Algunas voces vienen señalando que alguna parte de los productos utilizados en el sector del e-learning corporativo parece concebirse de espaldas a los usuarios, con insuficiente atención a sus necesidades y expectativas; por eso quise dedicar mi reciente ponencia en el Online Educa de Madrid (2005) a la figura de este usuario-tipo, la del nuevo trabajador del conocimiento: a sus inquietudes relacionadas con el aprendizaje permanente. Este trabajador de la emergente economía viene a ser un human information processor: utiliza la información como materia prima en su desempeño cotidiano, y de ella sabe extraer el necesario conocimiento.
El nuevo trabajador-tipo de las empresas del saber, con sólida formación curricular y visible espíritu profesional, es un gran consumidor de información, y sabe convertir ésta en conocimiento aplicable. Impresa o electrónica, le llega mucha información, pero la ingiere y digiere haciendo buen uso de su competencia informacional.
Está más atento al fondo que a la forma, al contenido que al continente, a la fuente que al canal. Está acostumbrado a aprender continuamente, y celebra encontrarse con información relevante que le sirva de valiosa ayuda. Aprende de la formación orquestada, pero también y sobre todo de la información a que accede.
¿Qué espera el k-worker de los productos y servicios de e-learning? Espera información valiosa, preparada para ser directamente traducida a conocimiento aplicable. Ante uno de esos cursos on line, multimedia e interactivos, que ofrecen los proveedores, espera disfrutar de la experiencia; pero no porque los mensajes salgan en pantalla letra a letra, o palabra a palabra, con aparato gráfico, sino por el contenido mismo del mensaje.
Espera dialogar con el sistema, muy parecidamente a como lo haría con un experto; no espera preguntas simples, con breves mensajes de “acierto” o “error” a sus respuestas; no espera libros electrónicos que preferiría leer en papel, negro sobre blanco; no espera animaciones ornamentales, si no añaden valor didáctico; espera encontrar lo que busca, porque sabe lo que va buscando y no quiere perder tiempo.
Como procedimiento de aprendizaje individualizado, el e-learning no resulta tan milagroso como se decía, y ya se reconoce abiertamente que viene a ser un complemento, y no una alternativa, a los métodos tradicionales de desarrollo profesional. Pero en sí mismo, un producto de e-learning supone una fuente de información, como lo es un libro, y aun con cierta ventaja si el producto se ha concebido suficientemente bien, por un experto docente. Uno lee, escucha y ve: recibe información de la pantalla; incluso dialoga. A veces, viene a tratarse de aquella enseñanza programada que conocimos de jóvenes, traída al mundo multimedia del PC.
No hace falta más interactividad, ni más media, que la precisa en cada caso: a partir de ahí estaríamos añadiendo coste, pero no valor. Pero, sobre todo, hace falta información precisa, rigurosa, clara, ajustada a expectativas; no necesitamos aprender lo que ya sabemos, ni necesitamos especular, ni necesitamos dar rodeos. El trabajador del conocimiento no necesita que le lleven de la mano, ni que le hagan preguntas innecesarias o inadecuadas; ni admite afirmaciones cuestionables, ni inferencias gratuitas, ni datos erróneos: es un usuario exigente, que ya posee un notable dominio del campo en que se maneja.
Si este usuario piensa que un curso on line no le está aportando conocimiento, lo abandona; y el abandono no supone una renuncia al aprendizaje, sino a la pérdida de tiempo. Con él no valen, por consiguiente, sistemas de coacción o motivación extrínseca (puntos o créditos); si le fuerzan, aparentará haber seguido el curso, pero optará por un buen libro, o una buena conferencia sobre el tema, o un fructífero paseo por Internet. Y si no estuviera convencido de la necesidad de abordar esos contenidos, obligarle no parece una buena idea: habría que convencerle.
El trabajador del conocimiento tiene a su alcance mucha información, y puede practicar el self directed lifelong learning con sus ventajas e inconvenientes. Le puede costar esfuerzo separar el grano de la paja, pero acaba llegando a la mejor información disponible, en canales impresos o electrónicos.
