Aproximación a una ética individual elemental. Entre el ego y los otros

En el presente ensayo, hacemos referencia con un enfoque algo superficial, a una ética individual básica o elemental, o sea, relativa al ego (el yo) en su relación con “los otros” de su entorno específico. En consecuencia, se mantiene una distancia muy grande, en complejidad de contenido y alcance, con una ética general o de alcance social. Por otra parte, hemos juzgado metodológicamente viable, por tratarse del ego y su relación con los demás, tomar como punto de partida e hilo conductor del desarrollo del tema, la consideración de la auto percepción y nuestra percepción de los demás y del mundo: cómo nos percibimos, cómo nos sentimos con nosotros mismos, y cómo nos sentimos en relación con nuestro entorno personal, donde resalta el aspecto de las expectativas en ambos sentidos. No obstante, hay que destacar que este ensayo no pretende ser un tratado de ética; sólo se trata de un conjunto de “consideraciones” que se aproximan a una comprensión de lo ético, a nivel individual.

Auto percepción e historia personal

En cada uno de nosotros los humanos, según nuestro parecer, la vida en cuanto historia personal, es percibida como un fluir de experiencias o vivencias que, junto con las sensaciones asociadas a hechos o acontecimientos, se va entrelazando en una secuencia que se nos presenta como una “línea de continuidad” grabada en nuestra mente a través de los años. Con esta historia, nos identificamos, sentimos que nos pertenece, aún cuando esté relacionada o vinculada con otras historias paralelas o que tienen puntos de conexión con la nuestra. Cada día, nos reconocemos a nosotros mismos, a veces consciente y casi siempre inconscientemente, como alguien que nos resulta “más que familiar”, que “habita” en nuestro propio cuerpo, al cual también percibimos como algo que nos pertenece y que forma un conjunto con nuestra historia personal, y que ambos están lanzados hacia adelante en el tiempo y deben “arreglárselas” no sólo para sobrevivir, sino para alcanzar el sentido de la vida: lo que justifique el esfuerzo y la oportunidad de vivir.

Somos un proceso acumulativo, autocontenido y a la vez abierto hacia el mundo y hacia los demás: que ha venido evolucionando desde fases anteriores, desde la infancia, y que tiene un norte, una orientación hacia lo indefinido, un norte difuso que denominamos “futuro”, algo acerca de lo cual nacen y se desarrollan en nosotros un conjunto de expectativas; ese futuro va convirtiéndose, cada día, en pequeñas dosis, en un presente vivo, actual, a veces grato y alentador, otras veces repetitivo, rutinario, frustrante o decepcionante. También sentimos que hay algo más adelante de ese futuro, que desde una perspectiva de fe, sería la eternidad, algo completamente difuso. Descubrimos en nosotros mismos a alguien que, a partir de esa fuerza interna que nos lanza hacia adelante, nos interpela, reclama, exige e impulsa a la acción y al ensueño. En esto último, la imaginación, como tabla de salvación, cobra un espacio en nuestro ser como un radar de largo alcance que trata de explorar posibilidades en el hoy para el futuro.

El yo, la relación con los demás y el papel de la fe

Vivimos en una continua conexión con los demás y con sus historias personales, algunas veces paralelas, otras veces entremezcladas o entrelazadas superficialmente con la nuestra. Vivimos también entre conceptos o ideas sobre las cosas, entre guías de conducta individual y social, así como realidades o hechos que nos invitan o nos lanzan a actuar en una determinada u “obligada” dirección. A veces, nos sentimos halados, otras veces empujados o compelidos a responder, a reaccionar o actuar libremente, ante la influencia que ejercen sobre nosotros quienes nos rodean o los acontecimientos ordinarios, excepcionales o inesperados. La vida, entonces, se convierte a veces en reacciones o respuestas obligadas y, otras veces, se nos presenta como oportunidad para desplegar nuestra aspiración de ser, de sentir o de vivir “a nuestra manera”, haciendo o expresando lo que queremos hacer o expresar.

