Reflexiones por un orden burocrático

El orden desordenado es la clave del poder de la burocracia política para imponer, desde el desorden, su modelo de orden. Esto quiere decir que, creando la apariencia de libertad y derechos de papel -orden desordenado-, las masas se entregan a sus determinaciones, al entenderla como garante del ejercicio plural de la individualidad al amparo del grupo -desorden-, pero el objetivo no es otro que por la vía de la seducción librarse de las tutelas ejercidas por el capitalismo y funcionar, no sólo con autonomía, sino imponiéndose al propio capitalismo para definirse como alternativa de poder -su modelo de orden-. Dicho esto, hay algunos puntos que previamente conviene aclarar.

Toda actividad política tiene como finalidad desarrollar un modelo de gobierno dirigido por una minoría para ejercer su dominio sobre la mayoría, respondiendo a la ineludible necesidad de establecer el orden como requisito ineludible para el funcionamiento de cualquier sociedad. Ese modelo se mueve en la época moderna tomando como referencia el Estado-nación, con formas que van desde el absolutismo hobessiano al liberalismo burgués, pasando de la autoridad personalista a la autoridad institucional. En la actualidad ha dado un paso más, y sobre las instituciones nacionales se sitúa la autoridad internacional.

Secularmente, la fuerza física ha venido siendo el pilar determinante de la gobernabilidad, hasta que el capitalismo la reemplaza por la fuerza económica tras el triunfo de la revolución burguesa. La consecuencia en el panorama del poder político es la creación del modelo estatal sometido al ordenamiento jurídico, lo que permite redefinir el poder en términos oficiales -desde la burocracia- y de facto -desde el capitalismo-. Como fuerza dominante, el capitalismo construye la realidad política conforme a una ideología cuyo objetivo es la seguridad del negocio capitalista. A tal fin encarga la construcción de un nuevo modelo de orden social, sometiendo a todos -elites y masas- al Derecho positivo, diseñado en forma de pirámide kelseniana. Quedando la concepción de la norma superior a los designios de un ficticio poder constituyente que se dice representación del pueblo -y no de las masas-, pero construida ateniéndose a los intereses de la nueva burocracia política nacional respondiendo al mandato del capitalismo.

Formalizada la fuerza, es el poder el eje en torno al que gira la actividad de la política, dirigida a ejercerlo y a mantenerlo por una minoría. Aquel se entiende como una entidad percibida por la mentalidad colectiva como representación de la fuerza dominante, frente a la que se exige sumisión. Aunque la única fuerza real sea la de las masas, estas carecen de poder formal. La necesidad de una dirección es la clave para entenderlo, dada la dispersión de fuerzas elementales que tienden a neutralizarse. De ahí resulta que a menudo surge una minoría que dispone de la capacidad para congregar en su entorno a la mayoría, a fin de que sus condiciones sean acatadas por el conjunto de la sociedad con la finalidad de construir el orden.

Las instituciones políticas son una creación intelectual para depositar en entidades el poder regido por la norma jurídica y hacerlo operativo a través de la titularidad atribuida a personas, a su vez representación de grupos que aglutinan tendencias que circulan en el ámbito de lo político. El recinto de tales instituciones es el Estado-nación, diseñado por el capitalismo burgués.

Al amparo de lo institucional, acabará por consolidarse esa fuerza como poder que asume en exclusividad el desarrollo de lo político y cuya actividad se define como política. Actualmente enmarcada en el Estado de Derecho, la función política compete en exclusividad a la burocracia. Desarrollada en términos de partido, se hace operativa regulada por normas de Derecho, siguiendo las reglas marcadas por el funcionamiento del Estado y con la vista puesta en el modelo democrático. Lo que se completa con la profesionalidad que impone la materia y sus correspondientes retribuciones. De ahí que la actividad política en el sistema de poder dominante, siempre bajo la atenta mirada de la norma, que fuera de ella no deja espacio para la creatividad, sea entendida como actividad formalizada encaminada al cumplimiento de la ley. Con lo que el ejercicio del poder no puede salirse de los límites marcados por el ordenamiento jurídico, como método para hacerlo previsible respondiendo al principio de seguridad.

Hay dos estructuras básicas en la praxis política: la clase y el partido. La primera viene definida como agrupación social de los individuos que hacen de la política su actividad profesional. Esta consiste en la lucha permanente por llegar a ejercer y mantenerse en el poder. Lo que le da la clave de la distinción social desde la profesionalidad, en la que se encuentra implícito tanto el componente económico como la capacidad de influencia en las determinaciones colectivas. En la carrera hacia el ejercicio del poder hay que distinguir a los que se encuentran en situación de expectativa de poder de aquellos que lo ejercen, lo que permite establecer distintas escalas en la clase política, cuya cúspide la detenta la elite de Pareto. La segunda es una agrupación profesional específica en torno a una ideología para practicar el ejercicio político, generalmente sobre el principio dualista duvergeriano, con el objetivo de llegar a ejercer el poder.

