De la economía de la posesión a la economía de la egoencia

1. Introducción

Si bien los libros de texto de Economía suelen eludir el tema, y pese a que los signos de los tiempos actuales nos sugieren que los economistas habrán de marcar el paso firmemente en el siglo XXI, existe un generalizado reconocimiento de que la ciencia económica está en crisis (Barceló, 1992; Fernandez, 1994; Cobb y Daly,1993).

La Economía no sólo comparte muchas de las dificultades y ambiguedades reconocidas en las ciencias sociales sino que además, en su afán por erigirse en la «física de las ciencias sociales», se ha acotado en un reducido espacio que le ha hecho perder la perspectiva de su lugar en el mundo y limitado sus alcances. Para colmo, en su afán por vestirse de ciencia, ha terminado siendo acusada no sólo de «… apoyarse en premisas inadecuadas y en categorías ilusorias, … rehuir las contrastaciones empíricas y … dar la espalda a las disciplinas vecinas» (Barceló, 1992: 12), sino también de falta de unidad, tendencia al desintegracionismo, al determinismo, al reduccionismo y falta de operatividad ante las crisis modernas (Fernandez, 1996).

Esto no hace sino expresar uno de los problemas más serios que afectan a la Economía como disciplina científica: mientras sus cultores -los economistas- se precian de haber elaborado importantes precisiones conceptuales y metodológicas, y de haber logrado grandes avances en la formalización de las reflexiones y la investigación económica, todavía la Economía aparece exhibiendo profundas limitaciones para explicar los verdaderos problemas económicos que aquejan a la humanidad y guiar los esfuerzos que permitan enfrentarlos. La Economía sufre lo que algunos llaman «una aguda falta de relevancia ante los problemas del ser humano de nuestro tiempo» (Cobb y Daly, 1993).

Es cierto. Los hombres han logrado en los últimos años los más importantes avances tecnológicos que conozcamos y multiplicado en mucho sus capacidades de creación de riqueza material; sin embargo los grandes problemas que les aquejan no han sido aún resueltos y muchos parecen haberse agudizado. Los niveles materiales de vida de que algunos disfrutan están muy lejos del alcance de la gran mayoría, la pobreza en el mundo se extiende y agudiza; países virtualmente marginados de los procesos de globalización no parecen tener perspectiva futura; la biósfera se deteriora crecientemente; los problemas de empleo y marginalidad se traducen en el aumento de los conflictos y la violencia; ciertas actividades económicas funcionales al sistema económico imperante pero nocivas para las personas por sus negativos efectos económicos, sociales, políticos e individuales crecen aceleradamente (especulación financiera, tráfico de armas y estupefacientes). La enajenación hace perder de vista el sentido de la vida humana y sumerge a las personas en tensiones difíciles de manejar, la aparición de profundos desequilibrios psicológicos y biosomáticos deterioran la calidad de la vida independientemente del bienestar material alcanzado; la humanidad se debate cuestionando aún inconscientemente el sentido de la vida y ante la falta de respuestas se aferra desesperadamente al consumo desenfrenado de bienes, creencias, mitos, separatismos, odios ancestrales o a pseudo respuestas que embotan su conciencia. Los avances científicos y tecnológicos han tomado una velocidad tal que se nos hace difícil tomar plena conciencia de los alcances, las implicaciones y las consecuencias de las transformaciones en curso, y parecería que apenas podemos aspirar a no perder el siguiente trufi que tendría que llevarnos al próximo milenio.

La falta de relevancia de la Economía no se refiere a cuán útil pueda ser para ayudarnos a correr hacia el futuro portando las claves del éxito de la época -globalización, libre mercado, competitividad, reformas estructurales, sostenibilidad, especilización flexible, información, bloques regionales, estrategias de liderazgo, calidad total, innovación, cultura del cliente, etc.-, sino más bien a lo alejada que ella pueda estar de las reales necesidades del ser humano.

2. La construcción de la economía

La Economía, como hoy la conocemos, se fue desarrollando en el contexto científico de los últimos siglos que estuvo dominado por el determinismo mecanicista newtoniano y el dualismo cartesiano, inspirada en los avances de las ciencias naturales y aspirando a ser reconocida como ciencia. En este proceso la Economía fue definiendo sus bases científicas entre las que podemos señalar: la idea de la existencia de leyes objetivas que gobiernan la vida económica más allá del tiempo y el espacio, la idea de progreso como fuerza fundamental de la vida económica y un enfoque analítico parcelario que agrega y desagrega lógica y linealmente. El resultado de estos esfuerzos debió ser una ciencia objetiva, ética y políticamente neutral, completamente libre de juicios de valor.

En la construcción científica de la economía se debió recurrir a los artificios lógicos necesarios para encarar con éxito el desafío planteado. Por un lado fue preciso asumir una proposición básica sobre la naturaleza humana que dio vida al célebre homo economicus, siempre racional, egoísta y maximizador, independientemente del contexto y de las condiciones en que se forma y actúa. Por otro lado fue preciso expurgar cuidadosamente los aspectos no económicos de las relaciones económicas y desechar lo que se suponía no era relevante para las cuestiones económicas. Adicionalmente, dado que buena parte de las relaciones económicas se realizaban a través de intercambios con dinero, surgió la necesidad de prestar particular atención a los valores monetarios, y fue justamente en torno a ellos que las reflexiones económicas terminaron de tomar forma.

Así, a medida que se construía, la ciencia económica fue revelando una inclinación a reducir las necesidades y acciones económicas a las observables en el comportamiento de los individuos en los intercambios mercantiles, por lo cual no resultó extraño definir el bienestar tan sólo en términos de la satisfacción de las necesidades atendibles mediante el mercado. Y los economistas, fascinados con lo que parecía ser un gran sistema mecánico funcionando objetivamente, se fueron enredando con los mecanismos que surgieron para facilitar los intercambios económicos generalizados, para terminar atrapados en la afanosa búsqueda de cómo manipular los recursos con la finalidad de maximizar la ganancia monetaria en el corto plazo en pro del provecho individual, mientras se dejaba a las fuerzas de la gran máquina económica la tarea de transmutar el provecho individual en el máximo beneficio social posible.

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De esta manera la Economía se concentró cada vez más en aspectos parciales del comportamiento económico humano a un grado tal que, cuando se aplicaron sus hallazgos a situaciones concretas olvidándose el nivel de abstracción de donde provenían, la complejidad de las relaciones económicas fue reducida a sus componentes estrictamente monetario-mercantiles.

Lo que los economistas han hecho hasta ahora ha sido por cierto meritorio. Con no poca razón muchos sostienen que la economía ha logrado explicar y resolver la mayor parte de los problemas teóricos y prácticos que los economistas se han propuesto; sin embargo, cuando se constata que los grandes problemas que aquejan a la humanidad no parecen tener posibilidades de un correcto tratamiento ni dirección a su solución en el marco de las tendencias predominantes en la disciplina de la Economía, puede valer la pena detenerse un momento y reflexionar en qué medida la racionalización que la Economía ha construido con respecto al individuo y la sociedad corresponde a lo que el ser humano verdaderamente es, a lo que necesita y a sus reales posibilidades. En ese entendido las páginas que siguen lanzan, sin mayor pretensión, algunas ideas preliminares que esperamos puedan motivar al lector a la exploración de nuevas maneras de ver y entender la economía como actividad humana desde una perspectiva que los economistas por lo general no utilizan: la del ser humano como individualidad consciente en proceso de desenvolvimiento.

3. Relaciones Y Relaciones

Una de las proposiciones básicas de las ciencias sociales, que toda persona aprende más tarde o más temprano, es que el ser humano es un ser social. Por cierto, nosotros somos en relación, vivimos en relación, somos parte de una totalidad que constituimos, que nos afecta y a la que afectamos consciente e inconscientemente, para bien o para mal. Por ello el mundo en que vivimos no es sino una infinita trama de relaciones que se crean, recrean y destruyen sin cesar, y nuestra vida un interminable establecimiento de relaciones. Esto no implica empero que seamos conscientes de ello; bastante a menudo vivimos sin plena conciencia de nuestra naturaleza eminentemente relacional por lo cual tendemos a actuar sin darnos cuenta de los efectos de lo que hacemos en los demás, en el medio y aún en nosotros mismos.