Lo que deseamos llegar a ser, lo que aspiramos lograr o lo que queremos encontrar, es para nosotros nuestro “mapa de ruta preferido”, del cual muchas veces nos apartan las personas de nuestro entorno o la fuerza de los acontecimientos, el deber, la tarea. La fe, entendida como la fuerza impulsora de nuestras convicciones, como nuestra “intuición auto direccionada”, ejerce sobre nosotros una influencia decisiva, saludable, como el recurso especial que nos conecta con las buenas posibilidades. La fe nos inspira, nos guía en medio de los aconteceres de la vida, nos ayuda a elegir entre caminos alternativos, a seleccionar entre opciones, a tomar decisiones, a “atrevernos” y a enfrentar los desafíos que el mundo o la vida nos imponen. Sin la fe, viviríamos la vida empujados por la inercia de “la necesidad de hacer o conseguir” o arrastrados por la fuerza de los acontecimientos.

El yo ante la vida: el derecho a ser y vivir

Ese yo que habita en nuestro cuerpo, que se conecta con la vida, con el mundo y los demás seres que mantienen expectativas sobre nosotros, es un ser impulsado por una esperanza, halado por la necesidad o los acontecimientos, o influido por ambas cosas a la vez. A veces, tenemos que dejar a un lado esa esperanza u objetivo inspirador, para someternos a la rutina de la obligación o las exigencias del subsistir. Somos seres de interacciones y de intercambios, ya sean éstos guiados según nuestro “mapa de ruta preferido”, u otras veces según el plan ajeno. Pero, ese ser con una dignidad y nobleza de origen, por su trascendencia espiritual, desea y reclama disfrutar de sus derechos, a la vez de cumplir sus deberes, pues ese ser (nuestro propio yo) merece nuestra propia atención especial, para facilitarle llegar a ser y a vivir, lo que desea ser y vivir.

Dios nos ha creado por amor, y ha creado el mundo para nosotros, para vivir en comunidad armónica con los demás. Y aunque la vida se desenvuelva en una dinámica dialéctica de disfrute y dolor, de obligaciones y derechos, cada uno de nosotros posee la facultad y el privilegio, que se conquista con esfuerzo y dedicación, de elegir entre opciones con sana autonomía, para procurarnos el espacio y las condiciones favorables para una realización feliz.

Sentimos a veces que la vida se nos escapa de las manos, que vivimos más para el cumplimiento del deber que para el logro de la felicidad posible. En tal sentido, se concibe la asertividad como el derecho a reclamar y a luchar por una vida de bienestar y disfrute, en el marco del respeto al derecho ajeno, practicando la generosidad sin descuidar al propio yo, quien merece como los demás vivir una vida digna y alcanzar, hasta donde sea viable, la felicidad posible. No por casualidad el mandamiento del amor declara: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. El “yo mismo” adquiere así, en el ámbito sagrado, una respetable cualidad de referente para el amor, como una medida de lo que dar a los demás y lo que darnos a nosotros mismos.

Aún, en una perspectiva de fe, la continuidad de la vida en la eternidad y la esperanza de encontrar en ésta una realización feliz, según los méritos alcanzados en la vida terrenal, no significa que lo sensato sólo sea enfatizar el cumplimiento de deberes, desdeñando la procura de momentos felices asociados al disfrute de “lo netamente humano”, porque la misma presencia en el mundo de tantas condiciones generadoras de disfrute alcanzable por los sentidos básicos (vista, oído, tacto, gusto y olfato) nos indican que el mismo Dios ha querido, en su diseño del mundo y la vida, que tales condiciones sean aprovechables y disfrutadas por los humanos, dentro de un esquema de balance justo con el derecho ajeno de disfrutar también de tales condiciones.