Desde tales planteamientos, puede decirse que la burocracia política es la que ejerce el poder estatal conforme a normas jurídicas. Se trata de un cuerpo político de empleados del Estado, elegidos en un proceso de comicios, de alguna manera dirigido por la que resulta ser la fuerza dominante, colocados en la cabeza de las instituciones y encargados del orden práctico en el espacio que aquel tiene asignado. Su función es prioritariamente de policía, encargada de mantener el orden estricto de las masas, dictando normas como instrumento coactivo, con la finalidad de someterlas al poder, haciendo que su versión de la seguridad jurídica domine el panorama social. Como función secundaria, se trata de fijar reglas de recaudación y reparto construyendo la leyenda de la justicia como equidad. En cuanto a las otras funciones, consisten en crear y difundir la propaganda a nivel nacional e internacional.

Tales actividades se realizan en términos de monopolio normativo y  de exclusividad en su desarrollo práctico. Al objeto de llevar a término tales funciones requiere ser asistida por la burocracia técnica, especializada en las diversas actividades estatales, para cuyo ejercicio se requieren conocimientos y habilidades específicas que a la burocracia política no se la exigen. Si la primera ejerce el poder de dirección del funcionamiento de los distintos órganos del Estado, diseñados como contrapesos artificiales a fin de llegar al equilibrio teórico de la función de gobierno -según la teoría de la división de poderes-, la segunda lo lleva a la práctica conectándolo con la realidad, de lo que se desprende que ejerce los aspectos residuales del poder.

Ahora, podría decirse que el orden político gira en torno a la regulación de la actividad de las masas que pueblan el territorio estatal conforme al dogma oficial difundido por la propaganda. Desde esta pantalla, se las sigue imponiendo la creencia de la necesidad de ser gobernadas por la minoría dominante desde la legalidad para evitar el riesgo de desintegración social. Con la pretensión de involucrarlas políticamente, a una buena parte de los pobladores se les define en términos de ciudadanos o nacionales, al amparo de ficciones políticas como pueblo o nación, diseñadas para encauzar el sentimiento de lo político. Aprovechando tales creencias, frente a la siempre latente oclocracia, se propone el gobierno de la elite por su calidad de selecta, capaz de suplir aquella secular incapacidad de las masas para construir su propia existencia.

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Confirmando el mito, la elite económica dominante aporta la bases para un bienestar colectivo irrenunciable, suministrando continuadamente objetos de seducción consumista para entretener a las masas. La elite política se centra en la actividad estrella procurando mantener el equilibrio entre los gobernados ejerciendo la justicia, que remite a la realización del principio de igualdad como instrumento decisivo en el proceso ordenador, sin embargo para ella se reserva los privilegios. Desde los dos ejes del poder, las masas son el objeto predilecto del mercado económico y político. En ambos casos se las coloca como aparentes protagonistas de la escena, pero los beneficios los obtiene tanto el capitalismo, que se renueva permanentemente como fuerza dominante, como la burocracia política, que impone su voluntad ejerciendo el poder.

Inevitablemente las masas son vistas por el capitalismo en términos de mercado y sus individuos se hacen dependientes por el efluvio del bienestar, sin posibilidad de salir del sistema. Desde el otro frente, la burocracia atrae al individuo para su causa, siempre pensando en la masa que suma votos, a los que vende derechos y libertades en forma de humo y fuegos de artificio.

Dicho esto, desorden es el campo teórico por donde se permite circular la anarquía de las masas. Quienes, atraídas por el humo y el ruido de la propaganda de la burocracia política, creen que todo es producto de una tormenta real, cuando resulta ser ficción, porque el poder está controlado. Se trata de tramoya para producir pequeñas nubes y rayos ocasionales con el propósito de dar mayor vistosidad al espectáculo. El desorden controlado queda en el escenario, protagonizado por las elites que luchan por ejercer el poder, las masas no participan. En  su papel de espectadoras se sienten inmersas en la fábula puesta en escena, en la que por un momento imaginan ser protagonistas, pero, finaliza la función, todo vuelve a la normalidad. Aquel desorden de teatro, cuando concluye resulta ser producto de la imaginación de cada uno empujada por olas que se agitan en un vaso de agua. Al otro lado, como base sólida reposando en la realidad, el bienestar da la estabilidad para hacer experimentos, al objeto de aliviar el ocio en un panorama de seguridad que afecta a los favorecidos que anidan solamente en las sociedades avanzadas.

