En estos últimos años he aprovechado numerosas oportunidades para escuchar a expertos en sus ponencias sobre la dirección de empresas, la formación, la inteligencia y, en general, los recursos de los seres humanos, y también he participado yo mismo como disertante en jornadas diversas.
He podido así reunir algunas reflexiones sobre esta forma especial de hacer fluir experiencias y conclusiones, dentro del saludable empeño de extender los campos del saber, y así progresar. Creo, en efecto, que vale la pena observar con alguna perspectiva analítica estas eternas y universales formas de compartir el saber, tan directas e intensas.
Se trata de eso: de hacer fluir el conocimiento; algo especialmente necesario en esta Sociedad de la Información, que a menudo parece sobre todo la Sociedad de la Informática. Los eventos a que se nos convoca constituyen puntos de encuentro en vivo, entre quienes tienen algo reciente e interesante que aportar y quienes desean acceder a esas aportaciones.
También pueden estos eventos presentar un carácter visiblemente comercial, pero pensemos ahora especialmente en el flujo del saber técnico o científico, en la profundización en el potencial de los seres humanos, en compartir el aprendizaje permanente a través de las conferencias o ponencias.
La propia publicación de artículos y libros constituye una forma sólida de compartir, tanto el nuevo saber como inquietudes y opiniones diversas; pero sin duda merece una especial atención la exposición oral y presencial en el marco de jornadas más o menos resonantes. Instituciones de ámbito público y privado materializan frecuentemente este tipo de iniciativas —jornadas, simposios, congresos, etc.—, movidos por diferentes inquietudes y propósitos, pero siempre contribuyendo a la extensión de los campos del conocimiento. Profesores, investigadores, consultores, directivos, profesionales y expertos en general, nos muestran sus estudios y conclusiones en diferentes áreas, mediante intervenciones muy medidas en tiempo y contenido.
Dentro de lo que me parece más inusual, fui llamado, en Zamudio (Vizcaya) y en 2004, a hacer una exposición de cuatro horas de duración sobre un aspecto —las competencias informacionales en nuestro tiempo— que todavía considero de máxima actualidad en la gestión del conocimiento en las empresas, y la idea me preocupó; me pareció un desafío porque, no contando con los recursos de participación de un workshop, pensé que era mucho tiempo para estar continuamente hablando ante una audiencia. Me armé de pantallas en un extensísimo ppt, y al final, aquella tarde de septiembre, me faltó tiempo: todavía me siento en deuda con los asistentes, que resistieron pacientemente. Pero la duración habitual parece en efecto situarse por debajo de la hora, de modo que el contenido constituye una especie de píldora de conocimiento o de experiencia, que resulta relativamente sencillo ingerir y digerir.
Como asistente, me he encontrado a menudo con ponentes que nos relataban sus logros en materia de formación en las empresas, de marketing, de dirección de personas…, aunque también se comentan algunos fracasos o errores. Los casos de éxito —una frecuente modalidad en las ponencias— se nos presentan como referencias a considerar y quizá imitar, y aquí tengo que recordar también que algunos expertos predican justamente que no imitemos, sino que innovemos (escuché asimismo a Ridderstrale en Madrid).
De modo que la exposición de casos constituye una parte importante en las conferencias que se organizan, y ello sin que las experiencias sean, en general, directamente aplicables a otras organizaciones.
Puede parecer a veces llamativo el hecho de que un experto insista en asegurar, oralmente o por escrito, que éstas o aquéllas son las claves del éxito o del fracaso en determinada área, porque las cosas suelen ser más complejas; pero la convicción del ponente es normalmente bien recibida por la audiencia, que no interpreta los mensajes al pie de la letra.
Al comentar el nivel de alegación (de lo meramente informativo o asertivo, a lo persuasivo, si no se llega más lejos) que adopta el conferenciante, nos situamos en el plano cognitivo; pero del plano emocional podemos igualmente hablar: los ponentes pueden transmitir conocimientos, pero también sentimientos, entusiasmos e inquietudes, quizá en correspondencia con su perfil sociocultural o su mera personalidad. No parece, por ejemplo, que Ohmae, junto a sus muy interesantes dosis de información, transmita visibles sentimientos, pero sí lo hacen ostensiblemente Peters, Covey, Maguire y otros conferenciantes famosos; en efecto, vemos exposiciones templadas y también otras más cálidas, apasionadas, llenas de sintonía y aun complicidad con la audiencia, y ello a veces con cierta independencia de las tesis que se defienden. Quizá, entre el estilo japonés y el americano aquí sugeridos, quepan otros, incluyendo uno europeo a mitad de camino; pero en realidad cada conferenciante, como cada individuo, es único.
