Leyendo “La Civilización Empática”, del brillante cientista social Jeremy Rifkin, me doy cuenta que allí se plantea la misma visión que desde la Neuroeconomía y la Economía del Comportamiento venimos insistiendo desde hace rato: el “homo economicus” como piedra basal de la Economía como ciencia “hace agua por todos lados”. Resulta que aquella comodidad científica clásica-neoclásica, que viene de un contexto distinto al actual (primera revolución industrial), y creada por los «padres fundadores» de nuestra ciencia (Smith, Ricardo, Mill, Jevons, Marshall, Pareto y demás), plantea la racionalidad económica humana como maximizando placer (beneficio) y minimizando dolor (costo) en cada decisión, instrumentado a través del análisis matemático de las derivadas primeras y segundas, en una metodología que sirvió mucho en su época, pero ahora, con los descubrimientos que ha habido en neuropsicología, ya parecen paleolíticos.
Resulta que Biología y Neurociencias Cognitivas hoy están poniendo de manifiesto una nueva visión de la naturaleza humana, que ya es motivo de controversia en círculos intelectuales, comunidad empresarial y esferas gubernamentales. Por ejemplo, descubrimientos recientes en estos ámbitos, nos obligan a cuestionar la arraigada creencia, según la cual los seres humanos son agresivos, materialistas, utilitaristas y egoístas por naturaleza, y sobre la cual están fundadas varias ciencias sociales, entre ellas la Economía. Ahora, por el contrario, empezamos a darnos cuenta de que la humana es una especie fundamentalmente empática y ello tiene implicancias profundas y de largo alcance para la sociedad, y las ciencias que teorizan sobre ella, como la económica.
A continuación, vamos a ir mechando los principales aspectos de la obra de Jeremy Rifkin “La Civilización Empática”, con algunos conceptos actuales de la Neuroeconomía que sustentan la empatía y la confianza entre personas (“neuronas espejo”, oxitocina, entre otros), y además matizando con mis propias argumentaciones, construidas a través de años de críticas al homo economicus tradicional y al capitalismo excesivamente competitivo.
¿Qué entendemos por empatía?
La empatía es la capacidad del ser humano para vivenciar la forma en que otro individuo siente. Dicha capacidad puede desembocar en una mejor comprensión de sus propias acciones o de su manera de decidir determinadas cuestiones. La empatía otorga habilidad para comprender los requerimientos, actitudes, sentimientos, reacciones y problemas de los otros, ubicándose en su lugar y enfrentando del modo más adecuado sus reacciones emocionales.
Nos cuenta Rifkin que este término apareció en la literatura psicológica hace apenas un siglo, prestado de la Estética alemana, que utilizó el término Einfühlung para referirse a cómo el observador de la obra de arte proyecta su sensibilidad en ella. Más tarde, el filosofo alemán W. Dilthey utilizó el término para describir el proceso mental por el que una persona entra en el ser de otra y acaba sabiendo cómo siente y cómo piensa. En 1909, el psicólogo estadounidense E.B. Titchener, discípulo del famoso W. Wundt (padre de la psicología moderna) tradujo el término alemán por la palabra inglesa empathy.
En sus inicios, el término y sus derivados como empático y empatizar añadieron un matiz de participación activa al popular término simpatía, ya que implicaba la voluntad del observador. Desde entonces, la importancia que se ha dado en la psicología y en otras ciencias a la empatía ha ido creciendo constantemente hasta que, según Rifkin, ha pasado a ocupar el lugar central para la explicación de lo que significa la naturaleza humana.
Empatía versus entropía
Siguiendo la obra de Rifkin, se sostiene que en el núcleo mismo de la historia humana encontramos la paradójica relación entre empatía y entropía (desorden del sistema), argumentando que, en distintos momentos de la historia, han surgido nuevos regímenes energéticos que han convergido con nuevas revoluciones en las comunicaciones, creando sociedades más complejas y empáticas, pero cada vez más entrópicas. De esta forma, en las últimas décadas, culturas tecnológicamente más avanzadas han congregado a personas cada vez más diversas, aumentando la sensibilidad empática y ensanchando los límites de la conciencia humana. Pero claro… estos entornos cada vez más complejos exigen enormes recursos energéticos, lo cual nos aboca a un cada vez más cercano agotamiento de recursos, lo que de alguna manera brinda la posibilidad de plantear la historia como un trade off entre empatía, evolución en medios de comunicación y regímenes energéticos versus entropía.
