Las acciones humanas son dirigibles a la virtud, como á su fin próximo, y a la vida eterna como a su último fin.
Los fines en la práctica son como los principios en le especulativa, según nos enseña Sto. Tomás. Y a la manera que los principios mueven el entendimiento al asenso de las conclusiones, así el fin mueve la voluntad a las operaciones, que son los medios para conseguir dicho fin.
1.2. Introducción
Las acciones humanas en tanto se dicen morales en cuanto se comparan con las reglas de las costumbres, que son la ley eterna y la recta razón ó la conciencia, y si las tales acciones se conforman con ellas se llaman buenas costumbres; pero si no, se dicen malas. Por tanto la moralidad de los actos humanos no es otra cosa que el orden ó relación que dicen a sus reglas, por las cuales se conoce si son moralmente buenos ó malos. Por donde se ve, cuán errados andan los que ponen la moralidad en capricho del hombre; ó en sóla la utilidad y deleite.
La bienaventuranza perfecta es la posesión de Dios. Esta posesión constituye la bienaventuranza formal, y consiste esencialmente en el acto del entendimiento, con que se ve a Dios claramente. Con esta hartura serán los justos en cuerpo y alma gloriosa, y gozarán para siempre todo cuanto a las potencias espirituales y corporales puede alegrar y satisfacer.
1.3.- De los principios o fuentes del humanismo
Cuando el ser humano se encuentra en la necesidad de cambiar, y considera dentro de lo mas profundo de su ser, que la piedra fundamental que ha desechado es el sufrimiento experimentado en la vida y decide dar nacimiento dentro de sus entrañas al hombre moral, basado en el desarrollo de la empatía de ayuda al prójimo, es el tiempo de levantar ese fondo y colocarlo como la base principal del crecimiento moral, de donde partirá la transformación de si mismo y el amor por el prójimo, ya que bien resulta cierto que no se puede dar lo que no se tiene, alcanzando así grandes logros perfectibles, desarrollando gran identidad moral para con sus semejantes redundando en beneficio propio en gran calidad moral humana y divina.
La acción más noble del hombre es entusiasmarse contemplando la infinitud del universo, que es, al propio tiempo, contemplación de la Divinidad; entusiasmo heroico, que lo sostiene sobre los dolores y lo lleva a triunfar de la muerte.
1.4. Las primalidades del ser
El conocimiento se verifica en la propia conciencia “El espíritu sensible siente el calor, en primer lugar, en sí mismo: siente el calor a través de sí mismo, en cuanto es mudado por el calor”. Las causas externas producen en el alma modificaciones que permanecerían extrañas y desconocidas a ésta, si el alma no tuviese un conocimiento original de sus propias alteraciones. Pero este conocimiento original no es propio únicamente del alma humana; pertenece a todas las cosas naturales en cuanto todas ellas están dotadas de sensibilidad.
La autoconciencia revela los principios fundamentales de la realidad natural. El hombre se da cuenta inmediata de que sabe, puede y ama. Precisa admitir que la esencia de todas las cosas está constituida precisamente por estas tres “primalidades”: el poder, el saber y el afecto (amor). Toda cosa es en cuanto puede ser, y el poder ser es la condición del ser y de la acción de todas las cosas. Asimismo toda acción está dotada de conocimiento de sí misma y de conocimiento de las otras cosas por cuanto está dotada de sensibilidad. Justo: sobre esta sensibilidad se funda la armonía que sostiene al mundo. En fin, todos los seres aman su ser y desean conservarlo. El amor, en efecto es la tercera primalidad.
Las tres primalidades están limitadas en las cosas finitas, que, como tales, son deficientes, participan del no-ser. La impotencia, la insapiencia y el odio son las tres primalidades del no-ser. Solo en Dios, que es infinito, no están limitadas las primalidades por el no-ser: En el la potencia no implica ninguna impotencia, la sabiduría ninguna insapiencia y el amor ninguna afirmación del odio.
Sólo la fe en Dios y su misericordia es el remedio para salvarse. “Todo lo que el hombre vive y hace sin fe en Cristo, se resume en esta palabra: pecado. Incluso las buenas acciones, obra del engañoso libre arbitrio, no rescatan al hombre”. El hombre no es libre. Sólo Dios es sujeto de libertad. “Eliminado el libre arbitrio, estamos ciertos y seguros de que agradamos a Dios, no por el mérito de nuestras obras, sino por el favor de la misericordia que El nos ha prometido. Si nuestros actos son insuficientes o malos, sabemos que El no los tendrá en cuenta, sino que El perdonará y remediará paternalmente.
1.5.- La moral intelectualista como base de la enseñanza
El saber (el logos) tiene una finalidad: la educación moral del hombre; lo cual se logra merced a las virtudes éticas. El filósofo considera que el recto conocimiento de las cosas lleva al hombre a vivir moralmente (intelectualismo moral). Quien sabe lo que es bueno, también lo practica; ningún sabio yerra; la maldad sólo proviene de la ignorancia y, puesto que la virtud reposa en el saber puede enseñarse; mas la virtud es la propia felicidad del hombre. El propósito es único las ideas, saber y virtud deben de hallarse en el mismo punto.
