Las últimas ideologías en materia económica

Cuando se aborda el tema del capitalismo se suele centrar en lo directamente perceptible, es decir, en su condición de sistema económico y, si se quiere avanzar un poco más, pude llegar a hablarse de su incidencia social. No obstante caben otras apreciaciones.

Una visión sobre el capitalismo

Ocasionalmente, acudiendo a la hipérbole, el capitalismo ha sido etiquetado como religión, aunque no sería exacto en el sentido tradicional del término, acaso tendría cabida si se entiende como representación de un sistema compartido de creencias y prácticas asociadas, que se articulan en torno a la naturaleza de las fuerzas que configuran el destino de los seres humanos [1]. Sin la profundidad de la idea religiosa, en el capitalismo confluyen creencias, como el trasfondo de riqueza y bienestar asociado al dinero o cuanto menos al considerarlo como soporte de la seguridad personal, y prácticas, consumo y producción, ambas giran en torno a esta fuerza económica dominante que rige el destino de la humanidad.

Sostenía Benjamin, en un conocido artículo, que el capitalismo es una religión de culto permanente [2]. Y podría añadirse que, si nos atenemos al grado de desarrollo alcanzado en los últimos tiempos, el rito capitalista se ha convertido además en esa especie de religión universal cuya presencia se percibe en cualquier lugar. En cuanto a la intensidad del culto, ha sido tan asumido que, aunque solamente sea en el aspecto formal, ha adquirido el máximo nivel, colocándose en un orden de prioridades sobre cualquier otra creencia, puesto que se practica día a día a cada instante. Dada su generalización, deja escasas opciones para los no creyentes, ya que bien pocos se mueven al margen de sus reglas. Considerada religión de culto, queda reducida en lo sustancial al aparato externo, ausente de sentimiento de espiritualidad y apegada radicalmente a la materialidad.

De un lado, se encuentran los oficiantes, que asumen su parte en el culto como productores de capital, contribuyendo a que ese capital se reproduzca continuadamente. El culto propuesto consiste en realizar una serie de actos mecánicos, utilizando fundamentalmente el dinero, dirigidos por la costumbre e incluidos en la rutina cotidiana, encaminados a  rendir sumisión a una entidad superior -el capital- ajena a la realidad de los oficiantes del culto y de sus seguidores. Lo apreciable es que, aunque elevada, esa entidad se hace percibir como cercana y visible, pero falsificada en forma de riqueza, y para que todos sientan su presencia se permite palpar el dinero, tomándolo como propio durante unos instantes.

Vistas desde el lado de las masas, las propuestas del capitalismo se tienen por asumibles, puesto que convencionalmente hablan de bienestar objetivado en la mercancía caracterizado por la inmediatez, ya que basta para alcanzarlo con disponer de dinero, sea para crearlo o para comprarlo. La simple posesión del dinero permite estar en disposición de comulgar con el ídolo como garante de bienestar, como premio; mientras que la ausencia se percibe como castigo por haber pecado. Es un proceso de toma y daca que se ha conceptuado utilizando el término consumo, que viene a ser la expresión formal del culto para las masas, reconducido a dinero por mercancía y mercancía por dinero. Como el dinero se concibe como instrumento fundamental del consumo, el hecho de no consumir tiene que producir malestar y sentimiento de culpa, pero si se consume sucede lo mismo. Se vaya por donde se vaya, en el capitalismo interpretado como religión no hay salida, porque el bienestar es un bien efímero, tan pronto como se satisface surgen nuevas necesidades que deben satisfacerse. La satisfacción asociada al consumo dura un instante, se produce cuando el dinero se desplaza para atraer hacia este lado la mercancía, en cualquiera de sus variadas formas. Luego queda confundida por la añoranza del dinero perdido, aunque volviendo la mirada hacia la mercancía obtenida tal vez permita sentirse gratificado por la nueva tenencia.

