Muchos consideran que competir lleva a ser menos ético, al estimular una lucha que permitirá seleccionar sólo a los mejores. Lo poco ético no son las actitudes de los competidores, sino la tendencia a mirar más a los demás que a uno mismo, porque eso impide conocerse y perfeccionarse, y porque las principales herramientas para triunfar saldrán de cada protagonista y no de sus oponentes.
La continua búsqueda de un éxito que para muchos aparece como la solución de todos sus problemas, ha convertido a la competencia dentro de las empresas en sinónimo de capacidad y efectividad.
Por eso quien quiera mantenerse dentro de ese mercado como producto o recurso laboral reconocido, debe ser competitivo.
Sin embargo, aunque en la actualidad todos aquellos que se desarrollan laboralmente, dentro o fuera de una empresa, reconocen los beneficios de la competencia, muchos consideran que competir lleva a la gente a ser menos ética, al estimular una lucha que en el caso de ser interna, dentro de una organización, permitirá seleccionar sólo a aquellos que se muestren como mejores; y si es con otras empresas incentivará el desarrollo de los menos escrupulosos, ya que en la selva del mercado, esa es la técnica más efectiva para sobrevivir.
La competencia es una herramienta de superación individual y grupal, que permite el desarrollo de los recursos humanos para integrarlos a las posibilidades de su entorno y así poder obtener el mejor beneficio mutuo de esa complementación.
A nivel individual, es efectiva en la medida en que cada uno compita principalmente consigo mismo, porque la base y referencia de su superación es uno mismo, que es quien debe progresar. En este sentido no debemos olvidar que somos competentes en la medida en que nos diferenciamos por alcanzar logros efectivos, y el origen de esos logros es el perfeccionamiento de nuestras cualidades personales.
Suponer que los demás, como frecuentemente se cree, son la referencia a superar, lleva a rivalizar con el entorno y eso significa, además de desarrollarse en base a las cualidades del otro, ignorando las propias, no integrarse como un recurso humano inigualable, con sus capacidades y limitaciones, a las necesidades de la realidad, considerando que ésta es una condición esencial para poder superarse y competir con efectividad.
Es importante observar que el rivalizar continuamente para triunfar lleva a confundir al rival con la realidad, olvidando que el principal adversario de uno es la dificultad en superarse.
Lo realmente poco ético de competir no son las supuestas actitudes de los competidores, sino la tendencia a mirar más hacia los demás que hacia uno mismo, porque eso impide conocerse y perfeccionarse, y porque las principales herramientas para triunfar en cualquier competencia saldrán de cada protagonista y no de sus potenciales oponentes.
La competencia dentro de un equipo de trabajo es sinónimo de integración de potencialidades, donde el protagonista es el éxito conjunto y no la aparente importancia de los roles de sus integrantes.
El hecho de competir en cualquier actividad no tiene como objetivo descartar a los menos aptos dejándolos de lado, ya que eso sería poco ético y nada efectivo.
El objetivo de la competencia es simplemente estimular el mejor aprovechamiento de las cualidades de cada individuo para que éste se integre coherentemente a su entorno. Por eso incentivar la competencia es simplemente orientar el desarrollo y aprovechamiento de los recursos humanos y materiales disponibles, ya que eso permite competir eficazmente.