La manera cómo establecemos nuestras relaciones no sólo expresa lo que somos y el medio en que nos movemos, sino que además define el alcance de lo que hacemos, el tipo de efectos que provocamos con nuestro accionar y la conciencia que asumimos de ello. Por eso el alcance y la calidad de las relaciones están permanentemente cambiando y redefiniendo aquello con lo cual interactuamos y que constituye lo que llamamos nuestra «realidad».

En este trabajo denominamos estado de conciencia a la manera cómo se establecen las relaciones y se participa de ellas (Waxember, 1994). Un estado de conciencia es una forma de ser en el mundo que comprende las acciones concretas que se realizan en el medio en que se vive, lo que se piensa y se siente, el sentido que se da a la propia existencia y cómo se lo plasma en la vida concreta. Si bien el estado de conciencia es fundamentalmente individual, es posible encontrar estados de conciencia comunes en grupos de personas a partir de los cuales se establecen criterios básicos de lo que es admisible, normal y deseable en las interrelaciones humanas.

Los estados de conciencia están sujetos a dinámicos procesos de cambio que no hacen sino expresar las transformaciones que sufren el alcance y la calidad de las relaciones a lo largo de un proceso que, según Jorge Waxemberg, comprende cuatro fases:

La primera fase, el estado de conciencia de apropiación, está caracterizada por el afán de posesión asentado en la idea de lo «mio». Es la fase de la conquista y el logro, del poseer, retener, acumular. Ser es tener. El anhelo de poseer impulsa a superar la inercia y la pasividad, fomenta la actividad y contribuye al desarrollo del conocimiento racional, de la iniciativa y del intelecto. La relación con los demás es fundamentalmente competitiva; la ganancia de unos es pérdida para otros, y si bien la cooperación es posible sólo emerge en la medida en que se muestra benéfica para el afán individual de lograr y poseer. El eje del mundo para cada quien es el interés por uno mismo.

La segunda fase es denominada de la tolerancia. Todavía es importante el afán de posesión, pero ya se descubre a los demás con posibilidades y derechos. Surge el reconocimiento de que la cooperación es necesaria y posible, y que ceder puede permitir mejorar las condiciones en las que uno se mueve. Si bien se reconoce la existencia y los derechos de otros no se asume responsabilidad por ellos. Se respeta, y si bien aún no se da, ya no se quita. El otro es aceptado como similar.

La tercera fase es la de la solidaridad. La relación cambia en la medida en que se descubre a los otros, se los re-conoce, se simpatiza con ellos, se está dispuesto a ayudarlos, se comparte. Se comienza a dar, aunque todavía está sólidamente presente la separatividad ya que el otro sigue siendo «el otro». Por ello se da esperando recibir. Es la fase del altruismo, de la primacía de la inclinación hacia el prójimo, del interés por los demás, el compromiso con ellos. El estado de conciencia de solidaridad se expresa en asumir responsabilidad por lo que ocurre con los demás, por el futuro de la humanidad, por el uso de los recursos y sus efectos en el ser humano y los ecosistemas.

La cuarta fase es la de participación. Es el establecimiento consciente de relaciones con todo lo existente dando lugar a la emergencia de un estado de conciencia de unidad. Uno se reconoce parte de una totalidad que incluye a todo lo existente quebrándose toda separatividad mientras se desenvuelve una conciencia de ser en totalidad. Se asume una responsabilidad ilimitada con base en la cual ya no simplemente se da, sino que se da sin limites -es darse. La relación incluye los contextos social, cultural, económico, natural y espiritual.

Desde el punto de vista de las relaciones, el desenvolvimiento humano consiste en expandir la capacidad de participar, es decir transitar de una etapa a otra a través de un proceso de ampliación del contexto mediante el cual se va pasando de lo individual a lo cultural, de lo cultural a lo humano, de lo humano a lo universal:

«Cada ser humano es parte de un todo que llamamos «universo»; una parte limitada en el tiempo y en el espacio. Por eso nos experimentamos a nosotros mismos, a nuestros pensamientos y sentimientos como algo separado del resto, en una especie de ilusión óptica de nuestra conciencia. Esta ilusión es como una prisión que nos reduce a deseos personales y a sentir afecto por unas pocas personas que nos rodean. Nuestra tarea es liberarnos de esta prisión ampliando nuestro círculo de compasión para que abarque a todas las criaturas vivas y a la naturaleza entera en su belleza.» (Einstein, 1980: 45).

El proceso de ampliación del estado de conciencia no es lineal ni progresivo, es de expansión, y conduce no a una adición -suma- sino a una creciente simplificación donde la totalidad y la individualidad hacen una unidad de participación.

4. Acerca de eternidades, egoísmos, cosas y el afán de posesión

La etapa de la posesividad, necesaria en el desenvolvimiento humano, es la afirmación positiva de la individualidad en el mundo y suele predominar cuando la persona comienza a consolidar su identidad por diferencia y exclusión. El estado de conciencia posesivo se ha plasmado en formas de ver y vivir la vida para las cuales ser es poseer; propiedad es posesión, condición de ser. Quien no tiene no es. De ahí el afán de poseer las cosas, los recursos, el tiempo, la naturaleza, a los demás, a uno mismo. La posesión ha sido una poderosa fuerza que ha jalado el desenvolvimiento humano perfeccionando la voluntad, desarrollando la mente racional y dando lugar a un gran desarrollo exterior que sin embargo ha resultado excluyente; la otra cara de la medalla del afán de posesión destruye a la naturaleza, margina a los más débiles y hace surgir formas de dominación y subordinación que han llenado de dolor la existencia humana.

En el marco del estado de conciencia posesivo, a medida que se generalizaban las relaciones mercantiles y se creaban las condiciones económicas, sociales, políticas, culturales y espirituales para el surgimiento del capitalismo, surgió y comenzó su desarrollo la disciplina llamada Economía tal como la conocemos en nuestros días. La posesión como estado de conciencia ha llevado a plantear -desde el campo de la Economía- un modelo de ser humano, de economía y de sociedad que define el sentido de la vida en función de la cantidad y la calidad de los bienes y servicios que se anhela poseer para alcanzar el bienestar. El homo economicus es la criatura que racionaliza su estado de conciencia posesivo para actuar basado tan sólo en el interés por sí mismo y no tiene mayor preocupación por los efectos de su accionar en los demás y en el medio que le rodea, a no ser que ello le reporte específica ventaja o desventaja, y no es sino el ser humano que siente, piensa y actúa en función de las circunstancias en las que su satisfacción personal se maximiza. La apelación a los sentidos es la forma fundamental de su motivación en una existencia cuya sucesión de eventos expresa la interminable búsqueda de sensaciones agradables y satisfacciones personales. Incluso se ha llegado a sostener -y ello ha permitido la formulación de consistentes teorías económicas- que este modelo de individuo constituye la más precisa expresión de una naturaleza humana, inmutable en el tiempo y el espacio, para cuyo florecimiento las actuales formas de organización política, social y económica -el capitalismo de inicios del siglo XXI- configurarían el más adecuado ambiente.

Las teorías elaboradas en el marco de la disciplina económica han contribuido al desenvolvimiento individual y colectivo del ser humano en la fase de la relación posesiva; por eso las elaboraciones de la economía han tendido a unilateralizar su interés en cierto tipo de necesidades y comportamientos que están directamente relacionados al sentido de apropiación y cuyo referente fundamental ha sido el disfrute individualista de carácter material. Desde esta perspectiva la economía convencional ha concentrado su reflexión de manera casi exclusiva en las necesidades de subsistencia física y cuando ha incursionado en la consideración de otro tipo de necesidades, como las psicológicas y sociales, ha tendido a tratarlas sin trascender los supuestos básicos, la lógica y el alcance con los que tradicionalmente trabaja. Así McKenzie y Tullock -en una compliación de artículos en los que se estudian con los supuestos, la lógica y el instrumental de la economía convencional temas como las relaciones políticas, el crimen, la deshonestidad, los afectos, las relaciones románticas, el tener hijos, etc. – sostienen con plena seguridad:

«Los economistas a menudo son criticados por asumir que el individuo es completamente materialista -interesado nada más que en las cosas materiales. Lo que nosotros asumimos es que los individuos tienen deseos que pueden materializarse en objetos materiales, …pero también reconocemos que los seres humanos quieren lo estético, lo intelectual y lo espiritual. … Sin embargo debemos enfatizar que lo que decimos para las cosas materiales es mayormente aplicable también para lo que no es material. Podemos hablar en términos de bienes, pero nos estamos refiriendo a aquello que las personas desean, sea o no material.» (McKenzie y Tullock, 1981: 10).

