Hegemonía de conveniencia. Reflexiones sobre el Estado Hegemónico

Se viene utilizando el término hegemonía para expresar en tono suave el espíritu dominante del imperialismo estatal adaptado a los tiempos modernos. Ante la agresividad natural que caracteriza al imperialismo adopta tonalidades persuasivas, sin prescindir de la finalidad dogmática, marcando una dirección intelectual que inevitablemente está dirigida a imponer como válida y excluyente una ideología dominante. Si frente el imperialismo no cabe otra alternativa para el débil que la sumisión, con la hegemonía queda la puerta abierta para el diálogo, aunque acabe conduciendo al monólogo del dirigente. Hasta ahora se la entendía como una forma de dominación que controlaba el pensamiento mayoritario, un modelo actualizado de colonización o, como dice Gramsci, la dirección política, intelectual y moral de un Estado sobre otro. Aunque la tendencia desde los inicios de su andadura ha sido impositiva por parte del declarado dominante, sin que el dominado formulara objeción abiertamente, parece que la cuestión no es pacífica, puesto que aparecen rasgos de que esa dirección se viene sosteniendo en una política de conveniencia practicada por el Estado o Estados teóricamente sumisos. Incluso puede adelantarse que un Estado es hegemónico en tanto los afectados toleran su posición hegemonía, más que por el hecho determinante de su hegemonía.

Pese a la suavidad de la forma, no pueda evitarse la tendencia impositiva que siempre acompaña al dogma, de ahí que para establecer y conservar la hegemonía no baste el vigor de las ideas, haciendo preciso que la argumentación convincente se acompañe de otras razones de peso. En el fondo, se trata de una cuestión de intereses mutuos, de manera que, cuando el Estado débil no obtiene provecho de la relación, la hegemonía se eclipsa y el papel del Estado fuerte se cuestiona hasta perder autoridad. De manera que la hegemonía no se establece a perpetuidad, ni sin condiciones, sino de forma temporal y motivada por intereses recíprocos, incluso puede añadirse que la situación puede llegar a revertir. Aunque lo impositivo tienda a cerrarse a otras realidades distintas a la propia, el hecho es que el Estado hegemónico en alguna medida acaba siendo dependiente del otro, cuanto menos para definirse como tal.

Ha habido un debate permanente entre los Estados fuertes, incluso en el plano intelectual que atañe a la hegemonía, sobre el método para ejercer su influencia en determinadas áreas geográficas, aprovechando inicialmente la superioridad bélica y las prácticas imperialistas. A medida que el avance de la civilización se consolida, se hace necesario acudir a nuevos argumentos de convicción. Centrándose en la política económica de masas, la vanguardia del cambio vino desde la expansión de la cultura del consumo que reclama, una vez satisfechas las necesidad básicas, seguir consumiendo; lo que contribuye  a entrar en la espiral de lo que Galbraith llama principio de consistencia, en cuanto aboca al consumo compulsivo. Desde ahí la hegemonía se mantiene asumiendo la capacidad suficiente para atender a la satisfacción de las necesidades consumistas de los insatisfechos. Pero la cuestión es hábilmente disfrazada en términos culturales. En su practica reside el principio de superioridad cultural, que permite ofrecer un estilo de vida consumista como modelo de bienestar exportable por el hegemónico. Que por su evidencia se impone en muchos aspectos sobre cualquier otro, dejando incluso arrinconado lo autóctono, en la medida en que no puede competir en eficacia con el nuevo modelo. Su vehículo de transmisión, tan cercano a las masas -cine, prensa, TIC-, dispone de una efectividad añadida derivada del negocio global, que ha hecho de la cultura una industria sujeta al proceso de mercantilización de la existencia. Basado fundamentalmente en la imagen, el riesgo de reacción es mínimo, en gran parte porque alivia al individuo la tarea de pensar; de otro lado, puede considerarse sólido, si se tiene cuenta que, según Sartori, en el hombre moderno la imagen supera a la fuerza de las palabras.

Generalmente la cuestión acaba reconduciéndose en la actualidad a la prepotencia económica, que permite el control de los flujos del dinero y mantener la superioridad tecnológica. Ambos componentes mantienen una relación simbiótica profunda, que se impone incluso sobre consideraciones culturales, y son tan enérgicos que en la sociedad del bienestar no encuentran competidor, porque hoy la innovación tecnológica, como observa Toffler, es el elemento decisivo de la acumulación. Así pues, al igual que los argumentos basados en la fuerza militar, inicialmente dominantes, han pasado a segundo plano, aunque los bloques subsistan, sin embargo el consumo desbocado que mueve la tecnología ha abundado en la prioridad generalizada del dinero, que se ha definido como la incontrovertida punta de lanza de la nueva fuerza. De manera que la cuestión se viene ventilando casi exclusivamente en términos de mercado, lo que resulta ser consecuente con un sistema de economía global. De ahí que la hegemonía se defina desde el control de la tecnología y del dinero.