A la necesaria pregunta de por qué, si la empatía es tan determinante en la historia de la humanidad, por qué casi nadie había hablado de ella hasta hace poco, Rifkin responde argumentando que el ser humano no pudo reconocer su existencia hasta que su individualidad se desarrolló lo suficiente como para permitirle reflexionar sobre la naturaleza de sus pensamientos y sentimientos más íntimos en relación con los de los demás, es decir hasta que el discurso psicológico no se desarrolló suficientemente y dio lugar a lo que él llama la edad de la psicología y la conciencia terapéutica que es uno de los pilares que fundamentan la explicación de lo que ha ocurrido en el siglo XX.
Esa relación entre individualización y empatía es esencial en las teorías de Rifkin, cuanto más individualizado está el yo, y más intensa es la sensación de que nuestra existencia es única, finita, y mortal, más profunda es la conciencia de nuestra soledad existencial y la de los muchos y difíciles retos que hemos de afrontar para poder sobrevivir y prosperar. Son éstas precisamente las sensaciones que nos permiten sentir empatía con las de los demás. De esta forma, la extensión social de la empatía a un cada vez mayor número de personas, con sus altos y bajos a lo largo de la historia, habría sido el mecanismo psicológico que permitió el proceso de conversión y transformación de eso que comúnmente se llama civilización; de hecho para Rifkin civilizar es igual a empatizar.
Neuroeconomía y empatía
Hoy la Neurobiología otorga un respaldo rotundo a la importancia de la empatía en el desarrollo humano, sobre todo a partir del descubrimiento de las llamadas neuronas espejo, que se activan en el proceso de observación atenta de otros seres, con la particularidad de que lo hacen en la misma cantidad y en la misma región cerebral que las que se activan en el sujeto observado y permiten a los humanos y a otras especies de animales captar la mente de otros como si la conducta y los pensamientos de esos otros fuesen suyos. Pero esta identificación, y ésto es lo notable, no se produce mediante el razonamiento intelectual, sino por medio de la simulación directa, es decir sintiendo, no pensando. O sea que eso significaría que estamos cableados para sentir empatía, es parte de nuestra naturaleza y es la base material que nos permite ser seres sociales.
Por ejemplo, la pedagogía ha visto la necesidad de ajustarse a la importancia de la empatía en el desarrollo de las actividades con los alumnos. Así, la “inteligencia emocional” ha ido revolucionando los planes de estudio, incrementando su presencia y señalando que la extensión y el compromiso empático son buenos indicadores del desarrollo psicológico y social de los niños. De esta manera, se están generando nuevos modelos de enseñanza destinados a transformar la educación y conseguir que en lugar de ser una competición, sea una experiencia de aprendizaje en colaboración. Asímismo, en los EEUU iniciativas como el service learning, o aprendizajes a partir de actividades de voluntariado ha revolucionado la experiencia escolar.
Pero sin dudas, el lugar más polémico para la aceptación de la importancia real que la neuropsicología actual otorga a la empatía, esté en el campo de la Economía, donde desde la ilustración y de manera indiscutida, reinan las teorías que Adam Smith, Hobbes, Bentham, J.S.Mill, entre otros, elaboraron a partir de la naturaleza humana que se creía en aquella época, que entronizaba al egoísmo y utilitarismo como verdaderos motores del comportamiento humano, y que en el caso de Smith, llevan a la idea de que el egoísmo acaba siendo útil socialmente (la famosa “mano invisible”). Y si bien estamos aún lejos de dejar atrás estas teorías, hay otras un tanto distintas que se están abriendo un buen camino, de la mano de la Economía del Comportamiento y la Neuroeconomía, especialmente.
