Asumir la rectoría de un colegio oficial grande con unas condiciones muy particulares al mismo tiempo que se asume a una ciudad como el Distrito Capital, proviniendo de una región lejana y con otras costumbres, como es Cali y el Valle, implicó para mí un reto que me producía ansiedad, emoción, expectativa y, por qué no, un poco de desazón. El propósito era lograrlo y tener éxito, sabiendo que no era una tarea fácil. Sólo tenía claro que primero debía entender el significado y compromiso del rol que asumía e iniciar mi trabajo como se inicia cualquier proceso de investigación: observando la realidad.
En los últimos años y como consecuencia de los cambios que se han dado en el mundo y a los que no ha sido ajena la educación, el rol del directivo docente se ha redefinido incluyendo nuevas responsabilidades ajustadas a nuevos paradigmas de administración y con la exigencia de nuevos perfiles para quienes ejercen cargos directivos en las instituciones oficiales. La ley 115 de 1.994, con su filosofía de la participación y con el reto de construcción de Proyectos Educativos generó una nueva dinámica en las instituciones oficiales en las que se construyen y proponen muchas cosas; la experiencia, sin embargo, ha mostrado que muchas propuestas excelentes se quedan en el papel, mueren en el camino o su implementación no corresponde a la intencionalidad inicial. En algunos nuevos colegios, producto de las fusiones, se evidencian islas, esfuerzos aislados, poco sentido de pertenencia, debilidad del grupo como comunidad educativa, ausencia de un verdadero liderazgo. Si bien es cierto que un buen equipo humano es suficiente para sacar adelante un proyecto, también lo es el hecho que ese equipo necesita un ambiente adecuado, quién mantenga el horizonte, en quién creer, en quién confiar, por qué luchar y es aquí donde se marca la diferencia entre unos o otros colegios.
Ser rector induce a pensar en autoridad, poder, política, consenso, participación, compromiso. Asumir, deconstruir y vivenciar estos conceptos, en una adecuada dimensión, puede establecer la diferencia entre una gestión exitosa y otra irrelevante o nociva para la institución educativa. Con una mirada autocrítica y propositiva sobre el estilo de liderazgo del rector y su incidencia en el clima institucional, pretendo sustentar la afirmación de que el rol del directivo-rector constituye un ejercicio de autoridad y poder, en un escenario político y que este ejercicio puede transformar la institución positiva o negativamente, independiente de las condiciones del resto del equipo humano. A esta conclusión he llegado después de aplicar una estrategia de reflexión sobre la praxis directiva cotidiana, que me permitió darle sentido a mi trabajo, analizarlo, argumentarlo y plantear una propuesta de acción que ha generado como resultado una mejora significativa en el clima institucional y, por supuesto, en los procesos que adelantamos.
La tesis planteada se basa en las siguientes premisas, validadas durante tres años de observación interna y participante y en los que puse a prueba una propuesta de acción que esperaba me condujera a un cambio de cultura en la institución a mi cargo:
1. Cualquier equipo humano y de esto no se excluyen docentes, coordinadores y administrativos esperan de quien los dirija calidad humana, como primer requisito.
Esta afirmación parece evidente. Para nuestro caso está sustentada en el sondeo realizado al iniciar mi gestión como rectora:
Al concluir mi reunión de presentación y como una estrategia administrativa que había leído en alguna parte, le solicité a docentes (138) y orientadoras
(4), diligenciaran de manera individual la columna derecha de la siguiente matriz:
Rol del docente
La intención era conocer las expectativas con relación a mi llegada y contrastarlas con mis propósitos de trabajo. Esperaba encontrar un listado de competencias, no sólo personales, sino pedagógicas, administrativas, gerenciales. Algunos de los resultados de la celda IV, en su orden, fueron:
Actitudes o acciones esperadas de un docente
(*) Sondeo realizado en mayo de 2006 en el Colegio Grancolombiano-Bosa-Bogotá.
Como puede observarse, los ítems con mayor porcentaje corresponden a actitudes y valores personales, lo que no está fuera de contexto: en cualquier interacción humana lo primero que queremos sentir es calidad humana.
No bastaba, sin embargo, conocer estas expectativas, durante un mes de observación logré conocer, mediante diálogo informal con compañeros maestros, coordinadores, secretarias y aún estudiantes, las ideologías, rituales y relaciones que se daban en la comunidad para entender que “ser una buena persona” no bastaba, lo que condujo a mi segunda premisa:
2. La calidad humana es la primera exigencia para una gestión directiva exitosa, pero si ésta no va acompañada de una adecuada concepción y praxis de los conceptos de autoridad y poder, aquella pierde su relevancia, el directivo no puede lograr un clima institucional que favorezca el compromiso, ni mucho menos puede contribuir al mejoramiento y progreso de la institución.
