaciones, Wheatley se pregunta: «¿Qué es más importante en cuando al comportamiento, el sistema o el individuo?». La respuesta no puede ser otra que «depende», en tanto nuestro acto observacional es parte del proceso que estamos observando. Si bien el observador no crea la realidad, él es algo esencial en su adaptación, en tanto provoca un potencial que ya está presente. Volviendo a la pregunta, la respuesta de Wheatley es la siguiente:
«Esta no es una pregunta por sí o por no. No hay necesidad de optar entre las dos. Lo crítico radica en la relación establecida entre dos personas y el escenario. Esta relación será siempre diferente, siempre evocará distintas potencialidades. Todo depende de los actores y el momento […] Cada uno de nosotros es una persona diferente en distintos lugares. Esto no nos hace ilegítimos simplemente nos hace quantum» (Wheatley, 1994; 66).
En la teoría de Luhmann, el concepto «hombre» o «individuo» depende siempre de la observación. Más aún el concepto tradicional de sujeto humano no es más que un «agregado para cubrir problemas no resueltos» (Izuzquiza, 1990; 24). Entre el sujeto y el sistema social no hay una relación como la que existe entre la parte y el todo. Los seres humanos no son parte del sistema social, sino entornos. Ni el hombre es componente de la sociedad, ni la acción social es el centro del análisis sociológico.
La base de los sistemas síquicos es la conciencia, la que a su vez es un sistema autorreferente y, por lo tanto, cerrado. Ahora bien, este cierre o clausura está compensado por dos operaciones que le permiten ponerse en contacto con otros sistemas. Dichas operaciones son la observación y la comunicación.
La observación opera a través del pensamiento, mediante el cual la conciencia se observa a sí misma. La conciencia se pone en contacto con otras conciencias mediante la comunicación, pero los sistemas síquicos no pueden comunicarse con los sistemas sociales, y no hay un supersistema que los unifique.
«Junto a esa imposibilidad de comunicación de los sistemas síquicos con la sociedad, es necesario advertir que en una sociedad funcionalmente diferenciada, el individuo como tal, pertenece siempre a la interdependencia de varios sistemas y nunca a uno determinado de ellos» (Izuzquiza, 1990; 237).
Si admitimos, siguiendo a Luhmann, que la autorreferencia es la base de la individualidad, no hay un concepto que describa «en su conjunto al sujeto humano como individuo unificado y que permita identificarlo como tal. No existe más unidad que la propia autorreferencia y ello supone no admitir ulteriores realidad transcendentales a esa autorreferencia» (Izuzquiza, 1990; 236).
La crítica de Luhmann va dirigida hacia quienes piensan en un hombre abstracto, inmutable y perpetuamente idéntico a sí mismo. En ningún caso sus ideas suponen desprecio por el individuo concreto, por el contrario, intenta llegar a una descripción más fecunda para la sociedad.
Bibliografía
IZUZQUIZA, I. (1990) La sociedad sin hombres. Barcelona. Anthropos.
MOUFFE, C. (1994) «La democracia radical ¿moderna o posmoderna?». En revista Leviatán N° 55 (primavera)
PFEFFER, J. (1982) Organizaciones y teoría de la organización. Buenos Aires. El Ateneo
WEHEATLEY, M. J. (1994) El liderazgo y la nueva ciencia. Barcelona. Granica.