Un orden desordenado es ese orden calculado por la burocracia política para ganar la voluntad de las masas haciendo creer que se han puesto a su servicio, invirtiendo la realidad del ejercicio del poder. Para entenderlo, viene a ser aquel que se sale de los límites marcados por el orden establecido por el capitalismo, para quien las masas son mano de obra explotada y simple suma de individuos consumistas dispuestos para generar beneficios a sus empresas, diciendo que son portadores de derechos y libertades, con algunos ejemplos puntuales para dar credibilidad al espectáculo. Sin embargo no supera la complicidad en cuanto contribuye, de un lado, a darlas protagonismo de mercado, mientras de otro, las mantiene atadas a los cánones impuestos por las modas del momento. En definitiva la burocracia crea expectativas dejando intactos los planteamientos de fondo. Al amparo de los derechos y libertades que monopoliza desborda las particularidades, de manera que las individualidades se sientan amparadas por el poder político en aquello que rompe con la normalidad -pero que concede dividendos electorales-, ya no como primacía de lo selecto, sino como la degeneración de lo común. Lo que se presenta como libertad y derechos de grupo, dirigidos a agredir el sentido de generalidad.

Como refreno se hace una llamada al orden, en términos de exclusión de la violencia. Ese orden pasa a ser la sujeción a la ley. Simple antinomia, porque sigue soportado en violencia suavizada, en la que juega un papel determinante el aspecto psicológico sobre el físico. A menudo la legalidad burocrática es un producto de quitar y poner a la medida de los intereses dominantes en cada momento y, en todo caso, resultado de la democracia representativa -la gran pantomima de la burocracia política-. Resulta que el orden actual de la burocracia política ha desbordado los marcos tradicionales impuestos por el sistema capitalista desde la época burguesa. Con ello trata de adquirir poder autónomo, sin perjuicio de sus relaciones comerciales con el capitalismo. Frente al modelo de Estado-nación, aprovechando el desarrollo del Estado hegemónico, impone un sistema de orden internacional, utilizando la fuerza real del capitalismo, soportada en la realidad económica proporcionada por la actividad de sus empresas, dispuesta para mejorar el sentimiento de bienestar generalizado. Si la fuente del negocio capitalista reside en la operatividad de las empresas como instrumento de atracción de las masas, el de la burocracia política consiste en vender el hechizo de los derechos y libertades. Atada por el formalismo de sus propias leyes la burocracia sólo puede influir desde la propaganda, que a veces resulta corta de miras, de ahí la conveniencia de pulsar medios más cercanos a las masas. Estos son los grupos dedicados al incordio. Amparados por la burocracia política se ocupan de atizar los instintos de libertad de las masas para mantener el negocio del que viven los agrupados. Hasta ahora se ha venido tratando de compatibilizar ambos negocios, el capitalista y el político en sus distintas versiones, para tener distraídas a las masas y que los respectivos negocios sigan prosperando. Pero con el paso del tiempo van surgiendo resentimientos.

De lo anterior se desprende que el orden burocrático es un intento por tratar de imponer los intereses de la burocracia al orden económico del capitalismo. En principio no parece viable, porque si bien el primero es un orden artificial, dependiente de una legislación de circunstancias, el segundo es real, soportado en la economía. No obstante su inviabilidad de principio, el capitalismo debe considerar que las bases para la conservación del modelo de orden burocrático son amplias y eficaces. Unas evidentes y otras solapadas.

Bastaría con citar algunas de las primeras para asumir la fortaleza del sistema del orden amparado por la sombra o el reducto del edificio del Estado. El monopolio de la ley y su aplicación, aunque en ocasiones sea torticera a ojos vista, es un argumento incontestable de poder, frente al que poco cabe hacer por parte del que hasta ahora ha sido compañero de viaje. La acción ejecutiva, amparada por la legalidad elaborada por el ejecutor, deja pocos resquicios, que quedan a la determinación de su colaboradora directa -la burocracia técnica-. En el fondo se encuentra la legitimidad que concede la democracia representativa como argumento de solidez incontestable.

Entre las segundas, la propaganda ostenta el monopolio de la verdad oficial, con lo que las otras opciones pasan a ser desterradas por los medios de comunicación que dominan el panorama en exclusividad. El patrocinio de las acciones de vanguardia, a través de los grupos de profesionales que viven del negocio de los derechos y libertades de  las masas -al igual que la burocracia y el entramado de su entorno-, resultan puntualmente eficaces, porque permiten manipular conforme a sus intereses la voluntad de la mayoría. Tampoco hay que pasar por alto el apoyo de la burocracia política internacional, que dice estar legitimada por la voluntad de los gobernantes, efectiva en cuanto se encuentra en disposición de controlar al capitalismo con instrumentos económicos que pueden limitar la actividad de sus empresas y condicionar la marcha del mercado.

Marzo de 2017.

Autor: Antonio Lorca Siero.

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Lorca Siero Antonio. (2017, marzo 16). Reflexiones por un orden burocrático. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/reflexiones-orden-burocratico/
Lorca Siero Antonio. "Reflexiones por un orden burocrático". gestiopolis. 16 marzo 2017. Web. <https://www.gestiopolis.com/reflexiones-orden-burocratico/>.
Lorca Siero Antonio. "Reflexiones por un orden burocrático". gestiopolis. marzo 16, 2017. Consultado el . https://www.gestiopolis.com/reflexiones-orden-burocratico/.
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