Hemos seleccionado por su interés este interesante artículo sobre la red de redes de la revista INNOVACIÓN (de la escuela de Negocios de la E.O.I.), escrito por su director Antonio Cordón y reproducido con su permiso. El subrayado es nuestro.
Carta del Director: Antonio Cordón
El mundo virtual ha crecido más allá de lo que se podía soñar cuando se comenzaron a conectar los ordenadores de unas pocas universidades norteamericanas. Nos rodea con una malla inabarcable de nodos y conexiones en la que suceden cada instante millones de transacciones que no tienen en cuanta fronteras ni límites. Ni geográficos ni legales.
Lo que al principio era un agregado amigable de científicos y técnicos que buscaban una mayor efectividad en sus respectivos trabajos, se ha convertido con el tiempo en un magma ingobernable en el que se den cita todo tipo de interesas. Los legítimos y los que no lo son.
Un mundo, por otra parte, en el que hemos de aceptar que nuestros supuestos interlocutores son quienes dicen ser y en el que tenemos que confiar en que las cosas salgan bien sin otra garantía que el pensamiento bienintencionado de que nadie quiere hacernos ningún mal.
A cambio, la red es el mundo abierto. El lugar en el que se pueden cumplir los sueños, un ámbito de libertad como nunca se había conseguido en la historia de la humanidad.
Un lugar de encuentro para las distintas culturas. Un escaparate universal en el que una pequeña empresa de un pueblo perdido en una provincia lejana puede vender sus productos en todo el orbe. Un ámbito de intercambios que enriquece y nutre los sistemas de innovación. Una meca en suma para el encuentro de todos los que sueñan con un mundo sin fronteras.
Frente a esta doble lectura de un mismo fenómeno comienzan a polarizarse dos escuelas de pensamiento. La primera, la de los que piensan que sin orden la red se están convirtiendo en un territorio de caza para mafias de todo tipo, y la segunda, la escuela de los que piensan que la red es el ámbito de la libertad y del dominio de los ciudadanos sobre los gobiernos y las grandes corporaciones.
No hay duda de que la extensión de la red y la consiguiente invasión consecutiva de más y más ámbitos de la vida cotidiana está generando retos de forma permanente, y que nos encontramos en muchos casos con que la sociedad carece de herramientas e incluso de la capacidad para enjuiciar los fenómenos que suceden.
No es menos cierto que el derecho comienza a dar respuestas, y que la movilización cada vez más consciente de los pensadores de la primera escuela, está generando por lo menos el interés de los poderes públicos, que comienzan a darse cuenta de que no sólo se ha de legislar para el mundo físico, cuando tanta de la actividad fundamental de nuestra sociedad pasa por el entorno de lo virtual.
La escuela de pensamiento de la libertad o, tal vez deberíamos decir, la escuela de los nuevos libertarios, es muy poderosa. Sus mensajes han calado profundamente en una parte sustancial de las generaciones más jóvenes, que se han acostumbrado a pensar en el mundo virtual como en una especie de edén paradisíaco donde todo es accesible y gratuito. No es posible ignorar esta escuela de pensamiento que hunde sus raíces en la mismísima contracultura de los años sesenta que, no hay que olvidar, fue en el entorno de pensamiento natural de muchos de los creadores de la microinformática y de la propia red.
En este número de Innovación dedicamos una parte sustancial de sus contenidos a introducir esta polémica: ¿de quién son las ideas?, ¿de la gente que las usa o de la gente que las creó? No es una polémica fácil, puesto que ambas escuelas de pensamiento tienen las ideas bastante claras, y como se puede leer en los artículos españoles que hemos añadido a los originales del MIT, las cuestiones se vuelven más perentorias cuando hablamos de asuntos concretos, ya sean los derechos de los autores, o la patentabilidad de las innovaciones con base de software.
Como tantas veces en la historia de la humanidad, la dialéctica entre el orden y la libertad exige pronunciamientos fundamentales claros y un sentido de la responsabilidad que sirva para ajustar las dosis necesarias e imprescindibles de ambos factores para que la sociedad progrese básicamente en un sentido correcto.
No hay duda ninguna de que la libre circulación de las ideas y de los bienes es la base de la riqueza de las naciones, pero igualmente es más que evidente que el otro pilar del desarrollo de las sociedades es el derecho de las personas a que sus propiedades sean respetadas. La red se ha convertido cada vez más en un territorio en el que demasiadas veces los piratas y los corsarios son los dueños de la situación.
El edén de libertades sin límite, paradigma de los deseos de tantos millones de navegantes de la red, se está transformando de forma inquietante en una selva virgen llena de peligros que hay que atravesar con escoltas y porteadores.
Si queremos que las nuevas rutas comerciales permanezcan abiertas, no tendremos más remedio que establecer normas, procedimientos y guardianes.
La rea de la libertad sin límites en la red puede estar tocando a su fin. ¿Deberíamos lamentarnos por ello?