Las puertas de cada nación deben estar abiertas a la actividad fecundante y legítima de todos los pueblos. Las manos de cada nación deben estar libres para desenvolver sin trabas el país, con arreglo a su naturaleza distintiva y a sus elementos propios. Los pueblos todos deben reunirse en amistad y con mayor frecuencia dable, para ir reemplazando, con el sistema del acercamiento universal, por sobre la lengua de los istmos y la barrera de los mares, el sistema, muerto para siempre, de dinastías y de grupos».[1] José Martí
El problema de la globalización al aplicarse al área cultural se transforma cada vez más en un tema de particular interés por las múltiples repercusiones que conlleva. Ello se debe a que este proceso afecta la cultura política y económica del continente; ya que cuando se modifican los instrumentos, valores y prácticas que constituyen la cultura política de la sociedad, ello requiere de profundas transformaciones de la base y la superestructura.
Ante esta situación se abren una serie de interrogantes que incluyen variadas preocupaciones: ¿Hasta que punto la introducción de los elementos de la revolución científica técnica pueden constituir un arma de doble filo para los países del Tercer Mundo?. ¿Cuáles son las bondades y cuáles los peligros que representa plegarse incondicionalmente al uso de los avanzados sistemas de información?. ¿La adaptación a esos cambios como solución informativa y soporte educacional supondrá el sometimiento a los centros de poder transnacional?. ¿Cambiará nuestras costumbres y cultura?. ¿Hasta que punto la pretendida «aldea global» que se oferta por el imperio no vendrá a ser una amenaza contra las identidades nacionales, la diversidad cultural y la integración cultural latinoamericana y caribeña?.
A partir de estas interrogantes el propósito de este artículo es ofrecer un conjunto de consideraciones referidas a los desafíos culturales de la globalización, de manera que ello contribuya a la reflexión en torno como enfrentar los mismos por parte de la sociedad latinoamericana y caribeña. Más que un desarrollo en extenso del tema -cosa que difícilmente podría lograrse en un documento de este carácter-, lo que se ha buscado es una presentación breve de las principales tendencias y discusiones vinculadas al tema, en el entendido de que muchos de los puntos que se abordan podrían ser objeto de un tratamiento detallado.
En rigor las ideas que aquí se plantean, solo pretenden ser una modesta contribución a la divulgación y al debate de un tema, que por su importancia para la toma de decisiones en la práctica de la cultura política de cualquier país, necesita un estudio constante. A lo más que se aspira es a haber esbozado los contornos generales de los desafíos culturales de la globalización y por tanto, a presentar un mapa tentativo cuya función, sea la de alentar análisis posteriores y estimular su exploración más a fondo.
¿Asumir las nuevas tecnologías?
Esta realidad amerita un profundo ejercicio de reflexión crítica, que observe que la implantación de nuevas tecnologías ligadas a la globalización constituye un fenómeno cultural, en lo que hay que pensar también que la globalización misma ofrece opciones de falsa universalidad, por lo que debe concebirse de donde provienen esos adelantos, como poderlos utilizar en función de las mejoras y el progreso social, sin que su uso acentúe la relación de dependencia y sumisión que ha caracterizado al mundo subdesarrollado.
Al igual que todos los fenómenos sociales, este proceso debe ser analizado de forma histórico concreta, si bien no es posible, ni deseable, escapar de los avances científicos y tecnológicos, es importante, para poder participar, identificar las condiciones de esa participación, que haya equidad en el acceso a la información y en la producción de materiales, que no desvirtúen la función que compete a los formadores de los educandos.
Resulta evidente que en aquellos países donde no se ha logrado un desarrollo tecnológico e industrial propio la transferencia de tecnología puede resultar fuente de contradicciones sociales tales como: divorcio entre las necesidades reales y las tecnologías importadas; creación de tecnologías contrarias o en todo caso sin una relación raigal con el contexto social en que se promueve. Es por ello indispensable tener en cuenta que las transformaciones se adapten a las necesidades y condiciones específicas de cada sociedad, en proporción a su desarrollo social y promoviendo soluciones originales y autóctonas. En esta tarea es fundamental la formación de una intelectualidad científico-técnica capaz de lograr la conjugación orgánica entre un alto nivel científico técnico y la realidad social en que tiene que desplegar su actividad. Por lo que, siempre y cuando no se afecte la identidad cultural y ello favorezca la cooperación internacional y el logro de la integración cultural del mundo subdesarrollado, bienvenido sea el desarrollo tecnológico.
