La infelicidad social es un estado que salta a la vista. Basta salir a la calle y mirar a los ojos, para notar los rostros severos, las palabras agrias y las conductas agresivas. ¿Qué factores influyen o determinan en la felicidad de una sociedad? Creo que son, en esencia cuatro, que paso de inmediato a mostrar y analizar. Siga leyendo.
Una vez escribí que la felicidad no es un regalo, sino una conquista de la inteligencia y la conciencia. Hoy lo reafirmo para referirme al tema de la felicidad social, que entiendo como una suma de logros y bienestar generados por un grupo humano diverso que comparte insospechadamente, deseos intereses y necesidades comunes.
La búsqueda de la felicidad se ha visto siempre como un fenómeno individual, algo que cada persona anhela y persigue, y a lo que puede acceder si piensa o ejecuta acciones determinadas. Hoy, con lo que sabemos sobre política, física y espiritualidad, podemos afirmar que la felicidad individual podría depender más de lo imaginado de la felicidad social, pues todos estamos relacionados y nos afectamos mutuamente a cada instante, lo sepamos o no. La programación de una televisora modifica los valores del hogar; la decisión de un presidente une o desune a un país, lo que dice en clase un profesor lleva a los alumnos a tomar decisiones en su futuro. Estamos tan cerca que invertimos miles de horas para ganar la aceptación de los demás.
Ahora bien, si podemos convenir que esto es así, si es cierto que debemos pensar en la felicidad social pues ella influye en nuestra propia felicidad, qué elementos debemos atender, revisar o promover para crear ese estado de plenitud grupal? Propongo aquí cuatro elementos como punto de partida, como primer peldaño de discusión y de trabajo: paz, libertad, justicia y prosperidad, los cuales paso a revisar someramente, para estimular la reflexión acerca de ellos.
Paz: No hay felicidad sin paz. La paz es el terreno que hace posible la convivencia ciudadana, la cual, por cierto, se construye sobre la base de la armonía vincular. Esto no llega espontáneamente, sino que requiere de una estructura de valores promovidos por los grandes centros sociales de formación, como lo son: la familia, la escuela, los medios de comunicación y la empresa. Desde allí se construyen paradigmas de tolerancia, respeto, integración, solidaridad, negociación y compasión, como fórmulas que rompen desde adentro, y no por imposición artificial o decretada, las tendencias humanas al egoísmo, la codicia, la envidia, los celos, la avaricia, que si bien no desaparecen, dejan de ser estimulados y premiados. Ese es el origen de la paz social.
Justicia: La justicia lleva a la paz. La justicia, entendida como la posibilidad de dar a cada quien lo que ha ganado o lo que merece por su esfuerzo y su talento. Aunque resulta subjetiva la medición de esos méritos, las sociedades desarrollan parámetros en los diversos ámbitos de la realidad: como en los casos del estudio y el trabajo, principalmente. También me refiero aquí a la justicia reglamentada, normada por las leyes de cada país, que deben ajustarse a la idiosincrasia y a las necesidades reales de la población, considerando el tiempo y el escenario donde transcurren las vidas de los pobladores.
La felicidad social demanda el cese de la impunidad, el rescate de una moral adecuada, ajustada a los tiempos, que premie y sancione, que fije los parámetros de lo permitido, lo tolerable, lo negociable, y lo prohibido, intolerable y no negociable. En esto, el papel de la autoridad como regente y modelo resulta fundamental, pues los actos tienen más peso que las palabras, y la letra, el reglamento escrito, queda pasmado, inviable y moribundo ante el enorme poder de un mal ejemplo.
La libertad: La libertad es, en esencia, la capacidad adulta y voluntaria de elegir entre opciones. Ella es, después de la vida, el derecho más preciado por el ser humano. Aunque muchos parecieran optar por la esclavitud tranquila, por privilegiar la seguridad y la supervivencia antes que volar libremente, vivir así no es más que una pose, un autoengaño derivado del temor y la ignorancia.
La conciencia de elegir y el lenguaje para expresar las preferencias, son dos potenciales que nos hacen verdaderamente humanos. La libertad, claro está, debe venir aparejada con respeto y responsabilidad, pues cada elección crea un destino y afecta a otros. Mi aire es tu aire, mi tierra es tu tierra, mi sol es tu sol. No hay paso que no deje huella, no hay semilla que no arroje un fruto, no hay noche que no traiga un día.
La sociedad que restringe las libertades o las condiciona a la sumisión ideológica o política, abre la puerta del infierno, de la rebeldía y la resistencia, pues nada puede frenar el brote del talento ni el empuje de la excelencia, que desea alzarse al final sobre toda mediocridad. Eso es humano y así lo muestra la historia que nos ha llevado de la Edad de Piedra a la Mecánica Cuántica. Debe haber regulación consensuada, no abuso de poder, para crear una auténtica felicidad social.
La prosperidad: La prosperidad es la consecuencia del trabajo inteligente, sostenido y ecológico. Crear prosperidad, implica generar recursos abundantes para el disfrute propio y ajeno. La gente que prospera reúne cualidades particulares: Algunas de ellas, son: Conciencia de los recursos disponibles y limitaciones por superar, creatividad para el uso adecuado de esos recursos, confianza en la posibilidad de alcanzar sus sueños, iniciativa audaz para ir tras lo no hecho, disciplina para sistematizar el esfuerzo y voluntad indoblegable para llevarlo a buen término.
La sociedad que desea prosperar debe generar oportunidades de desarrollo, estimular la libertad de iniciativa y el pensamiento pionero que busca dar un paso más. Debe, igualmente, valorar en alto grado la producción, la negociación justa, el ahorro y la inversión. Siempre en un contexto de valores humanos que prevenga la deshumanización y la prevalencia del dinero por encima del ser humano.
Con estas cualidades, paz, libertad, justicia y prosperidad, como norte vital de lo cotidiano, avanzaríamos sin lugar a dudas, hacia una sociedad cada vez más justa, vivible, productiva, libre y por tanto mucho más feliz. Gracias por leerme. www.laexcelencia.com
Mi frase de la semana: «No puede abogar por la igualdad entre todos, quien se asume superior a todos»