En los momentos actuales dada la coyuntura económica, política y social que se vive a nivel mundial, se ha generalizado la necesidad de mejorar la competitividad de las empresas. Cuba no es la excepción; sumergida en una profunda crisis económica, en la isla se buscan respuestas acorde a sus condiciones concretas y para ello requieren de planteamientos más actualizados y reales.
A partir del derrumbe del campo socialista, comienza una nueva etapa, caracterizada por fuertes descensos económicos y comerciales, el país pierde más de las tres cuartas partes de su mercado, tanto de suministros de materias primas para las producciones nacionales y de productos para el consumo, como sus productos de exportación. Enfrentándonos a la realidad de vivir con menos recursos y ala necesidad de buscar nuevos mercados con los cuales nunca antes habíamos comerciado y siendo estos cada vez más agresivos y dinámicos.
Como consecuencia la empresa y el empresario cubano se enfrentan a nuevos retos que, demandan cambios sustanciales, los cuales no pueden efectuarse al margen de la cultura organizacional existente.
Se impone pues una nueva cultura cada vez más orientada a la eficiencia empresarial para lograr la verdadera adaptación de nuestras empresas al entorno.
Es en este contexto donde nos preguntamos hacia dónde deben dirigirse nuestras acciones ¿Cuál debe ser nuestro comportamiento futuro?
Seguramente pensamos en cambios estructurales y financieros que nos permitan revitalizar nuestro sistema empresarial. Esto es válido para nuestras condiciones, sin embargo, no es menos cierto que el éxito y la vitalidad organizacional de penden en gran medida del desarrollo de culturas y valores apropiados.» La cultura constituye la base del funcionamiento organizacional. Es la fuente invisible donde estrategias, estructuras y sistemas adquieren su energía»[1].
Se puede de hecho, predecir el desempeño de una organización diagnosticando las características de sus héroes, sus valores, es decir, su cultura.
Sin embargo, constituye justamente ésta, la barrera fundamental para efectuar procesos de cambio, entendiéndose éstos cuando se manifiestan en el comportamiento humano.
Es por ello que debemos transformar no sólo las características formales de las empresas (estrategias, estructura organizacional, sistema gerencial) sino también e inevitablemente, los valores básicos, presunciones, sistema de significados, es decir, la cultura de la empresa.
Es en este caso cuando la dirección debe llevar a cabo una revolución cultural, que teniendo en cuenta la cultura motriz permita reemplazar las creencias, los valores y los símbolos (al menos algunos) por una cultura que propicie la realización de nuevas metas, nuevas estrategias y modos de dirigir.
Es necesario fomentar una cultura adaptativa, abierta y flexible, cuyos valores organizacionales estén orientados hacia la calidad, la innovación, el emprendimiento, la aceptación del riesgo, el cambio, y la eficiencia.
Esto requiere disciplina y sistematicidad en las acciones que se lleven a cabo. En una cultura con estos valores, funcionarán las metas y las estrategias organizacionales, así como las personales de cada miembro de la empresa, existiendo una plena identificación entre ambas y por tanto una alta motivación, productividad y estabilidad laboral.
Cuba necesita de esa cultura y está en nuestras manos fomentarla.
