Lo siguiente, en modo alguno es un hecho inventado. – “Mientras esté al frente de esta unidad, velaré por todos y cada uno de los hombres que están a mi mando” Con esta frase concluía el discurso. El Coronel había dado como era costumbre, antes de cada celebración, la típica perorata castrense que no solía poseer ningún contenido, aunque en esta ocasión había realizado un compromiso muy atrevido.
Durante la misma, se exaltaba alguna virtud militar referida a la situación concreta del homenaje; pero ese final, para muchos, sino para todos, sólo constituía una promesa vacía que nunca se cumpliría. Nadie espera favor o recompensa alguna.
El ambiente del regimiento no era precisamente animoso. Posteriormente, llegó el brindis de costumbre que terminaría como era habitual: en un prolongado tiempo bebiendo y bebiendo entre charlas sin sustancia donde cada cual contaba sus aburridas batallitas. Nada del otro mundo, lo aburridamente típico.
La frase quedó allí, pero ninguno o pocos la creyeron. La confianza en general estaba escasa, y el respeto era una cuestión que lamentablemente se mantenía obligado a base de la imposición del rango mayor sobre el menor.
Pasadas escasas semanas, uno de los militares sufrió un desafortunado accidente con un arma perdiendo una parte sensible de una de sus extremidades.
Aquel hombre quedaba, por su carencia, no acto para el servicio en activo. Su situación a partir de ese instante era la de un desamparado tullido sin futuro profesional. Sería dado de baja. Un ser humano de veintidós años, recién casado, esperando un hijo y con una hipoteca que pagar, quedaba expuesto a una pensión minúscula, inapreciable, ridícula, ínfima y miserable. Conseguir un futuro laboral decente sería tremendamente difícil y penoso. Todos sabíamos lo que pasaría: nada, quedaría a su suerte.
Entonces, quien pronunció “Mientras esté al frente de esta unidad, velaré por todos y cada uno los hombres que están a mi mando” entró en acción. Movió toda clase de papeles. Habló con los médicos que atendieron a uno de sus hombres. Habló con varios Generales. Arriesgó personal y profesionalmente lo que no voy a mencionar aquí. Pero aquel Coronel no paró de actuar hasta que a su hombre, le concedieron una pensión que suponía el doble del sueldo percibido en aquellos momentos. Su hombre, tendría la vida resuelta, al menos económicamente. Y él, había cumplido con lo proclamado.
Aquel oficial; aquel jefe; aquel hombre, aquel ser humano en definitiva, cumplió su palabra hasta sus últimas consecuencias. Fue aquella lealtad puesta de manifiesto la que hizo que aquel regimiento cobrara de nuevo respeto por sí mismo. La confianza se restableció, y el ánimo subió notablemente. Todos sabían que su jefe no hablaba en baladí, y, lo más importante, no abandonaba a ninguno de los suyos.
¿Hablar más de lealtad? No. Mejor será practicarla cumpliendo cada cual con la palabra dada en lo que ofrece hasta el final.