Ante los permanentes cambios sociales y culturales que se producen en cada sociedad, empiezan a repercutir nuevos riesgos en la salud laboral de los docentes. Inquietantes desafíos se suman al amplio rango de su abarcativo rol. Ocupados en sostener el nivel de sus conocimientos, la renovación de sus estrategia, el enriquecimiento de sus aptitudes, deben ahora disponer de una fortaleza emocional que les permita vivenciar y llegar a controlar situaciones de desborde, de reclamos, de conflictos, de amenazas y hasta de agresiones.
El afecto, la autoridad, la confianza y hasta la convivencia sana deben cultivarse y cuidarse diariamente. Hace tiempo la figura del docente tenia brillo propio y los alumnos, la familia y la comunidad toda, sentían un profundo respeto hacia él, la imagen de la maestra se ilustraba como la mano que nos ofrecía el mejor camino en nuestro transito por los estudios. Ahora parece que todos somos jueces permanentes, habilitados para juzgar y condenar, para criticar, cuestionar y opinar.
Relacionarse con los alumnos, sostener su atención, motivarlos y lograr la confianza de ellos y su entorno, son permanentes motivos de preocupación que llevan al docente al replanteo frente a las nuevas necesidades que van en aumento y se encuentran sin resolver desde la formación y desde la organización de las instituciones.
Las afecciones típicas encontradas por médicos conocedores de las licencias más solicitadas por los docentes son: varices en piernas, disfonías, hipertensión, estrés, trastornos musculo esqueléticos y gastritis. En los últimos tiempos surgen circunstanciales sociales que han modificado hábitos, valores, actitudes y formas de comunicación y expresión, de esta manera los maestros enfrentan día a día los componentes típicos de una población inmersa en serios problemas sociales y conviven con la soledad de los niños que no se ven con sus padres. Con las carencias que aquejan a muchos con problemas socios económicos y con la violencia cada vez más frecuente en muchos ámbitos (hogares, calles, televisión, escuela, entre otros).
Consecuentemente el rendimiento, el ánimo, el humor y hasta la calidad de su tarea se ven amenazados, culminando muchas veces en trastornos de salud para quienes no están formados para sobrellevar estos retos, no cuentan con el apoyo y el reconocimiento necesario como para sostener sus decisiones, no vigilan su salud con continuidad y no cuentan con verdaderos y eficaces canales de comunicación.
Solo si se garantiza la salud del profesional docente, se puede hablar de rendimiento, de calidad y sobre todo volver a sentir el placer de ser maestro.
Los cambios continúan y las estrategias deben ser consensuadas en cada institución sin perder de vista algunos objetivos: cuidar las condiciones de trabajo, sostener criterios comunes en toda la comunidad escolar, crear un mejor clima y oportunidades de permanente interacción comunicativa, organizar jornadas de formación continua que involucren todo el personal, trabajar hacia la elevación del reconocimiento social del docente y valor y motivar toda la labor que tienda al esfuerzo permanente de los protagonistas en el escenario de la tarea educativa.