No estoy diciendo que la Economía no deba postular el uso racional de los recursos escasos ante necesidades infinitas, persiguiendo la productividad y evitando el derroche y malgaste de los gobiernos populistas, pero lo que sin dudas se debe revisar son los postulados sobre la naturaleza de las transacciones en los mercados, y de las relaciones entre oferentes y demandantes, y entre empresarios y trabajadores. Ya la moderna obra de Nash sobre juegos cooperativos y no cooperativos es un gran avance en teoría económica, si bien muy matematizado. También la obra de Simon sobre racionalidad acotada abre buenas perspectivas, pero aún falta mucho para aggiornar al homo economicus tradicional.
Tampoco estoy diciendo que el capitalismo sea malo (al contrario), y que con estas nociones y vínculos entre economía y empatía haya sustento intelectual para un renacimiento del marxismo económico, en absoluto lo hay. Sin embargo, lo que se necesita es aggiornar el capitalismo, actualizando el mainstream teórico, a los fines de modelizar cuestiones más cercanas a la realidad de los mercados, y no ficciones inalcanzables, sustentadas en postulados sobre seres humanos que no existen. Y no creo que el modelo chino sea la “nueva síntesis”, o el norte hacia el que apunta el capitalismo colaborativo, para nada…ya que allí hacen falta libertades básicas que aún no se logran, y además, probablemente muy pronto, los chinos empiecen a experimentar bajas en productividad debido al aún elevado control estatal de la economía. O sea, todavía estamos a la búsqueda de esta nueva síntesis capitalista colaborativa del homo empathicus, superadora del capitalismo del homo economicus, pero claro… siempre dentro del capitalismo, el único sistema que ha demostrado ser capaz de generar ingresos y riqueza en forma sostenida en los países, si bien el problema sigue estando en su reparto no equitativo.
De esta forma, la noción convencional según la cual toda transacción comercial es una especie de enfrentamiento (egoísmo y mano invisible de Adam Smith mediante), y que la fuerte competencia es el modelo a seguir, hoy queda un tanto desmentida dada la profusión de redes colaborativas basadas en estrategias win-win, donde salen ganando las dos partes, las cuales detallamos a continuación.
El capitalismo distributivo-colaborativo
Aprovechando la actual Tercera Revolución Industrial, que las nuevas tecnologías vienen provocando desde hace aproximadamente 20-25 años, se estaría configurando, en la visión de Rifkin y muchos otros intelectuales, un nuevo modelo económico: “el capitalismo distributivo”, distributivo en el sentido de colaborativo-empresarial, y no en el sentido marxista de distribución igualitaria de la renta.
Aunque de manera aún minoritaria, cada vez son más los proyectos empresariales basados en la completa transparencia de la información útil, base fundamental para un trabajo en equipo cada vez más extenso y participativo. El ejemplo del sistema operativo Linux ha inspirado a otras empresas, como la empresa de biogenética Cambia, que preocupados por la dependencia y el abuso que generan otras como Monsanto, han decidido publicar sus propios descubrimientos genéticos a través de un agente de licencias abiertas llamado BIOS. Adicionalmente, otras empresas como Cisco, Procter and Gamble, Boeing han decidido abrir a los demás sus conocimientos relevantes y “producir en equipo” (peering).
El potencial de colaboración humana, conectado a través de la “informática distributiva”, puede llevar la economía a nuevos territorios donde lo normal sea la honestidad, la interconexión, la participación, y la actuación global. La idea clásica de que la ganancia ajena se produce a expensas de las pérdidas propias se ve sustituida por la idea de que una mejora en el bienestar de los demás amplifica el bienestar propio, por ejemplo el copyright choca con internet.
De hecho, el propio concepto de propiedad privada está mutando. Las nuevas tendencias en el comercio mundial tienden a potenciar el uso y la relación prolongada basada en el servicio frente a la tradicional compra de objetos de consumo, sean de pequeño o gran precio. En una red pura, proveedores y usuarios sustituyen a vendedores y compradores y el acceso a uso de los bienes en segmentos amplios de tiempo sustituye al intercambio físico de mercancías. Esto a su vez influirá, sostiene Rifkin, en la manera de ejercer el uso de la energía y los recursos naturales. Al no cambiar de propiedad, el productor será responsable de toda la vida útil de lo que produce hasta su desaparición o reciclaje.