Autoridad, poder… pensar en uno nos lleva irremediablemente al otro. En un proceso de deconstrucción1 planteé como un interrogante: ¿Cómo se asumen y cómo se vivencian estos conceptos para que su ejercicio, inherente al ser directivo, contribuya a mejorar la cultura y fortalecer el sentido de compromiso en el colegio? “En la educación no sólo circulan relaciones con el conocimiento, sino que se definen y propagan relaciones de poder que es necesario develar y analizar, en especial cuando se busca imprimir a tales prácticas su sentido de transformación de la realidad con una determinada perspectiva de desarrollo”2. No sólo era necesario reflexionar sobre el concepto de poder, ligado a éste, en uno otro sentido, se encuentra el de autoridad:
Pero, ¿cuál es el significado etimológico del término autoridad? Habría un primer significado, vinculado con el vocablo autoritas, que se relaciona con el saber, es decir, con una visión platónica, cuando nos referimos al reconocimiento que hacemos de alguien por su sapiencia y su dominio sobre algún aspecto de la realidad; es la autoridad del sabio, del pensador, del científico o de alguien con una cultura destacada Este término era comúnmente concebido en Roma como parte de una trilogía que incluía la religión y la tradición y proviene del verbo augure que significa aumentar (Arendt 1968, p. 121-5). En este primer significado, se considera «que los que están en posición de la autoridad hacen cumplir, confirman o sancionan una línea de acción o de pensamiento» (Sartori, 1989, p. 230). Un documento de estudio sobre el concepto de autoridad, realizado en México en 19933 expresa:
“En el sentido moderno del término, la autoridad se ha definido de varias formas: como atributo de una persona, cargo u oficio que otorga un derecho a dar órdenes; como una relación entre los cargos de superior y subordinado; como una cualidad que hace que una orden se cumpla, y como base de un comportamiento (Peabody, 1975).
Además de la variedad de definiciones, el concepto de autoridad también se puede abordar desde varios niveles. En la amplitud del ámbito sociológico existen varias relaciones que pueden ser consideradas de autoridad: dentro de una organización administrativa, dentro del gobierno o corno autoridad académica (en este último sentido es sinónimo de «preparación» o «competencia»).”
En el XXV Seminario Interdisciplinario: La Autoestima a Debate, Frances Marc A.V. afirmaba: “Max Weber, considerado el padre de la ciencia política moderna, distingue tres tipos de autoridad: una autoridad mágicotradicional, que proviene de legitimaciones ancestrales –el caso más típico es la monarquía–; una autoridad carismática vinculada con los liderajes especiales, que habitualmente coinciden con períodos históricos de cambio o épocas de revolución –por ejemplo, el subcomandante Marcos en la actualidad o el Che Guevara, en su momento–, y finalmente, una autoridad legalracional, que es la más propia de una sociedad democrática abierta, donde todo está legitimado por las leyes y la norma codificada, aceptada y asumida por todo el mundo a partir del pacto.
También, y fuera de la teoría de Max Weber, se distingue un cuarto tipo de autoridad que tiene mucha importancia en la compleja sociedad actual, que es la que se deriva de los técnicos, lo que conocemos como la burocracia.
Atendiendo que la política tiene un alto nivel de especialización en aquello que se denominan «políticas» que se tienen que aplicar, los políticos derivan responsabilidades en los técnicos y esto da autoridad a estos últimos.
Por otro lado, hay un subproducto perverso de la autoridad que es el autoritarismo. Remite a una negación de las libertades y antepone el concepto de dominio. Hay teóricos del autoritarismo como, Carl Schmitt, que es un pensador que fascina por igual a los antiliberales de izquierda y a los antiliberales de derecha. Curiosamente, Schmitt puede servir tanto para dar la razón a los fascistas como a los radicales alterglobalizadores, dos movimientos que son, en esencia, antiliberales, antidemocráticos, mesiánicos y totalitarios.”
“… En el campo filosofía política se vincula la autoridad con la cuestión de la libertad:… la libertad verdadera acepta la autoridad de la misma forma que la autoridad verdadera reconoce la libertad. La libertad que no reconoce / autoridad es una libertad arbitraria, licencia, no libertas. Viceversa, la autoridad que no reconoce la libertad es autoritarismo.”(Sartori, 1989,p236)
El estudio de la cita 3 concluye que : “Tanto en la sociología como en la ciencia política, el tratamiento de la autoridad frecuentemente se vincula con otros conceptos, como los de poder, influencia y liderazgo (Peabody: 1975; otros autores también consideran el concepto de competencia, como Biersted, 1964,).”
