La literatura sobre liderazgo es abundante y se incrementa cada día. Periódicamente las editoriales y los medios nos traen la noticia de un nuevo autor de best sellers sobre el tema. No obstante, luego de leer los textos clásicos sobre el asunto, de autores tan conocidos como Bennis, Kouzes, Posner y otros, descubrimos que sobre liderazgo se ha dicho mucho y que las publicaciones recientes tienden a repetir lo ya señalado hace años. La tarea de los interesados sobre el tema quizá debiera ser ahondar en aquellos ángulos de la cuestión poco tratados. Entre dichos asuntos uno que destaca es la relación entre liderazgo y creatividad. Por ejemplo, ¿puede ser el líder de un grupo u organización el impulsor o promotor de la creatividad en dicho colectivo? O ¿es el rol de líder desencadenante automático de la creatividad de su comunidad?.
Si pasamos de frente al meollo del problema, hay que decir que sí, el liderazgo o influencia que ejerce un dirigente respetado sobre un grupo humano puede ser un detonante de la creatividad de quienes lo acompañan. Empero, no todos los estilos de liderazgo son igualmente benéficos para la creatividad del colectivo. Es decir, aún reconociendo el papel preponderante del líder sobre el desempeño del grupo, debe señalarse igualmente que sólo aquel liderazgo provocador y alimentador de la creatividad de su grupo será el más efectivo en tal sentido.
El mejor liderazgo en lo que a creatividad se refiere será aquel propiciador y respetuoso de las ideas ajenas. Aquel que busque que las iniciativas novedosas se decanten y sean perfeccionadas. Asimismo, el liderazgo pro-creativo buscará implantar las condiciones materiales y sociales (o psicológicas) que ayuden a la producción de ideas, a su experimentación y a su puesta en práctica.
El cultivo de las fuentes creativas no es posible en climas laborales marcadamente verticales y autocráticos, en los que impera la restricción de la comunicación y de los recursos. O en organizaciones fuertemente centralizadas y con monopolio en la toma de decisiones.
Más importante aún: la creatividad en el trabajo es hija de la ética. Son las empresas en las cuales los trabajadores se sienten tratados con ética las que generan más beneficios por empleado y en conjunto.
Por supuesto, no es tarea sencilla gestionar la creatividad en el trabajo. La creatividad debe tener como punto de partida a trabajadores bien capacitados. Sólo el personal con dominio de sus tareas puede interesarse por nuevos procedimientos y soluciones más rentables. Aquella empresa que, por ahorrar, recluta al talento más barato del mercado de trabajo para mantenerlo así está amputándose la posibilidad de innovar. La creatividad es una inversión que implica riesgo, maduración y seguimiento.