Esta visión que resalta al interés por uno mismo y reduce todos los aspectos de la vida a un tratamiento «mayormente» materialista, no está en condiciones no sólo de incorporar los aspectos no específicamente materiales de las relaciones humanas en su real dimensión no material, sino que tampoco puede capturar -ya que de hecho la niega- la permanente transformación del ser humano y de las formas de su interrelación resultantes de complejos procesos naturales, sociales, mentales y espirituales muy dinámicos en el tiempo y el espacio.

Puesto que es lícito sospechar que el ser humano -cada uno de nosotros- no encaja a plenitud en la imagen del hedonista homo economicus atrapado en la eterna cárcel de su inmutable egoísmo rodeado de objetos materiales y de aspectos no materiales -que están empero cosificados-, y cuya búsqueda y posesión dan sentido a su vida y a su cotidianidad, no parece del todo descabellado repensar algunos de los elementos básicos sobre los que se nos ha habituado a entender la economía.

5. Repensando algunos elementos acerca de individualidad y las necesidades del ser humano

Una primera mirada a la individualidad y las necesidades.

La individualidad está referida a lo que constituye el individuo; la originalidad propia de una persona o cosa y que le concierne. Con base en ello el ser humano es, primero que nada, una individualidad.

La preocupación por la individualidad se desarrolló como parte del proceso histórico del renacimiento y la reforma religiosa. En el siglo XVII, y fuertemente influenciado por los avances de la física newtoniana, Hobbes planteó su idea de la sociedad como constituida por una infinidad de átomos -los individuos- en permanente movimiento y colisión. En este contexto se hizo necesario avanzar algunas precisiones en torno al individuo que se orientaron, en la propia tendencia hobbesiana, a presentarlo como una entidad abocada nada más que a sus propios asuntos, algo que estuvo ya relacionado con las primeras proposiciones del utilitarismo, propuestas alrededor del año 1725 por Francis Hutchison, que terminaron de afirmarse con la elaboración de Jeremy Bentham acerca de los dos grandes factores que gobiernan la naturaleza individual: placer y dolor. Con base en ellos se formularon los dos «grandes principios» de la vida humana, el anhelo de la mayor felicidad posible y el interés por uno mismo, que constituyeron un sólido referente para lo que la economía luego tomó como sus fundamentos metodológicos: la maximización de la satisfacción y la minimización del sufrimiento para el individuo y para la sociedad. Esto, más la idea de que el placer proviene del disfrute de determinada cantidad de bienes a los que se accede a través del mecanismo del mercado, permitió la construcción de una ciencia económica que resultó en «… una verdadera mecánica de utilidad y del interés propios» (Naredo, 1987: 49). Tan ligada estaba la idea del individuo a la de sus satisfacciones placenteras que J. Mill comentó en alguna ocasión que según estas concepciones la gran ley que gobierna la naturaleza humana es la conseguir el poder suficiente para que las personas y sus propiedades estén al servicio de nuestros placeres.

Dado que el desarrollo inicial de la noción de individuo estuvo íntimamente ligado a las ideas que asimilaban la individualidad a la búsqueda del mayor goce posible, se tendió a pensar al hombre como una máquina de placer que busca llevar este al máximo. Esta relación de placer y comportamiento del individuo se reforzó notablemente cuando se la articuló al disfrute de mercancías obtenibles en el mercado a cambio de dinero. Así la relación individuo-goce tuvo una connotación esencialmente egoísta; -¿de qué otro goce podía ocuparse el individuo sino del suyo propio? Siendo este el caso, no sólo resultaba obvia la naturaleza de las preferencias individuales, sino que además ellas no tendrían por qué cambiar ni verse afectadas por el entorno en el que el individuo existía.

Esta aproximación al individuo que mezcló la individualidad con el disfrute en su sentido material, fue la que -paradójicamente- condujo a olvidar al individuo en proporción directa a la invocación que se hacía de él, imputándosele los atributos de una relación de mercado en la cual aparecía expresando ciertos determinantes que se atribuían a su naturaleza humana. Con base en esta noción de individuo se racionalizó un modelo de sociedad que, lejos de promover el verdadero desenvolvimiento de la individualidad, la sumergió en los turbios torrentes de las relaciones de mercado que terminaron haciendo de la persona,

«… un apéndice de la máquina, regido por el solo ritmo y exigencias de ésta, …(transformando al hombre)… en Homo consumens, el consumidor total, cuya única finalidad es tener más y usar más. (…) El hombre, en tanto mero diente de un engranaje de la máquina de producción, se vuelve una cosa y cesa de ser humano.» (Fromm, 1987: 47).

Nótese, empero, que esta manera de concebir al individuo, si bien predominante, no ha sido la única. Por ejemplo, ya en el siglo pasado John S. Mill y Karl Marx se referian en algunos de sus trabajos a un desenvolvimiento de la individualidad humana con todas sus potencialidades, proponiendo no reducirla al interés por uno mismo e invitando a trascender la visión de un individuo que se mueve nada más que a lo largo de la básica relación de placeres y dolores. Esto nos sugiere que una reflexión sobre la economía que apunte en otra dirección que la de la economía convencional no necesariamente se diferencia de ella por abandonar la idea del individuo como eje fundamental de la vida económica, sino más bien por ubicar a este con todos sus aspectos y posibilidades como fundamento, sujeto y objeto de la misma.

En este trabajo nos esforzaremos por explorar esta forma de entender al individuo y su individualidad. En este empeño nos concentraremos en algunos aspectos de la relación del individuo con sus necesidades.

Entendemos por necesidad una carencia de aquello que genera inquietud suficiente como para dar lugar a una respuesta. Si bien en una primera aproximación se suele relacionar las necesidades nada más que con la supervivencia físico-biológica, ha sido preciso reconocer que las necesidades del ser humano trascienden con mucho las que se refieren al aspecto físico-material de su existencia. Puesto que el ser humanos multidimensional también lo son sus necesidades, demandando un tratamiento lo suficientemente amplio que debería también alcanzar a la disciplina económica. La tendencia a reducir las necesidades a su componente físico-biológico está conectada a conveniencias metodológicas que han llevado a tomar las necesidades como algo dado, sin considerar su naturaleza y las características de los procesos mediante los cuales ellas se forman. Las mismas razones de simplificación metodológica han llevado cuando no a olvidar a las necesidades que no salen al mercado a enfrentarse con objetos útiles que tienen un precio, al menos a encajarlas a un patrón básico construido sobre las necesidades físico-materiales, con el que se ha querido dar el mismo tratamiento a todas las necesidades. Esto ha signado el estudio y la reflexión sobre los aspectos económicos de la existencia humana, orientando su dirección y limitando sus alcances y posibilidades.

Con fines de ordenar las cosas, en una primera aproximación y siguiendo a Fromm, se pueden distinguir dos tipos de necesidades del ser humano: las de sobrevivir y las de trans-sobrevivir (Fromm, 1987).Las necesidades de sobrevivir, que de principio vendrían a expresar un impulso intrínseco a sobrevivir físicamente y que tienen al instinto como su más hondo fundamento, comprenden además aquellas que resultan de la evolución mental, cultural y social del hombre:

«El cuerpo del hombre lo hace querer sobrevivir sin importar las circunstancias, aun las relacionadas con la felicidad o con la infelicidad, con la esclavitud o la libertad. (Pero además) … el hombre, una vez que ha comenzado el proceso de la civilización, trabaja no sólo para reunir alimento, sino para vestirse, para construir refugios y, en las culturas más avanzadas, para producir las variadas cosas que, sin ser estrictamente necesarias para su supervivencia física, se han desplegado como necesidades reales formando la base material de una vida que permite el desarrollo de la cultura.» (Fromm, 1987: 74).

