La vida posee tantas paradojas y situaciones difíciles de comprender que se escribirían muchos textos e investigaciones para tratar de abordarlas. Desde tiempos antiguos poetas e ilustres le han cantado a la vida y sobre todo al estado mental, emocional y hasta físico de la felicidad, porque a lo largo del camino todo individuo ansía dicho momento o momentos.
Incluso la Biblia, uno de los libros más leídos y traducido alrededor del mundo, le canta a la felicidad, indicándonos que la generosidad es un valor que nos llena de felicidad “…Más bienaventurado es dar que recibir” (Reina, Valera; 1960, 1289 p) y hasta nos exhorta a llevar una vida sencilla para no ahogarnos con la búsqueda de posesiones materiales, “Así que teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (Reina, Valera; 1960, 1383 p).
Sin embargo, se ha descrito a la felicidad como una sensación de bienestar o plenitud más o menos continua y permanente que se compone de la satisfacción de las necesidades básicas hasta la autorrealización.
Abraham Maslow en 1943 crea la Teoría sobre la motivación humana o Jerarquía de las necesidades humanas, donde luego de satisfechas las “necesidades de déficit o primordiales”, las “necesidades de autorrealización o de ser” son una fuerza impelente continua, porque sólo cuando se satisfacen las necesidades fisiológicas, de seguridad y afiliación, se puede lograr reconocimiento y autorrealización.
El hilo divisorio de la vida y la muerte es muy delgado porque es elección del individuo decidir el momento de vivir la vida como corresponde, de lo contrario el proceso más seguro que posee la humanidad es la muerte y todos debemos prepararnos para dicho estado.
Vivir es mucho más que existir sino vivir plenamente cada segundo que Dios nos regala, evitando perder el tiempo en nimiedades y todo el potencial que pueda ofrecerse a la sociedad. En el presente ensayo se procurará determinar las formas de vivir la vida plenamente y las maneras en que la sabiduría del pasado nos impacta en la actualidad. Además, comprender qué diferencia una vida bien vivida de un trabajador cualquiera apasionado por lo que le gusta hacer todos los días y un personaje sobresaliente.
También, se pretende conocer el abordaje de las ciencias y su impacto para la humanidad, siendo consciente que el tiempo cambia o evoluciona.
Los ciclos de descanso, producción, consumo e interacción social constituyen elementos esenciales de cómo vivimos la vida, lo mismo que nuestros cinco sentidos.
Los ciclos de descanso, producción, consumo e interacción social constituyen elementos esenciales de cómo vivimos la vida, lo mismo que nuestros cinco sentidos (Csikszentmihalyi, M., 14p). No resulta extraño el constatar históricamente que no hemos cambiado mucho desde tiempos inmemorables en comparación con la época actual.
Las circunstancias de nacimiento son hechos que marcaran permanentemente el rumbo de la vida. Inevitablemente, a pesar que no vivimos en una sociedad de castas donde no podemos ascender en la jerarquía social, es patente que, en América Latina por medio del estudio y otras circunstancias puedan mejorar el estatus social y por ende la calidad de vida.
Es curioso, que día a día observamos o conoces a muchas personas, nos dan una impresión general de un tópico, pero desconocemos por completo la realidad con todas sus problemáticas de cada individuo (que son muy particulares y no se parecen necesariamente a otra).
Para poder vivir la vida plenamente tenemos que experimentar en carne propia muchos acontecimientos que pueden marcar o no una etapa de la existencia, lo logramos gracias al hacer, sentir y del pensar. Un factor de peso resulta la distribución y aprovechamiento del tiempo a lo largo de la vida.
Desde muchas perspectivas puede abordarse el tema del tiempo, pero algunos autores dividen el tiempo de acuerdo a las actividades a realizar: actividades productivas (trabajar, estudiar, comer, hablar, etc.), actividades de mantenimiento (tareas domésticas, comer, aseo personal, conducir, etc.) y las actividades de ocio (televisión, radio, descansar, holgazanear, etc.).
Para averiguar en la actualidad las maneras en que las personas invierten el tiempo se basa en encuestas, sondeos e informes de empleo del tiempo.
Algunos psicólogos consideran casi universal nueve estados de ánimo, pero sobre todo cualquiera puede distinguir las emociones positivas y negativas. Pero más interesante es el hecho que muchas emociones podamos fingirlas o manipularlas, complicando conocer la emoción en su esplendor.
Muchos pensadores de la antigüedad consideraban la felicidad como fin para la plenitud de la vida, pero tenemos el ejemplo de diferentes personas que han recurrido a las riquezas, la salud o la fama como la panacea universal para la felicidad.
