Modernos hallazgos que vienen de las neurociencias describen una racionalidad humana mucho más compleja y lejana de la que hoy tomamos como base para modelizar la toma de decisiones en economía. ¿Cambio de paradigma en nuestra ciencia?
1. Introducción
Fueron los neoclásicos los que formalizaron, matemática mediante, los modelos económicos (de equilibrio parcial y de equilibrio general) que han perdurado hasta la actualidad. Aportes desde Jevons, Walras, Marshall y Pareto, entre otros, consolidaron -durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX- la base de la ciencia económica que hoy se estudia en las universidades, que supone en los seres humanos una racionalidad maximizadora de beneficios / minimizadora de costos bastante extrema, siempre en lo que respecta a nuestra tarea de tomar decisiones económicas en función del dilema recursos escasos versus necesidades infinitas. Los neoclásicos tomaron esta hipótesis sobre la racionalidad humana por una razón que nadie generalmente refuta: en teoría, los hombres, animales pensantes por excelencia en este mundo, al enfrentarnos al mencionado dilema (necesidades infinitas / recursos escasos) no nos queda otra que tratar de maximizar siempre la utilidad / beneficio que podemos sacar de nuestros escasos recursos (nuestros salarios especialmente), buscando de esta forma obtener en toda situación -de índole económica- el máximo beneficio con el mínimo costo. Este es, palabras más, palabras menos, el fundamento que los neoclásicos tuvieron en cuenta para edificar “científicamente” a la economía, es decir para darle formato científico / matemático a ideas pre-existentes, como por ejemplo las que venían postulando Adam Smith y David Ricardo -entre los principales de la llamada Escuela Clásica en economía-, ideas que habían tomado auge principalmente con la 1ra Revolución Industrial (siglo XVIII), cuando se empezaron a formar los estados naciones y las economías de mercado que aún hoy perduran.
Contextualizando entonces el aporte de los neoclásicos, fácilmente advertimos lo enorme y valioso de su labor: formalizaron matemáticamente todo el pensamiento económico de mercado que había hasta esa época, formalización que permitió que la economía fuera vista como ciencia seria (y gozara de respeto académico) a la luz del riguroso paradigma positivista, verificacionista e hipotético-deducitivista que reinaba para todo el mundo científico. Corría entonces la segunda mitad del siglo XIX y los Jevons, Walras y compañía, con la revolución industrial delante de sus ojos y un paradigma científico lógico-positivista que atravesaba todas las ciencias, hicieron que la economía se consolidara como campo autónomo en una época donde todo lo que no era verificable empíricamente no tenía mucho rigor científico. En aquella época, el mencionado paradigma epistemológico vigente exigía a una ciencia social como la economía, para considerarla como “ciencia seria”, lo siguiente:
- Utilizar el método hipotético-deductivo: la estructura lógica de la explicación científica debía ser la siguiente: en primer lugar, la formulación de una ley universal y de unas condiciones iniciales relevantes, que constituían la premisa o explanans. El punto de partida de esta ley universal no es la inducción sino ciertas conjeturas (como por ejemplo que el ser humano es eminentemente optimizador). A continuación se deducía el explanandum mediante la lógica deductiva. La ley universal podía consistir en una proposición semejante a la siguiente: “Cuando A sucede, B sucede”. A su vez, podía ser determinista o estadística, caso en el cual la ley universal se matizaría en la forma siguiente: “Cuando A sucede, B sucede con probabilidad P”.
- Utilizar el principio de la verificación: para entenderlo es necesario realizar una clasificación de los juicios en analíticos o sintéticos. Los juicios analíticos son aquellos que encierran una verdad en la definición de sus propios términos (“Un triángulo tiene tres lados”) mientras que los juicios sintéticos aportan una verdad gracias a la experiencia práctica (“Los cisnes son blancos”). Ahora bien, los juicios sintéticos, según el positivismo lógico, tenían significado si y sólo si eran susceptibles de verificación empírica, y este principio fue empleado para eliminar de las ciencias aquellas afirmaciones que pudieran ser calificadas de metafísicas, como por ejemplo “Los cuadros de Velásquez son bellos”.