Las necesidades de sobrevivir comprenden:

• las necesidades biológicas y biopsicológicas de renovación y equilibrio energético: alimentación, sueño, movimiento, actividad sexual, vestido, refugio, cuidado y protección del cuerpo y la mente, etc.

• las necesidades de orden mental-psicológico como las de recreación, saber, reconocimiento, afectividad, auto-afirmación, etc.

• las necesidades de orden social y cultural, como las de participar en la vida social, comunicación, seguridad, autonomía, pertenencia, prestigio, etc.

Las necesidades de trans-sobrevivir están referidas a las de atender las inquietudes provenientes del hecho de tener conciencia de uno mismo y del medio natural, humano y universal en que se existe. Estas necesidades, que denominamos de carácter espiritual y que se podrían sintetizar en una «necesidad vital de sentido», son las más específicamente humanas de las necesidades ya que el hombre «… quiere no sólo saber lo que necesita para sobrevivir, sino comprender qué es la vida humana» (Fromm, 1987: 75).

Las necesidades de trans-sobrevivir son, además, trans-utilitarias pues:

«El dinamismo de la naturaleza humana, en la medida en que es humano, se halla arraigado primariamente en esta necesidad del hombre de expresar sus facultades en relación con el mundo más que en la necesidad de usar el mundo como un medio para satisfacer sus necesidades fisiológicas. Lo cual quiere decir: dado que tengo ojos, tengo necesidad de ver; dado que tengo oídos, tengo necesidad de oír; dado que tengo una mente, tengo la necesidad de pensar; y dado que tengo corazón, tengo la necesidad de sentir». (Fromm, 1987: 76).

«Los impulsos del hombre, en cuanto son transutilitarios, expresan una necesidad fundamental y específicamente humana: la necesidad de relacionarse con el hombre y con la naturaleza y de afirmarse en esta relación.» (Fromm, 1987: 76).

Por eso el ser humano «… es un ser cuya principal preocupación consiste en determinar un sentido para su vida y en actualizar ciertos valores, en lugar de estar empeñado en la mera gratificación y satisfacción de impulsos e instintos». (Frankl, 1963: 164).

Estas necesidades, intrínsecas como son al ser humano, se manifiestan de manera distinta en diferentes contextos personales, sociales y culturales, y fácilmente pueden representar algo formalmente diferente para unas personas y otras. Pero en todos los casos se revelan como una necesidad de sentido, que emerge en el ser desde adentro.

Si bien el impulso fundamental de las necesidades nace del ser humano como tal, éstas son amoldadas y toman formas específicas diferentes de acuerdo al contexto en el que las personas existen. Es decir, la formación de necesidades -tal como ellas aparecen-, es un proceso socialmente condicionado, en conexión con el momento y lugar en el que la persona concreta su existencia. Por eso esa necesidad de sentido tiene alcances y características diferentes en diferentes contextos, y está directamente relacionada con aspectos personales, espirituales, naturales, culturales, económicos, sociales, etc. que son parte del mundo en el que las personas viven y se transforman.

Pese a la importancia que tienen las necesidades de trans-sobrevivir, en las sociedades actuales se tiende a olvidarlas ya que no pueden ser atendidas a través de los mecanismos de mercado. Por eso, y dado que el sentido de la vida no emerge de la manera de vivir que las formas actuales de producción e intercambio han establecido, el ser humano se consume en la búsqueda desesperada de sentido donde no lo hay, en el disfrute de bienes de consumo, sean estos materiales o no, que como formas fantasmagóricas llenan de color y sonido la superficie de la vida humana mientras crece el inmenso vacío interior. Esta parece ser la causa fundamental de los desequilibrios que aquejan al ser humano de nuestro tiempo: neurosis de masas, vacío existencial y pérdida de significado (vease Frankl, 1957 y Frankl, 1973). Desequilibrios que han llevado a hablar de una actual era de la depresión que «… del mismo modo que las depresiones individuales (exógenas) pueden interpretarse como respuestas a una pérdida de lazos afectivos, la depresión inherente a nuestra cultura corresponde a la pérdida de relación con el origen, con la ‘realidad’.» (Pániker, 1982: 49).

Una pérdida del sentido de la existencia que no solamente no se recupera en el mercado y sumergiendose en el consumo desenfrenado, sino que más bien se agudiza. Una necesidad de sentido que no se satisface desde afuera, ya que su naturaleza es intrínsecamente interior.

Una segunda mirada a las necesidades y la individualidad.

La atención de las necesidades de sobrevivencia es absolutamente necesaria ya que permite plasmar la existencia concreta de las personas en el mundo. Sin un mínimo grado de atención de estas necesidades el ser humano no puede sobrevivir y menos aún trans-sobrevivir. Algunas de estas necesidades son comunes a todos los individuos, por ejemplo las necesidades de subsistencia cuya satisfacción permite la supervivencia y el desarrollo biológico, psicológico y social básico; otras son diferenciables según las condiciones naturales, sociales y personales en las que los individuos viven. Diferentes personas en contextos distintos requieren de diferentes medios para satisfacer sus necesidades biológicas y biopsicológicas, mental-psicológicas y social-culturales en diferentes etapas de su vida.

Las necesidades de sobrevivencia obviamente deben ser satisfechas. De hecho hoy en día las sociedades organizadas reconocen que toda persona tiene el derecho y debe tener la posibilidad de satisfacerlas, no sólo por razones de orden ético, sino también debido a que se admite que personas mejor educadas, con mejor salud, mejores condiciones de vida, mayor autonomía y participación en la vida social, hacen mejores los sistemas económicos y sociopolíticos. Así, desde 1990 el PNUD ha comenzado a trabajar sistemáticamente en la dirección de promover lo que se ha dado en llamar Desarrollo Humano, entendido como un «… proceso de ampliación de las opciones de la gente para mejorar sus condiciones a fin de lograr el …florecimiento pleno y cabal de la capacidad humana», «… para los paises industrializados tanto como para los paises en desarrollo, para los hombres tanto como para las mujeres, para las generaciones actuales tanto como para las futuras.» (PNUD, 1996: 55). Y se ha comenzado a hacer hincapíe en que las formas de organización de la producción y la distribución, de aprovechamiento de los recursos, de organización social y participación, deben hacer posible la satisfacción de las necesidades biológicas, psicológicas y sociales de todos los miembros de una sociedad sin excluir a ninguna persona, independientemente de sus características físicas, sociales o culturales. Esta es empero una tarea que apenas comienza y la humanidad todavía se agita entre el reconocimiento de esta necesidad y las formas de organización socioeconómica que, ancladas en el estado de conciencia posesivo, dificultan que esta aspiración pueda por ahora hacerse realidad.

Las necesidades de sobrevivencia son cambiantes tanto cuantitativa como cualitativamente y reflejan las condiciones en que las personas existen. El propio sentido de carencia de las necesidades es eminentemente relacional y traduce el contexto social, cultural, económico, natural y espiritual en el que las personas concretan su existencia. Así, en diferentes contextos ciertas carencias pueden o no hacerse necesidades; del mismo modo, determinados contextos hacen aparecer necesidades que en otros no son siquiera imaginables.

