El futuro de la neuroeconomía

El nacimiento de la Neuroeconomía ha creado uno de esos raros momentos históricos en los cuales los economistas se detienen a reflexionar sobre las cuestiones fundamentales de nuestra ciencia, es decir, lo epistemológico, como por ejemplo la interdisciplinaridad de los abordajes al problema económico, las fronteras de la economía, objetivos de nuestra ciencia, cuestiones de validez o refutación de teorías, entre otros. El debate es hoy caliente, y figura en la agenda de muchos importantes congresos de economía alrededor del mundo, y las aguas están bastante divididas, aunque generalmente con un guiño a favor de esta novel ciencia.

Por el lado de los detractores, tenemos a los ya famosos Gul y Pesendorfer , para quienes la Neuroeconomía es y será irrelevante para la Economía, tanto en evidencia empírica como en poder explicativo, ya que Economía y Neuroeconomía se formulan diferentes preguntas y a consecuencia de ello, utilizan diferentes abstracciones. Para ambos autores, los modelos económicos no deben hacer supuestos acerca de la fisiología ni de la psicología del cerebro; otorgando a la Neuroeconomía tan sólo el módico rol de fuente de inspiración para los economistas, en la medida que nuevos estudios neuro desentramen nuevas cuestiones relacionadas con la toma de decisiones, y siempre y cuando los modelos incluyan variables acerca de qué un agente económico elige y no acerca de cómo un agente económico elige. Pero la modelización maximizadora, y el homo economicus hiper-racional nunca serán destronados, en la particular visión de estos respetados y a la vez muy criticados economistas, que se suman a algunos muy pocos que creen que la Neuroeconomía es una rama con mucho de marketing y muy poco de rigor científico.

Por suerte, hoy prácticamente nadie en la profesión piensa que la Neuroeconomía sea irrelevante para la teoría económica, de hecho hay quienes piensan que la Neuroeconomía va a permitir que la economía, tradicional ciencia social, se acerque a los métodos de las ciencias naturales , que utilizan mucho más el proceder inductivo que el deductivo, y que suelen ser más rigurosas desde el punto de vista epistemológico que las sociales.

Sin embargo, tampoco la Neuroeconomía seguramente será lo que postulaban Camerer, Loewestein y Prelec en 2004-05, cuando con su manifiesto , de alguna manera fundaban la Neuroeconomía como rama científica de la teoría económica. Ellos pensaban en aquellos años que esta nueva rama serviría para dejar al descubierto todas las anomalías teóricas de la economía tradicional y sus modelos hiper-racionales, y ayudaría a la profesión de manera contundente a refutar o aceptar modelos y explicaciones en economía, o sea, a facilitar el adecuado falsacionismo popperiano en la ciencia económica, en lenguaje epistemológico. Hoy sabemos que el triunfo epistemológico de la Neuroeconomía todavía no está para nada garantizado, y que restan muchos años aún de batalla para ver ciertos logros, que seguramente llegarán, sin dudas, pero quizás no tan optimistas como los que se creían hace 5/6 años atrás.

De hecho, en aquella época, Camerer, Loewestein y Prelec llegaron a afirmar que “la Neuroeconomía permitiría medir en forma directa pensamientos y sentimientos”, reemplazando las débiles teorías de la utilidad marginal y de las preferencias reveladas, que hoy reinan en microeconomía y que datan de más de 100 años. Y también afirmaron que la nueva rama “no sólo incrementaría el realismo de los actuales modelos, sino que también eventualmente reemplazaría los constructos tradicionales, con nuevos modelos, modelos neuro”. En síntesis, un exceso de optimismo el que derrochaban en aquella época estos tres padres fundadores de la Neuroeconomía.

De esta forma, en los últimos años Camerer, Loewestein, Prelec y varios otros entusiastas del inicio han venido bajando el volumen de sus afirmaciones, ya que se han encontrado varias dificultades con las investigaciones de campo neuro, en especial con las deducciones econométricas a partir de las resonancias magnéticas funcionales (fMRI), entre otras varias limitaciones metodológicas que se le han encontrado a la Neuroeconomía.