Es conocido por todos que, muchos artistas famosos teniendo dinero y fama no encuentran ese estado emocional que los lleve a la satisfacción plena y muchos caen en las adicciones y hasta el suicidio.
Haciendo un poco de historia, Karl Marx nos habla “del autoengaño” sobre la felicidad, Jean Paul Sartre sostenía que las personas viven con una «falsa conciencia» y pretenden, incluso ante sí mismas, que viven en el mejor de los mundos y “Michel Foucault y los postmodernos han dejado claro que lo que la gente nos dice no refleja los acontecimientos reales, sino sólo un estilo narrativo, una forma de hablar que se refiere sólo a sí misma” (Csikszentmihalyi, M., 30 p).
Pero tristemente, la mayoría de las personas en la actualidad asocian el bienestar material y felicidad. Este fenómeno nos lleva a encontrarnos a individuos en piloto automático que no son capaces de disfrutar cada segundo de la vida porque consideran que la felicidad está en tener una buena casa o auto, se desgastan en sus trabajos para conseguirlo y cuando se encuentran con la vejez concluyen que se perdieron de vivir la vida y disfrutar la familia porque se la pasaron desgastándose por lo material.
Por ello, se recomienda trabajar o llevar a cabo actividades encaminadas a trabajar por la felicidad y sobre todo, mantenernos motivados en lograr nuestras metas.
Evaluar nuestros pensamientos, más allá de creer que en un valor de coeficiente intelectual, nos permite ser conscientes de nuestras ideas y hasta de rumiaciones.
Para la década de los años 80, el psicólogo Howard Gardner crea la Teoría de las Inteligencias Múltiples, donde la inteligencia se concibe como un conjunto de habilidades y destrezas (inteligencia lingüística, lógico-matemática, espacial, musical, corporal, intrapersonal, interpersonal, naturalista) que trabajan en armonía o paralelo y conforman todo el potencial del individuo.
Gardner ha popularizado el tema de las inteligencias múltiples que ha roto el paradigma que inteligencia es sinónimo de un valor numérico o la capacidad para hacer o resolver algo. Trata de considerar los talentos, habilidades y destrezas innatos como la música, capacidad kinestésica, el arte de hablar o escuchar, entre otros aspectos más.
Luego, Martin Seligman el padre de la Psicología Positiva, que estudia la felicidad, dice que “las personas más felices son extremadamente sociables y, en su mayoría, casadas”. Pero influye el tipo de relación de pareja que se tenga en el vínculo matrimonial, pues en vez de convertirse en un lazo de sosiego y armonía para la pareja puede convertirse en un verdadero campo de batalla.
En mi opinión, toda aquella persona que inicie una relación amorosa con miras a casarse o vivir en unión libre y pretenda que el lazo del matrimonio es la panacea o solución para encontrar la felicidad, termina estrellándose con la realidad. El matrimonio tiene altas y bajas, se debe aprender a vivir con ello y madurar para fortalecer la relación… sin dudarlo no existe hombre o mujer perfecta. Es triste observar las altas tasas de divorcio y relaciones de unión libre que llegan a su fin por la incapacidad de amarse y respetarse.
Tradicionalmente, siempre ha existido un interés por el estudio de la tristeza que es un síntoma de la depresión, ansiedad y demás enfermedades mentales relacionadas, pero ha surgido una corriente que pretende comprender el impacto de la felicidad en la vida de las personas.
Las neurociencias han tratado de localizar en el cerebro las áreas y sustancias relacionadas con la felicidad, por ejemplo, los neurotransmisores como la dopamina, serotonina y otros más se relacionan con la sensación de bienestar, plenitud, estimulación y hasta euforia. La amígdala, ese órgano tan primitivo pero a la vez, se encarga de la “formación y almacenamiento de memorias asociadas a sucesos emocionales”. Mientras que, el hipotálamo y lóbulo frontal se encargan de procesar el discernimiento y la razón. Finalmente, las estructuras y diversas sustancias son las llamadas a clasificar una situación en buena o mala.
Un estudio realizado por Dan Gilbert, de Harvard, “comparó el cerebro de personas parapléjicas con el de otras que habían ganado la lotería. Descubrió que, pasado dos años el nivel de satisfacción personal era el mismo” (Vieira, M., Revista Ciencia, 2018). La ironía de ambas situaciones, es que la euforia disminuida le había dado paso a la monotonía y la mitigación de los problemas personales.