Vemos entonces que hay una línea sutil que separa estos dos conceptos:
Pensar en autoridad nos conduce a reflexionar sobre el poder; el primero puede ser una forma del segundo, cuando se convierte en el método que utilizamos para obligar a otros a hacer unas determinadas cosas. Una persona puede tener poder sin autoridad (es el caso de los dictadores), o, lo que es más difícil, tener autoridad sin poder (fue el caso de Bush y USA, en Irak), pero “cuando no se puede ejercer el poder, se pierde la autoridad”.
Ya en el plano educativo, referido específicamente al rol de directivo-rector, vemos que el ejercicio del poder y la autoridad tipifica a mi modo de ver, a los rectores:
“crisis de autoridad, crisis de poder.”
– El rector-dictador: Su justificación o explicación común es: “porque soy el rector”. Esta es una de las formas perversas de autoridad, que deriva en autoritarismo. En este caso la carencia de argumentos validos hace que realice un intento de ejercer poder sin autoridad y como el rector, a diferencia del dictador, no dispone del recurso de la fuerza para hacer efectivo su mandato, los objetivos no se cumplen, se cumplen a medias y la posición de los demás es reactiva, por tanto, no hay compromiso, no hay cohesión de equipo, no es posible fortalecer una cultura de trabajo con calidad.
– El rector-burócrata: Concibe la autoridad por la delegación que las condiciones políticas le han dado. Es el que “tiene muy buenas palancas”, este argumento hace que en la mayoría de los casos los docentes, coordinadores, orientadoras y personal administrativo terminen por hacer lo que dice, por miedo a que sus influencias les compliquen la vida.
Afortunadamente la legislación actual no permite que prospere este tipo de directivo, pero todavía hay quienes lo sufren, entre ellos los empleados nuevos, que no tienen muy claro sus derechos o que su tipo de contrato los hace vulnerables. En este caso ejerce un tipo de autoridad y poder que no es legítima y que conduce a vicios y deformación de la cultura institucional; en su equipo de trabajo encontramos a los que se acomodan o no lo cuestionan porque son del mismo grupo político y están los demás, resentidos o simplemente indiferentes. Bajo este tipo de dirección no es posible construir comunidad y por tanto, no hay posibilidad de progreso. No significa esto que el “tener palancas” descalifique la acción de un rector, me refiero específicamente al que fundamenta su poder en ese hecho.
– El rector-buenagente: No es un dictador, ni es un burócrata, pero tampoco ha hecho conciencia de lo que significa autoridad y poder, en ninguna dimensión. Su institución marcha a la deriva y sólo cuando tiene la fortuna de que no haya vientos fuertes ésta subsiste sin que colapse. En este contexto todos hacen lo que quieren. Si cuenta con la fortuna de un equipo comprometido y responsable, ni siquiera se notarán sus carencias, pero como es casi imposible un compromiso del 100%, se irán formando grietas que tarde o temprano acabarán haciendo evidente la ausencia de dirección. A mi modo de ver puede ser más nocivo que el dictador o el burócrata.
– El rector-líder: Lo consideraría el estado ideal en el ejercicio de la autoridad y el poder desde una rectoría y, como todo ideal, puede que no exista, pero conozco excelentes aproximaciones. Aquí la autoridad está ligada al concepto de democracia, se asocia a la persuasión, se relaciona con el compromiso y el respeto que se construye, no desde la imposición, la intimidación o el chantaje, sino desde el ejemplo, desde la convicción de los otros de que hay una autoridad, concebida como saber- autoritas-, una autoridad que, de acuerdo con la clasificación de Weber, combina lo carismático, con la legalidad-racional producto de un pacto aceptado y asumido por todos. Aquí se da el consenso, más no la anarquía; se respeta al individuo, pero se trabaja para el bien colectivo, se ejerce autoridad y poder legítimo.
“Puede comprarse el tiempo de la gente…, pero su devoción y su entusiasmo no se pueden comprar, su pasión y compromiso no se pueden negociar, ¡ésos hay que ganárselos!” C. Thomas.
Cabe aquí añadir que el rector legitima su autoridad, no por la investidura formal y burocrática del cargo, sino porque se desempeña como un sujeto que tiene como imperativo el proponer e implementar estrategias que favorezcan la formación de los niños, niñas y jóvenes, el crecimiento personal y profesional de docentes, coordinadores, orientadores y administrativos y cuando además, con su ser y hacer fortalece el sentido de comunidad e interviene para transformar la realidad, lo que conduce a la tercera premisa:
3. El adecuado ejercicio de la autoridad y el poder, que se traduzca en un mejoramiento de la cultura y por ende en un progreso de la institución, sólo es posible si el directivo se asume como sujeto político y entiende y asume la política como habilidad y oportunidad de servicio.