Sin embargo, esto último no invalida para nada el futuro de esta novel rama de la economía, ya que verdaderamente está ayudando a mejorar la teoría económica tradicional, y no sólo como fuente de inspiración, al decir de Gul y Pessendorfer. La Neuroeconomía sin dudas está ayudando a mejorar explicaciones particulares de fenómenos económicos, y de esta forma también de mercados particulares en los cuáles estos fenómenos se dan ; si bien difícilmente creemos cambie el paradigma de modelización hiper-racional tradicional, un tema que abordaremos en un capítulo posterior.

A quién le puede caber dudas de que la Neuroeconomía, en un corto lapso de tiempo, nos ayudará a entender cuestiones económicas tan psicológicamente intrincadas como los fenómenos de ilusión monetaria, los sticky prices keynesianos y la interacción estratégica en teoría de juegos, entre otros temas; todas cuestiones que hoy la matemática maximizadora no deja bien fundamentado en absoluto. Sin embargo, probablemente la Microeconomía, la Macroeconomía o la Teoría de Juegos tradicionales, como cuerpos de un todo teórico, no cambien mucho gracias a la Neuroeconomía, a diferencia de lo que postulaban Camerer, Loewestein y Prelec, en los inicios de esta disciplina y con todas las loas que receptaban las neuroimágenes, hoy en parte cuestionadas desde el punto de vista econométrico, como dijimos arriba.

Sin embargo, hoy es difícil encontrar teóricos que critiquen frontalmente la empresa neuroeconómica, y la mayoría lo sigue viendo como “una esperanza a futuro”, más que como una “moda pasajera”. E indudablemente, detrás de la aceptación de la Neuroeconomía, al menos como promesa, está el de todas sus ramas derivadas en Negocios y Administración: el Neuromanagement, el Neuromarketing, y el Neuroliderazgo, entre otras.

Refinando un poco más, hoy los autores ya hablan de dos neuroeconomías distintas, o mejor dicho, de dos programas de investigación distintos dentro del mismo campo:

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– Behavioral Economics in the Scanner (BES)

– Neurocelullar Economics (NE)

En lo que respecta a BES, es la rama de la Neuroeconomía que trata de traer los conceptos de las Neurociencias Cognitivas a la Economía, y en particular de testear vía neuroimágenes (entre otras técnicas) los principales postulados de la Economía Conductual; mientras que la otra rama (NE), sigue el camino inverso: aplicar modelos económicos para entender el funcionamiento del cerebro, y que de la mano de Paul Glimcher, está recolectando cada vez más respeto científico, de hecho, quizás más que la rama BES.

Pero cuando decimos que casi ya no hay críticos totales de la Neuroeconomía, tomemos el caso de un detractor famoso como es Glenn Harrison (aunque no tanto como Gul y Pesendorfer), quien critica la Neuroeconomía BES, pero no la Neuroeconomía de Glimcher (NE), que se especializa más en desentrañar los mecanismos de valuación y elección de alternativas dentro del cerebro, nuestra caja negra. Sucede que Harrison critica la falta de rigor metodológico de BES, en especial por las limitaciones econométricas de las neuroimágenes en humanos, y no tanto de la NE, ya que ésta principalmente examina ratas y monos, con la técnica de “single sells ”, y no tanto de las neuroimágenes.

En concreto, Harrison junto a Ross, critican que la rama BES consiste en repetir protocolos que permanentemente demuestran irracionalidad humana bajo neuroimágenes, pero en estudios realizados con pocas personas, que aplican valuaciones a distintas alternativas, pero siempre aisladas del contexto ecológico-ambiental que las rodea. Posteriormente, según ambos autores, estás irracionalidades tratarán de ser mostradas como anomalías dentro de la teoría de la racional choice, que no tiene en cuenta que la arquitectura del cerebro determina que nuestras decisiones sean una mezcla variable de racionalidad y de emocionalidad. Y rematan Harrison y Ross, sosteniendo que esta forma de encarar los estudios en la rama BES ignoran la naturaleza ecológica de la racionalidad económica, es decir, ignoran el grado a través del cual la gente se acerca a la hiper-racionalidad de la teoría gracias a las estructuras externas que hay en el ambiente, que incluyen especialmente las cuestiones culturales que limitan y condicionan nuestra toma de decisiones.