La economía convencional al racionalizar los requerimientos de producción y realización de lo producido en el mercado, que son la base del sistema económico imperante, subordina la cuestión de las necesidades a las de la producción y acumulación ilimitada de valores, razón por la cual olvida que no solamente se producen objetos para el sujeto, sino que también se produce la propia necesidad del objeto a ser consumido. Por ello, en la medida en que el propio sistema se basa en la expansión ilimitada de la actividad económica, y dado que sus frutos requieren venderse en el mercado atendiendo a las necesidades de las personas, ha sido preciso acompañar la tendencia a una creciente producción con una racionalización acorde de las necesidades, entendidas también como ilimitadas. Ello ha ocasionado que la economía convencional haya estado orientada fundamentalmente a pensar las necesidades en téminos de escasez, dando lugar a la denominada eterna tragedia del consumo:

«El consumo es, a doble título, una tragedia: la que comienza en la insuficiencia y termina en la privación. [..]…. el mercado ha hecho accesible una gran masa de productos, ha amontonado una cantidad inaudita de Bienes delante del hombre, al alcance de su mano, sin que éste pueda jamás poseerlos todos a la vez. Y peor todavía, en este juego de la libre elección, cualquier adquisición es a la vez una privación, ya que al mismo tiempo que el consumidor compra un objeto determinado, tiene que renunciar a otro que habría podido procurarse en su lugar, el cual puede resultar menos deseable en ciertos aspectos, pero más en otros.» (Sahlins, citado por Naredo, 1987: 118).

Por tanto, no son las necesidades humanas las ilimitadas; los ilimitados son más bien los requerimientos de un sistema económico que para su creciente expansión crea y recrea las necesidades humanas. Esto en modo alguno quiere decir que las personas no deban satisfacer, y adecuadamente, sus necesidades de sobrevivencia, empero pone en el tapete de discusión el tema de la relación de la persona con sus necesidades y los medios de su satisfacción; un asunto que puede ser abordado desde dos perspectivas diferentes. Una basada en las elaboraciones de la teoría de la utilidad marginal decreciente -contribución importante de la economía neoclásica- que muestran cómo la consecución de adicionales unidades de un bien o servicio no solamente ocasiona una reducción de la satisfacción alcanzada por unidad adicional consumida, sino que además da lugar, a partir de cierto punto, a una reducción absoluta del nivel de satisfacción alcanzado, no siendo por tanto racional la aplicación ilimitada de un bien o servicio a la satisfacción de una necesidad; un límite es imperioso. La otra perspectiva está enfocada en discutir el establecimiento de límites -individuales o sociales- a las necesidades de sobrevivencia y la medida de su satisfacción, ya que más allá de un determinado punto la consecución de adicionales medios de satisfacción de las necesidades exige tiempo y energía que podrían ser utilizados para otros fines.

Por otro lado, es bueno trascender la idea tan difundida de que las necesidades de sobrevivencia son intrínsecamente egoístas, ya que a medida que se expande el estado de conciencia también lo hace la relación de la persona con estas necesidades, de forma tal que el bienestar personal pasa a depender incluso de las posibilidades que otras personas tienen para atender sus necesidades. Así a medida que la conciencia se expande más se toma en consideración el bienestar de otros: familiares, amigos, compañeros, conciudadanos, los humanos en general. Esto puede ser entendido como un proceso en el cual se expanden la simpatía, la conmiseración, el altruismo, de manera que el bienestar de uno está relacionado positivamente con el bienestar alcanzado por otras personas.

Esto no es algo ajeno a los quehaceres cotidianos de los seres humanos. Por un lado la benevolencia, la cooperación, la solidaridad, -aun con personas que uno no conoce- suelen aparecer a menudo espontáneamente y sin mayor estímulo ni expectativa de recompensa o retribución. Por otro lado existen determinados códigos éticos, religiosos o de carácter espiritual que empapan la vida y las relaciones humanas -y que muchos individuos se esfuerzan por seguir- que instan a las personas a considerar el bienestar de los demás tanto como el propio. Además, mientras más amplio es el estado de conciencia de las personas, la propia noción que se tiene de los «otros» como separados o en oposición a uno se va diluyendo.

Por eso desplazar el estudio de la actividad económica del campo de la maximización egoísta y utilitarista del bienestar, hacia una perspectiva que enfatiza el bienestar integral de cada uno y de todos, permite extender el terreno de las reflexiones económicas hacia la necesidad de promover el bienestar de todas las personas, de brindar a cada uno las posibilidades para obtener lo que necesita y de ayudar a los más débiles.

Sin embargo, como ya se indicó antes, el desenvolvimiento humano no se termina con la satisfacción de las necesidades biológicas, biopsicológicas, mentalpsicológicas y socioculturales de uno mismo y de la colectividad. El ser humano requiere además atender sus necesidades de trans-sobrevivir.

Trans-sobrevivir y el desenvolvimiento interior.

Las necesidades de trans-sobrevir, -a las que llamamos necesidades del desenvolvimiento interior- si bien toman formas y características variadas, tienen en común que parten de una inquietud de búsqueda de significado a la vida y de respuestas vivenciales a las preguntas fundamentales del ser humano:

Más allá de mi cuerpo y de mi mente, más allá de la personalidad que he construído a lo largo de mi vida, más allá las relaciones que tengo y las posiciones que ocupo; más allá de mis logros, mis posesiones, mis éxitos y fracasos, más allá de mis esperanzas y mis temores, ¿quién soy verdaderamente? ¿vengo de alguna parte y para hacer algo? ¿para hacer qué? ¿de cuánto tiempo todavía dispongo? ¿voy hacia alguna parte? ¿hacia dónde?.

Estas preguntas fundamentales tratan de ser respondidas desde distintos campos de reflexión y acción de los seres humanos; ciudadanos corrientes, científicos, artistas, místicos -y también, por qué no, los economistas- se embarcan en esta búsqueda que Albert Einstein retrata así:

«Más allá del nuestro, hay un mundo inmenso que existe al margen de nosotros, los seres humanos, y que se nos muestra como un grandioso y eterno enigma, aunque parcialmente accesible a nuestro análisis y especulación. La contemplación de este mundo nos llama como una liberación… Lo más hermoso de la vida es lo insondable, lo que está lleno de misterio. Es esta la fuente del arte verdadero y de la auténtica ciencia. Quien no lo experimenta, el que no está en condiciones de admirar o de asombrarse, está muerto, por decirlo así, y con la mirada apagada». (Einstein, 1980: 14).

Trans-sobrevivir es desenvolverse interiormente. El desenvolvimiento interior es un proceso a través del cual la persona trabaja para encontrar con sus posibilidades, con su esfuerzo, con su tiempo, con su energía, respuestas a las preguntas fundamentales del ser humano. Se trata de un esfuerzo deliberado para hacer posible una manifestación desde dentro, un des-cubrir lo que está cubierto. El sujeto del desenvolvimiento interior no puede ser otro que el individuo (unicidad, indivisibilidad) que a medida que busca dentro de sí se va abriendo hacia afuera desarrollando «… conciencia de su unidad consigo mismo y de su relación con un Todo mayor que es el universo.» (Muñoz , 1988: 66).

El desenvolvimiento interior no es un proceso en el que la persona obra en aislamiento puesto que está basado en la relación con todo. Desenvolvimiento interior es trabajar conscientemente en la relación que se tiene con todos los aspectos de la vida, con todos los seres, con todo lo existente, y necesariamente pasa por una ampliación del círculo de interés mediante una creciente responsabilidad y participación. Desenvolvimiento interior es «darse» usando todo lo que se tiene y todo lo que se ha recibido -capacidad, habilidad, tiempo, energía- para servir a los demás y para ayudar a su desenvolvimiento; es trascender los límites personales no reservándose nada para sí. Por eso las necesidades de tras-sobrevivir son, al fin, una única y fundamental necesidad, la necesidad de dar-se.

A un comienzo la persona se entiende a sí misma como separada de los demás, de todo lo existente, estableciendo relaciones de conquista y apropiación. Sin embargo, la expansión de la conciencia va cambiando el carácter de esas relaciones. De la competencia con los demás orientada a sobrevivir, manipular, poseer, «para mi», la persona pasa a la aceptación de los demás y sus derechos: la tolerancia. De la tolerancia pasa a la solidaridad; se aproxima a los demás, colabora con ellos, asiste sus necesidades, comparte lo que tiene, descubre lo que le rodea, comienza a reverenciar lo que que no comprende en lugar de negarlo o ignorarlo; respeta a los demás, a la naturaleza, se abre expansivamente y va incluyendo la totalidad dentro de sí. Posteriormente la expansión de su conciencia lleva a la persona a entenderse y asumirse como parte indiferenciada de una totalidad en permanente transformación y expansión, borrándose las diferencias entre uno y los demás, entre uno y todo. El círculo de las relaciones se expande, las líneas de relación se funden unas con otras, uno es en todo y todo es en uno, todo se hace simple capturándose la unidad de la totalidad:

«En la etapa de la participación el ser humano sabe que es parte de un todo y lo siente así. Esto se expresa espontáneamente a través de sus relaciones. Su respuesta a su necesidad de desenvolvimiento es también la respuesta a los requerimientos del adelanto de la humanidad. Su bien particular y el bien de la humanidad son el mismo bien.» (Waxemberg, 1993: 75).