1.6.- Elección del método del buen enseñar
Sócrates, acude a la plaza pública a instruir a sus conciudadanos. Se distingue de aquellos en que no es un mercader de la sabiduría. No conversa como un hombre que oculta su ignorancia con frases seductoras: quiere, en comunidad de trabajo, descubrir la verdad, pues es consciente de que ignora demasiado.
Ante todo, Sócrates trata de interesar vivamente al interlocutor sobre el tema. Para ello, lo exhorta, mediante oportunos apóstrofes. Esta es la primera etapa de su método, y se llama protréptica (de pro, primero, y trepo, cambiar, mudar), pues se trata de hacer variar la conversación sacando al hombre de su cotidiana vulgaridad para introducirlo en un diálogo filosófico.
Acto seguido, se inicia la indagación (segunda etapa), requiriendo del interlocutor las respuestas que éste considera correctas, pero que, a menudo, resultan equivocadas. Para hacer notorio el error de estas de estas soluciones, y convencer a los oyentes de su ignorancia, se sirve Sócrates de hábiles preguntas, encaminadas a confundirlo. Esta es la ironía socrática (ironía significa en griego interrogación). Así el “no saber”, que en un principio expresa la modestia del filósofo (“saber es sólo poder divino, la misión del hombre es aspirar al saber”) se torna a la postre en un disfraz pedagógico: su final objetivo es conducir al interlocutor, por propia reflexión, a la verdad moral. De esta suerte, Sócrates viene a dar la debida respuesta al problema de la comunicación docente.
Esta segunda etapa del método se lleva a efecto en dos partes: destructiva y negativa una, creadora y positiva la otra. La ironía socrática, primero, es el arte de rebatir, de exhibir la ignorancia del aparente sabio y se llama eléntica (de elenchos, objeción); segundo, es el arte de dar a luz ideas de cada cual, de descubrir la verdad que debe orientar la vida y se llama mayéutica (de mayeuein, parir) o heurística (de heurischoo, arte de descubrir).
Sócrates percibe con hondura que el fenómeno filosófico es autoactividad. Mediante preguntas pertinentes (forma dialogada) conduce el maestro a los discípulos a encontrar, por sí mismos, lo buscado. Todo esto por un procedimiento que parte de la experiencia concreta y singular para elevarse a las ideas generales.
Por la circunstancia de conducir al interlocutor a la verdad, se le llama a tal procedimiento epagogía (de epagogé, conducción).
1.7.- La aplicación del humanismo en la enseñanza
El docente en el momento de adquirir el compromiso formal con la enseñanza, debe de considerar la obligación que tiene con el educando, guiándolo en la formación académica, construyendo el puente de comunicación maestro-alumno, con las bases firmes de la moral, que en consecuencia lo desarrollaran en un sentido mas humanista con el alumno, la sociedad y las futuras generaciones que atenderá, formando así verdaderos seres humanos identificándolos consigo mismo, para con sus semejantes y con la sociedad. Cierto es que el alma es al cuerpo, como también el sopló de vida lo es por la gracia del divino, luego entonces en cuanto mas nos demos al entendimiento de la recapitularización de nuestras vidas y de la sociedad, mas perfectibles seremos y al transmitir el preciado conocimiento del saber, será con amor con las raíces propias de la verdad, redundando en beneficio de nuestros semejantes.
Cierto es que las virtudes aprendidas (encarnadas) como son Humildad, Generosidad, Castidad, Paciencia, Templaza, Caridad y Diligencia, deberán de aplicarse en la práctica de la enseñanza, como pilares de la conciencia del maestro, para la transmisión de la luz sagrada del saber, motivando al alumno actuar con estos umbrales en el campo del aprendizaje, como principio rectores de la formación del educando en cuerpo, mente y alma, en la aplicación del Derecho, siempre con sensatez, cordura y diligencia del bien en la sociedad.
1.8.- Conclusiones
La Filosofía humanista de enseñanza, conserva en Sócrates su adecuado sentido: es una aspiración al saber, un afán de conocimiento. La mayéutica como arte de partir las ideas, es el método del filósofo. Pero dado que la conducta moral debe fluir de una comprensión racional de de la vida, la pedagogía echa mano del propio método mayéutico. El filósofo que llega a resultados ciertos, que se eleva a las ideas de lo bueno y lo bello, de lo justo y lo verdadero, no hace otra cosa que cultivarse, enriquecer el caudal de su sabiduría práctica. Su influencia, su intervención en el perfeccionamiento de los demás, consiste en excitar a los discípulos para que por sí mismos descubran el mundo de las propias ideas.
1.9.- Bibliografía
– Caldo de pollo para el alma del maestro
Editorial: Diana
Impresión 15/XI/2005
México D.F.
– Introducción a la filosofía
Francisco Arroyo
Editorial Porrua
México 1994
– Un recreo para el corazón
Primera edición.
EDIBA S.R.L. – 2004
O Higgins 312
Bahía Blanca (B8000IVH)
Buenos Aires – Argentina.