Si últimamente usted ha sentido dolores de cabeza, fatiga inexplicable, falta de concentración, irritabilidad, agresividad, agitación, ansiedad, dolores musculares, trastornos en la alimentación, problemas en la piel, o cambios de humor inesperados, es muy probable que sea una víctima más del estrés, la enfermedad no admitida muy común en nuestros días.
¿Qué es el estrés?
Estrés es la palabra que se utiliza para describir los síntomas que se producen en el organismo ante el aumento de las presiones impuestas por el medio externo o por la misma persona. El estrés orientado a metas es un valioso instrumento de motivación que puede convertirnos en grandes atletas o empresarios. Pero también puede sumirnos en la depresión y llevarnos al suicidio.
Cuando un individuo se encuentra bajo los efectos de la tensión, el hipotálamo, que se localiza en la parte media inferior del cerebro, activa las glándulas suprarrenales para que liberen adrenalina en la sangre y el cuerpo esté preparado para lidiar con situaciones estresantes.
En caso de no liberar este tipo de energía interna, ésta queda retenida en nuestro cuerpo, alojándose en las partes más vulnerables del organismo, ocasionando uno o varios de los síntomas ya descritos. Sin embargo, es muy frecuente no reconocer que padecemos estrés y confesar que “algo” nos preocupa. Lo más común es padecerlo, negarlo o ignorarlo ya que nuestra cultura es de “machos y aguantadores.”
De hecho, nuestra cultura social y laboral no acepta seres débiles ni vulnerables, sino personas capaces de responder a las exigencias del consumismo y de imagen social donde la importancia del individuo es directamente proporcional a su poder de adquisición y acumulación de bienes para lograr el reconocimiento de los demás. Así, la frase “acostumbrado a trabajar bajo presión” se ha convertido en un requisito obligatorio –elevado a valor en el ámbito laboral– en perjuicio del bienestar humano.
Fuentes de estrés
Entre los factores más comunes que causan estrés, se encuentran tres: los propiciados por el medio ambiente, los originados en los centros laborales y los que son causados por la naturaleza misma de la persona.
Entre los causados por el ambiente externo se encuentran la recesión, el desempleo, la guerra, los congestionamientos viales, hacer largas filas, no encontrar dónde estacionarse, andar siempre de prisa, y las situaciones imprevistas que no faltan a diario.
Las fuentes de estrés en el ambiente laboral pueden ser debido a la incongruencia en la conducta gerencial, la amenaza de despidos masivos, el cambio de jefe, comunicación deficiente, cambios constantes en los procesos de trabajo, falta de control en las cargas de trabajo, falta de claridad respecto a las expectativas del puesto, sistemas de reconocimiento inadecuados, falta de apoyo del jefe, forma de implementar el cambio en la organización, y las relaciones interpersonales deficientes.
Además, la tolerancia al estrés y las formas de reaccionar varían en cada individuo según su personalidad y carácter. Sin embargo, cambiar de actitud y de forma de pensar constituyen el primer paso hacia la solución de problemas asociados con el estrés debido a que, la mayoría de las veces, no es posible cambiar el comportamiento de los demás ni modificar el entorno.
Personalidades: Tipos A y B
El primer paso para el control de estrés radica en identificar el origen de nuestros problemas y medir su efecto en nuestras vidas.
En los años sesenta, los cardiólogos Meyer Friedman y Ray Rosenman realizaron una investigación sobre los efectos que el estrés ocasionaba en el organismo e identificaron dos tipos de personalidades, que llamaron “A” y “B”. Las personas “Tipo A” son perfeccionistas y altamente competitivas, se imponen plazos muy cortos para lograr sus metas, necesitan que se les infunda confianza en sí mismos, son impacientes, pueden ser agresivos si las cosas no salen como lo planean, hablan mucho de ellos mismos, necesitan llamar la atención y no saben escuchar a los demás.
Los individuos “Tipo B” son informales, seguros de sí mismos, relajados y agradables. Son tan motivados como las personas “Tipo A”. Son pacientes y realizan sus tareas en una forma eficiente y tranquila. Saben escuchar, transmiten menos señales de ansiedad y les afecta menos el estrés ya que no son competitivos ni tienen la urgencia inflexible del tiempo.
Evolucionar para sobrevivir
Nuestras percepciones y actitudes desempeñan un papel fundamental en la forma como reaccionamos. Por eso es que, cuando pasamos por una situación estresante, una de las estrategias es realizar algunos cambios en nuestro estilo de vida, y mantener una perspectiva equilibrada y realista de las situaciones conflictivas a fin de balancear la tensión con la relajación. Lo cual implica hacer un análisis objetivo de la situación y tomar la mejor decisión en el momento oportuno.
Al lidiar con una situación estresante, tendemos a emplear mecanismos de defensa para negarla, justificarla o racionalizarla, y acabamos “acomodándonos” a ella y aceptando el estrés que conlleva; o bien, identificamos la situación y la enfrentamos.
Los expertos en estrés recomiendan cuatro formas de lidiar con él: modificar la situación –ya sea cambiando de trabajo o de lugar de residencia–, adquirir nuevas habilidades para reducirlo o eliminarlo, percibir la situación bajo un enfoque o una perspectiva diferente, y/o realizar cambios en la conducta personal.
Además del equilibrio emocional y psicológico, es necesario atender el aspecto bio-físico de la persona. Para lo cual es recomendable mantener una alimentación variada y balanceada, eliminando el exceso de grasas y la cafeína –refrescos de cola, te y café–, el alcohol, el tabaco, el azúcar y la sal, entre otros. Así como practicar algún tipo de ejercicio no competitivo como la natación, caminar, correr, t’ai chi chuan, yoga, gimnasia bioenergética, o algún otro tipo de técnicas de relajamiento con objeto de liberar la energía atrapada en nuestro organismo que es causante de dolencias psicosomáticas.
Para finalizar, no hay que olvidar que el estrés es el signo de nuestros tiempos. Un cierto nivel de tensión puede ser motivante para realizar esos esfuerzos extra que a menudo nos exigen los retos que nos presenta la vida. Lo importante es mantener el equilibrio y continuar nuestro proceso de evolución y re-invención para poder sobrevivir. Ahora, en medio de esta crisis, tenemos la oportunidad de renovarnos y empezar, una vez más, un nuevo proyecto de vida paralelamente con este nuevo siglo.