Las proposiciones metafísicas, por consiguiente, quedaban fuera del dominio de la ciencia. Se trataba, en suma, de una corriente cientificista, ya que en último término se concebía la ciencia experimental como el único modo de acceso válido a la realidad. Por lo tanto, y volviendo a la economía, las herramientas matemáticas (derivadas, integrales, ecuaciones diferenciales y en diferencia, etc.) fueron sumamente útiles para formular las hipótesis y de ahí aplicar las deducciones (método hipotético-deductivo), que si bien forzaron “un poco” la verdadera psicología humana –no existían los desarrollos en neurociencias que hay ahora, hay que reconocerlo-, le dieron rigurosidad científica y poder predictivo a nuestra naciente ciencia.
En resumen, estos primeros científicos de la economía (los clásicos y especialmente los neoclásicos) hicieron un aporte espléndido para su época, construyendo con rigor científico una de las ciencias más influyentes de los tiempos modernos: la economía, o la ciencia de nosotros los economistas, clase influyente si las hay -intelectualmente hablando- en nuestros días.
Y el éxito de esta creación científica fue notable, hasta tal punto que al día de hoy las bases del pensamiento neoclásico no han sufrido grandes embates; por ejemplo en microeconomía, Chamberlin y Nash con sus aportes en competencia imperfecta, si bien muy importantes por sus hallazgos, partieron de los supuestos maxi/minimizadores neoclásicos. Ni hablar en macroeconomía, donde por ejemplo la Escuela de los Nuevos Clásicos, también con aportes teóricos interesantes, parte íntegramente de los supuestos de la microeconomía neoclásica. Es más, todo el auge de la teoría de las Fallas de Mercado, que ha revolucionado el campo de la política económica por ejemplo, está íntegramente basada en la racionalidad neoclásica.
Quizás Keynes y sus seguidores sean una de las pocas escuelas que empezaron a cuestionar la racionalidad neoclásica, en especial con sus aportes sobre el comportamiento de la función de inversión en épocas de crisis, la trampa de la liquidez, y otros tópicos relacionados.
Recordemos que Keynes escribió en la época de la Gran Depresión de la década de 1930 (su famosa Teoría General es de 1936), donde casi se derrumba el capitalismo, dando muestras que algo fallaba en el sistema, y obviamente también en la teoría económica.
Keynes y sus seguidores pusieron énfasis en que la economía no siempre camina por senderos de alta racionalidad y que por ejemplo muchas veces se dan situaciones de pánico colectivo que implican parálisis de inversión y consumo, aún ante condiciones que deberían permitir a “hombres racionales” volver a una situación de equilibrio, o sea a salir de la crisis.
Sus postulados entonces se hicieron famosos durante la crisis mundial del ’30, como ya dijimos, cuando el Estado tuvo que salir a suplir la falta de iniciativa privada (consumo e inversión privada) con iniciativa pública (gasto público) para que el mundo volviera al crecimiento, postulados que también se han corroborado como bastante acertados en innumerables situaciones en décadas posteriores, donde ciertas economías nacionales cayeron en situaciones de desequilibrio prolongado (recesión, depresión, estanflación, etc.) y no se recuperaron fácil (caso Japón en los ‘90, etc.).
En una palabra, detrás del pensamiento keynesiano y sus ramificaciones subyace la idea de que los individuos y las empresas no son 100% maximizadores en cuanto a sus decisiones de índole económica, por distintas y discutibles razones, pero no siempre maximizadores. Lamentablemente, Keynes (y otros posteriores que criticaron la racionalidad neoclásica como Hutchinson y el premio nobel Simón, entre otros muy pocos) escribió en una época donde las neurociencias no mostraban los avances que hoy muestran, que incluso ya han permitido el surgimiento de lo que algunos teóricos llaman neuroeconomía, rama de la ciencia económica que trata de buscar explicaciones a la toma de decisiones en función del estudio del funcionamiento del cerebro humano, que tiene un alto componente emocional además de su conocido componente racional-optimizador.
Y si bien es irrefutable que la escasez de recursos obliga a los seres humanos a tender hacia la maximización de beneficios y/o minimización de costos, y siempre va a ser así -salvo que el hombre cambiara y se volviera una persona que se conformara con poco, o que estuviera dispuesto a compartir todo con su prójimo, lo que nos acercaría al hombre pronosticado por Marx (y por los socialistas utópicos) en su pronosticado “fin de la historia”-, la neuroeconomía de a poco está mostrando que el ser humano es maximizador sólo “a grandes rasgos”, o en forma limitada al decir de Simón; es decir los es sólo en términos relativos, no absolutos. Es decir hoy está cada vez más claro, a partir de la ayuda de las neurociencias, que el ser humano no siempre maximiza beneficios y / o minimiza costos en sus decisiones económicas, y por lo tanto el basamento fundamental con el que se construyen todos los modelos económicos estaría empezando a relativizarse. Es más, modernas investigaciones en neuromarketing por ejemplo, ilustran casos donde las personas se comportan en forma contraria a lo que pronostica la teoría de la demanda neoclásica.
