Ahora en junio se realizan en Londres, nuevas negociaciones a fin de lograr un renovado acuerdo sobre cambio climático en el mundo. Se esperaría que este mes, grupos técnicos de las siete economías más industrializadas, junto a Rusia, dejaran listo el borrador de un documento de compromiso. Sin embargo, el consenso se está haciendo por demás difícil de alcanzar.
Un texto borrador dado a conocer recientemente demuestra los obstáculos a superar.
El documento aparece con muchos párrafos entre corchetes, lo que evidencia discrepancias de fondo.
Por ejemplo, no hay acuerdo sobre el planteamiento de que “nuestro planeta se calentando”, tampoco sobre el enunciado de que “las academias de ciencia afirmaron en junio de 2005 que existe fuerte evidencia de que está ocurriendo un significativo calentamiento global”, y que “ese calentamiento ya ocasionó cambios en el clima de la Tierra; sabiendo que ese aumento se debe en parte, a la actividad humana”.
Es decir que de entrada, según reportan medios internacionales, no se desea reconocer la gravedad del problema, ni la evidencia de que la actividad humana promueve ese daño.
Se trata de algo que implica grandes riesgos para todo el ecosistema del planeta y pone en peligro la productividad y los niveles de vida de todas las sociedades.
Hasta ahora, y de manera creciente, la mayoría de científicos coincide en que el actual ciclo de elevación de temperatura en la Tierra, es causado por los gases que provocan el “efecto invernadero”.
Esos gases son producto de la combustión, especialmente de materiales fósiles como el petróleo y el gas.
Uno de los problemas clave es el costo que tiene para las naciones más industrializadas el disminuir la emisión de esos gases, tal y como lo señalara recientemente Catherine Pearse, de la Organización Amigos de la Tierra, a la agencia IPS.
Si algo se encuentra globalizado, desde antes que surgieran las telecomunicaciones y las más rápidas posibilidades de transporte, son los ecosistemas mundiales atmosféricos y marinos. Ni el aire ni el mar reconocen nacionalidades
. Después de surgir contaminación en cualquier parte del planeta, los efectos negativos aún diferenciadamente, se sentirán en todo el mundo, dada la difusión de los contaminantes.
Este tema demuestra cómo mucho del futuro de la humanidad y de la posibilidad de sobrevivencia, aún con la presión demográfica existente, reside en la voluntad política de las naciones más desarrolladas.
Son las naciones de mayor poder y riqueza en el mundo quienes poseen 13% de la población del planeta, y emiten un 45% de los gases contaminantes. Sin ellos no es posible avanzar en el esfuerzo de detener en algo la contaminación.
Una de las posiciones más intransigentes viene de Estados Unidos. El Presidente W. Bush retiró la firma del Protocolo de Kyoto, cuyo compromiso ya había sido firmado por el Presidente Clinton.
Sin Estados Unidos, el mayor emisor de gases contaminantes no puede haber un acuerdo que alcance niveles mínimos de operatividad.
La potencia estadounidense con el 5% de la población del mundo produce casi el 32% de la basura del planeta y el 26% de gases contaminantes.
Tan sólo en Texas la contaminación que se produce es mayor que la originada en Francia.
Sabemos que el estrés, las infecciones de HIV y el calentamiento terrestre son problemas derivados de la etapa contemporánea de nuestro desarrollo. Sabemos también que si bien los mercados propician competitividad y mejor asignación de recursos, también son responsables de la contaminación mundial.
Es preciso poner el mínimo freno a esta situación, algo que trata de rescatar del Protocolo de Kyoto, este acuerdo que se discute, conocido como ”Plan de Acción de Gleneagles”.
Quienes más se oponen a cualquier medida, puntualizan que la evidencia no ha sido “plenamente” demostrada. Son dobles estándares. Lo inconfesable es que no se desea hacer ninguna inversión al respecto. Como siempre, lo urgente no da tiempo a lo importante en nuestras vidas. Dejar el calentamiento global a la deriva, nos está llevando a tener daños irreversibles. Allí está el comportamiento de los ciclones, el daño al ozono, y la desaparición de glaciares en la Antártica.
Dañar nuestros sistemas naturales, los que en última instancia nos proporcionan la base para nuestra vida, es suicidarnos a pausas. A pausas, pero suicidio al final. No se trata de ser neoapocalípticos.
Pero nuestra posibilidad de sobrevivencia nos la jugamos al intentar hacer “algo” por preservar este planeta. Un planeta que como van las cosas ya no tolera tanto desarrollo.