Situado el protagonismo de las armas en la retaguardia, el del dinero se disimula tras la cortina cultural y el pensamiento único. De esta manera, el hegemónico coloca como pantalla de dominación a nivel de masas el desarrollo de una cultura de sumisión a la suya en su condición de superior, poniendo como paradigma la forma de existencia de sus nacionales dispuesta para ser exportada a otros países como mercancía a nivel de masas. Pero para reforzarse necesita completar el proceso vendiendo una forma de hacer política acorde a sus conveniencias, con la finalidad de obtener el control total del dominado desde esas mismas perspectivas pacíficas que exige el propio mercado. La forma de hacer política gira en torno al principio incuestionable de la democracia representativa, que se ha utilizado como conductora de las masas. Sin embargo en la medida en que, como observa Barber, se crean consumidores, descuidando a los ciudadanos, la democracia no funciona, porque la ciudadanía está más atenta al consumismo que al desarrollo de lo político. El asunto se ha entregado a la clase política en exclusividad por simple dejadez derivada del espíritu consumista, quedando como reminiscencia los procesos electorales periódicos. El resultado es que la acción política está dirigida a que los partidos consoliden su propio negocio de clase. Para ello juegan a dos bandas. De un lado, mostrándose complacientes con el hegemónico -ya sea en el terreno oficial o formando oposición debidamente controlada-, ese que ha venido suministrando el elemento vital y permite reforzarla como poder local. De otro, entreteniendo a las masas nacionales respectivas desde la propaganda del bienestar y los derechos de papel, atribuyéndose la exclusividad de las bondades del modelo.

De esta manera se ha impuesto desde el Estado hegemónico un orden económico y político, que afecta a una pluralidad, aceptado por los que en definitiva son súbditos, mas no parece ser así con la clase política en cuanto ve comprometido su liderazgo.

Hasta ahora el relato literario consistía en que los Estados débiles se dejaban colonizar cultural y políticamente en tanto los fuertes aportaban bienestar nacional a través del flujo del dinero y respetaban el papel de las elites locales. Mientras los Estados fuertes creían ejercer su hegemonía, autocomplacidos con su superioridad y convencidos de la eficacia de su modelo económico, los otros extraían su parte del beneficio. En este proceso resultaba evidente la posición privilegiada de las empresas abanderadas por el hegemónico. En virtud de la deslocalización, ampliaban mercados, producían a bajo coste y vendían más tarde a sus propios nacionales a precios de primer mundo. Los dividendos empresariales se disparaban mientras la riqueza de sus nacionales se resentía. A nivel local crecía en poder la clase política al haberse liberado del estigma del localismo. Inserta en la globalización ganaba posiciones, ya que, tal como sostiene Bauman, el sentido de lo local supone penuria y degradación social en un mundo globalizado.

En el plano internacional sucedía algo análogo con la clase surgida de la globalización, haciendo exhibiciones de su poder desde la creación de los organismo internacionales, en principio surgidos para reforzar el papel del hegemónico. Hay que tener en cuenta que la globalización ha sido decisiva para consolidar la dominación de los hegemónicos sobre los débiles, porque la dependencia de los países periféricos respecto a los dominantes, como sostiene Borón o Petras, se ha acentuado. La mundialización del capital financiero, industrial y comercial, ha promovido la aparición de empresas multinacionales de todo tipo. Sin embargo esta situación ha impulsado el cambio de la política internacional con la creación de organismos internacionales encargados de coordinar el proceso de mundialización, lo que inevitablemente conduce al surgir de una nueva burocracia por cuyas disposiciones en determinado momento ha de pasar el hegemónico, aunque en principio le fuera sumisa.

