Los líderes populistas actuales emplean una serie de estrategias contenidas en una suerte de guión, un “script” o “story”, como los de una película, sí, un auténtico libreto escrito por él o alguien de antemano. Además, es un libreto que se repite a sí mismo. Es por ello que, quienes padecemos este sistema desde hace casi dos décadas en Venezuela, podemos anticipar muchos hechos antes de que sucedan o se hagan del conocimiento público. Así que las medidas y acciones que ha tomado el Sr Trump nos resultan familiares y, desde que lo vimos en la campaña electoral, sus actuaciones no nos han caído por sorpresa. La sorpresa es que estas cosas puedan suceder en la primera potencia del mundo.
Es bueno recordar que casi todos los políticos y presidentes emplean métodos populistas para ganar elecciones. Para diferenciar al populista objeto del presente estudio, lo denominaré populista-radical, sobreentendiendo que cuando hablo de populistas me refiero a éstos, quienes llegan al poder con un plan preconcebido, radical y no revelado al electorado en su totalidad o al menos oculto en algunas de sus partes. El populista radical utiliza los mecanismos que le ofrece la democracia para alcanzar el poder, pero con el tiempo entra en una relación ambigua con ella a fin de eternizarse en el gobierno, como está sucediendo en varios países latinoamericanos. Éstos líderes atornillados a la silla presidencial siguen mencionando el voto, aunque de facto los regímenes que representan dejan de ser democráticos.
Volviendo sobre el “story” del gobernante populista, ya lo dije en el artículo anterior, basa su éxito en su don de comunicación, es consciente de su capacidad de agitar a grandes multitudes, es irreverente, autoritario, impúdico y sabe cómo enardecer las masas con su verbo. Algunos de éstos rasgos son innatos y otros adquiridos como lo hace un actor cuando estudia su rol para ejecutar una representación sobre el escenario. El populista también aprende su papel y adquiere unas características histriónicas que repite a lo largo de su gestión, utilizando el lenguaje oral, corporal y facial, dirigido tanto al público interno como al externo. Su objetivo es atraer simpatías y empatías de sus seguidores y sobre todo para hacer el “guión” creíble al auditorio, manteniendo su narrativa en el plano emocional, puesto que lo afirmado casi siempre es rebatible con facilidad en el plano racional, al cual teme y rehúye, refugiándose en su zona de confort, tal como lo impone su papel. Esto es fácil de observar en las ruedas de prensa en las que no da las respuestas requeridas por los comunicadores, sustituyéndolas con excesos de adjetivos, frases vacías o directamente con la descalificación y la ofensa del emisor de la pregunta.
El caudillo construye la relación emocional con sus adeptos mediante una retórica que apela al resentimiento nacionalista, económico, racial o religioso, hurgando en el inconsciente colectivo, como veremos con más profundidad en un próximo artículo. La relación emocional asegura al líder la dependencia de sus seguidores, y si a ello sumamos las técnicas divisionistas, cuyos efectos desembocan invariablemente en la fanatización de los seguidores, y por reacción la de sus opositores, generándose un odio que puede llegar a penetrar el seno familiar. El fanatismo hará que un buen número de adeptos mantenga su lealtad al líder hasta en las mayores adversidades y ante los más descabellados resultados de su gestión, lo cual, desde la perspectiva del análisis racional, es imposible entender.
Entre las acciones clave del libreto encontramos el rechazo a los políticos y a la vieja política, a fin de desmarcarse de ellos, quienes se encuentran en franco desprestigio a la llegada del nuevo mesías. En su discurso contra los políticos, el caudillo, a quien en poco tiempo se le atribuyen características metahumanas, introduce hábilmente en el mismo saco a “malos” y “buenos” con todos sus matices intermedios. También ocurre algo similar contra las instituciones públicas existentes y hasta la historia nacional misma, las cuales intentará deconstruir en la mente de la población, bien sea con artilugios, medidas coercitivas, censura, amenaza o sencillos efectismos como cambiar nombres, logos, imágenes, horarios y otros aspectos poco relevantes, que recuerdan la técnica narrada por Lampedusa en su “Gatopardo”: “cambiar algo para que nada cambie”. Pero, lo que sí cambia en verdad y de manera radical, es la élite que se instala en el poder, en desmedro de la vieja élite desplazada, pero no lo que se prometió cambiar, que en su esencia sigue igual o peor como lo encontró el carismático líder. El gatopardismo, así como la comunicación permanente, se utilizan para suplir la falta de acción y mantener la ilusión de que todo el tiempo se está trabajando a favor de los adláteres. El éxito de la relación entre el gobernante radical y sus seguidores también viene dado por la movilización de éstos a fin de ponerlos en acción y empoderarlos, o cuando menos crearles esa ilusión. Todo forma parte del guión o “story”.
Soplan vientos de populismo en todo el planeta, por ello el tema adquiere especial relevancia, puesto que es más fácil luchar contra algo que se conoce que contra algo que se imagina.