Desenvolvimiento interior es, por tanto, la conciencia plena del individuo en expansión ilimitada que da lugar a un estado de conciencia denominado egoencia del ser. Como estado de conciencia la egoencia del ser es una forma de relación del individuo consigo mismo, con los demás, con su sociedad, con la naturaleza, con todo lo existente; una forma de relación que se basa en una individualidad expansiva y participante; un ser «… en el mundo, no por negación del mundo sino por transformación del mismo, y no solamente por transformación de un mundo que está ‘fuera’ de mí sino del mundo que está ‘en’ mí y del mundo que tomo sobre mí para transformarlo en mí» (Muñoz, 1969: 15).

6. De cómo a medida que se satisfacen las necesidades de trans-sobrevivir cambia la relación con las necesidades de sobrevivir: devenir y renuncia

Se ha señalado que el ser humano es una unidad indisociable de cuerpo, mente y espíritu que existe como individualidad participante en una totalidad de la que es inseparable. Los múltiples aspectos de la condición humana se expresan a través de las necesidades del cuerpo, la mente y el espíritu, todas ellas importantes y que precisan ser atendidas adecuadamente cuando corresponde.

A medida que el ser humano avanza en la atención de sus necesidades de trans-sobrevivencia gana un sentido de trascendencia tal que van cambiando las formas de su relación con todos los aspectos de su existencia. Entre otras cosas, y esto es lo que nos interesa aquí, cambia el nivel en el que se establecen relaciones y cambia también la manera cómo se perciben y satisfacen las necesidades de sobrevivencia. Se modifican las maneras como uno se relaciona con los demás, con la sociedad, con los bienes materiales, con los recursos personales y sociales de que se dispone individual y colectivamente; se modifican las comprensiones y acciones respecto a la naturaleza, a las personas, a uno mismo; en suma -por decirlo de algún modo- se va dando vuelta la noción de ser en el mundo.

Este proceso tiene como elemento fundamental el descubrimiento de la ley que rige la vida y la armonización con ella, aspectos de los cuales pasamos a ocuparnos.

Devenir

Entendemos por devenir la progresión de la transformación incesante, un interminable encadenamiento de sucesos en el que todo lo existente aparece, se desarrolla y desaparece en el tiempo y el espacio. La humanidad desde la más remota antiguedad ha percibido el devenir y lo ha expresado de diversas maneras. Las más variadas tradiciones místicas se refieren a una totalidad universal interconectada y en movimiento; por ejemplo en el libro místico de los hebreos, La Kabala, se dice:

«El hombre debe percibir que nada permanece, sino que todo está siempre convirtiéndose y cambiando. Nada queda inalterable. Todo nace, crece y muere. En el mismo momento en que alcanza su cenit empieza a declinar. La ley del ritmo está actuando constantemente. No hay una realidad. No hay cualidad, fijeza ni sustancia permanentes en nada. Nada es duradero, excepto el cambio mismo. El hombre debe contemplar todas las cosas como evolución de otras, en una continua acción y reacción, flujo y reflujo, creación, destrucción, nacimiento y crecimiento y muerte. Nada es real y nada permanece sino el cambio.»

Ya en la antigua Grecia se expresó una comprensión de la realidad como un incesante flujo que deviene, y más tarde el desarrollo de la filosofía dialéctica avanzó en la racionalización del cambio incesante. La física moderna también ha capturado este aspecto de la realidad al concebir al universo como una malla de relaciones intrínsecamente dinámica. La física cuántica vincula el cambio a la naturaleza de onda de las partículas subatómicas y la teoría de la relatividad, al unificar el espacio y el tiempo, hace imposible pensar a la materia sin su movimiento y su incesante transformación en energía y viceversa. Así, en «… las visiones de un mundo cambiante … no hay lugar para formas estáticas o para sustancias materiales inmutables. Los elementos básicos del universo son patrones dinámicos de cambio; fases transitorias en un constante flujo de transformación y cambio …» (Capra, 1991: 204).

No es, por cierto, menester adentrarse en el misticismo, la reflexión filosófica o la física moderna para reconocer la vida y la ley fundamental que la rige, el devenir. La experiencia cotidiana de cualquier persona es suficiente; por eso desde tiempos remotos la humanidad ha experimentado un profundo asombro ante el cambio: nacimiento, desarrollo, muerte, el inevitable proceso de la realidad viva, la rueda de la eternidad que jamás se detiene.

El devenir es inherente a la existencia humana, y el ser humano quiera o no, lo sepa o no, es protagonista del devenir en su propia existencia. La relación del ser humano con el devenir tiene como escenario fundamental su propia vida. El ve cómo todo se transforma: cambia el mundo en que vive, cambia su cuerpo, cambia su mente, cambian sus relaciones con las personas y el mundo, cambia su conciencia. Por eso se ha afirmado que lo único perdurable, lo único que se conoce a ciencia cierta y que sabemos necesariamente sucede, la única certeza de la existencia humana es el devenir, el cambio incesante. El reconocimiento de esta única certeza conduce a la creciente comprensión de que uno participa de un complejo de relaciones múltiples, inagotables, cambiantes; que todo así como uno mismo fluye incesantemente, que todo es y deja de ser y así como viene pasa.

Pese a la evidencia demoledora del cambio incesante y la transformación permanente el ser humano tiende a aferrarse a lo temporal pretendiendo retenerlo; es esta la gran ilusión del afán de posesión que se plasma en lo que hemos llamado estado de conciencia posesivo. Este estado de conciencia no es sino el inútil y desgastante empeño de apropiarse de lo que indefectiblemente se va; los bienes, el tiempo, las personas, la juventud, lo que uno ama, los logros, en fin las posesiones. Frente a ello, desde distintos campos y en distintas épocas ha surgido la necesidad vital de vivir el devenir, esto es de asumir el cambio y vivirlo con conciencia. Es precisamente a esto lo que ciertas tradiciones místicas llaman «iluminación», el vivir con conciencia el movimiento de la vida y fluir con él; acercarse y alejarse, ir y venir, sin detenerse jamás.

Devenir y Renuncia

El desenvolvimiento integral del ser humano consiste en integrarse conscientemente a esa totalidad en movimiento incesante; devenir conscientemente con ella. Por eso las necesidades de trans-sobreviviencia, como necesidad de sentido, se pueden sintetizar en una: la de desenvolver un estado de conciencia que haga posible comprender y vivir conscientemente el devenir:

La armonización e integración del ser humano con el devenir – la ley de la vida- se denomina Renuncia.

No parecen haber muchas opciones para armonizar con la ley de la vida. Si todo es transitorio, si todo pasa, la única forma de relación posible es devenir con la realidad; un incesante llegar a ser con ella. Esto quiere decir no posesión. No posesión es una forma de relación con todo lo existente que consiste en no aferrarse a nada ya que todo se va. No posesión es, ante todo, una actitud interior y una práctica exterior de Renuncia que al armonizar al ser humano con el devenir, lo simplifica tan esencialmente que lo lleva a vivir con la única libertad real a su alcance, «… la libertad respecto de todo apoyo» (Waxemberg, 1994: 91).

Comúnmente se suele asociar la palabra renuncia a un sentido de pena y sufrimiento. La pena y el sufrimiento aparecen cuando la persona se aferra a lo que indefectiblemente se va, cuando pretende ilusoriamente poseer lo que no se puede poseer y que el devenir tarde o temprano se lleva. La Renuncia es más bien una manera de vivir conscientemente el movimiento de la vida; ya que todo deviene, ya que nada se puede detener ni retener, la única posibilidad de armonizar con el cambio permanente es no aferrarse a nada, esto es una actitud interior y una práctica exterior de no posesión.