Recientemente asistí, en el hotel Palace de Madrid, a una conferencia del uruguayo Carlos Páez, traído por la plataforma Altium. Este sobreviviente de aquel accidente de octubre de 1972 en la Cordillera de los Andes, tiene sin duda una aleccionadora historia que contarnos (si no pueden escucharle, lean su libro Después del día diez) y lo hace de forma magistral.
Me llamó la atención el modo en que él se situaba por debajo de la misma, a pesar de tener que contarla en primera persona. Carlitos Páez no se nos presentaba como protagonista, sino como narrador privilegiado; no como portador de recetas de éxito personal, sino animándonos a las reflexiones propias; no como espectáculo a nuestros ojos y oídos, sino conectando con nuestros corazones y espíritus; no con mensajes push, sino pull. Pensando en mis propias exposiciones, yo acabé aprendiendo casi más de su estilo que de su aleccionadora experiencia (que en alguna medida ya conocía).
En verdad hay diferentes estilos. Como hemos visto, hay conferenciantes notoriamente cálidos en sus ponencias que no paran de moverse y dialogar con el público, y también los hay templados, discretos, quietos; los hay que traen historias, casos, teorías a las que ceden el protagonismo, y de las que se ven meros portadores, y los hay más carismáticos y seductores; los hay que parecen traer fórmulas valiosas, recetas, soluciones aplicables, y los hay que dejan a la audiencia la digestión de la información ofrecida; y hay desde luego perfiles intermedios, y quizá audiencias más predispuestas a una u otra posibilidad, y naturalmente temas que se prestan más a uno u otro estilo.
Pero quizá lo más importante de lo que queda es el grado de contribución al campo del saber, o al desarrollo de las personas: el valor de la aportación, la utilidad de las conclusiones, ya sean explícitas o implícitas. Hay formas de llegar mejor a la audiencia y atraer su atención e interés, pero diríamos que la información está más en los fondos; que el conocimiento se extrae de la información, cuando le asignamos significado y le atribuimos valor.
Además de los casos o experiencias, en estas convocatorias conocemos nuevas doctrinas, teorías, tendencias, realidades, propuestas, hallazgos… Algunos pensadores nos muestran sus soluciones, nos alertan sobre posibles errores, nos animan a cuestionarnos cosas.
En España y Latinoamérica, y aunque me muevo apenas en el área de Management y Recursos Humanos, tenemos magníficos pensadores y conferenciantes, autores a menudo de numerosos libros y artículos de alto interés. No todo lo que se lee y se escucha resulta altamente enriquecedor, pero sí una buena parte.
Recientemente escuché, en el hotel Hilton de Buenos Aires (donde yo también intervenía, hablando de la percepción intuitiva), a Lluis Navarro, consultor valenciano que disertó sobre las soluciones retributivas en la dirección por objetivos, y me pareció acertado y oportuno recordar la vigencia de este sistema de gestión 50 años después de su aparición.
Había respuestas oportunas al tema salarial, pero celebré especialmente la adhesión a la DpO, cuya esencia me parece eterna, aunque resulte a veces difícil formular objetivos. Traigo este recuerdo porque asimismo hay pensadores y conferenciantes que parecen cuestionar precisamente la vigencia de la DpO. (Prolongando —así, entre paréntesis— el pensamiento anterior, en España hemos conocido en los últimos años sistemas que se muestran complementarios o alternativos a la dirección por objetivos, defendidos por sus creadores y seguidores en artículos, libros y conferencias; por ejemplo, la dirección por misiones, DpM, o la dirección por hábitos, DpH. En un estudio de Deloitte & Touche preparado por Miguel Ángel Alcalá, director general de la Asociación Internacional de Estudios sobre Management, se lee: “Los retos de la DpH son dos: definir cuáles son los hábitos que convienen a las personas, y mostrar los senderos para lograrlos. En este sentido estricto, el trabajo consiste en que la persona conquiste la verdad de sí misma en sus acciones, y, paralelamente, el bien pleno para sí misma, con su conducta: vivir la verdad sobre el bien realizado en cada acto, y la realización del bien subordinado a la verdad sobre su propio ser”).
El lector comprenderá que yo proponga ahora que asistamos a las conferencias (o leamos los documentos) con ánimo receptivo y reflexivo, pero también con alguna dosis de pensamiento crítico, para asegurar que entendemos bien lo que se nos desea transmitir.