En síntesis, vemos que ambos autores, a los fines de criticar a la rama BES de la Neuroeconomía, recurren a los postulados de la Escuela Institucionalista Americana, una escuela antigua, pero en renovado auge dentro de la teoría actual; pero no utilizando las instituciones macro (Reserva Federal, estructuras legales concretas, etc.) como habitualmente se hace, sino las instituciones culturales (hábitos, tradiciones, costumbres, etc.) que generalmente han estado exentos en los modelos económicos tradicionales pero también en los neuro. Y finalmente, recomiendan para los nuevos modelos neuro BES, el moderno concepto de racionalidad ecológica , el cual viene creciendo cada vez más en aceptación científica en la actualidad. ¿Qué dice este concepto de racionalidad ecológica? Que las regularidades económicas, entendidas como propiedades ecológicas del contexto que rodea a los agentes económicos, pueden dominar el procesamiento neuropsicológico normal que se da en experimentos controlados de laboratorio, invalidándolos.

Y posteriormente, Harrison y Ross también critican a la econometría derivada de las neuroimágenes cerebrales, en primer lugar por la falta de precisión de sus estimaciones, lo cual es un tema que probablemente el avance tecnológico ayude a mejorar, pero que hoy es un problema, sin dudas. Recordemos que la unidad de análisis de la Neuroeconomía es el cerebro, emitiendo señales por unidad de tiempo sólo desde un punto determinado del mismo, y que son captadas mediante distintas técnicas, en especial las neuroimágenes. En segundo lugar, mencionan el problema del no cumplimiento asegurado de la “inferencia reversa”, es decir, cuando activaciones en determinadas regiones del cerebro hacen presumir la identificación de procesos cognitivos concretos (por ejemplo de la tendencia a consumir en forma adictiva, de la comparación entre alternativas, etc.). Dichos autores sostienen que altas correlaciones entre bien identificadas patrones psicológicos y su contraparte neural son la excepción y no la norma en la mayoría de los experimentos, y que la mayoría de las veces la interpretación de las neuroimágenes es capciosa. Por ejemplo la amígdala y la ínsula, que han sido mencionados en varios estudios BES como jugando un rol central en la toma de decisiones económicas, desde el punto de vista emocional, también han sido identificadas, en otros estudios fuera de la economía, como jugando otros roles, roles no precisamente emocionales . Y en tercer lugar, critican el problema de los flujos de sangre en anticipación de algún evento, que finalmente no termina ocurriendo y que desacomoda la relación esperada entre flujos de sangre y actividad neural, lo que ayuda a confundir la identificación de procesos neuropsicológicos aplicados a la toma de decisiones económicas.

Y si bien creemos que las críticas de Harrison y Ross hacia la rama BES son importantes, para nada la invalidan, ya que por un lado el avance tecnológico va a mejorar las neuroimágenes (la Neuroeconomía es un proyecto a futuro, no algo para el cortísimo plazo), y por el otro lado, dichos autores caen en un problema que muy bien identifca Michiru Nagatsu : los neuroeconomistas de la rama BES se plantean preguntas conceptualmente diferentes de las de los economistas tradicionales; los primeros se plantean cómo toman decisiones los agentes económicos individuales considerados como seres físicos y biológicos, mientras que los últimos se plantean lo mismo pero con seres ultra-racionales, o sea el homo-economicus tradicional. Y concluye Nagatsu en que los dos enfoques pueden llevar a bien diferentes modelos de toma de decisiones, y que además no necesariamente sean incompatibles entre sí. Lo que no está claro es cual de los dos tipos de modelos terminará adoptando la teoría económica, es decir, el tema epistemológico va a estar en pleno debate durante algunos años más, por lo menos.