En el plano personal la vida de una persona está basada en innumerables renuncias que permiten transitar de una etapa a otra en el proceso de su vida. Desde el punto de vista psicológico sólo las personas que consiguen renunciar a la gratificación y posibilidades de cada etapa cuando corresponde, las personas que consiguen renunciar a las nociones que tenían, a los modos de obrar y a las maneras de concebir y entender las cosas, logran vencer las crisis, experimentan desenvolvimiento como personas y viven a plenitud la experiencia de comenzar nuevas etapas. El psiquiatra Scott Peck enuncia los principales deseos, condiciones y satisfacciones a que hay que renunciar tarde o temprano en la vida: al estado infantil en el que no se responde a exigencias exteriores, a la fantasía de omnipotencia, al deseo de posesión total de uno de los padres, a la dependencia de la niñez, a las imágenes deformadas de los padres, a la omnipotencia de la adolescencia, al deseo de verse libre de todo compromiso, a la agilidad de la juventud, a la atracción y potencia sexuales de la juventud, a la fantasía de la inmortalidad, a la autoridad sobre los hijos, a las varias formas de poder temporal, a la independencia que da la salud física y, finalmente, a la vida misma y a uno mismo (Peck, 1986).

Una persona que avanza en una etapa de su desarrollo obtiene conquistas, accede a estados, pero al fin la etapa termina y las posibilidades inherentes a ella se agotan. Cuando ello ocurre sólo queda seguir adelante y abrir espacio para nuevas posibilidades; para ello es menester renunciar. Renunciar a lo conocido, renunciar a lo obtenido, renunciar a los logros y aventurarse a lo desconocido; sin Renuncia no hay posibilidad de comenzar una nueva etapa y profundizar el estado de conciencia abriendo nuevas posibilidades. Es esta la forma de vivir el devenir:

«Si bien cada cambio representa una especie de muerte relativa, … implica también un nuevo nacimiento. Estar vivo es transformarse contínuamente.» (Waxemberg, 1994: 68).

Desde esta perspectiva la Renuncia es una forma de ser y de vivir que -como dice Waxemberg- permite trascender los límites de nuestra ignorancia sobre lo que realmente somos:

«Renunciar no es sufrir, … es encontrar el camino para hacia la plenitud y la conciencia. Esa es la manera en que uno logra la libertad que necesita para desenvolverse plenamente como ser humano». (Waxemberg, 1995: 18).

Por la Renuncia el ser humano deviene con la vida, la vive y se libera de los logros y conquistas contingentes para continuar avanzando sin ataduras y sin límites. Frente al cambio incesante la persona vive con la única posibilidad que no la detiene; la Renuncia permanente.

Si bien la Renuncia en una primera aproximación puede ser entendida equivocadamente como un dejar para obtener, dejar para lograr, renunciar a algo para poseer otra cosa, a medida que el estado de conciencia se expande se comprende que el soltar esperando obtener, así como el dar esperando recibir ata a la expectativa de una recompensa futura que si se obtiene se hace una nueva posesión, y si no una dolorosa frustración. Para que la Renuncia sea tal,

«… no debe asentarse en la esperanza de recompensas futuras. (La persona) … se ofrenda impulsada por la fuerza del amor que, si es real, la mueve a darlo todo, a darse a sí misma sin pedir, sin esperar» (Waxemberg, 1994: 27).

A medida que esto ocurre la persona pasa a relacionarse participativamente con todo alcanzando, gradual e ininterrumpidamente, un estado de unión sin que exista un punto final al cual arribar. La vida ya no es

«…un perseguir para alcanzar y poseer, sino … un tomar y dejar, … un desear no deseando, …un amor que se desprende del objeto del amor en el momento en que puede poserlo. La libertad de lo que se busca y se alcanza…» (Waxemberg, 1994: 73).

Por eso la Renuncia, al modificar la relación del ser humano consigo mismo y con su contexto social, natural y universal, lleva a una radical transformación de la relación de la persona con sus necesidades.

Renuncia y necesidades. Un punto de partida para repensar la economía.

La manera cómo las personas descubren y entienden sus necesidades y se relacionan con ellas expresa cómo cada quien se entiende a sí mismo en relación con uno mismo, con los demás y con lo demás; es, en definitiva, una función de su estado de conciencia. Es el estado de conciencia el que determina qué es o no una necesidad y cómo, con qué y con cuánto esta necesidad es atendida.

En el ser humano las necesidades suelen convertirse en deseos a partir de los cuales se racionaliza y elabora el sentido de necesidad. Podría decirse que el deseo es una necesidad transformada como consecuencia de un específico relacionamiento con las necesidades que depende del estado de conciencia. Los deseos, a menudo potenciados por el afán de posesión, se hacen fuerzas a menudo incontrolables que enajenan al ser humano convirtiéndose en directores de sus expectativas y acciones:

«Cierto grado de armonía y comodidad físicas es necesario, pero por sobre ese nivel se torna un impedimento y no una ayuda. Por lo tanto, el ideal de crear un número ilimitado de necesidades y satisfacerlas pareciera ser una falacia y una trampa. La satisfacción de las necesidades físicas de una persona, incluso las necesidades intelectuales del estrecho ego de un individuo, en un momento determinado llegan a un punto muerto para luego degenerar en voluptuosidad física e intelectual.» (Gandhi, 1987: 86).

Las personas no necesitan mucho de lo que a menudo desean, teniendo en buena medida sus deseos creados y estimulados por quien se beneficia económicamente -o de alguna otra forma- de su atención. Quien tiene la capacidad de atender los deseos de alguien tiene abierta la posibilidad de ejercer alguna forma de poder. La esclavización del ser humano por los deseos fue resaltada por el Buda (Thera, 1999) en una época en que los deseos emergían nada más como resultado de la manera como cada quien se relacionaba con sus necesidades. Hoy en día se puede hablar de deseos artificialmente creados por intereses específicos que explotan tanto la capacidad humana de desear como la fuerza energética contenida en ella. En el campo de la economía, quien tiene la posibilidad de atender los deseos de las personas puede comandar las acciones de los deseantes y, en la medida de ello, de manipularlos; mucho más si se ha logrado hacer de las necesidades deseos, hecho que acompaña la emisión de ciertos códigos acerca de cómo y con cuánto esos deseos pueden ser atendidos.

La energía contenida en los deseos que por lo general se derrocha en su atención puede ser orientada conscientemente y retrotraída a las necesidades para establecer qué se necesita y cuánto. Este es un proceso consciente que concreta en el campo económico la actitud interior de Renuncia llevando a poner ciertos límites a lo deseado reduciéndolo poco a poco a lo necesitado.

Ello permite, por un lado, una relación consciente con lo que se desea y con lo que se necesita, haciendo posible que cada cual pueda determinar por sí mismo qué realmente necesita, para qué y cuánto; por otro lado permite dejar para otros lo que uno realmente no necesita. Lo primero abre para el ser humano un espacio de libertad en el cual cada uno decide libre y conscientemente lo que se permite, lo que no y por qué; nadie más que uno mismo accede a este espacio de libertad en el que está bloqueada la manipulación de los deseos por otros. Lo segundo deja un excedente de recursos que uno voluntariamente no toma porque verdaderamente no necesita. Es lo que Muñoz llama un modo de vivir a «medida humana»:

«¿Qué es lo que realmente necesito para ser hombre? ¿Qué es lo necesario y qué es lo superfluo? Necesito trabajar, una casa para vivir, capacitarme, herramientas, libros. Pero ¿qué es lo que necesitan los demás? Desde el momento en que vivo en una comunidad integrada, estoy utilizando a cada momento bienes y servicios que no he producido: ¿en qué medida debo usarlos? Necesito lavarme las manos; pero, ¿cuánta agua necesito?.» (Muñoz, 1980: 325).

La reducción de los deseos a las necesidades mediante la renuncia puede ser entendida como un proceso de simplificación de aspiraciones y expectativas en el que muchas supuestas necesidades, y los deseos que ellas alimentan, desaparecen por falta de estímulo. Esta simplificación es un trabajo individual que cada quien realiza consigo mismo y mediante el cual va explorando, personalmente y en la propia vida, a qué responden las necesidades, cómo se forman los deseos, cómo se puede canalizar la energía contenida en ellos y cómo se puede desarrollar un sentido de participación con las necesidades de los demás.

