Hace mucho tiempo, cuando apenas era un incipiente adolescente desperté a una nueva jornada con la tremenda sensación de que se había llevado mi vida. Fue un choque fuerte y tremendo. De golpe aquel día sentí y comprobé que mi felicidad desapareció. ¿Dónde estaba? ¿Por qué se esfumó? ¿Cómo ocurrió? No hubo respuestas. Ella simplemente desapareció.
Durante años indagué. Busqué. Peleé. Incluso me perdí. Toque fondo. Prácticamente enmudecí.
¿Qué sentido tenía la vida sino era feliz? Esa fue la única pregunta que me quedaba por formular después de tanta caminata sin lógica, sin sentido, tras lo que desapareció.
En aquellos momento de incertidumbre una voz de alguien cercano, como susurrando, llegó hasta mi interior con sus palabras. “Sé sincero contigo mismo” Tal fórmula poseía un contenido que comencé a aplicar al instante, aunque mucho más tarde descubriría el potencial que ofrecía. Pero allí no quedó todo el mensaje.
Tenía una segunda parte desafiadora: “Podrás engañarme y engañar a otros, pero si lo haces contigo, es algo demencial” Sin duda esta otra lanza entró en lo más profundo de mi ser. Me sentí desnudo; absolutamente desnudo. Pero pese al mayor vacío existencial que produjo ese impacto en toda mi nave interior, fue realmente eficaz poner en práctica lo referido.
El tiempo fue pasando. De vez en cuando me reencontraba con mi amada: “la felicidad” Fueron momentos, instantes, segundos o minutos, algunas veces horas, y escasamente días. Recuperé algo de aliento. Ella entraba y salía, pero sabía que seguía viva. Existía una esperanza, un aliento, una promesa… algo se mantenía.
Algunas circunstancias cambiaron. Se produjeron mejoras. Las reformas tenían sentido. Pero no sabía retenerla a mi lado. La anhelaba, y por ella sobrevivía.
Un encuentro con un amigo que residía en la distancia decidiría un nuevo proyectar. Primero un saludo y un abrazo, luego una charla en profundidad sobre ambos. Contó y relató. Yo le imité. No obstante en un momento determinado paré la conversación indagando en algo que mencionó. “Tuve que desmontarme y volver a montarme”
-¿Cómo lo hiciste? – fue mi respuesta cuestionado y suplicando ese hacer.
-Evalué cada una de mis ideas. Las que creía tener como propias y las que recibí de todas partes. Evalué todo juicio y pensamiento. Los examiné escrutando hasta la raíz de los mismos. Uno por uno. Muchos caían por su propio peso, no tenían base ni argumentos donde asentarse. Los que parecían serlos, los puse en práctica. Pocos dieron resultados. Al final descubrí que sólo un porcentaje mínimo podían ser reutilizados para empezar de nuevo desde una firmeza inquebrantable. El resto ya lo sabes.
-¿Pero en realidad donde estaba el problema? – indagué persistente.
-Sencillo. Muy sencillo. En la mentira. Esa usurpadora me quitó todo. Una vez descubierta ya no tuvo más efectos contra mí. Y ella se oculta en todos esos mensajes y consejos que había recibido como si fuesen la verdad. Pero sólo eran disfraces. Además, descubrí que todas las mentiras recibidas y emitidas fueron la causa de mis males. Pero lo más importante fue percibir que cualquier ocultación era parte de la misma esencia que me perturbó.
-¿Entonces puedes confirmar que la mentira es el problema de la desdicha?
-Ella y sus mil y una caras. Mentir, y mentirte. Creer todo lo que te dicen sin evaluar si es verdad o no. Y como no, ocultar, disfrazar o tergiversar la verdad.
-¿Podemos concluir que la mentira se llevó tu felicidad?
-La mentira es el ladrón por excelencia. No lo olvides, te lo quitará todo.
