El camino a cualquier tipo de éxito siempre pasa por el error. Esto puede parecer contradictorio y sin embargo es una verdad que normalmente ignoramos, muchas veces por prejuicios sociales.
Especialmente en el mundo de la empresa, para tener éxito en una iniciativa, con frecuencia ha sido necesario que se haya fracasado en intentos anteriores. ¡No importa! Era necesario que nos equivocáramos para poder aprender de nuestros errores.
Esto es así porque la aventura empresarial no es una Ciencia. Está muy lejos de ser una actividad en la que se pueda calcular y prever los resultados. Por mucho que se pretendan establecer modelos o metodologías, nunca se podrá garantizar el éxito de ninguna iniciativa empresarial. La incertidumbre siempre permanecerá ahí, en la esencia misma de la actividad empresarial.
¿Por qué la empresa siempre tiene asociada la incertidumbre y el riesgo? Hay una respuesta muy directa a esta pregunta: porque desarrollar una empresa se basa fundamentalmente en el trato con personas… y las personas somos impredecibles.
El tópico de que las empresas son sus personas es una afirmación que tiene profundas consecuencias. Cuando vamos a negociar con el banco para que nos dé una póliza de crédito, en realidad estamos hablando con el director de la sucursal, que es una persona con nombre y apellidos, con sus criterios y prejuicios. Y el éxito de la operación dependerá de que sepamos transmitirle (persona a persona) la confianza suficiente sobre nuestro proyecto empresarial y nuestra capacidad para llevarlo a cabo. Igualmente, cuando vamos a visitar a un cliente para ofrecerle un servicio, se lo venderemos si conseguimos que él, como persona, confíe en nosotros.
También nuestros proveedores han de tener esta misma confianza para permitir que les paguemos un par de meses después de que nos hayan servido. De la misma manera, hemos de guiar y motivar a las personas que trabajan con nosotros para que lo hagan de forma óptima y evidentemente, en esto cuenta mucho el trato personal.
En este sentido, una actividad humana que se basa sobre todo en trabajar con los valores, las sensibilidades y las necesidades de las personas, no es una ciencia exacta, ni una técnica. Se parece muchas más a un Arte. Y por tanto, los empresarios tendrían que desarrollar capacidades parecidas a la de los artistas.
Si en las ciencias exactas lo importante es desarrollar la metodología y la técnica, ¿Qué es lo que importa desarrollar en el Arte? Lo importante en el Arte es la Sensibilidad. Ahora bien, ¿cómo se desarrolla esta Sensibilidad para los negocios? Veamos las capacidades que necesita todo artista del mundo de la empresa.
Las capacidades necesarias de un hombre de empresa, al igual que las de un pintor o un músico, son de tres tipos: Conocimientos, Habilidades y Actitudes:
Conocimientos
Tecnología
Estrategia
Marketing
Finanzas
Operaciones
etc.
Habilidades
Gestión de Equipos
Negociación
Comunicación
Creatividad
etc.
Actitudes
Liderazgo
Tolerancia al riesgo
Compromiso
Responsabilidad
Adaptación
Cooperación
etc.
En realidad con esta clasificación de las capacidades de una persona en Conocimientos, Habilidades y Actitudes estamos definiendo a la persona en sí misma, no importa a qué se dedique. En función de qué Conocimientos posea una persona, de qué Habilidades haya desarrollado en su vida, o qué Actitudes muestre en su comportamiento, estaremos delante de un individuo o de otro completamente distinto. El desarrollo de estas capacidades nos modela como personas y por lo tanto, como empresarios.
Pero cada una de estas categorías (Conocimientos, Habilidades y Actitudes) tiene efectos diferentes. El impacto que tienen en la persona es proporcional al esfuerzo que nos cuesta adquirirlas.
Así pues, los Conocimientos son los más fáciles de adquirir, y también los más fáciles de olvidar, pertenecen al “mundo” de la Teoría y el impacto en la mejora de la persona es pequeño.