Podemos encontrarnos con mensajes modestos en sus pretensiones, pero intensos en su contenido; ambiciosos en su formulación, pero complicados de interpretar; ya repetidos y conocidos —casi perogrulladas—, pero valiosos y oportunos; nuevos e impactantes, pero arriesgados y discutibles en su aplicación, etc.
En cuanto a los conferenciantes, es evidente que lo son por la valiosa información que nos pueden transmitir, y no por el cargo que ocupan o los títulos que atesoran; pero es verdad que estas cosas se utilizan a menudo de aval, y así podemos encontrar altos directivos firmando artículos en revistas, o como ponentes en eventos diversos. No descartemos empero, que un trabajador del conocimiento, experto en su área, ya sea ésta técnica o no técnica, tenga algo interesante que decirnos, fruto de su investigación, de sus reflexiones profesionales, de la práctica permanente del aprendizaje y la innovación. Ni descartemos que las reflexiones valiosas en un área, tengan su reflejo en otras por la vía de la conexión o la abstracción.
Curiosamente, en el colegio religioso de mis hijas, me ha resultado muy aleccionador el escuchar a las madres concepcionistas hablar de lo importante que resulta, en la educación, el cultivo de lo mejor que cada uno lleva dentro, y la atención a aquello otro que, si surge, debe neutralizarse.
No debería ser nuevo para mí, también educado en colegio religioso, pero vi conexión con nuestro empeño (soy consultor de formación continua) en desarrollar al individuo en función del puesto que ocupa, de la responsabilidad que asume, y de las necesidades de la empresa, y no tanto en función de sus fortalezas personales (de las que Martin Seligman nos habla en sus libros) y del mejor aprovechamiento de éstas en el desempeño profesional. Aparte de más efectivos, somos más felices cuando cultivamos nuestras fortalezas; por el contrario, nos mostramos insatisfechos, y quizá ineficaces, cuando se nos demanda una actuación profesional no del todo acorde con nuestros principios morales, o nuestros talentos. Valga este párrafo para recordar que podemos encontrar mensajes muy válidos, incluso de modo serendipitoso (inesperado, casual).
Algo que se aprecia bien es el grado de confianza que el ponente posee sobre lo que dice, y ésta es ciertamente la norma. Tanto si estamos ante un caso —una experiencia que se relata— de interés, como si lo que se presenta es una forma nueva de ver las cosas —una teoría, un modelo—, los disertantes lo hacen con convicción; no siempre para convencer al auditorio, pero sí convencidos de lo que dicen.
Obviamente, el estar convencidos de algo no supone que deban estarlo luego los demás, pero también resulta obvio que si el disertante (sin llegar a la arrogancia) no pareciera muy seguro, la cosa resultaría incómoda de soportar.
En fin, no prolongo más mis reflexiones y termino confesando que, cuando vi a Tom Peters, quise —disculpen la audacia de mis sueños— parecerme a él; ahora mis referencias son múltiples y culturalmente más próximas:
Carlos Páez (uruguayo), José María Quirós (argentino)…, sin olvidar conferenciantes nacionales como Marina, Huete, Rovira y tantos otros (perdonen que sólo cite a algunos de entre los que he conocido, y que me queden tantos por conocer). O sea, cargando más la atención sobre el contenido y algo menos sobre el continente (conferenciante). Hay desde luego miríadas de conferenciantes a quienes habría que escuchar y yo no lo he hecho, pero también he escuchado a alguno muy famoso, llegado de muy lejos, viendo frustradas mis expectativas.
Creo que el protagonismo debería estar más en los mensajes que en los conferenciantes. Digo esto sin mostrarme partidario de que se emitan recetas; prefiero que los contenidos contribuyan simplemente a ampliar nuestras perspectivas u horizontes, para que nosotros sepamos llegar a nuestras propias, quizá más enfocadas, conclusiones y decisiones.
Bueno, es que hoy, aunque domingo, me he levantado temprano con ganas de escribir: esto es lo que traía en la mente. Ahora voy a despertar ya a mi mujer, y a ver por dónde anda la gata, Kitty, que normalmente me viene a pisar el teclado del portátil para que le dé un poco de mimo: hoy me ha dejado escribir sin interrupción. Gracias al lector por su atención. No se pierda conferencias interesantes, ni renuncie a disertar, usted mismo, sobre aquello en que considere que ha avanzado sensiblemente y que pueda resultar útil a los demás. Contribuyamos, de este modo y otros, a que la Sociedad de la Informática se convierta realmente en la Sociedad de la Información y el Conocimiento.