Los directivos narcisistas

Casi todos hemos digerido mal algún logro y, desde luego, muchos de nosotros dedicamos una significativa parte de nuestra atención a cultivar el ego; pero en algunos casos, este consumo de atención parece realmente excesivo y nuestro rendimiento profesional se resiente. Para quienes, tras algunos éxitos iniciales, llegan al extremo de perfilar una personalidad narcisista, lo que viene después suelen ser sucesivos traspiés. En el entorno del narcisista hay personas a quienes consigue engañar, pero también hay otras que le perciben casi como es, y hasta sienten algo de vergüenza ajena. A veces se acompaña de algún grado de corrupción, pero el narcisismo ha de ser visto como un trastorno de la personalidad, como un grave e indecoroso exceso de autoestima.

Resulta curioso que sea precisamente la atención al ego lo que les desactive el sentido del ridículo, aunque no todo el mundo les percibe impecablemente absurdos o extravagantes, ni –obvio esto– todos los que hacemos el ridículo somos narcisistas. El narcisista es una persona que se sobrestima en muy visible medida, y precisa ser admirado por los demás, a los que considera inferiores y desprecia. Fantasea sobre sus logros y méritos pasados y aun futuros, muestra falta de empatía, se manifiesta de forma arrogante y no tolera las críticas; el culto a sí mismo le lleva además a cuidar en extremo su aspecto e indumentaria. Con su falsa imagen propia, ya se ve lo peligroso que puede ser un narcisista en puestos directivos. Llega a considerar que sus subordinados están a su servicio en vez de al de la empresa, y su propio interés predomina sobre la legitimidad. Piensa que las normas no están para él y se las salta sin conciencia de culpa. Aunque sean muchos los estirados, los arrogantes o los engreídos, el narcisismo parece ciertamente algo más grave, sobre todo en quienes administran poder.

He leído que ésta es la enfermedad de nuestro tiempo en el mundo empresarial, y parece ciertamente una enfermedad, porque, con juicio sano, un posible narcisista podría pensar casi lo mismo de sí, sin quedar tan en evidencia. Creo que vale la pena que dediquemos unos minutos a reflexionar sobre esta perturbación de la personalidad, en prevención de la misma o, en su caso, persiguiendo una posible, aunque difícil, toma de conciencia. Pero también podemos reflexionar juntos sobre la forma de convivir con un directivo narcisista, porque, en ese caso y según reaccionemos, nos puede ir bien o podemos correr serios riesgos. Diría ya que me sorprende que las organizaciones no se prevengan más contra estos trastornos, pero sea el lector quien llegue a sus conclusiones.

Puede que casi todos hayamos pasado por alguna etapa de exagerada autoestima –yo lo admito–, pero en la madurez deberíamos estar ya curados y conocernos mejor. El tema me interesa desde hace tiempo. Siendo yo niño, había un empresario amigo de la familia, que era siempre el centro de atención allá donde estuviera; todos le consideraban una persona especial, y a él le gustaba mucho que lo escucharan. Ahora lo identifico como algo narcisista, pero entonces me parecía una referencia a considerar: acabó mal, por cierto. Luego, ya en mi trayectoria profesional de docente y consultor, he sufrido –y me han sufrido– más de diez jefes distintos, uno –sólo uno– de los cuales me parecía narcisista, en grado de trastorno. No me siento animado a evaluar a mis jefes, considerando además que tampoco yo mismo he debido ser el colaborador ideal; pero creo poder reconocer a un directivo narcisista, distinguiéndolo de quienes lo parecen pero no lo son, y de quienes simplemente amenazan serlo. De todos modos, es más seguro acudir a los expertos, y lo hacemos a continuación.

Leído en un interesante libro (Mobbing) de Iñaki Piñuel que releo de vez en cuando, la DSM IV (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales) apunta comportamientos característicos de la personalidad narcisista. Ya cabría hablar de tal, si se diera la mitad de los siguientes:

  • El sujeto posee una idea grandiosa de su propia importancia.
  • Le absorben fantasías de éxito ilimitado y de poder.
  • Se considera especial y único, y sólo puede ser comprendido por otras personas especiales.
  • Tiene una necesidad excesiva de ser admirado.
  • Tiene un sentido de “categoría”, con irrazonables expectativas de un trato especialmente favorable.
  • Explota a los demás y se aprovecha de ellos para conseguir sus fines.
  • Carece de empatía.
  • La envidia, por pasiva o activa, reside en su conciencia.
  • Se manifiesta prepotente y arrogante.