Para sustentar esta premisa hay que pensar en el concepto de política y en la perspectiva política de la institución educativa:
La palabra política, en primera instancia tiene una connotación asociada al poder muchas veces sin autoridad, a la politiquería y a los cargos públicos, lo que hace que se convierta en un término aversivo para quienes no gustan de la manipulación que de esto se infiere. Siendo estrictos, la mayoría de nuestras acciones son políticas, por ello es importante clarificar la concepción de política en el contexto educativo y más específicamente en el que ubica al rector como sujeto político:
La política puede entenderse como:
Dominio: Se asocia al enfrentamiento de grupos o individuos, con miras a alcanzar algún tipo de poder. (campañas electorales, sindicatos)
Programa de acción: Cuando se toman decisiones y se ejecutan acciones expresas, con un propósito de intervenir o transformar la realidad.
Habilidad: Se refiere a la capacidad propia de algunos sujetos para imponer como hegemónicos sus concepciones, intereses y propósitos, sin tener que recurrir a la fuerza.
Asumiendo entonces la política como programa de acción, el rector es entonces un sujeto político, dado que debe ejercer el poder y la autoridad como resultados de un consenso, producto de un pacto aceptado y asumido por todos y que resulta de su habilidad para persuadir. La reflexión sobre el qué, el por qué y el para qué de la acción directiva es expresión de una acción política y evidencia una postura política. De otra parte, política y autoridad se relacionan “En el campo estrictamente político, la cuestión de la autoridad ha sido abordada en dos dimensiones: en el terreno abstracto de la filosofía política (Platón, Aristóteles, MacKiver y otros), donde frecuentemente el tratamiento de la autoridad se ha vinculado con la cuestión de la libertad y la soberanía, y en el nivel más concreto de la ciencia política de los siglos XIX y XX, que se ha preocupado por el problema de la distribución y de las diversas modalidades del que adquiere el ejercicio de la autoridad (por ejemplo, tipos de autoridad en Weber).”4
Ahora bien, el escenario político del rector no sólo es la escuela, sino toda la comunidad sobre la que influye y que a su vez influye en ésta: “…Desde nuestro punto de vista, considerar a la escuela como un sistema político nos permite entenderla como una institucional menos racional y burocrática de lo que tradicionalmente se ha creído que era… aunque hay que reconocer que resulta difícil delimitar la frontera entre las acciones políticas y las culturales que aparecen en las prácticas escolares.
Por tanto, en la escuela se desarrollan, por una parte, dinámicas micropolíticas (repartos de poder, conflictos, negociaciones, coaliciones) y, por otra, dinámicas políticas porque “la escuela desempeña, a través de sus prácticas y relaciones, un papel ideológico dentro del contexto sociocultural en el que está inmersa”(González,1990:39)”.5 La adecuada orientación de ambas dinámicas no es ajena al rector, yo diría que de él depende que éstas contribuyan a construir el tejido social y cultural que hará de la institución educativa un agente transformador de la realidad.
No puede desligarse la acción directiva de la política, porque “la educación es un hecho político y adquiere el carácter de una acción política” y “No puede pensarse el acto político sin referirlo al acto educacional, porque todo acto educativo es por naturaleza un acto político.” (Freire).
Concluiría diciendo que el adecuado ejercicio del poder y la autoridad por parte del rector, en un escenario de política como habilidad y plan de acción, favorece la construcción de una cultura institucional enfocada hacia el mejoramiento continuo de los procesos que el colegio adelanta. El rol de directivo, como cualquier encargo político, debe asumirse como una oportunidad de servicio, como la posibilidad de trascender y dejar una huella que la comunidad se empeñe en conservar, éste debe ser nuestro reto, si queremos que, cuando nos bajemos del tren, alguien extrañe nuestro espacio vacío.
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1 Para mí fueron de gran apoyo las sesiones del Diplomado en Liderazgo Pedagógico realizado en la U. Pedagógica, espacios de reflexión que eran como “el recreo” para nosotros, los rectores que asistíamos.
2 En: Módulo 1: Educación y contexto Socio-Político. Alberto Martínez Boom y Juan Carlos Orozco. Diplomado en Liderazgo Pedagógico. U. Pedagógica Nacional.- Alcaldía mayor de Bogotá y secretaría de Educación. 2006
3 Estudios Filosofía-Historia-Letras. Otoño 1993- El concepto de autoridad. En: www.biblioteca.itam.mx/
4 En el texto citado. México 1993
5 En: Módulo 3. Políticas educativas distritales: Una mirada desde la Pedagogía. Piedad Ortega Valencia. Diplomado en Liderazgo Pedagógico. U. Pedagógica Nacional, Alcaldía de Bogotá, Secretaría de Educación. 2006.