Durante toda la historia se ha creído que las personas que padecen de problemas mentales o emocionales son „especiales‟, por lo general son considerados „raros‟ o diferentes de los demás. No se suelen ver como parte de la sociedad común y corriente, de la sociedad “normal”. A través del tiempo incluso se les ha aislado, se les ha rechazado, e incluso, en algunas ocasiones, se les ha encerrado para que no generen inconvenientes en la comunidad.
Cuando uno alcanza a conocer un poco más de esto, teniendo contacto con los pacientes, hablando con ellos, conociendo su verdadera esencia más allá del problema mental o emocional, se da cuenta que no es así. Durante toda mi carrera he escuchado a los psiquiatras más expertos que lo que diferencia a una persona que requiere la asistencia de un psiquiatra de una persona que no lo requiere, es la cantidad.
Duré un tiempo tratando de entender a qué se referían con esto de la cantidad. En otras palabras, las personas con estos problemas mentales y emocionales son iguales a todos los demás, pero se diferencian en la cantidad. Traté de ver esto, pero en la formación médica vemos que hay algunas circunstancias genéticas y del desarrollo del sistema nervioso que predisponen a la aparición de estas patologías. Por eso me costó entender que la diferencia fuera solo de cantidad.
En una ocasión, posterior a una reunión general, una docente hizo un ejercicio con todos los del equipo. Habíamos diferentes psiquiatras en formación, psiquiatras graduados, profesores, terapeutas, psicólogos, enfermeras y estudiantes de medicina y otras carreras de la salud. Todos nosotros considerados “normales”; ninguno de nosotros había jamás asistido a una consulta psiquiátrica para algún problema en particular. Y la profesora hizo un sondeo de cuántos de nosotros teníamos ideas de tipo obsesivo, que en medicina se refieren a pensamientos intrusos, absurdos, exagerados, que tratamos de quitarnos de la cabeza, y que muchas veces requieren de ciertos rituales para hacerlo. Y todos, sin excepción, teníamos ideas obsesivas de algún tipo.
Esto creó en mí un impacto. Realmente lo que nos diferenciaba a los miembros de ese equipo con una persona, un paciente, que padece trastorno obsesivocompulsivo (TOC), es la cantidad. Mientras nosotros poseemos algunas ideas obsesivas, que no afectan mucho nuestro diario vivir, nos consumen muy poco tiempo y no les prestamos atención, una persona con TOC vive estas obsesiones en alta cantidad casi todo el día, todos los días. Por eso, estas ideas afectan su calidad de vida y generan sufrimiento, y por eso es que toma medicamentos, no porque sea diferente de nosotros, porque sea un “loco” o porque sea un ser raro, diferente. Así mismo ocurre con los trastornos depresivos, los trastornos de ansiedad, los trastornos del sueño, entre otros.
Los pacientes que asisten a la consulta psiquiátrica piensan, sienten y viven síntomas que todos nosotros en algún momento también experimentamos, pero los viven en una intensidad, frecuencia y duración que sobrepasa sus estrategias adaptativas y sufren mucho. Todos sentimos tristeza, angustia, ira, alegrías, pasmos por duelos, tenemos nuestras obsesiones, hemos estado perplejos, hemos tenido noches de insomnio, nos aferramos a ideas que nadie cree, hacemos nuestras locuras, nos portamos extraño, y a veces pensamos por fuera de la realidad. Pero cuando estas vivencias sobrepasan un límite, afectando la funcionalidad, el bienestar y la calidad de vida, es cuando las personas requieren nuestra ayuda, para que les ayudemos a reducir los síntomas y a aprender estrategias para superar estas experiencias.
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Guillermo Mendoza Vélez
Médico Psiquiatra, Psicoterapeuta