El templo en el que se practica el culto es un lugar abierto, por el que circula el aire de la vida, se muestran todas las imágenes posibles y está plagado de abigarradas creencias menores, se le conoce con el nombre de mercado. No es difícil encontrar los lugares de culto, están por todas partes, tienen sus puertas engalanadas con rótulos atractivos para invitar a entrar, incluso en plena oscuridad se reconocen por sus explosiones de luces de colores, es el gran carnaval que despliega su cara visible ocultando lo que hay detrás. El problema  de su pretendido sentido religioso es que ni practicando el consumo permanentemente en el recinto abierto del mercado llega a extinguirse la conciencia de culpa, porque persiste la añoranza del dinero y de la mercancía. La culpa en sí misma siempre está presente.

Se añade que esta religión de puro culto no tiene dogmas. Sin embargo se encuentra con dos fundamentales. Del lado del consumidor, el mandato es consumir, y en este punto la deuda es la atadura permanente al sistema, siempre dispuesto a conceder crédito. Del lado del capitalista, su obligación es generar capital, soñando en el inconsciente con su propia riqueza personal. La práctica que impone la creencia es de carácter permanente, no hay festivos porque no puede haberlos ya que siempre es fiesta -aunque se diga lo contrario-, el capital no hace pausas, hay que repetir sin cesar el mismo rito festivo, producir y consumir para mantener vivo el capital sustentado  por la creencia.

La alternativa ideológica

Considerado el tema objetivamente, no es posible entender  el capitalismo como una religión porque está cargado de materialismo. Su dios dinero es demasiado vulgar, carece de solemnidad. Es un simple objeto que se puede tocar, y resulta tan mezquino que, rompiendo con la creencia, no produce satisfacción permanente ni cuando se posee. Como no existe expiación de la culpa por creer en él y no es posible el perdón no cabe sosiego espiritual, con lo que el agobio existencial trata de aliviarse inútilmente con el consumo irracional para aumentar la dependencia. Con lo que la práctica del culto aboca a la frustración, porque dada la carencia de sentido espiritual, no oferta soluciones de presente ni de futuro. Ese sentimiento de culpa permanente sin posibilidad de redención le representa como una religión cruel para sus propios fieles, empeñados por el crédito que nunca se amortiza. Como religión, sería simplemente una religión irracional basada en el juego del dinero,

Dando un paso más, es posible tomar conciencia de que aquello no puede ser religión, aunque se le asemeje, sino una nueva forma de superchería, reconducida a adorar un ídolo hueco que los capitalistas promocionan ante la masas como protector del bienestar y sólo trae inseguridad. Sin embargo, se aprecian indicios de que de entre todo este panorama de materialidad hay algo que trasciende de la idealidad. Aunque inasumible su condición de religión, por cuanto sus planteamientos no concilian con lo religioso, queda considerar al capitalismo como ideología, dada la representación imaginaria de la propia existencia [3]. Se trata de una ideología que ha tomado de la religión la parafernalia, la apariencia externa, el culto y el componente de creencia, lo que la hace tan enérgica para capitalistas y masas que ha acabado por ser, no ya religión, sino la ideología que domina la existencia. Cuya finalidad en su cara externa no es otra que, los primeros, tomen el dinero y, los otros, se desprendan de él; en ambos casos como obligación impuesta por el capitalismo ideológico.

Visto el carácter promocional de la ideología [4], en este caso se trata de un producto creado

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por el capitalismo como grupo económico dominante, con proyección social, utilizado como método para imponer unas ideas que le sirven de base en un proyecto ambicioso de dominación mundial, tomando como referencia el control del dinero por el grupo. Pretende  con ello desarrollar el capital sin limitaciones, rompiendo los moldes geográficos surgidos con los Estados, manteniendo en permanente circulación el flujo del dinero, a través de los intermediarios, entre las masas y el grupo dominante. La realización del proyecto supone la construcción de una sociedad de masas única que permita la generación y la conservación del sentido dinámico del capital, cuyo destinatario final es la élite del capitalismo, encargada de recoger las plusvalías y reinvertir en el circuito del mercado una y otra vez. La ideología encuentra en las masas el punto que da sentido dinámico al capital cuando practican el  consumo, ofreciendo el dinero como instrumento para generar plusvalías desde la producción. Descendiendo al plano de lo visible, ese culto, tradicional en cuanto a lo sustancial del consumo, cambia permanentemente en la forma por exigencia de las modas, que vienen a expresar las reglas a las que debe atenerse su práctica. En el otro extremo, el oficiante es el empresariado capitalista, que las crea ateniéndose a métodos científicos, acudiendo a la mercadotecnia para cumplir con el mandato de superación que imprime el capitalismo elitista. Como soporte, la tecnología sostiene la existencia material de las modas. De tal manera que marketing y tecnología, asistidas por la dirección del empresariado, aportan los elementos precisos para practicar lo que acaba por definirse en su vertiente irracional como consumismo de mercado. Es el practicante del rito el que lo sostiene haciendo circular el dinero para transformarlo en mercancía, que acumula como objetos, soñando en el fondo con la riqueza para alcanzar el bienestar. En este panorama, la elite extrae las plusvalías para el capitalismo, los empresarios la parte que corresponde a sus empresas como servidores del capital, mientras que las masas solamente aspiran a la riqueza como atractivo final, conformándose con el dinero para tener la dosis de bienestar diario y cierta seguridad en el futuro 5 .

