Somos lo que pensamos. Todo lo que somos surge de nuestros pensamientos. Con nuestros pensamientos creamos el mundo. Buda
La más seductora de todas las herramientas comunicacionales de que dispone el ser humano es, sin dudas, la palabra. Manifestación por excelencia del animal humano en el planeta, la palabra es poderosa, para bien y para mal. Es el arma de la astucia y también el vehículo de la poesía y la canción. Puede consolar y ofender. Tanto despierta odios como amores y todo esto depende solo de la destreza con la cual logremos armar el rompecabezas del discurso interno, que no es más que la expresión verbalizada de nuestra actividad consciente, reflejada finalmente en nuestros actos.
La unidad irreductible del ser se proyecta en la estructura personalísima del lenguaje, instrumento superior del pensamiento racional. Tal vez nadie lo ha expresado con más claridad que Buda: “Somos lo que pensamos. Todo lo que somos surge de nuestros pensamientos. Con nuestros pensamientos creamos el mundo.”
¿Recordamos alguna persona que se distinga por su negatividad? ¿Qué tipo de lenguaje utiliza?
¿Y alguien positivo? ¿Cuáles son sus palabras preferidas?
Podemos verificar estos hechos dondequiera que estemos, porque son parte de la naturaleza humana e impregnan toda conducta. Esas expresiones verbales terminan instalándose en el rostro; graban surcos en la piel; dibujan sonrisas o muecas de angustia para exhibir el tipo de persona que habita detrás de la máscara. Eligen los colores de nuestra ropa y deciden nuestros hobbies. Atraen nuestras parejas, amigos, enemigos, y nos consiguen ocupaciones acordes a nuestra condición mental.
Todo comienza en el lenguaje. Cada cosa que “nos decimos” a nosotros mismos, en tanto se repite, deja una huella física real en el cerebro, llamada surco neural. Las personas que creen ser idiotas y se lo reiteran cada vez que tienen oportunidad, terminan comportándose como idiotas y se vuelven, realmente, cada vez más idiotas. Si esto es así, como parecen demostrar las evidencias disponibles, tenemos un gran trabajo por delante.
Podemos comenzar por sustituir las expresiones negativas que suelen formar parte del lenguaje cotidiano por otras positivas, porque nuestro inconsciente:
- ignora lo que significa “no” y, en consecuencia, invierte el significado de los mensajes que lo contienen;
- posee un sistema de procesamiento muy simple: cuanto más precisa, clara y concreta sea la expresión verbal de nuestro pensamiento, éste le resultará tanto más comprensible y operativo;
- elabora nuestros modelos mentales con el material que se le entrega: puede crear mundos luminosos con infinitas posibilidades o madrigueras oscuras, rancias y mezquinas;
- es un esclavo obediente y ejecuta las órdenes tal como las recibe; no las cuestiona ni las verifica.
El lenguaje afirmativo, más que un lenguaje, es una actitud vital. Resulta muy difícil expresarse en forma afirmativa si el raciocinio discurre en sentido contrario, porque lenguaje y pensamiento consciente se funden en la práctica. Si éste es positivo, su expresión será naturalmente del mismo signo, pero la inversa es igualmente válida.
El pensamiento afirmativo se construye paso a paso desde nuestro ser consciente, quien—al estilo de un paciente escultor—talla los surcos neurales de acuerdo al plan que previamente se ha trazado, hasta que logra componer un modelo mental satisfactorio. Su cincel son las palabras que nos quedan luego de eliminar de nuestro discurso todas las que de alguna manera niegan, dudan, oscurecen o destruyen, porque solo ven la parte negativa del asunto, que no es el asunto. Las imprecisas, generalizadoras o confusas, porque los enormes trozos de material que desprenden suelen deformar la obra por completo y la vuelven inservible. Las irreflexivas, insensibles, desconsideradas y también las soberbias, porque hablan desde lo racional y, por lo tanto, desde su patética limitación, que es igual a ignorancia. Y todas aquéllas que no conducen a ninguna parte, las que dan vueltas en círculos y las que apenas sirven para llenar el silencio, porque desperdician el recurso más caro de todos, aquél por cuyo disfrute pagamos nuestra vida: el tiempo.
El pensamiento afirmativo no se conforma con resolver dificultades sino que, mientras lo hace, elabora planes para que no vuelvan a repetirse. Por lo tanto, su idioma es la proacción, mucho más que la acción.
Cuando se piensa en forma afirmativa, siempre se es parte de la solución y jamás del problema, porque la naturaleza de ese pensamiento predispone a su dueño a avanzar varios pasos por delante de los obstáculos.
Quien así utiliza la palabra, ha logrado alcanzar la maestría en la construcción de sí mismo y está preparado para conducir eficazmente a otros. Por eso, el Bioliderazgo es un camino y, necesariamente, también una meta que se renueva continuamente, paso a paso, a medida que nuestra capacidad se expande. El pensador afirmativo es, sin lugar a dudas, un Biolíder.