Quizá todos podemos ponerle cara a estos rasgos porque se ven por la tele: no se dan sólo en la empresa. Pero el propio Piñuel, en un capítulo de su libro sobre el acoso psicológico, nos traslada al entorno de las organizaciones, para identificar características más específicas del narcisismo. El autor sitúa al narcisista, entre otros perfiles, como un posible acosador u hostigador, y por eso le dedica varias páginas. Entre las características de este trastorno en la empresa, nos señala:

  • Pensamientos o declaraciones de autovaloración profesional.
  • Historias de grandes logros en el pasado.
  • Hipersensibilidad a la evaluación de los demás.
  • Utilización de los demás como espejo o auditorio.
  • Violación de los códigos éticos de la organización.
  • Sentimiento de imprescindibilidad y aun de infalibilidad.
  • Monopolización del mérito ajeno o colectivo.
  • Autoatribución de gran visión estratégica.
  • Evitación de que otras personas destaquen.
  • Propagación de la mediocridad, para brillar sin obstáculos.
  • Creencia de que las reglas no son para ellos.
  • Atención al nivel jerárquico en su relación con los demás.
  • Desprecio a colegas y subordinados.
  • Fobia al fracaso.

Ya se va viendo lo pernicioso que puede resultar la perturbación que describimos.

Probablemente, el daño que pueden hacer a sus organizaciones es proporcional a su poder, y no podemos sorprendernos de que un primer ejecutivo narcisista acabe llevando a su empresa al fracaso. A un observador, no pocos ejecutivos de grandes empresas pueden parecer distantes, fríos, estirados y egocentristas –como les suelen gustar los actos litúrgicos multitudinarios, uno puede observarlos bien–, pero eso no les hace siempre narcisistas. A mí, en experiencia propia, me llamó la atención que alguien a quien yo tenía por tal, respondiera siempre de manera muy abstracta a las preguntas que le hacíamos en las grandes reuniones, y que, cuando le pedíamos concreción, se fuera ya a detalles minúsculos; ahora sé que éste también parece ser un síntoma del trastorno.

El lector podría llegar a otra conclusión, pero a mí me parece que el narcisismo podría tener su origen en una mala digestión de un éxito temprano, y verse favorecido por un exagerado reconocimiento del entorno. Si, aún inmaduro, el individuo sigue cosechando buenos resultados, puede ir acentuando el perfil o no; pero cuando, como parece normal, llega algún traspié, puede que sea ya demasiado tarde y la conciencia del individuo no pueda aceptarlo: ahí podría consolidarse, en su caso, la personalidad narcisista que describimos, quizá como defensa ante la adversa realidad. Puedo estar simplificando demasiado y aun especulando, pero el lector puede así contrastar su modo de verlo con el de un observador autodidacto que en la universidad no estudió Psicología, sino Electrónica.

¿Por qué es peligroso un directivo narcisista?

Por lo que hace o deja de hacer, más que por lo que es. Cabe pensar que no importaría mucho que un directivo fuera narcisista si también fuera eficaz, es decir, si consiguiera los resultados esperados; pero es que el narcisismo resta eficacia a corto y a largo plazo, y erosiona la calidad de vida en la empresa. De modo que estamos ante un trastorno peligroso que afecta al deseable tándem del rendimiento y la satisfacción profesional; estamos ante un trastorno que parece anunciar desastres. Diríase, improvisando, que lo más peligroso de un directivo narcisista es que:

  • Tiene demasiado alterada su visión de la realidad.
  • Mantiene inútilmente ocupada una parte importante de su atención.
  • No es fácil establecer una comunicación auténtica con él.
  • Ignora las reglas de todo tipo, incluida la ética.
  • No es consciente de sus errores, no rectifica y no aprende.
    Se pierde la ayuda de la empatía, la intuición genuina y otros recursos. Es incapaz de lograr la activación emocional positiva de sus colaboradores.
  • Da prioridad a sus intereses personales.
  • Les ningunea, e hiere la dignidad de colegas y subordinados.
  • Espanta a los clientes, salvo connivencias o complicidades.
  • No se deja criticar ni aconsejar.
  • Es incapaz de fijar objetivos realistas.
  • Genera emociones negativas en su entorno.
  • Suele huir hacia adelante.
  • Propicia o asegura la mediocridad a su alrededor.
  • Constituye una referencia contagiosa para los inmaduros.
  • Practica castigos psicológicos a subordinados.
  • A menudo resulta complicado retirarle el poder que administra.