Amparar el desarrollo del capital en un proyecto ideológico con pretensiones nacionales y miras globales, inevitablemente, en orden a su viabilidad, le compromete en la cuestión de la política. Bien sea directa o indirectamente, en las ideologías está presente la idea de dominación a través de la acción de gobierno de las masas desde el aparato del Estado. Su finalidad inconfesable es luchar por el ejercicio del poder colocando allí a sus partidarios, proyectando en el tiempo la idea sustancial que las dirige. Si la política es la cara visible de lo político en su condición de directora,

toda ideología en beneficio del grupo promotor.

5 Se ha querido ver a Keynes, “Teoría general  de la ocupación, el interés y el dinero”, FCE, 2005, como promotor de un componente sustitutivo de lo religioso en torno al capitalismo, al considerar que la seguridad que antes se encontraba en la religión es posible lograrla con la tenencia del dinero. Asimismo, desde otro planteamiento, Simmel; G.”Filosofía del dinero”, Instituto de Estudios Políticos, 1977, incide en ese sentimiento de seguridad personal determinado por la posesión del dinero, capaz de generar confianza en el sistema de organización social

una ideología con aspiraciones de totalidad no puede quedarse al margen de la cuestión política. La dominación social fundamentada en el esclavismo del consumo es una cadena débil, y siempre se corre el riesgo de que los más despiertos la rompan, de ahí que haya que controlar la política -instituciones y actividad de las instituciones- acudiendo a ellos como profesionales e incluirlos en nómina. Si a las políticos, calificados como profesionales, se les controla desde el salario, a los empresarios desde la devoción al dinero en representación del capital y a las masas se les ilusiona con la promesa de bienestar en el consumo, el capitalismo de elite no deja lugar para otras alternativas ideológicas, porque la suya es tan convincente y poderosa que destierra cualquier otra. Aunque se haya hablado hasta épocas recientes del siglo de las ideologías [5], por su variedad, importancia y número, todo parece haber concluido al anunciarse el fin de las ideologías [6].

Tales personajes de la escena capitalista -políticos, empresarios e individuos- resultan imprescindibles en el proceso ideológico dentro de las funciones asignadas, ya sea como controladores, productores o consumidores. Sin embargo el potencial de la ideología reside tanto en la originalidad de generalizar la propiedad privada, como en la de privatizar los medios de producción. La primera, conlleva garantías en cuanto a la seguridad de personas y bienes, animando el desarrollo de las transacciones. Como productor, en principio, cualquiera puede asumir la función de satisfacer demandas derivadas de necesidades materiales reales, a las que se acaba por añadir otras creadas en interés del negocio. A nivel sociedad de masas, el proceso queda plenamente definido. Y es aquí donde puede utilizarse el símil del culto que impone el capitalismo como obligación a sus fieles, si aspiran a ser recompensados con el bienestar. Ese consumir, simbólicamente viene a ser un pecar permanentemente para al instante arrepentirse, aunque no haya perdón; porque, como sostiene Benjamin, es imposible redimir la culpa, de ahí que haya que continuar por la senda del pecado, que acaba desembocando en la deuda, desde la que ya no es posible salir de las reglas impuestas por el mercado capitalista. Para mantenerse fiel a la doctrina basta con consumir, porque es ahí donde el sentimiento de culpa se suaviza por el efecto psicológico de la sensación de bienestar derivado de la posesión de los objetos.