La Renuncia es pilar fundamental de ese proceso de simplificación como resultado del cual recursos, tiempo y energía pasan a ser utilizados estrictamente en función de lo que verdaderamente se necesita. La persona aprende a discernir cuanto tomar, de qué y para qué, y comprende que en el precario equilibrio de la vida cuando uno toma de más deja a otros en carencia:

«Es robo tomar algo de otra persona, aun cuando nos lo permita, si no tenemos real necesidad de ello. No debiéramos recibir ni una sola cosa que no necesitemos. De acuerdo con esta definición, el alimento es generalmente objeto del robo. Para mi, es robo tomar una fruta que no necesito o tomarla en una cantidad mayor que la necesaria. No siempre nos damos cuenta de nuestras necesidades reales, por lo cual la mayoría de nosotros multiplicamos impropiamente nuestras carencias, convirtiéndonos inconscientemente en ladrones. Si le dedicáramos alguna reflexión al tema, veríamos que podemos desembarazarnos de una gran cantidad de necesidades. Quien practique la observancia del no-robar, llegará a una reducción progresiva de lo que necesita. El origen de gran parte de la aflictiva pobreza que hay en el mundo son las violaciones al principio de no-robar.» (Gandhi, 1987 : 88).

Por ello, continúa Gandhi:

«Sostengo que en cierta medida somos ladrones. Si tomo algo que no necesito para mi uso inmediato y lo guardo, se lo estoy robando a alguien. Me atrevo a sugerir que la ley fundamental de la naturaleza -ley que no admite excepciones- es producir lo suficiente para nuestras necesidades diarias; en consecuencia, si cada uno tomara lo suficiente para sí mismo y nada más no habría pauperismo en el mundo, no habría ningún hombre en el mundo que moriría de hambre. Entonces, mientras mantengamos esa desigualdad estaremos robando.» (Gandhi, 1987: 89).

Esto se sintetiza en el principio elemental de la economía de la egoencia:

«Ocupar un lugar en el mundo, no más.»

Comprender y vivir este principio conduce a atender apropiadamente las necesidades de uno y a reconocer y contribuir a que los demás también satisfagan las suyas, permitiendo que cada quien ocupe su lugar en el mundo. Este reconocimiento comienza efectivamente en la etapa de la tolerancia, transformándose en la etapa de la solidaridad en un creciente compromiso para que así sea. Luego, en la etapa de la participación, y en la medida en que la distinción entre uno y los demás se va borrando, se pasa a asumir responsabilidad por las necesidades de los demás; el que los otros atiendan sus necesidades se hace a su vez una necesidad para la persona participativa que ve borrarse la separación entre «yo» y «los demás».

7. La economía de la egoencia

El ser humano es una unidad multifacética e integral cuyo desenvolvimiento implica el equilibrio y la armonización de sus distintas partes. Por ello es preciso atender todas sus necesidades para hacer posible el desenvolvimiento integral de un ser humano equilibrado y pleno, armónico consigo mismo, con todos y con todo. Puesto que el ser humano es una unidad de aspectos biológicos, psicológicos, sociales y espirituales, y puesto que las necesidades de cada una de estas dimensiones requieren ser atendidas para hacer posible el florecimiento de todas las posibilidades humanas, la economía necesita considerar todas las necesidades humanas, esto es hacerse una economía de las necesidades humanas, del ser humano integral que vive con su cuerpo, utiliza su mente, vive en sociedad, descubre el sentido de su existencia y se proyecta hacia el misterio de lo desconocido. Para el ser humano la economía ha de ser, por tanto, una economía del desenvolvimiento humano integral, una economía de las necesidades de sobrevivir y de las necesidades de trans-sobrevivir, una economía de las necesidades humanas.

La economía de las necesidades humanas es básicamente una economía de la egoencia, esto es de la individualidad expansiva y participante del ser humano. La egoencia del ser como estado de conciencia tiene al individuo asentado en sí mismo como punto de partida de su expansión ilimitada. Por ello se basa en el reconocimiento de la individualidad específica y única de cada persona que debe ser descubierta, comprendida, trabajada y desplegada por cada quien, una tarea indelegable sin la cual el desenvolvimiento del ser no es posible. Esta tarea -que tiene al menos dos direcciones- lleva al individuo, por un lado, al constante redescubrimiento de su unicidad mediante una exploración interior basada en el silencio y la contemplación. Al mismo tiempo, por otro lado, lo conduce a expandirse activamente y a participar en la vida con voluntad, esfuerzo y esmero, integrándose en una totalidad de la cual es parte cada vez más consciente. Es a esto a lo que se denomina el no-hacer haciendo.

El proceso de desenvolvimiento de la individualidad no debe ser entendido como una adición de habilidades, capacidades o virtudes, sino más bien como una gradual e incesante simplificación que lleva al individuo a la profundidad de sí mismo sin posesiones de ningún tipo. Por ello, su expansión participativa no es un hacer para ganar y poseer, sino un hacer para estar presente en el medio en que se vive. Puesto que la individualidad en desenvolvimiento se va desgajando del sentido de posesión, su acción exterior no tiene como finalidad el ganar y el poseer el fruto del esfuerzo, sino su ofrenda.

Por eso la economía de la egoencia es una economía del dar que conduce a la utilización justa y provechosa de los recursos, mientras se va asumiendo responsabilidad por los efectos de lo que uno hace en el medio natural y social en que vive. Así el individuo va descubriendo y definiendo su medida humana, ocupa su lugar en el mundo y contribuye para que todos puedan ocupar también sus propios lugares. Esto quiere decir: 1) utilizar adecuadamente los escasos aspectos de la vida, el tiempo y la energía de que se dispone; 2) asumir responsabilidad por uno mismo, por las necesidades que se tienen, por la manera cómo se satisfacen y por todo lo que se recibe de los demás y que es fruto de sus esfuerzos; 3) producir lo que uno consume, limpiar lo que uno ensucia, arreglar lo que uno ha roto mientras se aprovecha lo que la naturaleza, los demás, la sociedad han creado, preservándolo, mejorándolo y aumentándolo para que pueda servir a otros; 4) mejorar la sociedad en que se vive, atendiendo y satisfaciendo las necesidades de los demás, 5) aportar la capacidad y el talento que se tiene, el trabajo que se hace, las cosas que uno crea, como contribución a mejorar las condiciones al alcance de todos; 6) producir más de lo que se consume, limpiar además lo que no se ha ensuciado, arreglar también lo que no se ha roto, y asumir responsabilidad por el destino humano, la Unión de todos con la totalidad del universo.

La economía de la egoencia, como economía de la relación del individuo con todas sus necesidades y los recursos a su alcance, está dirigida a establecer cómo se satisfacen las necesidades en su justa medida en el contexto social, cultural, natural y cósmico del desenvolvimiento integral del ser humano. La economía de la egoencia no adiciona sino simplifica y se desarrolla con base en el esfuerzo consciente del individuo por armonizar con la ley fundamental de la vida -el devenir- mediante la no-posesión, que se vive y concreta mediante la Renuncia.

Estas son algunos de los elementos sobre los cuales está planteado el desafío de re-pensar la vida económica de personas y grupos humanos y de re-pensar la Economía como disciplina científica.

Palabras finales:

«Al mundo entero -agregó nuestro Padre el Sol-, doy mi luz y mi resplandor; doy calor a los hombres cuando tienen frío; hago que sus campos fructifiquen y que su ganado se multiplique; cada día que paso doy la vuelta al mundo para estar más enterado de las necesidades del hombre y para satisfacer estas necesidades. Seguid mi ejemplo.» (Mito Inca. Comentarios Reales de Garcilaso de la Vega, año 1556).

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Zegada Oscar. De la economía de la posesión a la economía de la egoencia [en línea]. <https://www.gestiopolis.com/de-la-economia-de-la-posesion-a-la-economia-de-la-egoencia/> [Citado el ].
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