El cambio en el concepto de propiedad pasa de ser una noción excluyente, a todo lo contrario, al derecho a no ser excluido del disfrute de algo, que es de hecho su sentido más antiguo, el del acceso a las propiedades comunales, a navegar y a transitar, entre otros. Pero además, ahora, el derecho de propiedad también incluye cosas inmateriales, como el disfrute de la calidad de vida. Rifkin apunta hacía una nueva utopía cuando afirma que en esa nueva sociedad que hace posible la Tercera Revolución Industrial, la propiedad se ha de convertir en el derecho a participar en un sistema de relaciones de poder que permita al individuo vivir una vida plenamente humana.
El capitalismo distributivo-colaborativo a futuro
Para que este nuevo paradigma distributivo-colaborativo se afiance a futuro, Rifkin visualiza cuatro pilares por el lado energético, que si bien aún no aparecen, deberían aparecer en algún momento antes de mitad de este siglo. El primero, y teniendo en cuenta el pronto final de la era del petróleo, Rifkin visualiza una reconfiguración de las redes energéticas, a través de la generación privada de energías renovables, compartidas siguiendo el modelo de internet de redes inteligentes. Un segundo pilar, sería la renovación en la forma de construir, los nuevos edificios han de ser capaces de generar, a partir de energías renovables, su propia energía e incluso venderla. Un tercer pilar de este nuevo modelo, se asentaría sobre el desarrollo de las infraestructuras necesarias para su almacenamiento. Aquí Rifkin recupera el tema del hidrógeno como medio universal para el almacenamiento de las energías renovables. A esa combinación de productores y generadores de energía, Rifkin lo llama “generación distributiva”.
Convertir a una mayoría de ciudadanos del planeta en productores de energía, supone una notable transformación en el reparto de poder, una re-globalización desde abajo. El abandono de los combustibles fósiles y del uranio traerá como consecuencia el abandono mundial de la “geopolítica” por una “política de la biosfera”, que eliminará gran parte de las fuentes de conflicto bélico actuales y primará el sentido colectivo de responsabilidad a la hora de salvaguardar los ecosistemas.
El homo empathicus
El aún vigente paradigma del homo economicus se asienta sobre tesis filosóficas más bien pesimistas, basadas en una supuesta agresiva naturaleza humana (Hobbes), o en la enfatizada búsqueda de satisfacción utilitarista (John Stuart Mill) y sobre todo, las muy influyentes teorías de Freud, sobre la maximización de la búsqueda del placer. Comenta Rifkin, la antigua narración patriarcal cuyas raíces se hunden en las grandes civilizaciones hidráulicas del Oriente próximo y lejano, y que floreció con las religiones de Abraham y con el confucianismo, en su gran batalla final se expresa a través de Freud, quien, en sus teorías sobre la identificación de las pulsiones primarias con la satisfacción de la líbido infantil y el comportamiento agresivo,aplicó toda la fuerza del inconsciente recién descubierto a dar argumentos que demostrasen que el dominio del varón forma parte del orden natural. Sin dudas, el siglo XX ha visto en la presencia pública y privada de la mujer derrumbar esos muros patriarcales enaltecidos especialmente con Freud, e iniciar un proceso de liberación tras muchos siglos de servidumbre y esclavitud.
Por otro lado, se contraponen a Freud y sus teorías sobre la agresividad y el erotismo en los bebes, las teorías de un gran número de neurocientíficos, psicólogos, pedagogos y médicos como M. Klein, W. Fairbairn, H. Kohut, D. Winnicott, I. Suttie, D. Levy, H. Bakwin, J. Bowlby, que contrariamente a Freud, creen que no son las pulsiones sexuales insatisfechas lo que marca nuestro desarrollo mental, sino la necesidad innata de compañía (Winnicott) y que ésta, es el medio principal que tiene el niño para garantizar su supervivencia y es el núcleo de la naturaleza humana (Suttie). Agrega Rifkin, las observaciones que etólogos como Lorenz han hecho sobre la conducta animal, resaltando la importancia de la relación de las crías con sus madres al margen de la alimentación, han animado a algunos psiquiatras como Bowlby a remarcar a la combinación entre seguridad y aliento en la relación entre los progenitores y sus hijos, como el factor esencial para adquirir una madurez emocional que permita abordar con éxito la vida social.
