La educación de los valores en México

El ser humano está obligado a observar en la convivencia con sus semejantes un esquema de valores estandarizado; de lo contrario, caerá en subjetivismos y relativismos que, seguramente, generarán desajustes en su entorno.

La casa es la primera escuela y los padres los primeros maestros de ese código valoral del cual es muy difícil desprenderse y que persistirá en la persona a lo largo de su vida. La escuela sólo es una extensión de los principios y modos de ser positivos adquiridos en el hogar, entre varios de sus propósitos se tiene establecido la familia inculca valores, la escuela los consolida y se ejercitan en el entramado social.

Cuando los docentes, como depositarios de los contenidos de la educación formal asuman una actitud beligerante; cuando dejen de lado la neutralidad propia de sus deficiencias pedagógicas, psicológicas y didácticas; cuando le construyan un ambiente agradable al alumno; entonces, éste abrirá su voluntad para aprender a aprender, a ser a hacer y a convivir con los demás. Mientras tanto, ¿cómo le exigen autocontrol, higiene mental, análisis, criterio, reflexión, etc.; si ellos (los educadores) no se los enseñan con el ejemplo? ¿Cómo le sugieren juicios morales, si los maestros carentes de ellos, no los manifiestan? ¿Cómo activarles o canalizarles la voluntad, si el medio escolar no tiene un macroproyecto para esta esfera? Recordemos que se aprende más por voluntad que por capacidad.

En México, la educación pública está bien fundamentada legalmente para formar, de manera integral, al individuo (Art. 3° de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y la Ley General de Educación); este marco legal propicia que los docentes actúen de manera responsable y congruente hacia las reacciones de los alumnos. Se han dado situaciones con las cuales estas premisas parecen más utopías que mandatos y garantías de ley; entonces, ¿cómo crear ciudadanos capaces de entender sus derechos, asumir sus responsabilidades y exigir soluciones? ¿Cómo hacerlos libres y democráticos?

En el Art. 3° de nuestra Carta Magna está evidente que el Estado exige una formación rebosante de libertad, justicia, tolerancia, igualdad, responsabilidad, amor a la Patria, respeto a la dignidad humana y al estado de derecho, democracia, solidaridad internacional; mas, ¿cuáles de estos valores se practican al revisar tareas o trabajos, al dar una indicación, al hacer una observación disciplinaria, al estar en un evento cívico; en fin, en el actuar escolar diario? Es decir, debería tacharse de inconstitucional cualquier conducta que no acatara las indicaciones del mandato en cuestión.

Todas estas consideraciones sirvan para hacer una propuesta alternativa tendiente a eliminar las prácticas tradicionales y abordar inmediatamente un quehacer educativo moderno, como lo es el alumno, su época y su entorno. Dicha sugerencia se sustenta en estudios realizados por J. Locke, J. J. Rousseau, S. Freud, entre otros.

Los valores absolutos, propios de la naturaleza humana, los cita el primero como: ¨El bien y el mal se aprenden¨; es decir, si la ética representa nuestro actuar individual, la moral es nuestra convivencia en comunidad; por lo tanto, la educación debe concebirse con libertad, diálogo, reflexión, empatía, autorregulación, autonomía, pertinencia, etc.; esto es la educación moral de mínimos, en oposición a la practicada con base en valores relativos, por ejemplo de subjetivismo y escepticismo, que tanto daño le han hecho. El segundo (Rousseau) dice que: ¨El hombre nace bueno [pero] la sociedad lo corrompe o le preserva su bondad¨; baste leer su Emilio o de la educación, en el cual se encuentra la receta para formar, canalizar y fortalecer la voluntad y, con ello, la capacidad de saber elegir lo que es conveniente. El tercero (Freud) sustenta: ¨El ser humano es un perverso polimorfo¨; la escuela debe aportarle los recursos para acatar y aplicar normas básicas de conducta y, así, adquiera autorregulación, autonomía y principios universales elementales; tendientes a superar posibles conductas inadecuadas.