Y si bien la aplicación de la neurociencias a la economía pareciera que aún “está en pañales”, en el marketing ha avanzado un poco más, de hecho estos avances en neuromarketing son un buen indicio de lo que puede llegar a venirse en neuroeconomía. Un buen ejemplo lo da un pensador influyente en el tema neuromarketing, el argentino Nestor Braidot, cuyas recomendaciones para empresarios, basadas en los modernos estudios científicos que vienen de las neurociencias, son útiles para mostrar el posible cambio de paradigma que se viene dentro del pensamiento económico dominante. Dice Braidot: “las neurociencias han demostrado que la decisión que impulsa una compra no es un proceso racional, sino que en la mayoría de los casos es relativamente automática y deriva de fuerzas metaconscientes”, o sea nos está diciendo que la gente incorpora muchas más cuestiones a la decisión de compra que el simple análisis costo-beneficio que usamos en micro y ahora también en macroeconomía (por esto de los fundamentos micro), cuestiones irracionales que obviamente el hombre no calcula pero que también deberíamos incluir en los modelos teóricos, para que predigan mejor.
Es decir, a la vista de los postulados de Braidot para el marketing, se podría deducir que, en economía, por lo menos las funciones de demanda micro y de consumo de los modelos macro, derivadas estas últimas bajo los supuestos micro, estarían fuertemente sesgadas en su poder predictivo. Casi nada!!
2. Sobre cómo decide el ser humano real, no el de la teoría económica
Recientes investigaciones en el campo de las neurociencias nos indican que, al contrario de lo que la mayoría de las personas cree, la carga emocional que subyace a nuestro proceso de toma de decisiones es muy alta; de hecho hoy, ningún campo científico puede analizar seriamente la toma de decisiones humana si no considera la interacción de ambos sistemas en nuestra manera de actuar: el deliberativo y por sobre todas las cosas el emocional.
Para decirlo más fácil, nuestras decisiones económicas parece no estarían basadas en los fríos cálculos costo-beneficio optimizadores que la teoría económica sugiere, sino mas bien en una mezcla importante de tensiones emocionales y deliberativas, que se retroalimentan mutuamente, y que necesitan encontrar un equilibrio conjunto (o una optimización conjunta), pero con las restricciones emocionales actuando primero y condicionando fuertemente todo el proceso decisional, lo que ha llevado a algunos estudiosos del tema a decir que el ser humano no sería racional sino “irracionalmente racional”, o en palabras de Simón, de “racionalidad limitada”.
Y para decirlo en términos de neurociencias, la parte más racional de nuestro cerebro (la de los cálculos costo-beneficio) es la más nueva evolutivamente hablando, la corteza (cortex o cerebro pensante), es decir nuestra “parte consciente”; pero la misma no actúa sola al decidir, como sugieren los modelos optimizadores en economía, sino que está fuertemente influida y condicionada por las “áreas inconscientes” de nuestro cerebro (sistema límbico), que cumplen, entre otras tareas, varias funciones relacionadas con lo “emocional”. Entre dichas áreas límbicas encontramos la amígdala, la ínsula, el tálamo, el hipotálamo, el hipocampo, entre otras. A continuación, analizamos brevemente tanto el área pensante (cortex) como otras más emocionales.
- Corteza Órbito-frontal: es la parte más “racional” del cerebro, se encuentra apenas encima de los ojos, y se muestra en la figura de abajo en rosado. La misma, al ser eminentemente racional y calculadora, es una importante región para el planeamiento y el control de los impulsos.
- Cíngulo: en amarillo en la figura, es un área usada para «control cognitivo» o para «funciones ejecutivas». Por ejemplo cuando tratamos de inhibir una respuesta natural, el cíngulo está activo.
- Corteza Somato-sensorial: mostrada en verde, mantiene un mapa sensorial del cuerpo en su totalidad y se ocupa de la integración sensorial-motora.
- Amígdala: integrante del sistema límbico, en anaranjado, es una de las áreas emocionales más importantes del cerebro, en lo que hace a los miedos y temores. Por ejemplo cuando escuchamos en la calle un sonido del tipo de un “fuerte disparo”, la amígdala inmediatamente irrumpe en acción, enviando información neurotransmitida hacia otras áreas cerebrales como el tálamo, el estriato (un área importante en la predicción de recompensas) y la corteza frontal.
