No deje el futuro al azar
En el campo organizacional hablar del cierre del año fiscal y el inicio del próximo genera tanto optimismo como cuando cualquiera de nosotros observa con esperanza la llegada del año nuevo.
Siempre se tiene la esperanza de que el próximo año será mejor que el presente. Pero a diferencia de la mayoría, las empresas no se dedican a esperar que la fortuna y la dicha lleguen justo cuando el reloj marque las doce de la noche de la última noche del año viejo.
Las empresas mantienen un constante proceso de revisión, adaptación y reorientación de sus planes para garantizar que efectivamente el año nuevo sea mejor que el anterior. Es por ello que las empresas se empeñan en realizar planes estratégicos, tácticos y operativos, a corto, medianos y largo plazo; requieren garantizar su permanencia en el tiempo y estar preparados para cualquier situación que ponga en riesgo o beneficie a la empresa.
Lamentablemente, en lo que respecta al ejercicio libre de nuestro albedrío, la planificación estratégica y táctica parece ser un concepto indescifrable y limitamos nuestros esfuerzos a planes operativos de corto o mediano plazo, en algunos casos con una buena dosis de subjetividad, fe y deseos de tener suerte. En la mayoría de los casos dejamos que el año que viene este sujeto más al azar que a un seguimiento y logro de objetivos digno de un plan completo y bien pensado.
Es justamente por eso que cabe preguntarse si debemos reconocer el próximo año como nuevo o no, pues si se piensa hacer lo mismo del año pasado y de los que le antecedieron ¿qué tendría de nuevo?
En el libro “La Buena Suerte”, de Álex Rovira y Fernando Trías se puede encontrar una frase que invita a reflexionar sobre el concepto de la esperanza y los cambios que producen mejoras, la misma es pronunciada por un Gnomo que asegura, parafraseando a Einstein: “no se pueden lograr cosas diferentes si no se hacen cosas diferentes”. Es sencillo. Mientras hagamos lo mismo y nos comportemos como siempre ¿cómo podemos esperar que ocurra un cambio?. Einstein también dijo una vez que lo más cercano a la locura era esperar un resultado diferente aplicando la misma formula.
Pero no se puede pensar en hacer algo distinto y que ello este, de la misma manera que el comportamiento anterior, sujeto al azar y a la improvisación, resultaría estéril y frustrante. Se debe traducir el concepto de la planificación empresarial al comportamiento personal y programar los pasos importantes, los cruciales, de acuerdo a estudios, a tendencias, a probabilidades, a bases y datos confiables que permitan tomar las mejores decisiones y con ellos asegurar buena parte del éxito. Así si será un año nuevo. Un año que no se parezca al anterior.
Obviamente, no podemos negar la realidad de nuestra especie, somos emociones, sentimientos y percepciones, no todo puede ser planificado ni enfocado como si se tratara de maquinas u objetos sin voluntad propia. Es allí donde comienza el verdadero reto de demostrar que el termino “homo sapiens” coincide con nuestro comportamiento y acción. Se debe ser sabio. Saber valorar el momento y con ello saber cuando deben reinar las emociones y cuando la razón, e incluso, cuando deben coexistir y complementarse.
Todo año que se inicia representa una oportunidad de hacer mejor las cosas, de lograr lo que en el pasado pensamos imposible. Pero esa oportunidad, esa probabilidad de logro, de éxito, tiene que poseer una buena dosis de responsabilidad, de esfuerzo, de planificación.
Si se traslada ese concepto administrativo a nuestra conducta reduciremos los desaciertos e incrementaremos nuestra cuota de felicidad y satisfacción. No se puede dejar el futuro al azar. No se puede esperar una cosecha si no se ha sembrado la semilla, si no se ha cultivado y regado la tierra.
Ahora bien, planificar requiere revisar los escenarios, conocer nuestras debilidades y fortalezas, observar nuestras oportunidades y amenazas, tener un sueño claro, alcanzable y posible, contar con las herramientas adecuadas, plantearnos objetivos que nos conduzcan a alcanzar las metas. Requiere de conocimiento, pero más allá del conocimiento teórico, del conocimiento interno, de saber exactamente qué queremos y donde queremos estar. Se trata de poner en practica primero que nada aquella inscripción, puesta por los siete sabios en el frontispicio del templo de Delfos: gnosti te autvn (nosce te ipsum). Debemos conocernos primero nosotros mismos. Conocernos lo suficientemente bien para poder hacer ejercicio de la planificación y obtener los beneficios que trae consigo. Ello significa también evaluar los escenarios y escoger el que mejor se adapte a nuestras expectativas y esperanzas. No todas las tierras son aptas para diferentes cultivos, si en una tierra no se da la semilla hay que pensar en otra tierra.
De nosotros depende que el nuevo año sea realmente nuevo. Que la esperanza que nos ocupa se materialice y podamos palpar nuestros sueños. De nosotros depende que ese año que se inicia sea mejor que el anterior. No hay nadie más quien pueda hacerlo. Solo nosotros mismos.