Lo que interesa ideológicamente es la fidelidad a la creencia, cumpliendo el dogma, que se acredita desde el grado de entrega personal al consumismo y, del otro lado, a la empresa. En cuanto al primero, es el punto de partida de la alienación de la conciencia racional del individuo que acaba por hacerse extensiva a la colectividad. Por lo que respecta al segundo, el capitalista se hace dependiente de sus aspiraciones personales de riqueza, pero se siente obligado a controlarlas entregándose a la inversión en interés del desarrollo del capital. El consumidor es víctima y beneficiado del mercado, cumple su parte en el desarrollo de la creencia. Lejos de suponer sacrificio, el culto se acompaña de satisfacción inmediata, para que renazca al instante la culpa; pese a todo queda el bienestar, entendido como mejora de la calidad de vida. Del lado de la riqueza, el bienestar se define como poder. Ambas partes interpretan el papel asignado, entregadas a los atractivos que ofrece el capitalismo dentro de su territorio global. En tales términos, como cabría esperar, el capitalismo se ha  consolidado como ideología única con aspiraciones fundadas de totalidad.

Otras ideologías

Se vive en un mundo capitalista, aceptando explícita o tácitamente las condiciones fijadas por el sistema, pero sigue estando presente en las masas que participan en el juego del mercado la sensación de frustración por no poder beneficiarse de todas las virtudes que se ofrecen y no se dan, mientras del otro lado aumentan considerablemente las diferencias, pese a los cantos de igualdad. Es inevitable que se genere desigualdad si se cumple con la regla fundamental del capital, puesto que no existe control alguno sobre él por parte de la sociedad. Invertir capital para generar más capital, se traduce en plusvalías para unos, en detrimento de otros que no perciben lo justo. De alguna manera unos pierden para que otros ganen. La propuesta de igualdad, en los términos diseñados por el capitalismo resulta inviable, y esto provoca envidia y resentimiento mayoritario. La política oficial trata de restablecer un equilibrio improbable a través de la redistribución conforme a su particular idea de la justicia en términos de equidad [7]. No obstante, como quedan demasiados flecos, siempre surge el descontento por parte de aquellos grupos que se sienten oprimidos y explotados, y para corregir la nueva desigualdad tienen que aparecer ideologías antisistema, para generar su particular modelo de desigualdad, utilizando a conveniencia el principio esperanza tratando de ilusionar a los desfavorecidos.

Los movimientos etiquetados como anticapitalistas, recogiendo las enseñanzas de Marx y los ensayos anarquistas, reclaman el retorno de viejos tópicos fracasados, como la lucha de clases o la expropiación de los medios financieros y de producción, con la pretensión inconsistente de socializarlos desde la dirección de sus respectivos líderes. Se acogen a agrupaciones sociales, productos del propio capitalismo e ingenuamente desestabilizadoras, que vienen a representar intereses particulares de naturaleza variopinta, en contra del interés general, y los sitúan como modelos a seguir en un marco de falsas utopías, porque la racionalidad no da acogida a sus pretensiones. A menudo entregados a la práctica del jaleo y el cachondeo, para que la fiesta no decaiga y tener algo que contar, en sus ideologías hay un punto coincidente: soluciones realistas, ninguna. La eterna demagogia, como engaño de las masas, practicada por los aspirantes a líderes, no ha perdido significado, aunque se arrope con otras fórmulas como el llamado populismo. Ahora, cuando el bienestar oficial amenaza ser insostenible o hay que compartir la tarta pública con extraños, propone  ocurrencias que suenan a progreso, pero sin contar con bases sólidas de orden económico.