Buscar sostenibilidad
Este conjunto de transformaciones debe enfrentar el cambio de los valores relativos a lo público y lo privado; la estabilidad de las instituciones; la participación de ramas que tradicionalmente fueron líderes en el proceso de crecimiento económico y que son reemplazadas por nuevos sectores; el reemplazo de un paradigma tecnológico por otro; de la modificación de las preferencias sociales en la forma de organización colectiva o de la legitimidad y el peso asignado al Estado frente a las diversas organizaciones que integran la sociedad civil. Sin embargo, el problema no está en las transformaciones que se operan, sino en sus direcciones y en sus resultados sociales. La sostenibilidad del desarrollo, no sólo se garantiza por medio de la preservación y/o formación de las condiciones del medio ambiente; el bienestar de las presentes y futuras generaciones sólo se podrá lograr y sostener si tomamos en consideración los siguientes elementos:
Una cultura que se despliegue sin violentar la naturaleza, promover un crecimiento sin violentar el costo de la vida, sin desmejorar las condiciones de vida de las personas, es no enriquecer a un grupo y empobrecer a otros; es pensar en políticas gubernamentales que no afecten o atenten contra la naturaleza, es no vender la soberanía nacional en aras del turismo; es proponer proyectos que logren la igualdad de géneros y la educación ambiental; es contribuir a erradicar la pobreza y la violencia en todo los ámbitos, es pensar que las políticas económicas no estén desfasadas de lo social; es en síntesis el respeto a la conservación de los valores, costumbres y modo de vida autónomos de los pueblos.[2]
El cumplimiento de este complejo sistema de intervinculaciones del desarrollo sostenible requiere de:[3] Un sistema político y cultural que asegure una participación efectiva en el proceso de adopción de decisiones; un sistema económico capaz de generar excedentes y conocimientos técnicos sobre una base autónoma sostenida; un sistema social que facilite soluciones para las tensiones resultantes de la falta de armonía en el desarrollo; un sistema de producción que respetase la obligación de preservar la base ecológica del desarrollo; un sistema tecnológico que pueda buscar continuamente nuevas soluciones; un sistema internacional que promoviese estructuras sustentables del comercio y las finanzas; un sistema administrativo flexible con capacidad de auto corrección.
En las circunstancias explicadas es conveniente tomar en consideración los aspectos de la globalización cultural en el diseño de políticas de desarrollo sostenible. El desarrollo de la cultura se manifiesta cuando el hombre por un lado crea un mundo variado, crea las bases materiales y espirituales de su existencia. Ello en primer lugar requiere de promover variaciones en el contenido y enfoque de las políticas culturales, lo que no debe significar la mera adopción directa del mundo de los conocimientos, modos de vida o experiencia de una región; es necesario tomar en cuenta que el desarrollo local, nacional y regional este en relación con sus valores y con su cultura propia.
Preservar lo nacional
Mantener y crear una verdadera diversidad, asignando un lugar a la racionalidad nacional, garantizándole un poder de iniciativa equivalente por lo menos al poder de integración del sistema mundial, debido a que el espacio nacional, es el lugar de transformación de los impulsos externos con arreglo a procedimientos específicos, y está ligado en gran medida al exterior y por ende al sistema mundial. Los cambios en la cultura política de la sociedad requieren transformaciones en el papel del Estado, por lo que según las particularidades de la gran mayoría de los países subdesarrollados, de lo que requiere este proceso es de un fortalecimiento del liderazgo del Estado en la gestión del mercado, incluyendo los elementos del sector público y privado. Ello supone colocar barreras a la hegemonía del capital, de manera que este responda a los intereses del pueblo, evitando el carácter injerencista del capital.
Política del Estado activa
La política exterior del Estado debe ser dinámica frente a las corrientes homogeneizadoras externas en los distintos planos del desarrollo social, construyendo prácticas viables y legitimas de conducción del proceso, que se sustenten en el respeto de la unidad y la diversidad de situaciones nacionales para emprender con éxito las transformaciones económicas, políticas, y culturales. Es de particular importancia la preservación de la identidad cultural y los valores nacionales en lo que deviene la estrategia martiana de que «el único modo de ser libres es ser cultos». Esto indica la necesidad de crear programas educativos, ya que no es posible enfrentar los retos culturales de la globalización con la gran suma de analfabetos y subescolarizados que tiene el mundo subdesarrollado.