Las Habilidades son más difíciles de conseguir, requieren practicarlas hasta que las dominamos; sin embargo nos acompañan durante toda la vida, están en el ámbito de la Experiencia (por ejemplo, aprender a conducir o montar en bicicleta).
Pero las más difíciles de conseguir son las Actitudes, que no se aprenden de memoria o por la práctica; deben adquirirse con el ejemplo o imitación de personas a las que admiramos o cuyo modelo deseamos seguir. Las Actitudes son las que definen más profundamente a una persona, ya que determinan lo que uno quiere realmente hacer; están directamente relacionadas con nuestros Valores.
Pero la cuestión inicial era ¿Por qué el fracaso es la clave para futuros éxitos?
Efectivamente para triunfar en la aventura empresarial, la persona debe desarrollar las capacidades que le faltan para llegar a tener éxito.
De todas ellas, las más importantes serán las que tengan que ver con las Habilidades y sobre todo con las Actitudes.
Para adquirirlas se necesita experiencia y haberse visto en multitud de situaciones con diferentes personas. Solo desde la experiencia podremos solucionar con éxito los problemas que se nos vayan planteando. Por ello, al principio, es frecuente que nos equivoquemos y se producirán fracasos; pero deben ser precisamente estos los que actúen como motor de nuestro proceso de aprendizaje.
En definitiva, en la empresa, el único método válido para progresar es el de “prueba y error”; a base de ir rectificando sobre los errores cometidos es como vamos avanzando y acertando en nuestro camino.
Este mecanismo de aprendizaje, basado en el “prueba y error”, refleja si somos conscientes o no de dominar una capacidad, y por otro, si somos competentes (dominamos) o no dicha capacidad.
Pongamos un ejemplo: una persona que aprende a negociar, es probable que la primera vez que intente hacer un trato con un proveedor esté “ciega”, no sea consciente de que no sabe negociar. Cuando, después de cerrar el trato, lo medite reposadamente en su despacho y caiga en la cuenta de lo poco ventajoso que le ha resultado el acuerdo, y de lo mucho que lo ha sido para su proveedor, pasará al estado de “ignorante”, al darse cuenta de su incompetencia para negociar.
Inmediatamente se pondrá manos a la obra como “aprendiz”, e intentará mejorar con la práctica su habilidad para negociar. En este proceso, se esforzará en cada trato para hacerlo mejor, y cerrará acuerdos malos, regulares y “menos malos”. Con el tiempo, acabará dominando la habilidad para negociar y lo hará inconscientemente (como el conductor experimentado de un coche al cambiar de marcha). Habrá llegado al estadio de “sabio” y la habilidad para negociar le acompañará toda la vida.
En todo el proceso que va desde el “ciego” al “sabio”, únicamente los errores y los fracasos son los que nos hacen tomar conciencia de nuestras carencias y que nos ayudan a desarrollar las capacidades que necesitamos. Por eso, los fracasos son la antesala de futuros éxitos.
En nuestra cultura, con frecuencia se consideran que los fracasos son estigmas que marcan a las personas como “fracasadas” (sinónimo de inútiles). Es una visión muy distinta a la de otras culturas en las que las personas que por ejemplo, se presentan a una entrevista de trabajo, con algún fracaso en su currículum se consideran candidatos muy valiosos, ya que han vivido un proceso de aprendizaje que puede ser extremadamente útil y que cuentan con capacidades que no habrían podido adquirir de otra forma.
En EE.UU. por ejemplo, cuando un emprendedor va a pedirle dinero a un inversor, el inversor suele preguntarle que cuántas veces ha fracasado anteriormente, y contrariamente a lo que parece lógico en nuestra cultura, confía más en un emprendedor que haya fracasado ya en varias ocasiones.
Como conclusión podemos decir que “Prueba y error” es el motor del aprendizaje humano. La toma de decisiones empresarial siempre viene acompañada de un porcentaje de fallos; de lo que se trata es de minimizar este porcentaje.
El 80% de las personas que han tenido un fracaso empresarial y se embarcan en otra experiencia triunfan.