Igualmente, la observación del comportamiento social animal, da la pista para que algunos antropólogos como R. Dumbar y biólogos como Arbib y lingüistas como D. McNeill crean que más allá del sentido utilitario del juego y los comportamientos rituales, hay una búsqueda de cohesión social de grupo, y que esa búsqueda de la conexión de sentimientos, emociones, intenciones y deseos, es decir de empatía, implican unas pautas de comunicación gestual que serían el origen del lenguaje humano. De hecho hay varias líneas de investigación, en neurociencias, que trabajan hoy con la hipótesis de que en cada etapa del desarrollo infantil, unas pautas cada vez más complejas de comunicación gestual, activarían las neuronas espejo, formando circuitos de resonancia más complejos que darían lugar al habla.
La tesis de que existe una interacción continua entre experiencia y biología es un referente constante en Rifkin, y es también la manera de explicar, con el respaldo de otros científicos, la formación de la conciencia empática en el niño. Rifkin utiliza con frecuencia la expresión semi-metafórica “estar cableado” para referirse a los constantes avances en neurociencias, que demuestran la predisposición natural que tenemos para que nos sucedan determinadas cosas, como el desarrollo de la conciencia empática, inducido por supuesto a través de la experiencia intencional que genera la educación.
En otra parte del libro, Rifkin caracteriza al homo empathicus con una interesante comparación entre los métodos educativos estadounidenses, con su larga tradición individualista centrada en realzar la autoestima del niño, con la tradición educativa de las culturas asiáticas donde la crianza se ha centrado en que el niño se convierta en una parte armoniosa de la sociedad.
«Una mala conducta que perjudica a otro, en EE.UU., se intenta corregir instando a reflexionar sobre el efecto que ésta puede tener en la autoestima del otro y del efecto que hubiera tenido en la propia si el afectado hubiera sido él, en cambio, en Japón, y de manera habitual, hay un momento al final de cada jornada escolar en que se pide a los niños que reflexionen sobre si su actuación individual o colectiva ha estado o no a la altura de los objetivos de la clase. Por tanto, una mala conducta hacia otro implica una reflexión sobre el daño causado a la armonía de las relaciones en el aula.»
Empatía versus desorden ambiental
A la buena noticia de que vamos directo a ser plenamente empáticos le sigue una de mala: la empatía no viaja sola, sino que de su mano, e indisociablemente hasta ahora, la acompaña la segunda ley de la termodinámica: la entropía, o sea el desorden ambiental. De esta forma, el desarrollo civilizatorio que ha permitido individualizarnos y hacernos empáticos con nuestros semejantes y incluso con el resto de la biósfera, conlleva un gasto creciente de energía que va pasando de manera inexorable de disponible a no disponible, de utilizable a no utilizable, del orden al desorden, hasta el punto de que precisamente, cuando estamos empezando a vislumbrar la posibilidad de una conciencia empática mundial, nos hallemos al borde de una catástrofe en el ecosistema global que puede suponer la extinción de la mayoría de las especies actuales, incluida la humana.
Seguramente, esperemos, la situación ambiental no llegará «a mayores», pero sin dudas hay una marcada relación entre avances civilizatorios, disponibilidad en bienes y servicios, cada vez más poderosos medios de comunicación, junto a energías cada vez más complejas y entrópicas, es decir, generadoras de desorden ambiental importante.
La teatralización del homo empathicus
Posteriormente, Rifkin teoriza lo que él entiende como la nueva etapa de la conciencia que ya se ha instalado entre nosotros, y que viene a substituir a la conciencia psicológica basada en la búsqueda de autenticidad del yo. En el siglo XX, la idea del yo como centro, ligada indisolublemente a la problemática de la aceptación social, ha sido una obsesión. La sensación de extravío, pérdida, desorientación, incapacidad para controlar el destino, generó a lo largo del siglo pasado, por ejemplo, la aparición de los grupos de autoayuda y la experimentación con los juegos de rol. Para Rifkin, esa tendencia, se ha acentuado hasta tal punto que, confluyendo con la aparición de las redes sociales (Facebook, Twitter, MySpace, Youtube) y los blogs, nos hemos convertido en actores.