Debemos dejar de planificar únicamente de forma operativa y a corto plazo, salvo que ello realmente represente una ventaja competitiva, pues de no ser así, seguiremos experimentando una y otra vez los mismos resultados, seguiremos obteniendo las mismas respuestas. Es importante incluir la planificación estratégica y táctica a nuestras vidas, hacerla parte de nosotros mismos sin que ello signifique suprimir la emoción y la esperanza en un futuro mejor, por el contrario, no habrá sensación más grande de satisfacción y éxito que saber que todo cuanto deseamos lograr en el año nuevo respondió a una visión clara, una misión amplia e integradora, al logro de nuestros objetivos y metas… al éxito de una buena estrategia.
Desear no es suficiente
Una de las ilusiones más importantes que casi toda familia, núcleo social y/o cultural ha alimentado a lo largo de décadas, puede encontrarse en la práctica, consciente o no, de pedir un deseo.
Prácticamente todos hemos elevado en algún momento nuestro pensamiento a la nada, o a aquella entidad etérea representada en eso que creemos existente o en aquello en lo que deseamos no creer, y hemos pedido, cual si fuésemos escuchados, que algo que queremos profundamente ocurra:
El empleo de nuestros sueños, el crédito bancario, el billete de lotería… que esa persona especial voltee y fije su mirada en nosotros. Lo que sea.
Es difícil imaginar que alguien jamás haya deseado algo hasta el punto de pedirlo en silencio con la esperanza de que tal vez así se cumpla.
Pero desear no es suficiente. Esperar que las cosas pasen tampoco lo es.
Cuando es así, cuando sólo se espera que la fortuna se manifieste se debe estar consciente de que lo que ella nos traerá no será necesariamente lo que soñamos.
Quino hace una excelente representación de este planteamiento en Mafalda, cuando en una de sus historietas muestra a Miguelito esperando sentado en la calle a ver qué le trae la providencia y sólo recibe una hoja seca. ¿Es esto lo que queremos?
No obstante dejar de desear es también una utopía. Imaginar que se puede recorrer la vida sin poseer deseos, por más descabellados que estos sean, es simplemente antinatural e inhumano. Necesitamos desear pero a la vez tenemos que impulsar la operacionalización de ese sueño.
En el mundo empresarial soñar está representado en la visión y la operacionalización de ese sueño está presente en la misión, metas y objetivos.
Pero es en el trabajo constante y bien hecho que se encuentra la materialización de lo que se desea. La lección es sencilla, hay que trabajar por lo que se quiere.
Lo anterior representa una de las disyuntivas más grandes de la humanidad porque no siempre lo que uno quiere es lo que hace y no siempre lo que uno hace es lo que uno quiere. Las necesidades y las obligaciones se imponen usualmente frente a nuestros sueños y al final pareciera que lo único que quedara libre de todo esa cruel realidad es simplemente soñar y desear.
Pero no es así. Simplemente no lo es. Lo que ocurre es que nos aferramos a los dogmas y reglamentos con los que hemos crecido debido a ese sentimiento, también ancestral, de la seguridad y la estabilidad y olvidamos por completo que el único límite que realmente poseemos es aquel que nos auto-imponemos.
¡Nosotros mismos evitamos que nuestros sueños y deseos se cumplan porque no creamos circunstancias que así lo permitan!.
Las empresas crean sus circunstancias. Observan el mercado. Observan a los competidores, clientes y proveedores. Observan los gastos e inversiones y procuran escuchar a los asesores y consultores para orientar sus esfuerzos al éxito.
Nosotros por nuestra parte, trabajamos día a día haciendo exactamente lo mismo, hablamos con nuestros amigos y compañeros del trabajo, el deporte, el sexo opuesto y una que otra trivialidad y, aún cuando usualmente obviamos los elementos que deberíamos observar para alcanzar el éxito y nuestros sueños, esperamos que la fortuna nos sorprenda sin razón hoy, mañana, en navidad o en día de Reyes, cuando sólo se puede cosechar lo que se siembra y si no se ha sembrado nada tal vez recibamos una hoja seca como el personaje mencionado de la caricatura de Quino.
Es inevitable soñar, desear e incluso hasta cruzar los dedos de vez en cuando esperando que las cosas ocurran como quisiéramos que pasaran. Y eso es bueno. Pero al hacerlo tenemos que recordar lo que tantas veces nuestros familiares, seres queridos, amigos o allegados nos decían acerca de cómo lograr que Santa Claus, El niño Jesús o los Reyes Magos nos cumplieran el deseo:
Debíamos ganarnos tal premio. De chicos es fácil, solo teníamos que ser niños, estudiar y no generar daños colaterales. Pero en la madurez nuestros sueños dependen de todo cuanto hacemos, decimos, producimos o eliminamos.
Dependen más de nosotros que de cualquier otra cosa en el universo.
Por lo tanto tenemos que recordar esta frase: para vivir un día como reyes debemos trabajar un año como esclavos.
Atención, entiéndase bien, lo anterior no quiere decir que debemos haber pasado por humillaciones, castigos inmerecidos ni nada que degrade al ser humano. Se refiere principalmente al trabajo arduo, al sentido de humildad, a mantener la esperanza puesta en el objetivo y, sobre todo, saber que cada día vivido es un día ganado. El resto depende de nosotros.
«Somos arquitectos de nuestro propio destino.»
Albert Einstein.