El hábito de discutir

Es frecuente en el mundo actual tropezarnos con personas que atesoran el hábito de discutir, aunque expresan que no es su deseo, que las provocaciones son externas y que saben que es algo negativo. Es usted una de esas personas llena de excusas que justifiquen incontables enfrentamientos? Siga leyendo.

Salvo contadas excepciones, los seres humanos vivimos en grupos. Esto nos obliga a mantener relaciones con parientes, vecinos, amigos, compañeros de trabajo y desconocidos, con quienes coordinamos acciones que nos permiten vivir en comunidad. Como es de imaginarse, no siempre logramos coincidir en los gustos, deseos, intereses o necesidades, y las opciones disponibles en pro de la armonía, son: alejarnos del territorio de la controversia o llegar a acuerdos. De lo contrario, el resultado es malestar, confrontación y conflicto.

Aunque suene razonable que las personas prefieran decidirse por arreglos amistosos, concordia y paz, lo que vemos como realidad cotidiana es que el número de choques interpersonales aumenta en frecuencia e intensidad, y se hacen mayores las consecuencias de estos.

Ya que la mente humana se acostumbra a todo, también es posible habituarse a vivir en el conflicto, y ver como “normal”, la expresión de las diferencias en forma oculta, sutilmente o con frontalidad, por lo que los roces traen respuestas de indiferencia, chismes, discusiones o contactos físicos violentos.

En el ámbito familiar se discute casi a diario, con guiones repetidos cíclicamente. De acuerdo con Cloé Madanes, especialista en “Terapia Breve”, los conflictos buscan, inconscientemente, alcanzar cuatro objetivos psicológicos básicos: Dominar y controlar, ser amado, amar y proteger, y arrepentirse y perdonar. Dependiendo del caso y del objetivo, las personas se expresan verbal y no verbalmente de maneras distintas: Críticas, gritos, abusos, castigos, enfermedad, rivalidad, agotamiento, descontrol, engaño, aislamiento y otras modalidades.

Casi siempre, la manifestación inicial de estas situaciones incómodas es la discusión., término que defino como un acto comunicativo en el cual se confrontan pareceres, y en el que cada parte intenta convencer a la otra de su punto de vista, con argumentos o manipulaciones, a fin de obtener una victoria, que supone le generará beneficios físicos o psicológicos.

Para superar la costumbre de discutir, se hace necesario tomar e implementar ciertas decisiones:

  1.  Elegir no discutir a menos que sea estrictamente necesario.
  2.  Eliminar las excusas que nos impulsan a discutir.
  3.  Reconocer y evitar a los discutidores profesionales.

Los discutidores profesionales se reconocen fácilmente, porque: suelen tener algo que decir, lo dicen cuando no se les pregunta, lo dicen de manera airada, hablan más de lo requerido, les cuesta cerrar los procesos de diálogo.

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Cuando se sienta tentado a discutir, recuerde lo siguiente:

  • Las personas no son como nosotros, pues cada persona es única y diferente.

Esto significa que por mucho que pretendamos creer que somos iguales a los demás, la herencia genética, los padres y familiares, el aprendizaje y las decisiones voluntarias, son distintos en cada humano, por lo que resulta iluso pensar en una identidad común.

  • Las personas no cambiarán porque así lo queramos.

Por mucho que usted desee que su pareja cambie sus ideas, actitudes y hábitos, sólo sucederá cuando las circunstancias los obliguen o la conciencia lo demande.

  • Cada situación tiene más de un punto de vista.

Ya que hay muchas maneras de ver lo mismo, es perfectamente válido que lo que para uno es un seis para otro sea u nueve, de acuerdo con el lugar desde el cual mira.

  • Presionamos a los demás para no aceptarlos ni cambiar nosotros.

La razón más clara de la existencia de las discusiones, es la persistente y disimulada negación a aceptar que más allá de nuestras aparentes buenas intenciones, lo que subyace es el afán de dominar, de controlar, de dirigir, de transformar a los demás para ahorrarnos el esfuerzo de la empatía, la compasión, la generosidad y el trabajo.

De acuerdo con James Readfield, existe una perspectiva no psicológica sino más bien energética de las discusiones. Desde este punto de vista, las personas son seres compuestos de energía y cuando se encuentran frustrados, insatisfechos infelices, sus niveles de energía se reducen y experimentan la necesidad de incrementarlos. Al no saber resolver la carencia por otras vías como el contacto con la naturaleza, la meditación, el ejercicio o el perdón, acuden al mecanismo primario del conflicto.

Así es posible que los demás nos transfieran parte de su campo energético al colocar su atención en nosotros, y así nos recuperamos mientras que el otro queda desgastado, agotado o confundido. Pienso como Víctor Sánchez, que caso toda la energía diaria se malbarata en formas absurdas como proteger la imagen y discutir con los demás.

En fin, la práctica de la discusión es frecuente y pocas veces funciona o se requiere verdaderamente, salvo para dominar, evitar cambiar y robar energía. Tome sus precauciones, ahorre energía, evite enemistades y use su tiempo para superarse. Gracias por leerme.

Cita esta página

Yagosesky Renny. (2007, julio 7). El hábito de discutir. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/el-habito-de-discutir/
Yagosesky Renny. "El hábito de discutir". gestiopolis. 7 julio 2007. Web. <https://www.gestiopolis.com/el-habito-de-discutir/>.
Yagosesky Renny. "El hábito de discutir". gestiopolis. julio 7, 2007. Consultado el . https://www.gestiopolis.com/el-habito-de-discutir/.
Yagosesky Renny. El hábito de discutir [en línea]. <https://www.gestiopolis.com/el-habito-de-discutir/> [Citado el ].
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Imagen del encabezado cortesía de papazimouris en Flickr