“Sabemos que el 75 por ciento de las personas vuelven a ser felices hasta dos años después de haber sufrido grandes traumas. Es como si la mente tuviese un sistema inmunológico”, afirma Gilbert.
No existe una diferencia marcada entre el tener mucho o poco, en relación a la felicidad, teniendo satisfechas las necesidades comunes o prioritarias no hay diferencia. Esto lo concluyó el premio Nobel de Economía, Daniel Kahneman cuando comparó los ingresos promedios de los ciudadanos estadounidenses y verificó que no influyen en la felicidad.
Desde otro punto de vista, Tal Ben-Shahar en su obra Practicar la felicidad, nos ofrece un diario con 50 semanas para realizar diversas actividades. Los psicólogos Robert Emmons y Michael McCullough realizaron una serie de experimentos en donde las personas cada día escribirían por lo menos cinco cosas diarias por las que se debía agradecer. “Resulta que dedicar uno o dos minutos diarios a expresar la gratitud que una persona siente por los hechos de su vida puede tener notables consecuencias positivas” (Ben-Shahar, 10 p).
Además, recomienda establecer nuevas rutinas para romper esquemas preexistentes, mejorar la salud por medio del ejercicio físico frecuente, ser objetivos al balancear el trabajo versus el ocio, valorar las cosas importantes, la convicción de la relación entre el bien personal y colectivo, “capacidad para superar obstáculos”, disfrutar cada segundo de la vida, aprender de lo bueno y no tan bueno, valorar a quienes me rodean, aprender a superar los problemas y no viceversa, aceptar la realidad tal y cual nos viene, saber cuándo reducir o dedicar más tiempo, modificar oportunamente el comportamiento, expresar adecuadamente las emociones, predicar con el ejemplo, valorarse a sí mismo con las virtudes y defectos, entre otros aspectos.
Un aspecto fundamental que contempla Nathaniel Branden, considerado por muchos el padre del movimiento de autoestima, es la integridad que se debe cada individuo. Integridad, según la RAE es la “cualidad de íntegro o a la condición pura de vírgenes”; tiene que ver con que seamos educados, intachables, guardianes celosos de nuestras propias convicciones y capaces o con la autoridad de decidir o resolver por sí mismos cuestiones relacionadas a su persona. Por tanto, cuando tenemos robustecida y práctica la elación cíclica de la autoestima y la integridad podemos ser consecuentes con nuestras palabras y acciones.
Podemos coincidir con Ben-Shahar, en el hecho que existen acontecimientos felices o como canta la canción de Enrique Iglesias “una experiencia religiosa”, que marcan nuestra existencia y se conciben como aquella sensación a corto plazo, pero que dura en nuestra memoria y corazón por nuestra existencia. Por ejemplo, cuando una madre conoce por primera vez al hijo de sus entrañas, se constituye en un sentimiento y recuerdo que transforma su percepción de la realidad y sus creencias desde todos los ámbitos.
Cada uno de los autores de la Biblia, ese libro sagrado que la mayoría respetamos nos invitan a que seamos felices al fortalecer nuestra espiritualidad y dejar de preocuparnos por el alimento, ropa o casa cuando nos explican que Dios le da alimento a todo animal y viste a la naturaleza de su máximo esplendor. Pero esto no quiere decir que no tengamos que trabajar por nuestras necesidades, porque a Adán lo condenó a comer con “el sudor de su rostro”.
La autoestima debe ser desarrollada y practicada en cada etapa de nuestra vida y nos proporcionará las herramientas para ser resilentes ante cualquier adversidad. La adaptación positiva que tengamos ante los cambios y problemas de la vida, nos permitirán vivir la vida con mayor felicidad.
También, no podemos perpetuar la idea que el matrimonio es la unión que nos llevará a la felicidad, porque quienes así lo crean terminarán decepcionados o formando parte de estadísticas de solteros divorciados buscando “la media naranja que les dará la felicidad”.
Tiene un efecto cíclico, cuando somos generosos o disfrutamos haciendo felices al prójimo se fortalece la felicidad propia. Por esa razón, no es extraño observar a muchas personas dedicar su vida a actividades filantrópicas o religiosas en pro de los demás, como su vida cambia y se llena de felicidad.
Podemos concluir, que la felicidad “no es un destino, sino un camino” que cada quien debe construir. Deja de ser una utopía, cuando nos convertimos en los protagonistas activos en el diario vivir de efectuar actividades y cambios que fortalezcan esa sensación de bienestar y no nos ocurra al final de nuestros días, los comunes reproches de “si yo hubiera hecho…”