Esta área es una especie de “perro guardián” que reacciona muy, muy rápido ante cualquier peligro, pero es demasiado “tonta” como para distinguir qué grado de peligro realmente hay (esta es la tarea de la corteza, la parte más racional dijimos). Entonces, cuando alguien escucha un sonido parecido a un “fuerte disparo”, manifiesta una reacción física instantánea, gracias a la activación de amígdala, pero un par de segundos después la corteza empieza a averiguar si el sonido es realmente un disparo de arma de fuego o algo parecido más inofensivo, como por ejemplo el ruido de un auto en malas condiciones de andar.
- Ínsula: en morado, se encuentra entre los lóbulos frontal y temporal del cerebro. Se ha demostrado que ciertas zonas de la ínsula juegan un importante papel en la experiencia del dolor y la experiencia de un gran número de emociones básicas, incluyendo odio, miedo, disgusto, felicidad y tristeza.
Otras áreas límbicas, no incluidas en nuestros gráficos, son:
- Tálamo: especie de retransmisor que dirige la información que se recibe hacia las zonas del cerebro correspondientes para ser procesadas.
- Hipotálamo: compleja estructura cerebral compuesta por muchos núcleos con varias funciones, como ser la regulación de los órganos internos, el monitoreo de la información, la regulación del sueño y del apetito, etc.
- Hipocampo: cumple una función muy importante en la memoria a largo plazo, así como en el aprendizaje y la emoción.
3. ¿Qué implican estos nuevos descubrimientos en neurociencias?
En el campo de la economía, realmente mucho. El saber tradicional en nuestra ciencia se podría resumir en la siguiente frase, que el notable teórico Jevons escribió alguna vez (siglo XIX), con cierta resignación:
“I hesitate to say that men will ever have the means of measuring directly the feelings of the human heart.”
Es decir, de esta frase se desprende que Jevons y muchos de los demás neoclásicos de los que hablamos al principio, tomaron la premisa hiper-racional, ultra-optimizadora y utilitarista de la conducta humana no sólo por la comodidad científica de poder matematizarla con facilidad (gracias al análisis matemático), sino también por la imposibilidad científica de medir lo emocional en el ser humano.
Pero por suerte, hoy podemos decir que Jevons se equivocó y las modernas neurociencias (principios del siglo XXI) sí pueden medir lo emocional al momento de tomar decisiones -a través de las técnicas de neuroimaging, entre otras-, descubriendo entre otras cosas, lo siguiente :
- “Los últimos avances de las neurociencias han demostrado que la toma de decisiones de consumo no es un proceso racional. Es decir, los clientes no examinan conscientemente los atributos de un producto o servicio para adquirirlo”.
- “En la mayoría de los casos, el proceso de selección es relativamente automático y deriva de hábitos y otras fuerzas metaconscientes, entre las cuales gravitan la propia historia, la personalidad, las características neurofisiológicas y el contexto físico y social que nos rodea”.
- “Según los científicos, las zonas del cerebro de la racionalidad no pueden funcionar aisladas de las zonas de regulación biológica-emocional. Los dos sistemas se comunican y afectan la conducta en forma conjunta, y consecuentemente, el comportamiento de las personas”.
- “Más aún, el sistema emocional (la zona más antigua del cerebro) es la primera fuerza que actúa sobre los procesos mentales, por lo tanto determina el rumbo de las decisiones”.
- “La fragancia de un perfume, por ejemplo, puede evocar distintas sensaciones. Si el cliente la asocia con experiencias dolorosas o con una persona con la que no simpatiza, es muy probable que no lo compre, aún cuando la relación precio-calidad-marca sea razonable”.
O sea, como vemos, la influencia de la emocionalidad en nuestra toma de decisiones económicas es tan grande que hace que las mismas se alejen bastante del costo-beneficio tipo calculadora humana, y que sólo puedan ser consideradas “óptimas” en forma limitada (muy limitada en mi opinión) como dice el premio nóbel Simón; algo así como “intentos” por maximizar y optimizar, pero incluyendo lo emocional en dicho cálculo, si se le puede llamar cálculo. Por ejemplo, el caso anterior del perfume, sería el de una decisión óptima a lo Simón, no a lo Pareto, ya que la persona no maximiza su utilidad sujeta sólo a su ingreso escaso y sus gustos (mirando objetivamente la calidad del producto), sino también sujeta a una variable emocional (los recuerdos que el producto le trae), y alcanza un equilibrio quizás no óptimo en la visión tradicional, pero que a ella sí la deja en equilibrio, balanceando tanto sus restricciones deliberativas (o racionales) como también las emocionales (o irracionales).