Dicho lo anterior sólo enunciaría una utopía más en este terreno; pero, si se involucra al hogar como incubador de su formación (sobre todo la valoral) y a los padres como los iniciadores de este proceso, ¿dónde queda el sustento teórico sobre el asunto de estos últimos para que lo puedan verter a favor de esa persona, ciudadano en ciernes? Diversas instancias han abierto y brindado conferencias, simposios, programas y postgrados acerca de Escuela para Padres, educación valoral, además de la basta literatura existente en torno de superación personal, coeficiente emotivo, etc.; quizás muchos paterfamilias habrán asistido a estos eventos o leído algo al respecto; sin embargo, la realidad cotidiana los habrá arrastrado al trato cotidiano hacia sus hijos y es muy posible que esperen de la escuela un ¨milagro¨ para decrementar o eliminar ciertas actitudes de los muchachos. No obstante, en tanto no haya una comunicación directa entre ellos y el personal escolar, los resultados esperados estarán lejos de sus propósitos.

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Algunas instituciones ya brindan el formato de las tutorías como recurso opcional para conectar más a los padres, a los alumnos y a la escuela; pero, sin la colaboración estrecha entre estos tres elementos, las expectativas de avances positivos serán pobres o nulas. Ellos son entes bio–psico–sociales y responden a estímulos en estas tres direcciones. A pesar de sus edades, sus intereses, sus situaciones; sin embargo, deben enfocarse a hacer uno solo en el sistema de la educación formal, en la cual son engranajes que chocan y se complementan alternativamente.

En la esfera social, por ejemplo, existen ciertas competencias propias para un desempeño aceptable en la solución de conflictos; a saber: diálogo, negociación, aplicación de la ley, empatía, consenso, disenso, conciliación, mediación; sin el dominio mínimo de todas ellas, le será muy difícil al muchacho-alumno solucionar sus problemas y enfrentar sus consecuencias. Para eso escuela y familia deben prepararlo. Padres y profesores deben asumir el compromiso de proporcionar al hijo-alumno todo lo necesario para que, inmerso en un ambiente cada día más complejo, le haga frente a los retos que le surjan y asuma con conciencia, voluntad y una alta moral las consecuencias de sus actos, cada vez, de seguro, menos desastrosas y más próximas a aportar algo positivo a su entorno social y natural.

Para ello los docentes deben armarse de la tecnología adecuada para hacer más amena su tarea, adaptar sus valores a la edad de los alumnos, procurar una salud física, mental y espiritual que se presenten íntegros ante sus pupilos y una capacidad de comunicación abierta, y sincera, con la cual los muchachos también abran sus canales de expresión y se genere así la educación integral, directa y de calidad que tanto se pregona en el discurso.

El cometido de los papás será infundirles, exigirles y educarles los valores ya mencionados desde los primeros años de vida, además de canalizar la atención, a través de juegos, dinámicas, actividades con los cuales solucionen problemas propios de su capacidad.

Hogar y escuela están obligados a hacer la mancuerna perfecta en la educación de los valores de las personas que tienen a su cargo; la teoría mínima, aquí está; la práctica máxima, depende de las expectativas de cada quien.

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Arellano Jaime Fernando. (2011, septiembre 1). La educación de los valores en México. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/educacion-valores-mexico/
Arellano Jaime Fernando. "La educación de los valores en México". gestiopolis. 1 septiembre 2011. Web. <https://www.gestiopolis.com/educacion-valores-mexico/>.
Arellano Jaime Fernando. "La educación de los valores en México". gestiopolis. septiembre 1, 2011. Consultado el . https://www.gestiopolis.com/educacion-valores-mexico/.
Arellano Jaime Fernando. La educación de los valores en México [en línea]. <https://www.gestiopolis.com/educacion-valores-mexico/> [Citado el ].
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Imagen del encabezado cortesía de dainismatisons en Flickr