Introducción
Se dice que la crisis que sufre el mundo en la primera década del siglo XXI es más grave que la del “Gran Crack” o “Crisis del 29″. Sin duda que aquella y ésta tuvieron su origen en los desafueros de un capitalismo salvaje; pero la del siglo XXI, sobre todo para los españoles, está resultando más amplia, prolongada e intensa.
Por demás, mucho nos tememos que ciertas medidas paliativas, más que para resolver el problema, lo alargan en el tiempo: para el que se queda sin trabajo es perentorio presentarle nuevas oportunidades de empleo más o menos consecuentes con sus capacidades; cierto que, mientras tanto, es de justicia no abandonarle a su suerte, pero también lo es que la provisional ayuda no se convierta en caldo de cultivo de cierto regodeo en lo que podemos calificar de ocio semi-voluntario subvencionado. En situaciones de desempleo no caben mejores soluciones que oportunidades y más oportunidades de trabajo, trabajo y más trabajo.
Para la “sociedad opulenta”, ésa presente en España y países afines hasta los primeros años del siglo XXI, será muy difícil recuperar viejas y harto desequilibradas posiciones, sobre todo si ignora que la Tierra es de todos y para todos : no cabe situarse en Jauja para ignorar que, como dijo San Bernardo, “el pan, que no comes, pertenece a los que tienen hambre”, máximecuando está demostrado que una más equitativa distribución de riqueza no deja de hacer más ricos a los que yo lo eran antes en buena medida; necesitan, eso sí, preocuparse más del beneficio a largo plazo que del corto a cualquier precio. Esto es principio esencial de lo que se llama Economía Social de Mercado, fórmula que funcionó en Europa a raíz de la guerra desatada por Hitler.
Bueno es recordar que de aquella crisis, considerablementemásamplia y dramática que cualquier otra de los últimos tiempos, algunos países, en especial la Alemania de Adenauer y Erhard, principal víctima de la guerra a la que le llevó un loco desaforadamente ambicioso, lograron remontar el vuelo del progreso político y económico con enormes sacrificios y gracias a lo que, con toda propiedad, se llama Economía Social de Mercado, “infraestructura de producción” que, con todas sus limitaciones, resulta ser el Sistema más idóneo y propicio para conjugar buenas voluntades, recursos económicos y capacidades personales: es, por demás, perfectamente compatible e, incluso, complementaria con la Doctrina del amor al prójimo.
Ciertamente, crisis de desarrollo, más o menos sostenido y sostenible en función de los respectivos medios y modos de producción, han sucedido en cualquier época de la historia conocida, tanto que podemos atrevernos a sostener que, desde el principio de la aparición del Hombre sobre la Tierra, a una crisis le ha sucedido otra, tal como si se viviera en perpetua crisis: grandes guerreros e insolidarios especuladores con su secuela de embaucadores, según las circunstancias de tiempo y lugar, han roto o encauzado hacia su ego y el de sus esclavos-satélites los escasos períodos de progreso económico, paz social o relativa libertad.
Claro que la nuestra (la de la Aldea Global), es la crisis que, en la primera década del siglo XXI, han desencadenado unos cuantos ególatras y los manipuladores del dinero fácil, que juegan con los números como con alfileres sobre las personas, mientras que los titulares del servicio público o “se duermen en los laureles” o disimulan con grandes frases su falta de interés e incompetencia, cuando no una culpable connivencia.
Probado está que las crisis de las sociedades modernas se hacen tanto más llevaderas cuanto más se vive en clima de participación comunitaria a la hora de solventar los problemas de que se alimentan tales crisis. Quiere ello decir que cuanto más acuciante sea una crisis tanto más se requiere la “universalización” de las oportunidades de colaboración para todos y cada uno de los ciudadanos a quienes afecta: consecuentemente, trabajo para todos, más que la fórmula ideal, nacida de un pío deseo, es un necesario objetivo a cubrir con el esfuerzo de todos y cada uno de los miembros de una sociedad; tanto mejor si las ocasionales ayudas se traducen en oportunidades de trabajo y no en adormecedores subsidios para un ocio más o menos voluntario.
El Trabajo para todos en tiempos de crisis dejará de ser una simple proclama si acierta con las pautas de acción para orientar a la realidad social hacia la justa correspondencia entre derechos y deberes del ser inteligente que vive en sociedad y, por lo mismo, permite a todos y a cada uno de esos seres inteligentes acercarse a lo que él mismo puede ser en base a traducir en acción la responsabilidad que le corresponde en la resolución de los problemas del mundo en que vive.
Dificilísimo empeñoque requiere no apartarse de la realidad del Hombre y de su circunstancia. A ti, paciente lector, corresponde juzgar si, en ese empeño por salir de la crisis en la que nos ha tocado vivir, te han servido de ayuda los siguientes apuntes y reflexiones, que, por activa y por pasiva, no quieren apartarse de nuestra realidad, que, ni más ni menos, es la realidad del ser humano y su circunstancia.
Lo que sí quisiéramos dejar claro es que, según nuestro criterio, para las personas de buena voluntad, máxime en tiempos de crisis, nada hay más perentorio que lo de empeñar las propias capacidades en asumir la responsabilidad que a todos y a cada unos nos corresponde en la obligación por facilitar Trabajo para todos.