Mucha gente me escribe preguntándome cómo motivar a sus empleados, equipo, colaboradores u otras personas de su entorno. Ya sólo el hecho de que te lo plantees, de que te preocupe, te hace estar por delante de muchas otras personas y negocios. Está claro que una persona motivada es una persona que da mucho más, y por tanto, te genera beneficios, ya sean económicos o de otro tipo. Así que ambos bandos salen ganando, todos felices.
En este caso voy a recurrir a algo que leí hace unos días en el libro “A river worth riding” de Lynn Marie Sager. Dos normas básicas de motivación que, a pesar de ser obvias, en realidad no lo son tanto; y que conviene tener en cuenta porque son muy útiles para esos casos y muchos otros. Es fundamental que recuerdes (porque ya lo sabes) que:
- Lo que se premia, se repite.
- Lo que se castiga, se evita.
Lo que se premia, se repite. Esto en sí es fácil de entender. Haces algo bien, te premian de alguna forma y, por supuesto, lo repites. El premio puede variar dependiendo de cada persona y situación: sueldo, alabanzas, más responsabilidad, regalos, sonrisas… Sin embargo, aunque parece simple, no se hace muy a menudo. Al contrario, muchas veces tratamos a las personas que han hecho algo bien con indiferencia, dando por sentado que así es cómo tiene que hacerse y, por tanto, no hay premio que valga. O bien con algo que, quizá para ti no, pero para ellos es un “castigo”.
Y aquí viene la segunda regla: lo que se castiga, se evita. Si una persona se esfuerza mucho y como consecuencia le exiges más, ¿para qué va a volver a esforzarse? ¿Para que le des otra pila de trabajo, para que le exijas todavía más? Muchas personas no dan todo lo que podrían porque en ese caso solo se esperaría más de ellas.
Esto es muy frecuente, además en todos los ámbitos. Es la típica persona que hace las cosas rápido y bien, que acaba antes que los demás porque es eficiente y no se pasa media mañana tomando cafés, y ¿tú qué haces? ¿Le dejas irse a casa antes, ya que ha hecho todo el trabajo? ¿O más bien le das más para que vaya adelantando, y que no se le ocurra irse ni un minuto antes de tiempo?
¿Qué sentido tiene darle a un trabajador que ha hecho algo muy bien más trabajo como “premio” y ninguna recompensa, sea del tipo que sea? En el fondo le estás castigando y, por tanto, disminuye su motivación. Por supuesto, siempre está el caso de las personas que son tan honradas, trabajadoras y responsables que van aceptándolo todo sin poner pegas, pero eso no significa que estén contentas y motivadas. Lo que significa es que llegará un día en que estarán tan quemadas que se irán en cuanto puedan y te quedarás sin alguien valioso para ti.
Si te preocupa la motivación de tu equipo, tus empleados o cualquier otra persona es porque te has dado cuenta de que algo falla. Si el comportamiento que ves no es el que quieres piensa qué es lo que has estado recompensando. Si a un niño que grita le das toda tu atención y al que está calladito no, adivina quien se está llevando el premio y qué va a seguir haciendo. Si cuando alguien hace algo bueno no le das importancia “porque es lo que debería ser”, para qué va a esforzarse más. Así que ya sabes, deja de premiar lo que no quieras que se repita y viceversa. Y sobre todo piensa en todas esas personas que hacen un gran trabajo y a las que no se lo reconoces, no sea que cuando te des cuenta sea demasiado tarde. Y ya sabes que esto no sólo es aplicable al mundo laboral…
Aunque teóricamente es fácil darse cuenta, en la práctica no lo es tanto. A veces no es tan obvio, es muy fácil, sin darnos cuenta, premiar lo que no queremos y castigar lo que sí, pero los resultados que obtienes no mienten. Así que párate bien a pensar en lo que te rodea y por qué es así, qué estás premiando y qué estás castigando.