El yo, su historia personal y la ética: diversos caminos y vocaciones

La observación de la realidad y la consideración de la Historia, parece indicarnos que, en los seres humanos, las inclinaciones personales individuales, ya sean éstas preferencias, talentos, vocación o tendencias, nos llevan a cada cual por distintos caminos de realización personal: a unos más hacia lo netamente humano y a otros hacia la trascendencia espiritual.

Responde esta encuesta sobre consumo de redes sociales. Nos ayudará a brindarte mejor información.

¿Usas sitios de redes sociales para encontrar información académica o laboral?*

¿Usas sitios de redes sociales para encontrar información académica o laboral?*

¿Qué sitios de redes sociales utilizas para investigación académica o laboral*

¿Qué sitios de redes sociales utilizas para investigación académica o laboral*

Puedes seleccionar las opciones que quieras.

Que tipo de dispositivo usas al utilizar redes sociales*

Que tipo de dispositivo usas al utilizar redes sociales*

¿Cuántas cuentas de redes sociales tienes?*

¿Cuántas cuentas de redes sociales tienes?*

¿Cuántas horas a la semana le dedicas a las redes sociales?*

¿Cuántas horas a la semana le dedicas a las redes sociales?*

Aparentemente, las historias personales individuales estarían guiadas, además del tipo de personalidad (lo genético, lo hormonal o electroquímico), por la caracterización espiritual de cada quien, siendo entonces unos más orientados a lo sublime y trascendente, y otros más hacia lo terrenal y concreto. Algunos honorables seres, dedicados a la vida ascética o de elevación espiritual, quienes focalizan y desarrollan su vida en torno a lo trascendente y eterno, desdeñando “lo netamente humano” o terrenal como carente de sentido, sin duda alguna, merecen nuestro especial respeto y admiración, en reconocimiento a su pertenencia a ese selecto grupo de personas que han establecido un muy noble y loable compromiso de entrega a Dios, “más allá de todo límite”. No obstante, su ejemplo, aunque inspirador de grandes ideas, así como su trascendencia espiritual, no puede pretenderse que sea una propuesta viable para otras personas, quienes poseen una caracterización espiritual menos elevada y un proyecto de vida más terrenal.

Así como lo espiritual y trascendente es humano, en su dimensión más elevada, lo terrenal o secular también es humano, y también puede ser loable toda vez que responda a un esquema de conductas justo y socialmente aceptable. En consecuencia, no debe desprestigiarse el tipo de vida elegido por quienes se vinculan más hacia lo terrenal, la mayoría, porque no todos estamos llamados a integrar la tribu de Leví, la casta sacerdotal de Israel. No se trata, dentro de un enfoque o valoración simplista, de que unos escogen para sí lo sublime y trascendente, y otros escogen lo vulgar, mediocre u ordinario, sino que el mismo Creador ha puesto en nosotros gran diversidad de dones e inclinaciones personales, pues se requiere tanto de quien se dedique al noble servicio del altar, como del hombre rudo que empuñe el arado para abrir los surcos necesarios para la siembra.

Todo ethos (código de ética) debe ser coherente y viable. Esto quiere decir que, además de inspirador hacia el logro de una sociedad eficiente, justa y armónica, debe poder ser aplicable en el día-a-día. Para ello debe ser también “saludable”, lo cual implica facilitar el disfrute, por todos y cada uno, según su propia caracterización personal e interés individual, de las condiciones generadoras de bienestar y felicidad. La vida personal, en lo netamente terreno, se desenvuelve entre dos extremos: el egoísmo (amor a sí mismo) y la generosidad (amor a los demás); pero, no existe un punto intermedio o “balance justo” que sea aplicable a todos por igual; el punto adecuado lo encontraría cada quien, según su propia conciencia y en línea con su “cuadro situacional específico” (dónde está en tiempo-espacio, con quiénes y su relación con éstos), y con su propio “mapa de ruta” (tipo de vida escogida; deberes y derechos de estado).

