La mediocridad: ¿Desgracia peruana?. Opinión

Acabo de encontrar una oportuna frase del recordado novelista, ensayista y pintor argentino Ernesto Sábato (1911 – 2011) como prólogo a esta nota: “Ser original es en cierto modo estar poniendo de manifiesto la mediocridad de los demás”. Sin duda, la mediocridad es un “cáncer” extendido en individuos carentes de visión y expectativas de crecimiento y desarrollo.

El empleo habitual de este concepto está referido a alguien de baja calidad en su desempeño y niveles de realización. Se asocia con quien no alcanza cierto estándar de perfección y eficiencia. Es un calificativo severo y, por cierto, cuyos orígenes y manifestaciones compartiré con usted.

Para empezar deseo comentar lo señalado por el intelectual, sociólogo y político italo-argentino José Ingenieros (1877 – 1925). Un personaje extraordinario e influyente en las generaciones latinoamericanas -que gestó la histórica Reforma Universitaria de Córdova (Argentina, 1918)- en la que se formaron personajes notables de esta región como Hipólito Irigoyen, Rómulo Betancourt, Salvador Allende, Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias y Víctor Raúl Haya de la Torre, entre otros. Además, fue representante del pensamiento positivista, fundador del socialismo argentino y Maestro de Juventud (título otorgado por los estudiantes reformistas). Figura referencial para los jóvenes comprometidos con las heroicas luchas sociales, de principios del siglo XX, en este lado del continente.

En su obra “El hombre mediocre”, José Ingenieros trata sobre la naturaleza del hombre, oponiendo dos tipos de personalidades: el “hombre mediocre” y el “idealista” y, además, analiza sus características morales y las formas adoptadas en la sociedad.

Allí afirma que «no hay hombres iguales». En tal sentido, establece una división en tres tipos: Hombre inferior, hombre mediocre y hombre superior. El autor precisa que el “hombre mediocre” es incapaz de emplear su imaginación para concebir arquetipos que le propongan un futuro por el cual luchar. Es sumiso a la rutina, los prejuicios y las domesticidades. Es dócil, carente de personalidad, contrario a la perfección, no acepta planteamientos distintos a los recibidos por tradición e intenta opacar toda acción distinguida.

No obstante, José Ingenieros -quien solía decir: “Es más contagiosa la mediocridad que el talento”- describe al “hombre idealista” como un ser apto para usar su imaginación a fin de concebir ideales legitimados por la experiencia y se propone exhibir patrones de perfección altos, en los cuales pone su fe con el afán de modificar el pasado en favor del porvenir. Este sujeto, por ser original y único, contribuye con sus ideas a la evolución social; se perfila como un ser individualista que rehúye someterse a credos éticos. Es soñador, entusiasta, culto, diferente, generoso e indisciplinado. No busca el éxito, sino la gloria, ya que el triunfo es momentáneo.

Sin temor a equivocarme y, especialmente, recogiendo lo revelado por este lúcido pensador, percibido en el día a día una cantera de ejemplos de la mediocridad convertida en una “forma de vida” frecuente, numerosa e intensa. Tal vez falte tiempo para tratar lo que me inspira una sociedad –como en anteriores artículos lo he sindicado- de colosales desigualdades, apatías, insolidaridades, desencuentros, contrastes, convulsiones y cambiante. También, altamente influenciable, temerosa y manipulable al igual que toda comunidad inculta, tercermundista y carente de autoestima.

 

La mediocridad se muestra en múltiples ámbitos. Se aprecia en los padres de familia que salen del apuro preparándoles una lonchera deficiente a sus hijos –y no por razones económicas- sino por real falta de voluntad para documentarse en asuntos de nutrición; lo vemos en los profesionales que hacen su trabajo a medias y evitan esforzarse más de lo necesario; se verifica en los alumnos que estudian para un examen y ni siquiera son capaces de aportar, preguntar e indagar los temas inherentes a su formación; se respira cuando escuchamos decir “así está bien, no te esfuerces tanto”; podemos verlo en los que gozan envueltos en lo monótono e incluso tienen pavor a los nuevos desafíos; se constata en quienes dicen “nadie me lo reconoce, porque debo producir más” y justifican su proceder en la ausencia de motivación.

 

En lo personal percibo la mediocridad en reuniones familiares o amicales. No falta  algún mediocre –con los que coexisto- que dice: “No seas tan formal, así nomás ponemos la mesa, total somos todos de confianza”. Hasta en actividades insignificantes, reitero, se puede advertir. Cuando oímos aseverar: “No vas a cambiar las cosas, deja todo así”, “no te metas, evita problemas”, etc. estamos frente a inequívocos mensajes de arrebato anodino.