Cualquier alternativa al capitalismo tiene que acudir a un proyecto ideológico, aderezado convenientemente para ser ofertado a las masas, con lo que no puede prescindir del formato establecido para las ideologías, donde lo determinante es la condición política. Su pretensión real no es otra que luchar por el ejercicio del poder, colocar a sus elites, gobernantes amparados en símbolos que cambian la forma pero no el fondo del capitalismo, para al final, si toman el control de las instituciones, olvidarse de las promesas y continuar en la misma línea que su predecesor. Por tanto, el capitalismo se enfrenta a las aspiraciones de los insatisfechos, que el mismo ha creado, dispuestos también para manipular a las masas, vendiendo igualdad u otras bagatelas, aún vivas en el ideario colectivo. Carentes de una fuerza soporte, ya sea física o económica, no son rivales a considerar. En realidad, desde el lado oscuro, se están ofreciendo como nuevas elites políticas al gran patrón para que las dé empleo y, una vez situadas, continuar la marcha bajo la dirección del poder real -el dinero-. Las ideologías alternativas, con la batalla perdida, declaradas anticapitalistas, como estrategia para atraer a insatisfechos, moviéndose sin recelos en el ámbito del sistema, aspiran a situar estratégicamente intereses de grupo en la estructura del poder. A tal fin, venden dos discursos en diferentes frentes. Uno, de cara a las masas, consistente en fomentar ilusiones, que no utopías, y, otro, el que ofertan el mismísimo capitalismo, presentándose como el personal idóneo para conducir a esas masas subversivas, a cambio de un porcentaje de los beneficios.

De ahí que, rendidos ante la evidencia, hablar de anticapitalismo en un mundo capitalista resulte paradójico. Puesto en su lugar, se exhibe como paraguas de las últimas ideologías de progreso y no pasa de ser más que una opción consistente en lanzar cohetes de feria para llamar la atención participando en el jolgorio, y su resultado práctico no hace sino reafirmar el auge del capitalismo. Ya que, en la sociedad de la apariencia, de lo que se trata es de imponerse sobre la cruda realidad, adornando la política con la propaganda y el mercado con la publicidad, para que el modelo acabe siendo aceptado inconscientemente por la sociedad afectada.

Antonio Lorca Siero Enero de 2017.

[1] Lenski, G. “El factor religioso”, Labor, 1967.

[2] Entre las publicaciones en las que se recoge este texto, puede verse, Benjamin, W., “Capitalism as Religion”, en “Selected Writings 1913-1926” , Harvard University Press, 1996.

[3] Althusser, L. “Ideologías y aparatos ideológicos del Estado”, en “La filosofía como arma de la evolución”, Siglo XXI, 1968, habla de ideología como representación de la relación imaginaria de los individuos con sus condiciones reales de existencia

[4] Sobre el carácter imaginativo, enlazado con las creencias, y de contenido falaz que acompaña a las pretensiones ideológicas en lo que hace a su soporte ideal y desarrollo práctico, Ricoeur, P., “Ideología y utopía”,  Gedisa, 2009, señala que ese sentido imaginario que promueve la ideología se encuentra fuera de lo real, lo que supone situarlo en cualquier lugar y en ninguna parte. Asimismo, Bell,  D.,El fin de las ideologías”,Tecnos, 1964, encuentra en las ideologías un punto de enlace con las creencias, al señalara puntos de coincidencia en ciertas características del proyecto religioso con el proyecto ideológico. En último término, pueden verse en Marx, K. y Engels, F., “La ideología alemana”, Akal, 2014, quienes resaltan la propensión hacia la manipulación que subyace en el fondo de

[5]    Puede verse Faye, J.P., “El siglo de las ideologías”, del Serbal, 1998.

[6] Fukuyama, F., “El fin de la Historia y el último hombre”, Planeta ,1996.

[7]  Este modelo de justicia puede verse en los planteamientos teóricos de Rawls, J., ”Teoría de la justicia”, FCE, 1979, para quien las libertades, recursos y oportunidades han de repartirse de forma igualitaria, con la excepción de que la desigualdad en el reparto suponga ventaja para todos.

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Lorca Siero Antonio. (2017, enero 23). Las últimas ideologías en materia económica. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/las-ultimas-ideologias-materia-economica/
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Lorca Siero Antonio. "Las últimas ideologías en materia económica". gestiopolis. enero 23, 2017. Consultado el . https://www.gestiopolis.com/las-ultimas-ideologias-materia-economica/.
Lorca Siero Antonio. Las últimas ideologías en materia económica [en línea]. <https://www.gestiopolis.com/las-ultimas-ideologias-materia-economica/> [Citado el ].
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