Rol de la educación
Es importante destacar que la educación no debe ser vista solo como un elemento transmisor de conocimientos, sino también de tradiciones culturales, esta representa también una vía para el cultivo de tradiciones que contribuyan al desarrollo de raíces sociales con las que se identifica cada proyecto, cada sociedad. Estos atributos son importantes en la determinación de la concepción del mundo de los individuos de la sociedad de que se trate, quienes imprimirán una manera específica al despliegue poli funcional de la cultura en cada ingrediente de las fuerzas productivas, las relaciones sociales de producción y la superestructura que la representa.
Rescatar la historia
La concepción planteada supone rescatar y desarrollar los elementos de la historia local, regional y nacional poniéndose en función del proceso de creación de valores; supone la interpretación dialéctica del mundo de manera que se asuman los aspectos inéditos de la cultura universal y su incorporación a lo que identifica la realidad nacional de cada país. En la medida en que las poblaciones estén dotadas de mayores grados de conocimientos de sus raíces, así crecerá el desarrollo autóctono y formativo cultural, el resultado podría ser, una paulatina disminución de la capacidad de manipulación de los «grandes centros culturales» del mundo desarrollado sobre las culturas del Tercer Mundo.
Las experiencias empíricas muestran que mientras la capacidad del Estado para intervenir por la vía de políticas culturales disminuye, la identidad de las nuevas generaciones se construye más por la lógica del mercado que por los símbolos patrios de naturaleza histórica y regional. Si un país quiere circular por las sendas del desarrollo sostenible debe crear su ventaja comparativa en términos de capacidades científicas y culturales. Debe dar prioridad a la historia nacional, a la ciencia, la tecnología, y a su cultura, desarrollando estrategias vinculadas a los nuevos escenarios de información y comunicación para construir un sitio a sus relaciones externas y conectarse así con el mercado mundial. Los recursos humanos, la educación y la formación son básicas en este vínculo.
Acercarse al mundo
Resulta además, conveniente poner en práctica, políticas de acercamiento y colaboración con otros contextos culturales, lo cual en la estrategia de desarrollo que aborda Martí para América Latina se conoce bajo el legado de «Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas».[4] Esto tiene su base en el argumento de que «la cultura del desarrollo parte del desarrollo de la cultura y para que perdure el modelo de desarrollo tiene que afirmarse en la identidad y en los valores autóctonos».[5] Cuando se plantean nuevas formas de organización, la cultura se dibuja como mapa para orientar la tarea de reconstruir los acontecimientos del mundo, lo que indica ir hacia los significados que guían la acción racional que coloca como centro al hombre.
Participación democrática
Un proyecto alternativo a los problemas que confronta el mundo de hoy no puede ser viable si no se apoya en nuevas maneras de hacer política cultural. Para construir una nueva sociedad es necesario sustentarlas en nuevas formas de participación democrática, donde el trabajo comunitario debe ocupar un lugar privilegiado, creando los mecanismos que puedan hacer reales y efectivos los derechos individuales y sociales. Esto exige crear una integración social que comienza por la organización social de los consumidores de los habitantes de una región, donde el hombre y sus organizaciones se transformen en protagonistas; asegurando la existencia y reproducción de una diversidad de circuitos culturales con sus variadas formas de operación es decir, con participación de diversos agentes sociales organizados según sus instancias institucionales.
Un mensaje para América Latina y el Caribe
El mensaje conclusivo podría ser, que en la medida en que se diseñen políticas culturales que contribuyan al desarrollo cultural, teniendo en cuenta lo universal de los procesos, así se podrán enfrentar los efectos nocivos del proceso de globalización en lo económico, político, ecológico y cultural. Para ello globalización cultural y desarrollo sostenible deberán convertirse en la práctica real en una unidad dialéctica, teniendo como centro al hombre y su entorno. La relación entre la globalización cultural y el desarrollo sostenible debe convertirse en un elemento estratégico. A través de ella, se pueden abordar respuestas a importantes problemas sobre las presentes y futuras generaciones al tomar en consideración a la cultura como el barómetro de la calidad del desarrollo.
Esta unidad dialéctica requiere de acciones constantes, proceder afirmativamente en los programas que se propongan, dándoles el contenido y los recursos necesarios para que se ejecuten eficientemente; en ello reside el carácter sostenido del desarrollo. Sin embargo, este será sustentable cuando se logra consolidar desde la perspectiva temporal y espacial.
