Hace muchos años que investigo caminos para ayudar a que las organizaciones sean más competentes y, por lo tanto, efectivas.
A medida que avanzo siento que recién empiezo. Un tema me lleva a otro y este otro a otro. Mi compromiso profesional, y personal, es con la “competencia” empresaria.
¿Cómo le contamos nuestras historias a los demás?
Busco métodos para que en las empresas se pueda lograr transformar, entre otras cosas, a la competitividad interna, a los controles culposos, a la irresponsabilidad intelectualizada, a la incomunicación entre los sectores, a la insatisfacción conocida de los clientes y a la inacción institucionalizada frente a ella, en energía positiva, en ambientes de evolución y desarrollo; en espacios de vida que valgan la pena compartirlos. A veces, pareciera que nos olvidamos que pasamos una buena parte de nuestras vidas en nuestros lugares de trabajo.
¿Cómo es nuestro diálogo con nosotros mismos?
Busco coherencia. Esa coherencia que nos permite sentirnos relajados ya que decimos, hacemos y pensamos lo mismo. Me cansé de los disfraces y de la resignación. Estoy aburrido de las frases vacías y esto me impulsa a buscar nuevos métodos de trabajo que permitan que aflore lo mejor de cada uno de los miembros de una organización o grupo.
Todos venimos de una historia construida con palabras, nos hemos acostumbrado a ocultarnos detrás de ellas. Nos acostumbramos a repetir frases, a prometer, y a prometernos, un montón de acciones para conseguir ciertos resultados. Nos acostumbramos a excusarnos frente a las promesas incumplidas y nos tragamos la frustración que esto nos genera.
¿Nos quejamos por lo que los otros hacen o dejan de hacer?
A medida que avanzo en este apasionante camino voy perdiendo certezas, y no es por descuido, sino parte de mi propio proceso. Creo que hay mucho por hacer. Siento que las organizaciones deben darse permiso para que sus miembros puedan, a su vez, darse permiso para dialogar entre sí.
Creo que más allá de las organizaciones en sí, la gran beneficiada será la sociedad ya que podría abrirse una nueva instancia de acercamiento entre los humanos. Habría menos recetas habladas y más actos de humanidad. Las recetas son, en definitiva, más de lo mismo: mandatos sociales, nos dicen lo que debemos hacer y hasta cómo hacerlo, ahogando la iniciativa y la creatividad propia del SER que somos.
¿Cómo nos contamos nuestras historias?
A pesar de lo mucho que se habla, se dice poco y se está, normalmente, muy lejos de dialogar (búsqueda de sentidos compartidos). Se está muy lejos de alcanzar visiones compartidas (de verdad), esas que unen (suman) la tarea de cada uno de los miembros de la empresa. Esas que aportan el sentimiento de pertenencia, esas que inyectan entusiasmo (estar habitado por los dioses).
Cuando Peter Drucker expresaba que debíamos “aprender a desaprender lo aprendido”, en un primer momento sentí enojo. Me sentí estafado. Con lo que me había costado aprender ciertos conceptos, ahora tenía que desaprenderlos, y lo peor era que no tenía ni idea de cómo hacerlo.
A medida que avanzo, voy comprendiendo, lentamente, lo que Drucker quería transmitir. Si me aferro a lo que se, no podré aprender nada nuevo y seguiré dando vueltas por paisajes conocidos. Cuántas veces me escucho decir: otra vez sopa!
¿Hay entusiasmo en mi grupo de trabajo?
Recurriendo a un ejemplo empresario cotidiano, Ventas se queja por los atrasos de Producción, Producción se queja por las demoras de Compras, Compras se queja de Administración, que a su vez se queja por la falta de pago de los clientes y el desentendimiento de Ventas, Marketing se queja por la falta de presupuesto, Servicio técnico se queja por el exceso de trabajo y la falta de repuestos, etc.
¿Cómo es el ambiente de trabajo?
En un ambiente quejoso, fragmentado, hostil, sin energía generativa, cada uno es víctima del accionar ajeno. Ninguno se siente parte de los conflictos y no nos damos cuenta de que de esa manera tampoco podemos ser parte de las soluciones. Caemos, recurrentemente, en buscar las soluciones afuera. Nos “aferramos” a luchar para que cambie nuestro contexto.
Nos disfrazamos de Quijote y, sin darnos cuenta, nos aferramos a sufrir. Nos vamos convirtiendo, poco a poco, aunque inexorablemente, en víctimas de las circunstancias. En esta instancia, ni el voluntarismo ni las buenas intenciones alcanzan. Todo se convierte en un despilfarro energético.
A pesar de esto, en nuestro discurso abundan frases cargadas de un protagonismo combativo exitista. Nos avergüenza mostrarnos confundidos, vulnerables. Nos resistimos a mostrarnos humanos.
¿Acepto lo que hay?
Nos cuesta sumar visiones y abandonar la puja por razones individuales, pequeñas y hasta incluso, inefectivas para el conjunto social (organización, grupo, familia, pareja, etc.) al que pertenecemos y en el que actuamos.
Como dice Laing: “no nos damos cuenta de que no nos damos cuenta” y caemos reiteradamente en la trampa de la ceguera egocéntrica proveedora de certezas absolutas. No son pocas las circunstancias en las que terminamos emulando a Narciso y nos ahogamos seducidos por nuestra propia “belleza”.
¿Qué hacer ante esto?
Aceptar lo que hay, abrir el juego para que cada uno se escuche y pueda escuchar a los otros. Crear un espacio de diálogo, en el que cada uno pueda compartir lo que siente delante de los otros.
Que cada uno, a su tiempo, pueda expresar sus supuestos y creencias. Que cada uno pueda aprender a escuchar sin juzgar o criticar al otro. Que cada uno pueda escucharse en los otros.
Diseñar procesos de mejora de ciertos circuitos (internos y externos) y efectuar controles de gestión con el objetivo de resolver, entre todos, los desvíos que se presenten. Asumiendo al control como un interés mutuo por alcanzar objetivos comunes, trascendentes de lo individual. Es necesario valernos de procesos que nos permitan escapar de la trampa del individualismo que nos margina y que, además, nos resta energía individual y grupal.
¿Escucho a mis compañeros?
Desestimar los controles que requieren más controles, aceptando a la incertidumbre que la vida nos presenta. Con aceptar me refiero a no sacarle el cuerpo, a responsabilizarme por lo que acontece y, simplemente, enfrentarlo como parte del proceso vital, tanto personal cono el de la organización o grupo al que pertenezco.
También podemos, por qué no, dejar las cosas como están y seguir haciendo lo que venimos haciendo… Algún día, quizá, nos cansemos y probaremos otro camino.