Quizá el lector pueda añadir otros detalles, pero todo lo anterior, si estamos de acuerdo, obstaculiza la prosperidad de la organización y enrarece su clima. Al margen de la posible añadida corrupción –negligente o codiciosa– de magnitud diversa, si reflexionamos sobre la lista anterior, uno, sin poder evitarlo, sigue preguntándose por qué no se libran las organizaciones de estos peculiares directivos; ¿quizá porque la propia cultura de la organización los genera como efecto secundario? Por otra parte, merece comentario lo del clima de mediocridad militante que suele generar el narcisista como autoprotección: alguien que presentara ideas brillantes o innovadoras podría verse inmovilizado por los perros del hortelano. El narcisista no puede tolerar más brillos que los que él hace brillar; no puede celebrar éxitos que no sean suyos; tiene que ser el mejor, incluso cuando juega al tenis o al mus. Necesita, en suma, un entorno más mediocre que él.

También destacaría yo la ausencia de autocrítica y la quiebra del espíritu de comunidad; pero todo, en general, invita a malos presagios. Adicionalmente, en su afán de notoriedad, este directivo puede servirse de su puesto para formar parte de clubs, asociaciones y otras iniciativas en que nutra su hambriento ego. (Naturalmente, hay que precisar, aunque no haga falta, que el hecho de participar en iniciativas diversas no implica narcisismo; de acuerdo: no hacía falta decirlo). El eco que en esos foros encuentra el narcisista, puede estar más vinculado a su contribución material que a la intelectual, porque en seguida se deja conocer, y no sólo se delata a sí mismo, sino que puede desacreditar a la empresa que representa. Cabe insistir en que estamos ante una conducta trastornada que se produce en diferentes grados, pero el hecho es que entre sus síntomas figuran la falsedad, la arrogancia, el juicio temerario y la jactancia, todos muy visibles y sospechosos.

¿Cómo convivir con un jefe narcisista?

Como ante un jefe inepto o corrupto, ante un narcisista, y según el grado y las circunstancias, cabe largarse, quedarse hasta poco antes de que se hunda el barco, o hundirse con el mismo; pero no hay que descartar que la empresa haya conseguido situarse en aguas y vientos favorables, y continúe su trayectoria aceptablemente. Pensando en que hemos de convivir con un jefe a tope narcisista, ¿qué podemos hacer? ¿Hay realmente que hacer algo? Desde luego, el narcisista genera emociones en sus testigos. Si, por muy profesional que se sea, uno carece del estómago adecuado, parece natural que se reaccione de alguna manera, no siempre adecuada. Como yo lo he hecho muy mal cuando me he visto ante un jefe así, creo poder apuntar algunas cosas que sí podrían ser más válidas.

Antes de hacerlo y aunque el lector se preguntará quién estaba más tocado, déjenme recordar algunas cosas que yo hacía, no sabiendo qué hacer. Hace ya tiempo de esto pero tuve, en efecto, un jefe que parecía encajar en el perfil que estudiamos. Recuerdo que cuando se acercaba a mi zona de trabajo, y aunque no se dirigiera a mí, yo me ponía de pie; noté que volvía la cabeza al irse, para comprobar si también coincidía su marcha con que yo me volviera a sentar. En la misma intención, cuando él me llamaba a su despacho, yo cogía mi chaqueta del respaldo de la silla, iba deprisa a su despacho, me paraba en la puerta y, ante sus ojos, me ponía apresuradamente la chaqueta antes de entrar; a veces, hasta me colocaba el nudo de la corbata. Nunca me dijo que dejara de hacer tonterías. Sigo creyendo que no se daba cuenta de que le estaba tomando el pelo, pero confieso mi irreverencia mientras lo recuerdo con cierta sonrisa.

Bien pues, en torno al narcisista hay quienes optan por sumarse a la corte de aduladores y pleasers, en espera de contrapartidas. Pueden reconocerse también los políticamente correctos, que consideran que deben ser leales al jefe, sea lo que sea y haga lo que haga.

Asimismo pueden aparecer quienes encaren la situación, ya sea con fines legítimos o espurios.