En cambio, ante un curso on line, ante un producto de e-learning, se ha de suponer que el trabajo de selección ya está hecho, y que se accede a la mejor información disponible sobre el tema; si así no fuera, el usuario no desconfiará sólo del curso, sino también del método. Si, en un curso on line, no estuviéramos ante la mejor información disponible sobre el tema, de nada serviría el aparato gráfico, ni las palabras entrando de una en una para lentificar la lectura. El coste de un producto de e-learning no debe justificarse por el aparato gráfico, o la interactividad gratuita, sino por el valor de la información aportada y su capacidad de convertirse, con el esfuerzo justo, en conocimiento aplicable.
Ya en el año 2000, y conservo el artículo, había quien (Vaughan Waller), consciente de ir quizá contra corriente, advertía sin embargo que el e-learning no era otra cosa que la entrega on line de un curso de formación. Curiosamente, las últimas definiciones de e-learning parecen volver sobre esta idea. Parece que hemos convenido en identificar el e-learning con cualquier proceso de aprendizaje que se apoye en las TIC, lo que por cierto abre muchísimo el campo… (Yo diría que en la propia formación presencial hacemos uso frecuente de las TIC).
El hecho es que un curso para el aprendizaje autodirigido debe ser eficaz, ya se entregue en papel por correspondencia, o a través de las TIC. Su posible ineficacia no podría ser compensada por el colorido, la animación, la interactividad o la vistosa aparición de los mensajes en la pantalla. Si además de ser eficaz resulta visualmente atractivo, estupendo; pero cuando he preguntado a algún tecnólogo sobre la necesidad del aparato cosmético y gráfico, me han dicho que se buscaba “motivar al alumno”.
Yo diría que la motivación del k-worker es intrínseca, y su aprendizaje, autotélico; tiene sed de saber, e incluso –una vez adquirida conciencia de la necesidad– deseo de mejorar sus habilidades, actitudes, conductas, etc. He oído, en ponencias de otros frecuentes eventos que se organizan en el sector, que si uno quiere aprender, lo puede hacer ante un libro bueno o uno malo; y también he leído que “quien más y quien menos” aprendía en la universidad con contenidos precarios (aludía el autor –elegido luego vicepresidente de la Asociación de Proveedores de eLearning, APeL– a los apuntes del más estudioso de la clase…).
Pero creo que no deberíamos trivializar la importancia de los contenidos, y el hecho es que ante un contenido deficiente, el k-worker abandonará, y buscará otro contenido mejor; aquí no se trata tanto de estudiar para aprobar (exotélico), como de hacerlo para aprender (autotélico), y mejorar así el desempeño profesional.
El e-learning está ya presente en todos lo segmentos de la enseñanza, porque lo están las TIC; pero el k-worker –trabajador clave en la nueva economía– necesita extraer aplicable conocimiento, rápida y fácilmente, de la información que se le ofrece.
En mi ponencia del Online Educa, sobre una imagen del teacher y el learner comunicándose en presencia, aludía yo tanto a las redes de telecomunicación, como a la serie de profesionales albergados por el e-learning para definir la metodología, para programar la interactividad, para la producción multimedia, para la administración de los cursos, para la dinamización, para el seguimiento tutelar… Y decía yo que si, además de añadir coste, añadían valor, el producto final debería ser plenamente satisfactorio. Pero sabemos que, en el segmento corporativo, el e-learning no está generando aprendizajes significativos: algo debe estar fallando en el multidisciplinar proceso de producción. Quizá se precise una reingeniería de este proceso.
Para terminar, uno se preguntaba, en efecto, si no cabría concebir de otro modo –más ágil– los productos de e-learning para estos usuarios, cuyas necesidades son tan específicas. Recordemos que los trabajadores del conocimientos se hallan próximos, por decirlo así, a las fronteras de su campo del saber, y que estas fronteras se expanden continuamente. Recordemos que los nuevos trabajadores del conocimiento, además de aprender continuamente, contribuyen a la innovación, es decir, a la creación de nuevo conocimiento. Quizá encaje aquí la denominada guguelización del e-learning…
No está mal el autoservicio en la Sociedad de la Información, pero recordemos la importancia de las competencias informacionales: lo que se conoce como information literacy o information fluency; sin estas competencias fundamentales, podríamos dar por buena alguna información errónea, hacer interpretaciones indebidas, pensar que ya sabemos suficiente, dejarnos llevar por prejuicios y, en suma, tomar malas decisiones.
O sea, veamos en el k-worker a un e-learner, pero contemos con que frecuentemente deberá buscar de forma autodirigida la información que precisa, yendo a las fuentes y canales a que pueda acceder. El k-worker –como decíamos– viene a ser un human information processor.