Tres amigas están reunidas degustando un “bourbon” acompañado de selectas exquisiteces con total despreocupación por el efecto potencial sobre sus figuras, pero el motivo lo justifica.
Están pasando los momentos más placenteros y gratificantes de los últimos tiempos. Sobre todo una de ellas. Están protagonizando una tempestad de ideas.
Un flujo exuberante de ideas perversas, sin censura, un festín de fantasías descabelladas que las transportan al nirvana, la felicidad total derivada de la sensación de poseer un poder infinito.
El motivo de tal satisfacción es la planificación de una venganza atroz, anónima, impune y definitiva contra un elemento innombrable y repugnante que casualmente era el marido de una de ellas.
El reptil fue descubierto por la traicionada yaciendo en el propio tálamo conyugal con una compañera de trabajo. La escena podría recordar el club de las primeras esposas.
Los ensueños no están sujetos a las normas de la moral, son la manifestación más espontánea y libre de la mente humana.
Nada está prohibido ni nada es deshonesto. ¿Por qué no abandonarse a las quimeras de la venganza y disfrutar de las mieles del poder imaginario?
La rabia es una emoción natural
Hay que aceptar la realidad: la rabia es un hecho normal en la vida. El mundo está rebosante de violencia, odio, venganzas, guerras y agresiones. Muchas teorías sobre el desarrollo humano se basan en la lucha del niño con su rabia y frustración y las fantasías primarias de agresión y culpa. Como resultado de eso, algunas personas siempre están rabiosas, mientras que otras ni se dan cuenta de su rabia interior.
La reluctancia a admitir que se siente rabia viene dada por cierta vergüenza respecto a esa emoción. Desde pequeños nos enseñaron que la expresión de la ira era condenable en la sociedad.
Pero la verdad es que se trata de una emoción como otra. Al igual que sentir sed, la rabia responde a una respuesta fisiológica en un momento dado. La rabia viene dada por la percepción de ver amenazado nuestro bienestar o sentir que se frustran nuestras expectativas de alguna forma. El organismo responde automáticamente preparándose para la lucha. En la profundidad de nuestras creencias, esta emoción proviene de ver vulnerado nuestro sentido de la justicia y rectitud.
La rabia arranca de las heridas.
Tener conciencia de que la rabia procede de la frustración, reconocerla y nombrarla puede evitar sentimientos y conductas oscuros e inconfesables como el prejuicio, el odio, el egoísmo, el abuso sexual y la violencia doméstica y enfermedades como las adicciones y la depresión. Así, el reconocimiento de los propios sentimientos de rabia puede ser mucho más saludable que la supresión de esta emoción “para que haya paz”.
Averiguar las heridas del pasado es algo ineludible para sanarlas. Porque si no se encuentra la herida antigua, cualquier herida presente recuerda y ahonda en la anterior y la rabia se activa y recrudece.
El deseo de venganza
¿Qué es la venganza? La respuesta instintiva natural ante el insulto y la ofensa que hace que la persona se sienta “empatada” con quién la agredió. El mundo nos enseña desde pequeños esta respuesta. La sociedad está llena de modelos de venganza. El presidente Bush se dirige a nosotros, pasivos espectadores de su política exterior, hablándonos de la cruzada contra el terror y de las “lecciones” que debe dar al “enemigo”.
Salirse de este camino natural de defensa es todo un aprendizaje de empatía y perdón.
La tradición judeo-cristiana siempre ha predicado el perdón. Actualmente el concepto de perdón ha sido absorbido por los investigadores de la mente como recurso terapéutico para lograr atenuar el sufrimiento humano. Si bien las fantasías de venganza son algo primitivo e infantil en nosotros, tendríamos que lograr tener conciencia de que dolor y odio suelen ir fusionados y aprender a “depurarnos” de esta toxicidad. Saber que son reacciones residuales de nuestra inseguridad infantil.
Ciertas personas al sentirse heridas solo se sumergen en fantasías de venganza, mientras que otras ponen en práctica actos de venganza y violencia. Debería existir una respuesta más saludable que fuera, al mismo tiempo, honesta con nosotros mismos.
Los rasgos de personalidad del vengativo.
Neuroticismo: estas personas experimentan emociones negativas, inestabilidad del ánimo, y una gran sensibilidad a los acontecimientos adversos. Tienen una ilimitada predisposición a sentirse ofendidos y enfadados.
Muestran un bajo perfil de amabilidad. La amabilidad se compone de cualidades como el altruismo, ser agradable y confiable. Suelen tener conflictos con los compañeros y dificultades para la cercanía en las relaciones y en los compromisos. Igualmente, su capacidad de empatía es escasa.
Tienen mucha tendencia a la rumiación sobre las ofensas con la intención de tenerlas bien presentes. La idea de meditar constantemente sobre estas, les permite recordar sus objetivos de “equilibrar la balanza”, “darle una lección al ofensor” o “salvar la dignidad”. La tendencia a la rumiación está fuertemente asociada a la incapacidad de perdonar y son altamente defensivos ante los ataques a su frágil auto estima.
El pensamiento reiterativo sobre las ofensas en las personas vengativas, irónicamente, no disipa su malestar, sino que lo perpetúa.
Ideas y creencias del vengativo.
“Equilibrar la balanza”: La persona vengativa hasta puede pensar que su procedimiento es moral. Buscan la justicia.
“Dar una lección” al agresor: hacerle ver que no va a tolerar otra ofensa y que el agresor no va a quedar impune. En este caso la función moral / educativa de la venganza va dirigida directamente al agresor.
“Salvar la dignidad”: Esta idea pretende demostrar al agresor y a todo testigo de la agresión, que es una persona que no se va a dejar avasallar y que tiene su propia valía y dignidad.
El poder curativo del perdón.
Las dos clásicas respuestas humanas a la agresión han sido la venganza y la retirada. Estas reacciones tan naturales pueden tener consecuencias muy negativas para la salud de los individuos, sus relaciones, y para la sociedad en general. Si bien se habla del dulce sabor de la venganza, actualmente existe bastante evidencia de que las consecuencias de saber perdonar son mucho más provechosas a largo plazo. Los beneficios del perdón fueron ampliamente predicados por las distintas religiones, pero solo recientemente la psicología le ha prestado la debida atención.
Investigadores como el psicólogo norteamericano Michael E. McCullough se dedicaron a estudiar la personalidad de los vengativos, los procesos necesarios para perdonar y las aptitudes requeridas para eso, y, más recientemente, los efectos saludables derivados del hecho de perdonar. Este psicólogo afirma que saber perdonar puede mejorar la calidad de vida, la presión arterial, el sistema inmune y prevenir la depresión y la ansiedad.
El perdón, en términos psicológicos se define como una reducción en la motivación de dañar al agresor ( o a la relación con el agresor) y, simultáneamente, un aumento de la motivación de actuar de modo favorable para el agresor ( o para la relación con el agresor).
Una nueva era.
Sería alentador que estos estudios sobre el perdón y la venganza tuvieran una influencia mayor sobre la interacción humana. Saber que la armonía en nuestro mundo podría desarrollarse gracias al aprendizaje del perdón podría hacernos vislumbrar una nueva era en las relaciones entre las personas.