Y necesariamente ésto debe ser así, ya que será la epistemología de la economía la que finalmente decida la validez científica de la Neuroeconomía, en cualquiera de sus dos ramas. En opinión de Bernheim , un estudioso y crítico de la Neuroeconomía a la vez, recién cuando esta nobel e híbrida disciplina nos provea de un modelo derivado de la investigación en ese campo, que mejore nuestra medición de las relaciones causales estudiadas por los modelos tradicionales, se habrá superado la prueba necesaria para su aceptación plena. Esto es lo que se ha dado en llamar el Desafío Bernheim, que es exactamente lo mismo que estamos planteando nosotros con este artículo: la única forma de que los actuales y futuros modelos neuroeconómicos sean aceptados como un progreso de la ciencia es que superen en materia de predicciones a los de la teoría tradicional; ya que en caso de que sólo la igualaran, la modelización tradicional seguiría plenamente vigente, porque sería seguramente más sencilla que la neuroeconómica.

Esto es el resultado del triunfo epistemológico de Milton Friedman, allá por mediados del siglo XX, al establecer el blindaje que aún hoy sostiene científicamente a la teoría económica tradicional, hiper-racional e hiper-irrealista, y que dio entrada en Economía a las teorías de Karl Popper, el notable filósofo de la ciencia del siglo XX:

– Entre los años 1946-48 se habían publicado en el American Economic Review algunos artículos que sostenían que los supuestos de maximización por parte de las empresas eran irrealistas, ya que las firmas desconocen la posición exacta de sus curvas de ingreso y costo marginal, generándose un debate en torno a lo que puede considerarse uno de los cimientos de la teoría económica neoclásica. Friedman responde a la polémica afirmando, palabras más, palabras menos, que es irrelevante que los supuestos de la teoría sean realistas o no; lo importante es que la teoría sea capaz de predecir acertadamente.

– Según Friedman, es comprobable que hipótesis verdaderamente importantes y significativas tienen premisas / supuestos que son representaciones de la realidad claramente inadecuados y, en general, cuanto más significativa sea la teoría, menos realistas serán dichos supuestos. Para él, la razón es sencilla, ya que una hipótesis es importante si explica mucho con poco, o sea, si abstrae los elementos importantes de lo accesorio.

Es tan grande la penetración de esta tesis en la metodología estándar de la economía, que la única forma de que los actuales y futuros modelos neuroeconómicos sean aceptados como un progreso de la ciencia es que superen en materia de predicciones a los de la teoría tradicional; ya que en caso de que sólo la igualaran, la modelización tradicional seguiría plenamente vigente, porque sería seguramente más sencilla que la neuroeconómica. En esto hay que reconocerle un triunfo epistemológico a Friedman: cambió el eje del debate y las teorías hoy son útiles o inútiles, más allá de sus supuestos; y para que un programa de investigación nuevo (como la Neuroeconomía) sea más útil que el programa dominante, debe predecir mejor, de lo contrario no habrá progreso científico.

Pero supongamos que efectivamente los modelos neuroeconómicos no logren superar nunca a los tradicionales en capacidad predictiva y tan sólo los igualen, los neuroeconomistas no podemos conformarnos con el triunfo del “Malabarismo F” con los supuestos, con un “todo vale mientras prediga bien el modelo”. Si las neurociencias permiten modelizar correctamente la racionalidad humana al tomar decisiones económicas, los neuroeconomistas tenemos la obligación científica (y también moral) de utilizar dichos conocimientos, aunque exista la posibilidad de que los modelos se complejicen. Es hasta una cuestión de “tranquilidad de conciencia científica”. En ese sentido, compartimos con Antonio Rangel que la Neuroeconomía puede muy bien convertirse en un campo de especialización dentro de la economía, más allá de que llegue o no a cumplir con el desafío Bernheim.

Bibliografía

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Laza Sebastián. (2011, agosto 30). El futuro de la neuroeconomía. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/el-futuro-de-la-neuroeconomia/
Laza Sebastián. "El futuro de la neuroeconomía". gestiopolis. 30 agosto 2011. Web. <https://www.gestiopolis.com/el-futuro-de-la-neuroeconomia/>.
Laza Sebastián. "El futuro de la neuroeconomía". gestiopolis. agosto 30, 2011. Consultado el . https://www.gestiopolis.com/el-futuro-de-la-neuroeconomia/.
Laza Sebastián. El futuro de la neuroeconomía [en línea]. <https://www.gestiopolis.com/el-futuro-de-la-neuroeconomia/> [Citado el ].
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