Veamos ahora una modelización neuroeconómica de la toma de decisiones, que nos sugiere como maximizar lo racional y lo emocional a la vez, para entender la conducta real de los agentes económicos, no la de la teoría. Por ejemplo, Loewestein y O’Donoghue (el primero de ellos uno de los neuroeconomistas con más predicamento en la actualidad) en un trabajo reciente , plantean en su modelo matemático tanto el sistema deliberativo como el emocional, ya que ambos subyacen a la conducta económica decisional, y suponen que el ser humano enfrenta una función a minimizar, que es el costo de su comportamiento. Una parte del costo es la diferencia entre lo que el sistema deliberativo desea y lo que obtiene en última instancia (en su lucha con el sistema emocional) y la otra parte del costo es el esfuerzo que debe hacer el sistema deliberativo para torcer el impulso de actuar de determinada manera (que viene del sistema emocional).
(1) [U(xD, c(s), a(s)) – U(xA, c(s), a(s))] + h(W,σ)[M(aA, a(s) – M (x, a(s))]
donde U es una función de utilidad, x el curso de acción elegido, de un conjunto X, los supraíndices D y A indican las conductas óptimas para los sistemas deliberativo y afectivo respectivamente, s es un vector de estímulos, y a(s) y c(s) son los vectores de estados de los sistemas afectivo y deliberativo respectivamente relacionados con esos estímulos, h es el esfuerzo necesario para corregir el deseo que proviene del sistema afectivo, función del poder de la voluntad, W y de elementos que la debilitan, σ, y M son los cursos de acción del sistema afectivo.
Este modelo nos dice que el sistema deliberativo está sujeto a dos fuerzas: una proveniente del propio sistema deliberativo y otra del sistema afectivo. Si el primero primara totalmente sobre el segundo, la conducta seguida sería xD, y si primara solamente el afectivo la conducta sería xA. Sin embargo, lo que ocurre generalmente (pero no siempre) es que se llega a un punto intermedio entre ambas posiciones extremas. Y luego de aplicar este modelo a tres problemas diferentes: la preferencia intertemporal, el comportamiento ante el riesgo y el altruismo, llegan a la conclusión de que el sistema afectivo comparte la regulación de la conducta con el sistema deliberativo, y que las conductas totalmente racionales, derivadas del sistema deliberativo no siempre son las que encontramos en la realidad, como en el ejemplo del perfume.
Y esta es la dirección que creemos debería tomar la modelización en economía, la de considerar la maximización de ambos sistemas, no sólo del deliberativo (la parte racional, la única capaz de calcular costo-beneficio). Quizás en algunos años veamos muchos más modelos de este tipo, seguramente más refinados, tanto a nivel micro como en aquellos que fundamentan a la macro.
4. Una posible cambio de paradigma si los hallazgos de las neurociencias se aplicaran a la teoría económica
Las enseñanzas que las neurociencias están dando al marketing (neuromarketing) podrían ser aprovechadas por los economistas teóricos para fundamentar mejor las funciones de demanda micro y de consumo macro, incorporando en los desarrollos tradicionales variables al estilo del modelo de Loewestein y O’Donoghue visto recién, que permitan modelizar seres más humanos que los ultra-maximizadores usualmente supuestos por la teoría.
Y así como en sus épocas, la Escuela Neoclásica entendió que había que “parar con la mera especulación sin fundamentos científicos”, posibilitando el auge de la economía como ciencia, ahora quizás sea hora que la Escuela de la Neuroeconomía, si así se la puede llamar, diga “paremos un poco con tanta maximización y ultra-racionalidad y pongámonos a modelizar también la irracionalidad / emocionalidad del ser humano, que las neurociencias están mostrando que es muy importante para explicar la conducta humana”. Probablemente, la ya complicada tarea de científico de la economía (por la matemática compleja que hoy se usa) se va a complicar aún más, pero en otro sentido y con un debate que se va a enriquecer y lo que es mejor, las políticas económicas, basadas en dichos modelos, quizás sean más acertadas. Y hasta quizás se daría en la ciencia económica un cambio de paradigma, pasando del hoy vigente (neoclásico) a uno probablemente llamado neuroeconómico, aunque ésto ya es más difícil.