La realidad termina por emerger desde la apariencia. Se podría citar el ejemplo USA como hegemonía entre las hegemonías, afectada de esa hegemonía de conveniencia aceptada por los culturalmente colonizados, que han utilizado el dinero de la colonización para suministrar un bienestar con cuentagotas para sus nacionales y consolidar su propia burocracia política -clase política- y técnica -clase de los empleados estatales-. Asimismo, en el plano internacional -la clase dominante en los organismo internacionales- esa otra burocracia de similares características tampoco está en disposición de perder su posición privilegiada. Mientras las masas se entregan al consumismo, unicamente ocupadas de que sean satisfechas sus necesidades reales o creadas, las burocracias se rebelan contra el hegemónico porque se opone a seguir subvencionándolas. Utilizan como escudo a los ciudadanos, diciendo que perderán su bienestar, su libertad -pese al gran hermano impuesto a todos los niveles con ayuda de las nuevas tecnologías- y sus derechos de paja si se les rebaja de su posición de valedores de los intereses generales, cuando resulta que quien recortará su influencia y privilegios no es otra que la burocracia política local e internacional. Parece claro que la clase política, sumisa en principio, aceptaba en propio interés los dictados del hegemónico y así lo transmitía a las masas. Hoy, en pleno cenit de la soberbia del ejercicio del poder, cambia el discurso y se vuelve contra las viejas bondades del Estado hegemónico utilizando todos los argumentos a su alcance en una lucha entre poder prestado y fuerza real. La praxis de la rebelión burocrática contra la política del capitalismo se centra en la propaganda, auxiliada por los medios de comunicación -curiosamente capitalistas- que como fieles a la idea del capital tienen que servir a quien paga para no desequilibrar la cuenta de resultados. La tarea de los medios pasa por intoxicar a sus seguidores exponiendo las maldades de un sector del capitalismo político reformador que no está en disposición de seguir construyendo su hegemonía a base de inyectar cantidades ingentes de dinero para sufragar a una burocracia que, controlando a las masas, le siga el juego. Por contra, la burocracia se presenta como imprescindible en su condición de garante de la libertad, los derechos, la pluralidad y, en general, los tópicos propios del momento, cuando a aquella solamente le preocupa la conservación de sus intereses de clase.

Como dicen Negri y Hart, el Estado-nación, aunque no han desaparecido, ha perdido poder, ese imperio calificado como un orden jurídico-político se ha trasladado a un conjunto de organismos y dispositivos supranacionales. Lo que incluso ha afectado a la marcha del Estado hegemónico. Entregado al desarrollo de la idea de Imperio, el viejo Estado hegemónico venía descuidando su propio Estado-nación, lo que le hacía perder el soporte base. Planeaba con ello la amenaza de diluirse como nación en la aventura internacional, a lo que hay que añadir los riesgos de ser una economía excesivamente endeudada. Sin embargo, el Estado hegemónico que ahora aspira a recuperar la vía del Estado-nación capitalista desde el capitalismo, desplazando a la clase política producto de la democracia representativa, topa con obstáculos permanentemente. Su nueva política, mundialmente contestada por la propaganda de los medios que buscan el apoyo de las masas, ha permitido sacar a la luz la endeblez de la hegemonía moderna. Teniendo como resultado llegar a la conclusión de que si un Estado aspira a calificarse de hegemónico, no basta el arsenal armamentístico, la cultura, el nivel de bienestar exportable, ni incluso los avances tecnológicos para mantener el dominio, sino que es preciso que haga correr su dinero a raudales en todas las direcciones y respete los poderes surgidos a su sombra. Debe sembrar mucho dinero para conservarse, porque la sumisión de los dominados tiene un precio y la hegemonía tradicional se mantiene en tanto exista negocio para los sumisos. El principal problema es la burocracia, porque se incomoda si le reducen el sueldo, al igual que si se le recortan competencias. Tiene que seguir desempeñando su papel privilegiado, en caso contrario lanza a las masas contra el hegemónico, contestado su capacidad de dirección.

Al final, resulta que la hegemonía como patrón de dominación no es enérgica sino frágil, ya que acatar la condición de Estado hegemoníco responde a la conveniencia tanto de la clase política del Estado débil como de las masas nacionales dirigidas. Parece evidente que haya que alimentar a los Estados sometidos, puesto que sin alimento no hay hegemonía, y respetar el rol de la clase política tradicional. Con respecto a los organismos internacionales se trata de permitir que la burocracia haga su papel y se gane el sueldo, aunque juegue a gobernar el dinero y ordeñar a las multinacionales, pero ante todo es necesario aportar fondos. En caso contrario esa dirección económica, política, tecnológica y cultural del Estado hegemónico, pese al apoyo de ciertos sectores tradicionales del capitalismo, será profundamente cuestionada, porque se trata de una hegemonía de conveniencia.

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Lorca Siero Antonio. (2017, junio 20). Hegemonía de conveniencia. Reflexiones sobre el Estado Hegemónico. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/hegemonia-conveniencia-reflexiones-estado-hegemonico/
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