Es una suerte de ADN del nacido en el Perú. Se siente -más que la humedad capitalina- en los educadores que emplean la supuesta baja remuneración (si son tan probos y brillantes porque no cambian de centro de labores) para respaldar su evidente pequeñez en la enseñanza, en sus evaluaciones, ayudas audiovisuales, materiales, etc. En el reciente “Día del Maestro” (6 de julio), mi cálido homenaje al profesor que lucha contra un entorno colmado de paraplejias morales y pensantes. Aflige percibir un sistema educativo infiltrado por cuantiosos desempleados, limitados y banales seres que distorsionan la pedagogía.

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Asimismo, es doloroso el elevadísimo índice de mediocridad en el sector público. Allí es común fingir estar “ciegos, sordos y mudos” en función de conveniencias partidarias u de otra índole. Viví hastiado al observar la mediocridad, convertida en una “reglamentaria práctica”, cuando presidí el Patronato del Parque de Las Leyendas – Felipe Benavides Barreda (2006 – 2007) y mis disposiciones suscitaban rechazo -en los frívolos, pusilánimes, timoratos y ambivalentes servidores estatales de carrera- por el trabajo que les generaba. Su ineficiencia y desidia eran suficientes para edificar un monumento. Fui blanco de múltiples críticas, incluso de quienes consideraba mis amigos, por combatir y revertir esta situación con determinación.

Nos incumbe encarar la mediocridad –tan aceptada y apetecible como los dulces criollos- con audacia, atrevimiento y valor. Sublevémonos y encaremos este mal lacerante y que, además, intenta apoderarse de nuestra mente y espíritu. Hay que subvertir el alma y la conciencia ciudadana en el afán de lograr redefinir la conducta general.

La pasividad para aceptar y convalidar –con una actitud conformista- lo acontecido a nuestro alrededor, sin intentar hacer algo para revertir una situación anómala, refleja una indolencia opuesta a las posibilidades de progresar. En sinnúmero de ocasiones el peruano está parado en el “balcón” de su existencia mirando, diagnosticando y asumiendo el confortable papel de criticón. Sin embargo, se resiste a tomar un rol proactivo e impulsar el cambio que demanda.

Por otra parte, el filosofo y escritor argentino Alejandro Rozitchner –autor del libro “Ganas de vivir – La filosofía del entusiasmo”, enuncia: “Mediocre es no creer en la autenticidad como una posibilidad y un valor, y negar la existencia de una felicidad a nuestro alcance, que pide pagar los lógicos precios de todo logro. Mediocre es negar la importancia de la aventura existencial individual, formulando generalidades sociales a las que se toma como marcos de sentido siendo en realidad ficciones impersonales”.

Estas líneas son escritas a la luz del incontenible malestar suscitado por la oriunda mediocridad. Enfrentarla trae consigo ser calificado de excéntrico, intrépido y altisonante. Pero, no importa; la vida bien vale este genuino esfuerzo de esparcir –con el ejemplo coherente y digno- semillas de esperanza e ilusión. Es un reto frente al que no debemos abdicar.

Bienaventurados quienes transforman la creatividad, la locura, el entusiasmo, la energía y la perseverancia, en fuente inagotable de inspiración con el propósito de forjar un futuro mejor alejados de los obstáculos que bloquean nuestro bienestar. Por último, recuerde la afirmación del escritor y médico español Pío Baroja y Nessi: “Emancípese usted de la vida mediocre”.

(*) Docente, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen profesional y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/

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Pérez Ruiz Wilfredo. (2017, noviembre 16). La mediocridad: ¿Desgracia peruana?. Opinión. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/la-mediocridad-desgracia-peruana-opinion/
Pérez Ruiz Wilfredo. "La mediocridad: ¿Desgracia peruana?. Opinión". gestiopolis. 16 noviembre 2017. Web. <https://www.gestiopolis.com/la-mediocridad-desgracia-peruana-opinion/>.
Pérez Ruiz Wilfredo. "La mediocridad: ¿Desgracia peruana?. Opinión". gestiopolis. noviembre 16, 2017. Consultado el . https://www.gestiopolis.com/la-mediocridad-desgracia-peruana-opinion/.
Pérez Ruiz Wilfredo. La mediocridad: ¿Desgracia peruana?. Opinión [en línea]. <https://www.gestiopolis.com/la-mediocridad-desgracia-peruana-opinion/> [Citado el ].
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