Si Ud. rechaza la conducta del narcisista pero, mientras aparece una alternativa idónea, opta por sobrevivir en ese ambiente lo más dignamente posible, conservando algo de su iniciativa e independencia moral, le someto ya mis sugerencias:

  • Evite formular críticas o limítelas mucho en fondo y forma.
  • Esté atento a posibles trabajos-trampa que se le encarguen.
  • Prevéngase de reproches o acusaciones inmerecidas.
  • Realice su trabajo, si le gusta, con cierta autotelia.
  • Respire aire fresco (procure ampliar su horizonte), de vez en cuando.
  • Cultive apoyos a su alrededor.
  • Recele de los elogios internos que reciba.
  • Practique el aprendizaje permanente.
  • No alardee de sus conocimientos pero tampoco los oculte.
  • Disimule su alejamiento emocional del jefe y su corte.
  • Haga poco ruido, pero vaya ganándose respeto profesional.
  • Sin llegar a enfrentamientos, impida que se apropien de sus méritos.

Básicamente, se trata de prevenir animadversiones y también de preparar defensas por si llegan. Nada nuevo en realidad, y además ya sabe que los consejos están para saltárselos, y que, bien pensado, lo que funciona es la intuición. Si a Ud. le funciona bien (la intuición y todo lo demás), es posible que esté a salvo. Pero ya ve: Ud., persona de cierta integridad, va a tener que dedicar una parte de ese recurso limitado que es la atención, para prevenir y combatir la mala intención de un jefe narcisista ante un colaborador no sometido. Ahora le voy a proponer un breve examen de conciencia por si quiere asegurarse de no ser usted mismo narcisista.

¿Es Ud. narcisista?

Se lo pregunto porque, si lo fuera, probablemente no sería consciente de ello. Si ha leído este artículo relajado, sin inquietud interior, seguramente Ud. no lo es; pero si se ha sentido algo incómodo leyendo, entonces empiece a sospechar de sí mismo. Mi intención era inquietar a los posibles narcisistas, en su propio beneficio y por mi reconocida irreverencia. Si es el caso, busque feedback fiable y reflexione; y si lo prefiere, cumplimente el siguiente pequeño cuestionario y consulte luego el oráculo. Lo he confeccionado inspirándome en las creencias del narcisista, tal como las formula Iñaki Piñuel en el importante libro a que me he referido.

Ya sabe: esto es para sospechosos de narcisismo. Otórguese de 0 a 4 puntos, en la medida en que cada una de las propuestas siguientes le identifique:

1. Mis colaboradores están a mi servicio.

2. A mí no me obligan las reglas.

3. Soy imprescindible.

4. Reúno méritos extraordinarios.

5. Tengo gran visión de futuro.

6. Yo no me equivoco.

7. Todos me lo deben todo.

8. Puedo esperar grandes cosas de mí mismo.

9. Soy extraordinariamente inteligente.

10. Soy objeto de gran envidia.

Ud. ha debido obtener cero puntos o apenas unos pocos, y por lo tanto está lejos de ser considerado narcisista; pero si, respondiendo con toda la sinceridad de que es capaz, hubiera obtenido más de 20 puntos, yo también sospecharía de Ud. Y si hubiera obtenido más de 30, necesitaría ya tratamiento urgente, y debería, quizá, buscar ayuda. Puede empezar con un buen coach, sin descartar al psicoanalista.

Termino

A pesar de todo, deseo insistir en que, si se atiende a la calidad de vida en el trabajo, quizá un jefe narcisista no es lo peor que le puede pasar, si no lo tiene UD. demasiado cerca: podría ser peor un jefe pusilánime, maquiavélico, acosador, obstruccionista, neurótico, cínico… Y hay que recordar –no se nos había olvidado– que hay jefes eficaces, auténticos, muy estimados por sus colaboradores, que crean a su alrededor climas o microclimas de confianza, alto rendimiento y elevada satisfacción profesional: durante mis 30 años en una gran empresa de brillante pasado, conocí algunos, y llegué a la conclusión de que, trabajando igual, uno puede ser feliz o no, en función del jefe que le toque. Naturalmente, los jefes podrían decir algo parecido de sus subordinados, pero creo que, en su caso, éstos sufren más a aquéllos que aquéllos a éstos. El tema da para más, pero no quería ponerme muy pesado. Gracias a quienes hayan llegado hasta aquí.

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Enebral Fernández José. (2004, septiembre 3). Los directivos narcisistas. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/directivos-narcisistas/
Enebral Fernández José. "Los directivos narcisistas". gestiopolis. 3 septiembre 2004. Web. <https://www.gestiopolis.com/directivos-narcisistas/>.
Enebral Fernández José. "Los directivos narcisistas". gestiopolis. septiembre 3, 2004. Consultado el . https://www.gestiopolis.com/directivos-narcisistas/.
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