La obra era gigantesca. Ruido, bullicio, polvo levantado que nunca llegaba a depositarse, martillazos, hierro contra hierro, órdenes a pleno pulmón y sobre todo, en medio del alboroto, los inconfundibles gritos de los elefantes.
Cientos de hormigas humanas se afanaban en mover enormes molones de piedra, rodándoles sobre troncos. Unos tiraban, otros empujaban, los demás desplazaban los troncos recién liberados y los traía delante de los bloques para reconstruir la vía de transporte.
Por todas partes el vocerío de los obreros, cuerpos semidesnudos enmascarados de sudor y polvo entremezclados, el crujido de los árboles talados a potentes hachazos y, alguna vez, el chillido de dolor de un hombre aprisionado bajo su caída.
Poco a poco la selva retrocedía. Pronto el antiguo templo, rescatado de la sofocante vegetación caníbal, volvería a erguirse con orgullo y esplendor.
Jumbo era uno de los elefantes de la obra, uno de los más grandes y más potentes, pero hacía todo lo que le ordenaba su cornaca sacrificadamente.
Empujaba bloques gigantescos y los subía a lo largo de una rampa para colocarlos en una plataforma, arriba de un paredón.
Con su trompa arrancaba delgados y largos árboles y los llevaba a los talleres de carpinteros que los transformaban en troncos de transportes o en vigas de andamios.
Con sus enormes patas, apisonaba la zaborra y la reducía en arena con la que los albañiles elaboraban un cemento primitivo.
La potencia de Jumbo era increíble, y cuando se erguía sobre las patas traseras y expulsaba su largo y sobrecogedor bramido, la selva entera se estremecía. Realmente, era impresionante.
Cuando el sol se alejaba en el horizonte, el cornaca llevaba a Jumbo al río dónde refrescaba su polvorienta piel y trataba de saciar su inextinguible sed.
Jumbo disfrutaba mucho estos momentos de descanso. Se revolcaba en los poco charcos que se formaban en la orilla del río; jugaba a salpicar a los pájaros que revoloteaban cerca de él; y sobre todo miraba más allá de la frontera del agua, más allá de las verdes colinas, por donde el sol no tardaría en desaparecer.
Se preguntaba qué habría por estas pistas hacía donde salían las caravanas. Cual sería su vida si pudiera escapar y franquear las profundas aguas del río, abandonar la obra y liberarse de su domador.
Alguna noche, cuando la luna llena alumbraba el campamento, oía bramar en la lejanía a otros elefantes, que habían nacido y crecido en la vasta sabana, y estos bramidos eran llamadas de libertad que le contaban una vida grandiosa, a veces dura, otra divertida, pero que sería la suya propia.
Entonces soñaba que arrancaba la cadena que le ataba y atravesaba el sólido puente de madera para crear su propio futuro.
Pero sabía que eso era un sueño imposible. Oh sí, era muy fuerte, podía mover piedras y arrancar árboles, tal como se le ordenaba. Pero nunca podría romper la cadena que por las noches rodeaba su pata ni arrancar la estaca clavada en el suelo.
Recordaba cuando se la pusieron por primera vez. Aun era un crío de poco más de un metro. Había intentado librarse de ella durante días y noches enteras, semanas tal vez, tirando, golpeando, tensando todos sus jóvenes músculos, hasta que jadeando había renunciado, vencido, desesperado, conciente de la imposibilidad de dominar las herramientas creadas e impuestas por el hombre.
Hacía muchos años ya. Y nunca más lo había vuelto a probar. Se había sentido demasiado humillado por su vieja derrota. Por qué probarlo cuando estás convencido de antemano que no serás capaz de conseguirlo ¿verdad?.
Se quedaría aquí, alimentando sus eternos sueños de realización y libertad, esclavo de los diseños de los hombres que le gobernaban, atado por su propia renunciación. Ha perdido la esperanza de libertad porque no ha comprendido que nuestras limitaciones están en nosotros mismos y en nuestra auto confianza la fuerza para traspasarlas.
Algunas personas son como Jumbo, tienen mucho potencial pero hace años se convencieron que los sueños son sueños y ellos serían incapaces de alcanzarlos. Hacen de cualquier dificultad una barrera infranqueable, han perdido confianza en sus capacidades y siguen con abnegación los caminos marcados por otros.
Anoche, uno de los pájaros se posó en la cabeza de Jumbo y le soltó:
«No dudes de ti, inténtalo, libérate de tus cadenas mentales, y alcanzarás tus sueños».