El relativismo: un serio problema actual

Aunque el relativismo es un tema que ejerce influencia más decisiva o directa sobre una ética pretendidamente general o de alcance social, lo tratamos en estas “consideraciones” sobre ética personal elemental, en cuanto a lo que pueda iluminar nuestra conciencia sobre la legitimidad de las diversas opciones de vida y nuestras decisiones individuales. Hay que destacar que el relativismo nada tiene que ver con la relatividad presente en el mundo físico y la consiguiente teoría desarrollada por Einstein.

El relativismo no es una teoría filosófica, es una actitud ante la vida y el mundo fundamentada en la tesis del carácter relativo o condicionado de la moral o del conocimiento, derivada, en parte, de la barrera kantiana (aún en discusión por parte de reconocidos filósofos) a la posibilidad de obtener conocimiento acerca de lo que no es posible observar: si no es posible llegar a un conocimiento confiable de la verdad (por ejemplo, en torno a la ética), entonces cualquier cosa puede ser válida. “Todo es relativo” es una frase trivial, que se emplea muy a la ligera, y con ella se pretende justificar cualquier cosa. El relativismo ha estado ejerciendo una influencia perniciosa en lo jurídico (fundamentación o justificación de leyes) y en lo sociocultural (justificación de conductas sociales o hechos, tales como el aborto y otras tantas cosas antes socialmente inaceptables). Por encima del relativismo, como tesis esgrimida para justificar una u otra cosa, está y debe prevalecer un conjunto de conceptos nobles, que en tal sentido han adquirido históricamente el carácter de institucionalidad en lo jurídico, derivados de nuestra experiencia vivencial de la vida, especialmente en lo comunitario, y la observación consciente del cosmos. Tales conceptos, derivados de nociones humano-empíricas, son: orden, armonía, equilibrio, justicia, diversidad-diferenciación, complementariedad, entre otros.

¿Un supra orden o estructura superior subyacente?

Cuando consideramos los conceptos de orden, equilibrio, amor y justicia, ante sus contrarios (desorden, desequilibrio, odio e injusticia), aparece un claro elemento diferenciador entre ambos conjuntos: el valor o la valoración que los humanos le asignamos a los mismos. El valor surge como resultado de experimentar en nuestra vida el significado de cada par de conceptos, así como (a nivel teórico) al definir cada concepto “contrario”. Por ejemplo, al definir “desorden”, se hace inevitablemente referencia al orden (desorden: carencia de orden), y al compararlos, su significado nos impacta en un sentido positivo o negativo. El cómo nos impacta se traduce en el valor, no sólo del concepto, sino de su concreción en nuestra vida. Esto sugiere, la noción de “supra orden o estructura superior subyacente” del universo, “orientada con un sentido positivo”. Esta noción es reforzada por nuestra humana capacidad valorativa, por lo cual no resulta nada difícil lograr consenso o el respaldo de la gente, sean de una u otra cultura, en cuanto a favorecer condiciones asociadas a los conceptos de orden, equilibrio, justicia y amor.

Cita esta página

Benítez R Jorge L.. (2010, julio 14). Aproximación a una ética individual elemental. Entre el ego y los otros. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/aproximacion-etica-individual-elemental/
Benítez R Jorge L.. "Aproximación a una ética individual elemental. Entre el ego y los otros". gestiopolis. 14 julio 2010. Web. <https://www.gestiopolis.com/aproximacion-etica-individual-elemental/>.
Benítez R Jorge L.. "Aproximación a una ética individual elemental. Entre el ego y los otros". gestiopolis. julio 14, 2010. Consultado el . https://www.gestiopolis.com/aproximacion-etica-individual-elemental/.
Benítez R Jorge L.. Aproximación a una ética individual elemental. Entre el ego y los otros [en línea]. <https://www.gestiopolis.com/aproximacion-etica-individual-elemental/> [Citado el ].
Copiar

Escrito por:

Imagen del encabezado cortesía de vinothchandar en Flickr