A diferencia del siglo XX, donde la mayoría de las personas vimos el desarrollo de los acontecimientos mundiales como público, ante la televisión o el cine y la radio, hoy las redes sociales nos han subido al escenario y todos parecemos estar bajo los focos. El yo se ha vuelto teatral. Hoy en día, millones de personas, especialmente los jóvenes, se pasan la vida interpretando diferentes papeles y actuando para otras personas. Millones de cámaras web, teléfonos y otros medios están retransmitiendo on line el autentico y genuino reality show global, que han hecho de los quince minutos de fama que Warhol nos prometió, una pequeñez comparada con esta representación permanente, la más duradera de la historia. La era dramatúrgica ha llegado, sentencia Rufkin. Lo que hoy consideramos realidad, es una construcción teatral.
Esta nueva situación tiene sus dos caras. Por un lado, la supuesta pérdida de la autenticidad, lejos de ser nociva, abre paso a muchos potenciales, pues de la necesidad, virtud, ya que a la dificultades crecientes para mantener la atención de los otros hemos tenido que desarrollar una gran habilidad para la interpretación y la improvisación de multitud de roles, lo cual nos abre constantemente nuevas perspectivas y nuevos territorios con los que engrandecer nuestra experiencia vital. Además, sugiere Rifkin, cuando la interpretación profunda se utiliza con los fines pro-sociales adecuados, estamos ante una potente herramienta mental que permite estimular los sentimientos empáticos. De esa manera, podemos pasar de un sistema de creencias centrado en el yo, a la conciencia de un parentesco inseparable con los demás, siempre que el sentido del yo no se diluya. Si se pierde el yo como conjunto único de relaciones y se convierte en un “nosotros”, la empatía se pierde y la progresión hacia una conciencia global muere.
Pero, ese no parece el peligro, por lo menos el inmediato, ya que, por otro lado, hay un lado obscuro en el yo teatral: el que ese uso de las tecnologías de la comunicación nos conduzca a un narcisismo descontrolado, un voyeurismo sin fin y un hastío impotente. El deseo de fama se ha convertido en una obsesión para muchos jóvenes. Los centenares de reality shows captan el profundo anehelo de la generación más joven por ser “descubiertos”. Como una causa que no ayuda precisamente a evitar el fenómeno, Rifkin recoge la opinión de algunos pedagogos, como la doctora J.M. Twenge, que apuntan al exceso de autoestima que padres y pedagogos han fomentado hasta el punto de sobrestimar la propia valía y potenciar perspectivas profesionales poco realistas.
Rifkin, por último, mira con esperanza lo que llama “la generación del milenio”, la primera nacida después de Internet y plenamente en sintonía y uso de las nuevas tecnologías de la comunicación. A diferencia de la generación anterior, la llamada “generación X”, Rifkin considera tienen una opinión más favorable a la necesidad de que los gobiernos proporcionen servicios públicos para los más necesitados y de que haya una legislación que cuide del medio ambiente. También son más cosmopolitas y favorables a la emigración. Se trata de la generación más diversa racialmente y también la más tolerante de la historia, la más favorable a la igualdad de género y a defender los derechos de homosexuales, discapacitados y demás seres vivos.
Concluyendo
La obra de Rifkin es realmente importante, ya que logra ver las tendencias de una economía que se reconfigura con la actual Tercera Revolución Industrial, pero sumergiéndose no sólo en la economía o sociología, sino adentrándose en psicología y, en especial, en las modernas neurociencias y sus hallazgos fundamentales sobre neuronas en espejo y empatía humana, entre otros hallazgos.
Sin lugar a dudas, y como se describe a lo largo de este extenso post, hay cada vez más evidencia sobre la necesidad de aggiornar urgentemente al añoso homo economicus de Hobbes, Smith y Mill, entre otros, sostenedor de la teoría económica tradicional y del capitalismo en su versión más extrema y competitiva (que muchos colegas aún respaldan), probablemente cambiándolo por la idea de homo empathicus (o alguno muy similar), sostenedor de un nuevo capitalismo colaborativo y/o distributivo, para nada cercano al marxismo y al populismo (que tanto han castigado al mundo durante el siglo XX), pero sí más cercano a la real naturaleza humana: empática, cooperativa y también competitiva, pero en el sentido colaborativo win-win, y no en el tradicional de la supervivencia del más apto.