Pero más que nada será sustentable cuando confiemos en él. Cuando exista una conciencia clara del horizonte en el pasado, presente y futuro, en los marcos de una racionalidad que perdure política, económica, ecológica, cultural y socialmente. Hay que partir de un factor decisivo, y es que en última instancia lo determinante es el factor económico, sin el cual, no se puede sustentar ningún proyecto social. No se debe ignorar que sin «economía sólida todas las aspiraciones políticas y sociales se convierten en un sueño utópico».[6]
El desarrollo sostenible requiere de tecnología y creatividad humana de manera que se globalice una nueva ética que involucre la justicia social y enaltezca la vida en todos sus ordenes en lo que se debería tener en cuenta lo siguiente: «El poder no reside únicamente en el saber técnico, sino en la apropiación de la capacidad social y técnica reunidas, en la acumulación de recursos culturales para usar esta apropiación y en la formación de vínculos entre lo local y lo mundial. Se ha logrado pasar con éxito del sistema «global» al «local» cuando los factores culturales han sido tenidos en cuenta explícita y cuidadosamente. Esas transferencias requieren innovación técnica, económica y social conforme los pueblos recuperan la iniciativa. Por lo tanto, hay que prestar especial atención al saber que cada cultura ha aportado al patrimonio intelectual del mundo».[7]
Lo anterior sugiere que la defensa de la identidad nacional no es la incomunicación, sino una mayor y auténtica apertura hacia lo universal. Sólo se puede preservar lo nacional si esta se abre a todo lo legítimamente culto que no es nuestro. Esto supone un proceso de auto creación incompatible con las formas culturales importadas, donde los valores culturales deben ser interpretados y actualizados por los grupos que participan en ellos. En tal sentido, la formulación de políticas culturales, no debe ser exclusiva de los Estados o de la iniciativa privada, sino que debe incluir a educadores, profesionales, trabajadores de la cultura, asociaciones; capaces de generar ideas, alternativas, proyectos socioculturales, que conduzcan al fortalecimiento de la identidad y al enriquecimiento de la pluralidad de nuestros pueblos.
En conclusión, para los países de América Latina y el Caribe en realidad no se trata de elegir entre la autarquía y la apertura. De lo que se trata, es de elegir entre el sendero hasta ahora seguido, de aceptación pasiva y sin reservas de todo aquello implicado en la globalización, o un sendero diferente, que implique el despliegue de capacidades en distintos niveles -(comunitario, territorial, regional, nacional, continental, en lo económico, político, ecológico, cultural, es decir social etc.)- para asumir o rechazar las tendencias globales y colocarlas en función de un desarrollo multidimensional.
Asumir las reglas del debate en cuanto al proceso de globalización cultural implica el reconocimiento objetivo del fenómeno. Este proceso involucra la creación de una «sociedad global» que no representa meramente la suma de Estados nacionales. La globalización es una poderosa realidad creada por la división internacional del trabajo, y la cultura de una economía de mercado, la misma en el presente predomina por encima de las sociedades nacionales. Por lo tanto no puede ser ignorada, de lo que se deriva entonces interiorizar e identificar cuales son las oportunidades que ofrece este proceso para el desarrollo; el problema consiste en la visión que pudiera tenerse del mismo.
Es fundamental destacar que la globalización como proceso constituye una reestructuración, que tiene su contenido más profundo en la evolución del conocimiento científico. Este razonamiento expresa una realidad operativa y esta consiste en esencia en un amplio, complejo y dinámico proceso de modificaciones, que afecta a todos los componentes de la sociedad global contemporánea y cuyos factores determinantes son tanto económicos, tecnológicos, ecológicos, culturales, como políticos y en su más amplia dimensión social. Identificada como reestructuración que comprende las fuerzas productivas y las relaciones de producción y la superestructura que la representa dinamizando estos nexos, la globalización no debe ser ignorada ni evitada. Hace ya algún tiempo que fue superada la época en que los países podían tratar de desarrollarse con relativa independencia de lo que sucediera en el resto del mundo.
Debe quedar claro que lo que ha estado transformándose de manera vertiginosa en los últimos años, no es solamente el país, sino la sociedad mundial en su conjunto, y que en este entorno, los parámetros de inserción en la cultura mundial globalizada son volubles y están sujetos a certidumbre e incertidumbres debido al carácter dominante de las leyes del capital, y este se extiende y modifica con particular celeridad y en trayectorias incalculables.
Esta fluctuación consustancial a la globalización dictada por la ley del valor, debe ser tenida muy en cuenta por las alternativas de desarrollo, prestando especial atención al establecimiento de dispositivos para reducir los dilemas culturales de los procesos que la acompañan, y de hecho, para tratar de sacar ventajas de los desafíos que se generan, tanto de las certidumbres como de las incertidumbres ocasionadas por las transformaciones que ocurren en la economía mundial contemporánea.
La relación que hay entre globalización, cultura y desarrollo es mucho más dinámica, también podría admitir la existencia de oportunidades para el desarrollo cultural. El reto para los países subdesarrollados en el contexto de la globalización, no es que las oportunidades de desarrollo no estén presentes, el dilema está en lograr aprovechar las oportunidades existentes, las cuales exigen determinados requerimientos que muy pocos países subdesarrollados pueden o han sido “capaces de alcanzar”.
Esta última meditación conduce a la idea, de que la globalización pudiera ser inevitable en tanto se considere como un proceso de reestructuración económica y cultural global resultado de la evolución del conocimiento científico. Esto no implica que no se reconozcan sus efectos dañinos, los cuales en cuanto a posibilidades de desarrollo los mismos si deben ser evitados. Una visión de ese tipo se podría apoyar en hechos reales y en tendencias evidentes del proceso, fundadas en las consecuencias negativas que ha tenido para los países subdesarrollados y también para vastos sectores sociales en las propias naciones más industrializadas.
El carácter contradictorio y heterogéneo de la reestructuración de la economía y la cultura mundial se expresa, de diversas maneras, entre ellas en el hecho de que este proceso que ha favorecido la extensión a escala planetaria de prácticas inhumanas de obtención de plusvalía y de diferenciación social, también ha conducido a una dispersión de la base industrial y cultural del mundo en “favor” de un grupo de países subdesarrollados, cuyos efectos no pueden ser ignorados ni menoscabados. Estos efectos diferenciados dejan ver variados desafíos y lecciones en el plano del diseño de políticas de desarrollo.
Las lecturas del marxismo indican que la solución de la contradicción económica fundamental del capitalismo está en reconocer de modo efectivo el carácter social de las fuerzas productivas modernas, y por tanto, de armonizar el régimen de apropiación y de cambio con el carácter social de los medios de producción. “Las fuerzas activas de la sociedad obran mientras no las conocemos ni contamos con ellas, exactamente lo mismo que las fuerzas de la naturaleza: de un modo ciego, violento destructor, pero una vez conocidas, tan pronto “se sepa” comprender su actividad, su tendencia y sus efectos, depende de nosotros supeditarlas cada vez más de lleno a nuestra voluntad y alcanzar por medio de ellas nuestros propios fines”.[8]
Tal es lo que ocurre con las gigantescas fuerzas de la globalización y el mercado, mientras haya resistencia a comprender su naturaleza y su carácter, estas fuerzas actuaran de manera opuesta. “En cambio,- parafraseando a Engels – tan pronto penetremos en su naturaleza esas fuerzas en manos de productores asociados, se convertirán de tiranos demoníacos, en fuerzas sumisas”..[9]
Bibliografía
[1] José Martí. Informe presentado en la Comisión Monetaria Internacional Americana celebrada en Washington, 30 de marzo de 1891. En Obras Completas, tomo 6. Editora Nacional de Cuba, La Habana, 1963 p. 153.
[2] Lidia Córdoba. «Educación para la no violencia: Hacia un desarrollo sostenible sustentable y sostenido con perspectiva de género». Ciencias Sociales No. 71 Costa rica, marzo de 1996 p. 128.
[3] Ver: The World Commission on Environment and Development. Our Common Future, 1987 Oxford University Press, p. 102.
[4] José Martí. Nuestra América. Obras Completas, tomo 6 Editora Nacional de Cuba, la Habana 1963 p. 18.
[5] José Luis Rodríguez. Ministro de Finanzas y Economía de Cuba. En inauguración del I Encuentro Iberoamericano «Cultura y Desarrollo: retos y estrategias» convocado por el Centro de Superación para la Cultura del Ministerio de Cultura de Cuba. La Habana, noviembre de 1995.
[6] Carlos Rafael Rodríguez. «Ahí está el verdadero reto del siglo que ahora comienza». Intervención en Inauguración del Congreso Latinoamericano de Sociología, del 28 al 31 de mayo de 1991. En: Interrogantes de la modernidad. Ediciones Tempo, La Habana, 1991 p. 199.
[7] Nuestra Diversidad Creativa. Informe de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo. Op. cit. p. 24.
[8] Federico Engels. Antidhuring. Editorial Pueblo y Educación, La Habana 1979 pp. 340-344.
[9] Federico Engels, ibidem p.344.